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Una
fría mañana de principios de noviembre el rey don Alfonso se
hallaba en su despacho enfrascado en los asuntos que concernían a su
reino. El pálido sol de la estación otoñal dejaba traslucir
tímidamente sus rayos a través de las ventanas del recinto. A pesar
de ello el rey notaba frío en la estancia. Así no se podía
concentrar en su trabajo. Llamó al ayuda de cámara para que
encendiera la chimenea y caldeara un poco el ambiente. Poco después
de quedar de nuevo a solas se personó su ayo ante él.
—Señor,
ha llegado un correo de Galicia.
—¿Es del conde Vimara?
—No lo sé, Señor. ¿Le
hago pasar?
—Sí, que pase.
Un jinete polvoriento y con
muestras de no haber descansado ni haberse aseado durante días se
postró ante él.
—Señor, el conde Vimara
Pérez me encarga que informe a vuestra Majestad de los excelentes
resultados de su expedición por el territorio portucalense. Ha
tomado todas las tierras que se extienden desde el Miño al Duero y
ha logrado reconquistar la ciudad de Oporto. Le gustaría saber qué
debe hacer con ella y qué planes tiene Su Majestad para el futuro.
—Me voy a tomar un tiempo
antes de darte una respuesta. Ahora es mejor que descanses y repongas
tus fuerzas.
El rey ordenó que dieran de
comer y hospedaje al emisario del conde. Entretanto llamó a sus
consejeros para tomar una decisión y trazar el plan que debían
seguir después del avance conseguido por el conde Vimara. Lo primero
que había que hacer era repoblar la ciudad de Oporto. Lo harían con
gentes provenientes del Galicia. Luego avanzaría hacia el este hasta
Chaves para ir afianzando así la frontera con el emirato cordobés.
Toda esa zona se repoblaría con gentes procedentes de Galicia y
todos los mozárabes oriundos de la zona musulmana que quisieran
establecerse en aquellas tierras. Así se lo hizo saber al conde
Vimara. Todo el territorio comprendido entre el Miño y el Duero,
desde la costa atlántica hasta la Meseta, constituía un bastión
clave para la expansión y consolidación del reino de Asturias.
Sería la demarcación que quedaría bajo el mando del conde Vimara
Pérez.
Pero retrocedamos unos meses
en el tiempo. El verano del año 868 el conde Vimara descansaba en su
residencia de Tuy al lado del Miño. Desde la frustrada proclamación
de don Alfonso como rey en Santiago de Compostela, apenas había
hecho otra cosa que cazar y descansar en su casa de Tuy. Los días
se sucedían monótonamente para el conde, que ya añoraba un poco la
acción bélica, pues él era un hombre de acción y no un cortesano.
Un caluroso día de mediados de agosto se presentó ante él un
emisario del rey. El conde mitigaba el calor bajo la sombra de un
centenario y frondoso castaño a la orilla del Miño. De cuando en
cuando tomaba sorbos de una bebida refrescante para apagar su sed. El
mensajero se postró ante él sudoroso y fatigado.
—Señor conde, Su Majestad
el rey Alfonso le encomienda la reconquista y repoblación de todas
las tierras que van desde el Miño hasta el Duero. Quiere que se
dirija inmediatamente hacia la ciudad de Oporto para reconquistarla
de manos de los sarracenos y repoblarla con gentes de esta tierra.
Quiere que seáis vos quien continúe la expansión hacia el sur que
él inició cuando gobernaba Galicia.
—Bien, así se hará. Puedes
volver donde el rey y decirle que sus deseos serán cumplidos al pie
de la letra. Me pondré en marcha en cuanto reúna a mis hombres. Ya
me estaba aburriendo de esta vida tan monótona y relajada.
Una semana más tarde, don
Vimara Pérez partía con sus huestes camino de Oporto por las
tierras portucalenses ubicadas al sur del Miño. Durante varias
semanas siguió el curso de la costa atlántica sin mayores
contratiempos. Los escasos núcleos de población que allí había no
ofrecían apenas resistencia a las tropas del conde. El avance hacia
su objetivo era firme e inexorable.
