jueves, 9 de mayo de 2019

LOS AVATARES DE UN REINO. 3ª. PARTE. Capítulo 12



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A pesar de su deteriorada salud, don Ramiro quiso realizar un viaje por tierras asturianas. Hacía tiempo que se lo había prometido a su esposa doña Urraca y siempre había tenido que posponerlo por las circunstancias del momento. Se proponía visitar las posesiones de sus antepasados en tierras asturianas y orar ante sus tumbas en la catedral de Oviedo. Pocas veces había atravesado don Ramiro la cordillera Cantábrica. Asturias, desde el traspaso de la corte a León, había quedado relegada a un segundo término en los planes de los monarcas leoneses. Constituía un reducto difícil de expugnar por el enemigo infiel por su propia situación geográfica. La cordillera Cantábrica por el sur y el mar Cantábrico por el norte la convertían en una fortaleza natural. Los reyes tenían poco que temer de un potencial ataque. El flanco más débil en ese sentido lo podía constituir el mar, pero para eso disponían de varios castillos estratégicamente ubicados a lo largo de la costa que le servían de defensa. Los monarcas leoneses consideraban aquella parte de su reino completamente segura y tranquila.
Los reyes llegaron a Oviedo a principios de diciembre. Al cruzar la cordillera Cantábrica, el rey se había sentido algo indispuesto. El intenso frío había reavivado las dolencias que arrastraba desde la batalla de Talavera. Nunca les había dado mayor importancia, aparte que durante aquellos meses parecían haber remitido. Pero ahora, justo al atravesar aquellas cumbres nevadas, volvieron a aparecer las molestias en el pecho.
Los reyes habían visitado ya el complejo del valle de Boides, el Aula Regia de Santa María de Naranco, el castillo de Gozón, varias iglesias y monasterios del interior de Asturias. Habían orado más de una vez ante las tumbas de sus antepasados ubicadas en el Panteón de los Reyes de la catedral de San Salvador. Habían transcurrido algo más de tres semanas desde su llegada a Oviedo. Se acercaba la Navidad. Don Ramiro y doña Urraca hubieran querido pasarla en León con toda la familia, pero una fuerte nevada les obligó a demorar su regreso a la corte. El rey cada día se encontraba más débil y delicado.
Si no nos damos prisa, no sé si podré regresar a León con vida.
No digáis eso, Señor. Ya veréis cómo se os pasan esos dolores en cuanto crucemos la cordillera. Estoy convencida que se deben a la humedad de esta tierra. El propio físico no lo ha descartado en ningún momento.
El galeno puede opinar lo que quiera, pero estos dolores no se deben a la humedad. Hace meses que los padezco, aunque es cierto que últimamente parecía que habían remitido. Señora, debemos regresar a León lo antes posible.
Ya he dispuesto nuestro regreso, esposo mío, mas este tiempo no nos permite partir. Los expertos dicen que el puerto está cerrado y que permanecerá así al menos durante una semana, eso si el clima es favorable.
Me hago cargo de la situación, pero quiero partir en cuanto surja la más mínima oportunidad. Si he de morir, quiero que la muerte me halle en León donde deseo ser enterrado. Allí se hallan mis padres y hermanos y quiero que mis restos descansen junto a ellos.
Señor, se respetará vuestra voluntad, pero no seáis agorero. No os vais a morir, al menos por ahora.
Muy segura de eso estáis, Señora. Yo no lo estoy tanto. Nadie mejor que yo sabe lo que me pasa. Siento cómo mis fuerzas me van abandonando día a día. Mi vitalidad se escapa como el hilo de agua cuando cortan el suministro. Ya apenas siento la sangre en mis venas. Mis miembros se entumecen por momentos. No soy más que una sombra de lo que fui.
Señor, no digáis eso. Me asustáis. Deberíais ser fuerte, como lo habéis sido siempre, para superar el mal momento que estáis pasando.
Esa fortaleza ya no depende de mi voluntad. Por más que lo intento, mis fuerzas me han abandonado.
