jueves, 9 de mayo de 2019

LOS AVATARES DE UN REINO. 2ª. PARTE. Capítulo 3



                                                                   3


Las persecuciones tan crueles padecidas por los cristianos en Córdoba cuarenta o cincuenta años antes ya habían quedado atrás, pero éstos seguían sintiéndose perseguidos e inseguros en el emirato árabe. Por eso no es de extrañar que un abad, de nombre Alfonso, repitiera la hégira que unos treinta años antes había realizado el abad Alonso, fundador del monasterio de San Facundo y San Primitivo. Después de un sinfín de vicisitudes por tierras primero cordobesas y después toledanas, el abad Alfonso con un grupo de monjes que lo seguían consiguió llegar al reino de Asturias. Eran los años finales del siglo IX. Con el beneplácito del rey asturiano, Alfonso III el Magno, se estableció con los suyos en tierras de la meseta del Duero, a orillas del Esla. Allí reconstruyó un viejo monasterio y una iglesia de la época de los visigodos. Pero pasados unos años, con el aumento de la comunidad y de los familiares y demás gentes que allí se establecieron, se hizo necesario edificar un nuevo templo que diera cabida a todos los fieles que en él se reunían. En el corto espacio de un año erigieron el templo más genuino del arte mozárabe astur-leonés. Se trata del monasterio de San Miguel de Escalada. Los monjes aprovecharon los materiales del viejo edificio derruido y otros que por los alrededores había, lo que explicaría la rapidez con que construyeron el nuevo templo.
Fray Torcuato, procura que tus hombres mantengan el ritmo de trabajo que nos hemos fijado. No podemos permitir que se relajen lo más mínimo.
Sí, padre abad. Lo tendré en cuenta.
Fray Torcuato era el encargado de dirigir el grupo de canteros. Era el gremio más importante de la obra. Éstos labraban y moldeaban la piedra sin descanso antes de colocarla en el lugar exacto que debía ocupar. La mayor parte de los bloques empleados procedía del edificio que acababan de derruir para construir el nuevo. Muchos de ellos apenas necesitaban retoques antes de ser colocados en los muros del templo. También había basas, capiteles y columnas enteras que servirían íntegramente para construir el nuevo edificio. No obstante, no eran suficientes. El maestro cantero se ocupaba de esculpir y tallar los nuevos materiales con el grupo de oficiales y aprendices que tenía a sus órdenes.
Fray Ambrosio, te recuerdo que no debe faltarles nunca material a los canteros. Vigila que los acarreadores no se entretengan y que los peones tengan siempre a punto la argamasa.
De acuerdo, reverendo padre.
El abad Alfonso no se cansaba de impartir órdenes a los monjes que dirigían los trabajos de construcción del templo. El rey le había pedido que lo construyera con la máxima celeridad. Era el mes de febrero del año 913. Hacía escasamente tres meses que habían comenzado la obra y ya tenían buena parte de los muros exteriores levantados. A pesar del frío y de las nevadas frecuentes en aquellas latitudes, el ritmo de trabajo no decaía. Tan sólo se detenían cuando la nieve se lo impedía. En cuanto paraba de nevar, retiraban la nieve y continuaban con su trabajo.
Las lluvias de abril no frenaban el avance del templo. Los hombres no se detenían ante ningún obstáculo. El padre abad se había propuesto terminarlo antes de finalizar el año. Era difícil pero sabía que se podía conseguir. Habría que redoblar esfuerzos por parte de todos. Él sería el primero. Todos los monjes del monasterio colaboraban en la obra. Unos, como fray Torcuato y fray Ambrosio, dirigían a ciertos grupos de trabajadores. Los más colaboraban con sus propias manos. Lo mismo ocurría con las gentes del poblado. Nadie debía permanecer ocioso. El templo se terminaría en el plazo acordado.
Emeterio era el maestro cantero. Sobre él recaía la responsabilidad de toda la obra. Era un hombre de unos cuarenta años. Curtido por el trabajo y por las inclemencias del tiempo. A sus espaldas llevaba ya construidas más de media docena de iglesias y basílicas, las dos últimas dirigidas íntegramente por él. Había comenzado de aprendiz con su padre a la edad de doce años. Desde entonces había pasado por todos los trabajos de la profesión hasta especializarse en el arte de tallar la piedra. En sus manos los rudos bloques de granito se convertían en bellas obras de arte.
No podemos perder ni un minuto —les decía el maestro Emeterio a sus oficiales y aprendices en el momento en que iban a empezar la jornada—Tendremos que aprovechar toda la luz del día. El padre abad quiere inaugurar la iglesia antes de finalizar el año y ya veis cómo está. Las columnas ya están todas en su sitio. Ahora nos queda el trabajo más importante, labrar los capiteles. Cada aprendiz acompañará a un oficial. El aprendiz labrará la piedra hasta darle la forma y dimensiones finales que ha de tener el capitel, mientras que el oficial se encargará de tallar todos los motivos que llevará aquél. Ahora todos a sus puestos y a trabajar.
Nacía mayo. El día era radiante. Las abundantes lluvias de abril habían dado paso a una exuberante eclosión de luz y color. La campiña entera se vestía de gala después del largo letargo invernal. La basílica estaba a medio levantar. Las columnas semejaban un oasis de palmeras, a las que hubieran despojado de sus penachos de hojas.