En los primeros días de
octubre las huestes del conde dieron vista a la ciudad de Oporto,
ubicada alrededor de su castillo. No les costó mucho tomarla, pues
se encontraba prácticamente indefensa. La mayor parte de sus
defensores se habían refugiado en el castillo. Allí se hicieron
fuertes ante las huestes invasoras del conde Vimara. Protegidos por
sus murallas, los sarracenos resistieron los embates de los
cristianos durante quince días, al cabo de los cuales tuvieron que
entregar la fortaleza y las armas al enemigo. Los hombres del conde
lograron derrotarlos después de dos semanas de asedio.
Una vez conseguido su
objetivo, el conde Vimara envió un mensajero al rey con la buena
nueva, al mismo tiempo que solicitaba nuevas instrucciones sobre la
expansión. Conocidos los deseos del rey, se dirigió hacia la ciudad
de Chaves que sometió poco antes de la Navidad de aquel mismo año.
El territorio conquistado al sur del Miño cada día era más
extenso. Después de Chaves, don Vimara conquistó Braga, Viseo y
otras poblaciones de aquella comarca. En vista de los logros
obtenidos, el propio conde decidió crear un pequeño burgo cerca de
Braga, al que denominó Vimaranis, en honor a su nombre, y en el que
fijó su residencia durante algún tiempo como capital del recién
reconquistado condado de Portucale, origen del que con el tiempo
llegaría a ser Portugal.
Don Alfonso celebró con
júbilo las conquistas que estaba realizando en su nombre el conde
Vimara en el norte de Portugal. Constituía uno de los pilares
básicos de su afán expansionista junto con el correspondiente a la
parte más oriental de su reino. Tenía que estabilizar los dos
extremos, el oriental y el occidental, para así poder dedicar toda
su energía a lo que constituía el nudo gordiano de su proyecto de
expansión, que no era otro que la reconquista y repoblación del
valle del Duero. Había jurado que no cejaría en su empeño hasta
fijar las fronteras de su reino en el propio río Duero.
—Estoy muy orgulloso de los
éxitos que está obteniendo nuestro inestimable amigo Vimara entre
el Miño y el Duero —explicó el rey a su hombre de confianza,
Gundemaro Froilaz.
—Realmente resultan
espectaculares —corroboró el señor de Noreña—. Es asombroso el
territorio que ha conquistado en tan poco tiempo.
—Lo es de veras. Pero lo más
importante no es la extensión del territorio reconquistado, que lo
es, sino lo que significa para nuestro proyecto. Asegurada la parte
más occidental del reino, ahora sólo nos resta consolidar y
afianzar el otro extremo, el oriental.
—Para lograr ese objetivo,
Majestad, ya tenéis ahí situado a vuestro tío don Rodrigo. Él
hará todo lo posible por mantener la paz y la seguridad de esa zona.
—Desde luego que lo hará,
no te quepa la menor duda. Mi tío logrará detener cualquier avance
de las tropas sarracenas en nuestro territorio. Mi confianza en él
es total.
—Majestad, tampoco debéis
olvidar que vuestro próximo enlace matrimonial con doña Jimena hará
que el rey de Pamplona, don García, se convierta en un aliado más
de vuestra causa.
—Cierto, Gundemaro. Eso es
algo que no he perdido de vista y que forma parte también de nuestro
ambicioso plan.
—Pues no debéis demorar por
más tiempo vuestro enlace, Señor.
—La boda hace tiempo que fue
fijada para el 27 de mayo. No se adelantará ni se retrasará. Puedes
estar seguro que el enlace se llevará a cabo en la fecha fijada.
El rey y su consejero
charlaban animadamente en el despacho real. Dos gruesos troncos de
roble chisporroteaban en la chimenea. Fuera el frío era cada vez más
intenso. Se acercaba la Navidad. Gundemaro Froilaz celebró la
decisión real de tomar por esposa a la princesa navarra. Era la
mejor opción que podía adoptar en aquel momento y un gran logro
para los intereses del reino. El consejero le expresó toda clase de
parabienes por el nuevo enlace. El rey le agradeció de veras sus
felicitaciones y sus muestras de lealtad. Luego, dio por finalizada
la reunión.
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