miércoles, 8 de mayo de 2019

LOS AVATARES DE UN REINO. 1ª. PARTE. Capítulo 26


                                                                 26


Por aquellos años el reino de Asturias disfrutaba de una larga paz con el emirato de Córdoba. Los conflictos surgidos entre los herederos de Muhammad I habían traído una relativa paz y tranquilidad al reino cristiano del norte de la Península. Pero esta paz con el reino musulmán no significaba una paz absoluta dentro de sus fronteras. El dux de Galicia, Vitiza, no cesaba de infligir ataques a las tropas reales en su afán de independencia y dominio de las tierras gallegas y de todo el noroeste peninsular.
Acababan de iniciar la restauración del monasterio de San Pedro de Montes fray Genadio y sus hermanos cuando sufrieron un ataque de las tropas rebeldes. Los monjes se afanaban en retirar los escombros de lo que había sido el atrio de la iglesia, cuando escucharon valle abajo el galope y el relinchar de muchos caballos. Apenas les dio tiempo para refugiarse en las cuevas y escondrijos que habían buscado pocos días antes entre las montañas. Desde sus refugios pudieron observar los movimientos de alrededor de un centenar de jinetes bien armados, que parecían estar sorprendidos ante la limpieza y desescombro de los restos del antiguo monasterio.
Parece que alguien está limpiando esto. Las huellas son muy recientes. Apostaría que abandonaron el trabajo precipitadamente cuando se percataron de nuestra presencia, pues dejaron parte de las herramientas y cestos por aquí. Mirad por los alrededores a ver si los encontráis y les daremos un escarmiento.
Sí, mi capitán —contestó su subordinado.
Los monjes que se habían refugiado en los escondrijos más próximos al monasterio y que oyeron las órdenes del capitán no sabían qué hacer. Si se movían o hacían el menor ruido, podían ser descubiertos por los soldados y si no lo hacían, también. Tenían el corazón en un puño y no se atrevían ni a abrir la boca para no delatarse. Cuatro o cinco, entre los que se encontraba el hermano Anselmo, se habían refugiado en una gruta próxima al monasterio. Ocultos por unos avellanos y unas escobas, observaban atónitos el movimiento de los jinetes con sus caballos. Un par de ellos se acercaron a escudriñar los alrededores de la cueva. Los monjes no osaban respirar. El chasquido de una rama seca hizo que se sobresaltara uno de los caballos. Los dos jinetes se pusieron en guardia. Los monjes se quedaron completamente lívidos. Poco después todos vieron a una comadreja que se precipitaba hacia lo más intrincado de la espesura. Los soldados al verla se dieron media vuelta entre risas y chanzas, mientras los monjes respiraban con gran alivio. El escuadrón no tardó en abandonar el viejo monasterio donde nada se les perdía para iniciar el camino de vuelta valle abajo. Después de largo rato de espera, los monjes, convencidos de que ya no regresarían los soldados, volvieron a reanudar su tarea.
¡Vaya susto que nos hemos llevado! —comentó fray Anselmo—. Por culpa de una comadreja estuvimos a punto de ser descubiertos. Menos mal que se dejó ver y los soldados lo tomaron a broma, que si se les hubiera ocurrido remover un poco las ramas, allí nos hubieran cazado como a conejos.
Fue la voluntad del Señor —observó uno de los monjes del grupo—. No había llegado nuestra hora, por permitió que la comadreja se dejara ver.
Pues demos gracias al Señor por habernos sacado ilesos de la que parecía ser nuestra última hora y recemos para que no vuelvan a aparecer por aquí esos soldados.
Recemos por ello —ratificó fray Genadio, que había llegado a escuchar las últimas palabras de fray Anselmo— y también para que el rey, nuestro señor, pacifique estas tierras y nos libre de una vez por todas de estos bandoleros y asesinos. Y ahora vamos a continuar con nuestro trabajo para acondicionar la casa del Señor y el monasterio entero para poder cobijarnos en él.
El escuadrón que se había acercado al monasterio fue interceptado unos kilómetros más abajo, en San Clemente de Valdueza, por las huestes de don Hermenegildo Guitiérrez, que no dudaron en aniquilarlos después de una cruenta lucha entre ellos. El escuadrón vencido formaba parte de las huestes de Vitiza, dux de Galicia, que se dedicaban a saquear todo el territorio. El conde don Hermenegildo Gutiérrez llevaba siete años persiguiendo al líder separatista. Había logrado aglutinar en su persona a todos los nobles de Galicia leales al rey don Alfonso. Día tras día seguía los pasos del dux y de sus huestes y no pensaba cejar en su empeño hasta derrotarlo.
Antes de liquidar a todos los miembros del escuadrón del dux, las huestes de don Hermenegildo hicieron prisioneros al capitán y a alguno de sus soldados, que no dudaron en trasladarlos a Ponferrada donde los aguardaba su señor con el resto de las tropas.
Señor, hemos derrotado el escuadrón de Vitiza y hemos hecho prisioneros a su capitán y a varios soldados —informó el jefe de la expedición a don Hermenegildo.
Muy bien, que los encierren en las mazmorras. No quedará ni uno solo con vida si no nos revelan el lugar donde se esconde su señor. Se les dará tormento uno por uno hasta que confiesen.