Muy bien, Teodoro. Esa hoja es casi perfecta. Intenta hacerle una nervadura central. Así quedará mucho mejor.
Sí, maestro.
Me gustaría que todos tus capiteles llevaran dos niveles de hojas con nervadura central. ¿De acuerdo?
Así lo haré, maestro.
Emeterio se acercó a otro de sus oficiales.
¿Cómo va eso, Martín?
Muy bien, maestro.
El maestro observó detenidamente la talla que realizaba el oficial.
Te está quedando muy bien, Martín. Mira, tú, a diferencia de Teodoro, vas a hacer en tus capiteles dos líneas de hojas lisas en dos niveles. Así los capiteles serán distintos unos de otros.
De acuerdo, maestro.
El grupo de especialistas seguía con el trabajo minucioso de la talla de los capiteles, mientras el resto de canteros se dedicaba a moldear las dovelas que conformarían los correspondientes arcos. Emeterio seguía con ojos atentos el trabajo de su equipo para que todo estuviera perfectamente coordinado. A principios de junio ya habían terminado de tallar y colocar todos los capiteles sobre todas y cada una de las columnas del templo. A partir de ese momento comenzó el trabajo difícil y preciso de colocar las dovelas sobre cada uno de los capiteles para formar los arcos. A pesar de haber sido cortadas con precisión, no siempre encajaban en el primer intento, por lo que tenían que volver a bajarlas para darles los últimos retoques. Para formar los arcos, construían primero una estructura de madera, que servía de base de sustentación de las dovelas mientras las colocaban y al mismo tiempo para dar la forma exacta al arco. Luego colocaban una dovela junto a otra, normalmente sin argamasa entre ellas, para lo cual debían estar talladas con absoluta precisión. Como las dovelas tenían forma de cuña, cuando el arco estaba acabado, quedaban perfectamente engarzadas entre sí como si fuera un solo cuerpo.
A finales de septiembre ya habían terminado toda la estructura interior de la basílica. Los arcos que separaban la nave central de las laterales con sus correspondientes bóvedas, así como los que separaban éstas del crucero y a éste de los ábsides. Quedaban tan sólo los canceles y la parte más decorativa del templo, los frisos. En la parte exterior aún había que colocar las cubiertas sobre las naves y el pórtico, trabajo éste que llevaría a cabo el personal menos especializado.
Emeterio y sus mejores oficiales comenzaron a tallar los canceles y los frisos sin dilación. La iglesia en su conjunto estaba casi terminada, pero faltaban todavía los detalles decorativos que vendrían a poner el broche de oro a aquel maravilloso monumento.
Teodoro y Martín tendréis a vuestro cargo tres oficiales cada uno. Por mi parte me quedaré con otros tres. Entre todos debemos conseguir tallar y colocar en dos meses los canceles y los frisos. Como podéis ver, no hay mucho tiempo, pero todos juntos lo podemos conseguir. Los motivos en todos ellos serán dibujos geométricos, vegetales y animales. Cada uno representará lo que quiera según su inspiración. Personalmente me encargaré de inspeccionarlos todos. Si alguno no me gusta, os lo haré saber para que lo sustituyáis por otro o para daros otra idea. ¿De acuerdo?
Sí, maestro.
Pues ánimo y manos a la obra.
Mientras el personal menos cualificado colocaba la cubierta a dos aguas de la nave central y a un agua en las laterales y el pórtico, Emeterio y sus oficiales tallaban y colocaban los frisos del transepto y el ábside central, así como los canceles que separan los compartimentos laterales del transepto del central y éste de las naves y de los ábsides laterales. Estos elementos decorativos son los que más identifican este templo con el arte mozárabe.
A finales de noviembre, después de un intenso año de trabajo, el templo quedaba totalmente acabado. Es un edificio al estilo del arte asturiano con sus tres naves, contrafuertes en las líneas de separación de sus ábsides y los característicos arcos de herradura. Pero a diferencia de los templos asturianos, la fachada principal no está situada en la cara oeste, sino en la cara sur, según la costumbre mozárabe, con un pórtico en cuyo interior se ubica la puerta de entrada. El gran número de ventanas, sobre todo en la nave central, dan a su interior bastante iluminación. La nave central está separada de las laterales por arcos de herradura sobre columnas apoyadas en basas con sus correspondientes capiteles. A continuación de estas naves viene el crucero, formado por una nave transversal de la misma longitud que el ancho de las tres naves anteriores. El conjunto de arcos nos recuerda un poco el arte de la mezquita de Córdoba. Finalmente, se encuentra la cabecera del templo formada por tres ábsides de la misma anchura que las naves.
El 12 de diciembre del año 913 el obispo Genadio de Astorga consagró el nuevo templo. Acto al que asistió en pleno la comunidad del abad Alfonso, así como todos los que habían tomado parte en la construcción del edificio y muchas otras gentes llegadas al efecto de todos los lugares de la comarca. El rey don García patrocinó la construcción de este monasterio, pero no pudo asistir a su inauguración por encontrarse en tierras riojanas luchando contra los sarracenos.


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