miércoles, 8 de mayo de 2019

LOS AVATARES DE UN REINO. 1ª. PARTE. Capítulo 11


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       Una fría mañana de principios de noviembre el rey don Alfonso se hallaba en su despacho enfrascado en los asuntos que concernían a su reino. El pálido sol de la estación otoñal dejaba traslucir tímidamente sus rayos a través de las ventanas del recinto. A pesar de ello el rey notaba frío en la estancia. Así no se podía concentrar en su trabajo. Llamó al ayuda de cámara para que encendiera la chimenea y caldeara un poco el ambiente. Poco después de quedar de nuevo a solas se personó su ayo ante él.
—Señor, ha llegado un correo de Galicia.
¿Es del conde Vimara?
No lo sé, Señor. ¿Le hago pasar?
Sí, que pase.
Un jinete polvoriento y con muestras de no haber descansado ni haberse aseado durante días se postró ante él.
Señor, el conde Vimara Pérez me encarga que informe a vuestra Majestad de los excelentes resultados de su expedición por el territorio portucalense. Ha tomado todas las tierras que se extienden desde el Miño al Duero y ha logrado reconquistar la ciudad de Oporto. Le gustaría saber qué debe hacer con ella y qué planes tiene Su Majestad para el futuro.
Me voy a tomar un tiempo antes de darte una respuesta. Ahora es mejor que descanses y repongas tus fuerzas.
El rey ordenó que dieran de comer y hospedaje al emisario del conde. Entretanto llamó a sus consejeros para tomar una decisión y trazar el plan que debían seguir después del avance conseguido por el conde Vimara. Lo primero que había que hacer era repoblar la ciudad de Oporto. Lo harían con gentes provenientes del Galicia. Luego avanzaría hacia el este hasta Chaves para ir afianzando así la frontera con el emirato cordobés. Toda esa zona se repoblaría con gentes procedentes de Galicia y todos los mozárabes oriundos de la zona musulmana que quisieran establecerse en aquellas tierras. Así se lo hizo saber al conde Vimara. Todo el territorio comprendido entre el Miño y el Duero, desde la costa atlántica hasta la Meseta, constituía un bastión clave para la expansión y consolidación del reino de Asturias. Sería la demarcación que quedaría bajo el mando del conde Vimara Pérez.
Pero retrocedamos unos meses en el tiempo. El verano del año 868 el conde Vimara descansaba en su residencia de Tuy al lado del Miño. Desde la frustrada proclamación de don Alfonso como rey en Santiago de Compostela, apenas había hecho otra cosa que cazar y descansar en su casa de Tuy. Los días se sucedían monótonamente para el conde, que ya añoraba un poco la acción bélica, pues él era un hombre de acción y no un cortesano. Un caluroso día de mediados de agosto se presentó ante él un emisario del rey. El conde mitigaba el calor bajo la sombra de un centenario y frondoso castaño a la orilla del Miño. De cuando en cuando tomaba sorbos de una bebida refrescante para apagar su sed. El mensajero se postró ante él sudoroso y fatigado.
—Señor conde, Su Majestad el rey Alfonso le encomienda la reconquista y repoblación de todas las tierras que van desde el Miño hasta el Duero. Quiere que se dirija inmediatamente hacia la ciudad de Oporto para reconquistarla de manos de los sarracenos y repoblarla con gentes de esta tierra. Quiere que seáis vos quien continúe la expansión hacia el sur que él inició cuando gobernaba Galicia.
Bien, así se hará. Puedes volver donde el rey y decirle que sus deseos serán cumplidos al pie de la letra. Me pondré en marcha en cuanto reúna a mis hombres. Ya me estaba aburriendo de esta vida tan monótona y relajada.
Una semana más tarde, don Vimara Pérez partía con sus huestes camino de Oporto por las tierras portucalenses ubicadas al sur del Miño. Durante varias semanas siguió el curso de la costa atlántica sin mayores contratiempos. Los escasos núcleos de población que allí había no ofrecían apenas resistencia a las tropas del conde. El avance hacia su objetivo era firme e inexorable.
En los primeros días de octubre las huestes del conde dieron vista a la ciudad de Oporto, ubicada alrededor de su castillo. No les costó mucho tomarla, pues se encontraba prácticamente indefensa. La mayor parte de sus defensores se habían refugiado en el castillo. Allí se hicieron fuertes ante las huestes invasoras del conde Vimara. Protegidos por sus murallas, los sarracenos resistieron los embates de los cristianos durante quince días, al cabo de los cuales tuvieron que entregar la fortaleza y las armas al enemigo. Los hombres del conde lograron derrotarlos después de dos semanas de asedio.
Una vez conseguido su objetivo, el conde Vimara envió un mensajero al rey con la buena nueva, al mismo tiempo que solicitaba nuevas instrucciones sobre la expansión. Conocidos los deseos del rey, se dirigió hacia la ciudad de Chaves que sometió poco antes de la Navidad de aquel mismo año. El territorio conquistado al sur del Miño cada día era más extenso. Después de Chaves, don Vimara conquistó Braga, Viseo y otras poblaciones de aquella comarca. En vista de los logros obtenidos, el propio conde decidió crear un pequeño burgo cerca de Braga, al que denominó Vimaranis, en honor a su nombre, y en el que fijó su residencia durante algún tiempo como capital del recién reconquistado condado de Portucale, origen del que con el tiempo llegaría a ser Portugal.