A la orden, señor.
Uno por uno fueron sometidos a tormento para que confesaran el lugar donde se hallaba oculto el dux Vitiza. El primero en sufrir tortura fue el capitán, que prefirió morir antes que delatar a su señor. El mismo destino corrieron varios de sus subordinados. Todos ellos resistieron los tormentos y aceptaron la muerte antes que confesar el lugar donde se ocultaba el dux. Pero hubo uno que no pudo soportar los terribles suplicios que le inferían. Después de haberle practicado el tormento del agua y el lino y el del cinturón de San Erasmo, lo introdujeron en el potro. Antes de llegar a la tercera vuelta el prisionero decidió hablar. Confesó a sus torturadores que el dux Vitiza se hallaba oculto en un pequeño palacio que tenía en Arosa.
Conocido el paradero del rebelde, las huestes del conde Hermenegildo pusieron rumbo a la ría de Arosa. Pero antes de llegar a su destino les salieron al encuentro las tropas del dux. Entre ambos ejércitos se desencadenó una cruenta batalla que duró varios días con incontables bajas por parte de ambos bandos. Al cabo de más de dos semanas de fuertes enfrentamientos, la balanza se inclinó del lado de las huestes de don Hermenegildo, que no tardaron en hacer prisionero al dux Vitiza. El conde se incautó de todas las posesiones y pertenencias del rebelde, por lo que no tardó en ser proclamado dux de Galicia por todos los nobles de aquella tierra. Luego el nuevo dux condujo encadenado al rebelde ante la presencia del rey.
Majestad, os traigo al rebelde Vitiza para que hagáis con él lo que deseéis.
Os lo agradezco, Hermenegildo. Acabáis de hacer un gran favor al reino que jamás olvidaré. Vasallos leales como vos son los que necesita este reino para lograr el objetivo propuesto. Con la derrota de traidores como el que me traéis, lograremos hacer de este reino una nación cada vez más fuerte y más grande, capaz de vencer algún día al gran enemigo de nuestro país, que no es otro que el reino de al-Ándalus. Pero para ello antes tenemos que terminar con la semilla del separatismo y de la discordia. Unidos es como llegaremos a vencer al gran enemigo. Hoy es un día grande para la historia del reino y vos, Hermenegildo, lo habéis hecho posible.
Me honráis, Majestad, con vuestras palabras. Gracias, Señor. En verdad que no creo merecerlo.
Claro que lo merecéis, Hermenegildo. Merecéis eso y mucho más. Por eso, a partir de hoy quedáis confirmado como dux de toda Galicia y todos sus condes os deberán obediencia.
De nuevo os doy las gracias, Señor, por vuestra magnanimidad.
No seáis tan modesto, Hermenegildo. Y ahora decidme, ¿cómo están nuestros hijos y nuestro nieto Sancho?
Están muy bien, Majestad. El niño es una preciosidad. No os podéis hacer una idea de lo hermoso que está. Tiene los mismos ojos que Vos, Señor. Si no cambia, será vuestra viva imagen.
Me alegra saberlo. Brindemos por él y por nuestros hijos para que tengan una larga descendencia.
El rey ofreció al conde una copa de vino de los Campos Góticos con la que brindaron por la fortuna y el porvenir de sus hijos y futuros nietos. Luego se encaminaron al comedor del palacio real donde almorzarían en compañía de la reina.
Me gustaría desplazarme algún día hasta Tuy para visitar a nuestros hijos y a nuestro nieto, pero mi deber me lo impide. Por eso, os ruego encarecidamente, querido consuegro, que a vuestro regreso a aquella ciudad hagáis prometer a nuestros hijos que se dignen venir a vernos alguna vez. Nuestro nieto, aunque no es más que un tierno infante de pocos meses, va creciendo y nuestros hijos nos están privando del placer de contemplarlo en sus primeros meses de vida. Si no lo quieren hacer por mí, al menos que lo hagan en consideración a su abuela, que no vive por verlo.
Se lo pediré encarecidamente, Majestad. Espero que pronto los podáis tener a vuestro lado para satisfacer vuestros legítimos deseos.
Así lo espero, querido Hermenegildo.
El conde pasó unos días en el palacio real. Momento que aprovechó para poner al rey al corriente de sus logros en tierras gallegas y para asimismo ponerse al corriente de los asuntos reales, pues hacía ya bastante tiempo que se hallaba ausente de Oviedo.
Ya sabéis que hemos repoblado Zamora con mozárabes procedentes de Toledo, ¿no? —comentó el rey mientras paseaban por los jardines de palacio.
Sí, Majestad, ya me había enterado. Es un paso importante para afianzar nuestra frontera del Duero.
Sí que lo es, Hermenegildo. El siguiente paso debería ser el traslado de esa frontera al Tajo, pero me parece que yo ya no llegaré a verlo —se lamentó don Alfonso—. Por esta parte la reconquista va mucho más despacio, a diferencia de los logros que habéis obtenido en la zona occidental, donde ya hemos establecido la frontera con el mahometanismo en el Mondego.
Poco a poco lo iremos logrando, Majestad. Hay que dar tiempo al tiempo.
Tiempo es el que no me queda a mí, que cada día noto que me hago más viejo.
Eso nos pasa a todos, Señor. El tiempo no pasa en balde.
El rey y el conde continuaron su paseo por el jardín. Unos días más tarde don Hermenegildo regresaría de nuevo a su residencia de Tuy.


No hay comentarios:

Publicar un comentario