En Oviedo el cielo seguía encapotado. Hacía días que no cesaba de llover sobre los valles y montañas de Asturias. El agua corría por todas partes formando regatos por doquier. Las nubes bajas se confundían con la niebla que cubría hasta media montaña. Un grupo de jinetes abandonaba la ciudad por la puerta sur. La calzada estaba cubierta de charcos y de barro. Los jinetes fustigaban sus caballos para que aceleraran el paso. Tenían que llegar a los pies de la cordillera antes del anochecer. Al día siguiente se levantaron temprano. Apenas clareaba, pero había que darse prisa. Los días eran muy cortos y era necesario atravesar la cordillera antes de que se echara la noche de nuevo encima. No sabían con lo que se podían encontrar en ella. Uno de los servidores reales les había asegurado que el puerto estaba expedito, pero nadie podía garantizar que no se volviera a cerrar con una nueva nevada. Al mediodía ascendían la cordillera Cantábrica. Poco antes de llegar a la cúspide se despejaron las nubes dando paso a un día radiante. El blancor cubría las cumbres de la cordillera. La calzada, en cambio, estaba libre de nieve, aunque el barro lo llenaba todo. Los caballos luchaban con gran esfuerzo por superar las duras rampas. Más de una vez estuvieron a punto de dar con su cuerpo y con su preciada carga en tierra. Por fin, lograron rebasar la cumbre. El sol estaba a punto de ocultarse detrás de las montañas. Había que apresurarse si querían llegar a la próxima posta antes de que anocheciera. La reina pidió que hostigaran más a sus caballos. El rey parecía empeorar por momentos. El pesado viaje y el frío helador del puerto habían agravado sus dolencias. Tenían que llegar pronto a Gordón. El sol ya se había puesto y las sombras de la noche comenzaban a abrazarlo todo. Finalmente, llegaron a la posada. Minutos más tarde el rey descansaba sobre un lecho con fuertes dolores, mucha fiebre y la respiración entrecortada. Al día siguiente de madrugada reanudaron el viaje hacia la corte. Pasado el mediodía llegaron al palacio real. Don Ramiro fue trasladado de inmediato a sus aposentos. Los físicos lo examinaron detenidamente y nada bueno dedujeron de su exploración. La salud del monarca estaba muy deteriorada.
Debe permanecer en absoluto reposo. Como tiene mucha fiebre, es conveniente que le refresquéis la frente y las sienes con paños húmedos. También será bueno que le aliviéis el exceso de calor todo lo que podáis.
Cuando el galeno se disponía a abandonar la alcoba real, llegó la reina. En un aparte la puso al corriente del estado de su esposo.
Señora, debéis prepararos para lo peor. Vuestro esposo está muy débil y si no hay algún milagro de por medio, no saldrá de ésta.
¿Tan grave está?
Sí, Señora. Su estado es muy grave. Debemos esperar a ver cómo evoluciona en los dos o tres próximos días, pero su estado es crítico. He dado algunas recomendaciones al personal de servicio y he dejado unas instrucciones para que el boticario le prepare algunos remedios que se le deben administrar inmediatamente, pero no creo que sirva de mucho. El estado de su enfermedad está muy avanzado. Los físicos poco o nada podemos hacer por detenerlo. Es todo lo que os puedo decir.
Así, pues, ¿no hay ninguna esperanza?
Ninguna, Señora. Siento tener que ser tan sincero.
La reina se acercó a la cabecera de su esposo con el rostro cubierto de lágrimas. Tal vez si no hubieran ido a Asturias el rey podría gozar aún de buena salud. Fue una imprudencia por su parte haber llevado a cabo aquel viaje. Podían haberlo aplazado para cuando hubiera hecho buen tiempo, pero en el buen tiempo siempre surgían otras obligaciones. Ahora ya no había remedio. El rey había enfermado y no había esperanzas de que sanara.
Tres días más tarde, concretamente el cinco de enero del año 951 el rey pareció gozar de una mejoría transitoria. Momento que aprovechó para hacer pública su abdicación a favor de su hijo don Ordoño. Después hizo que lo trasladaran al monasterio de San Salvador, contiguo a su palacio, donde se despojó públicamente de sus vestiduras reales y derramó cenizas sobre su cabeza, como símbolo de su renuncia a su dignidad real y a todo lo que ésta representaba. Ramiro II el Grande puso fin así a su largo y fructífero reinado, que tanto había supuesto en la expansión y afianzamiento del reino de León. Poco después entregó su alma al Señor.

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