Don Alfonso celebró con júbilo las conquistas que estaba realizando en su nombre el conde Vimara en el norte de Portugal. Constituía uno de los pilares básicos de su afán expansionista junto con el correspondiente a la parte más oriental de su reino. Tenía que estabilizar los dos extremos, el oriental y el occidental, para así poder dedicar toda su energía a lo que constituía el nudo gordiano de su proyecto de expansión, que no era otro que la reconquista y repoblación del valle del Duero. Había jurado que no cejaría en su empeño hasta fijar las fronteras de su reino en el propio río Duero.
Estoy muy orgulloso de los éxitos que está obteniendo nuestro inestimable amigo Vimara entre el Miño y el Duero —explicó el rey a su hombre de confianza, Gundemaro Froilaz.
Realmente resultan espectaculares —corroboró el señor de Noreña—. Es asombroso el territorio que ha conquistado en tan poco tiempo.
Lo es de veras. Pero lo más importante no es la extensión del territorio reconquistado, que lo es, sino lo que significa para nuestro proyecto. Asegurada la parte más occidental del reino, ahora sólo nos resta consolidar y afianzar el otro extremo, el oriental.
Para lograr ese objetivo, Majestad, ya tenéis ahí situado a vuestro tío don Rodrigo. Él hará todo lo posible por mantener la paz y la seguridad de esa zona.
Desde luego que lo hará, no te quepa la menor duda. Mi tío logrará detener cualquier avance de las tropas sarracenas en nuestro territorio. Mi confianza en él es total.
Majestad, tampoco debéis olvidar que vuestro próximo enlace matrimonial con doña Jimena hará que el rey de Pamplona, don García, se convierta en un aliado más de vuestra causa.
Cierto, Gundemaro. Eso es algo que no he perdido de vista y que forma parte también de nuestro ambicioso plan.
Pues no debéis demorar por más tiempo vuestro enlace, Señor.
La boda hace tiempo que fue fijada para el 27 de mayo. No se adelantará ni se retrasará. Puedes estar seguro que el enlace se llevará a cabo en la fecha fijada.
El rey y su consejero charlaban animadamente en el despacho real. Dos gruesos troncos de roble chisporroteaban en la chimenea. Fuera el frío era cada vez más intenso. Se acercaba la Navidad. Gundemaro Froilaz celebró la decisión real de tomar por esposa a la princesa navarra. Era la mejor opción que podía adoptar en aquel momento y un gran logro para los intereses del reino. El consejero le expresó toda clase de parabienes por el nuevo enlace. El rey le agradeció de veras sus felicitaciones y sus muestras de lealtad. Luego, dio por finalizada la reunión.

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