jueves, 9 de mayo de 2019

LOS AVATARES DE UN REINO. 3ª. PARTE. Capítulo 2


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Los propósitos de don Alfonso, al que ya denominaban el Monje, eran muy sensatos, pero no calaron profundamente en su alma y pronto se olvidó de ellos y de sus promesas de fingido arrepentimiento. No tardó en rodearse de fieles a su persona y enemigos acérrimos de su hermano, que continuaron sembrando la semilla de la cizaña y la discordia en su corazón. El rey monje recibía en su celda a toda esa caterva de felones o, incluso, se permitía el lujo de pasear con ellos por el claustro del monasterio, donde tramaban toda serie de insidias contra don Ramiro.
Majestad, debéis reconsiderar vuestra decisión. Vuestro hermano no es más que un déspota que sólo piensa en el poder y en llenar sus arcas con nuestros impuestos. Cada día grava más todos los productos de primera necesidad y nos resulta más asfixiante el vivir. Deberíais tomar de nuevo las riendas del poder para terminar con este desafuero.
No puedo creer que mi hermano haya llegado hasta esos extremos. Si eso fuera cierto, tal vez debería intentar recuperar el trono. Pero me resisto a creer que sea verdad.
Lo es, Majestad. Vuestro hermano es insaciable en todos los aspectos.
El traidor trataba de infundir el odio y la animadversión contra don Ramiro en el corazón de don Alfonso. Conversaban animadamente en la zona soleada del claustro una tarde de finales de febrero. El sol estaba a punto de ocultarse en el lejano horizonte mientras los monjes iniciaban las Vísperas en la iglesia del monasterio.
No sé qué pensar. Me pones en duda. Recuerda que renuncié al trono con todas sus consecuencias y que le prometí a mi hermano que jamás lo volvería a reclamar. No puedo romper sin más mi promesa.
Claro que la podéis romper, si no es de grado será por la fuerza. Podéis contar con la ayuda de vuestros primos, Alfonso Froilaz y sus hermanos. Sé de buena fuente que están de vuestra parte y que harían lo que fuera por ayudaros. Pueden reunir un elevado número de seguidores que os prestarían su apoyo si se lo pedís.
¿No me digas?
Es cierto, Majestad. Si lo deseáis, puedo haceros llegar a alguno de sus leales servidores que os ratificarán cuanto os he dicho. También están de vuestro lado algunos de los condes castellanos. No se quieren pronunciar abiertamente por miedo a las represalias, pero sé que en caso de una sublevación, se inclinarían por Vos, Señor. Vuestro hermano no levanta demasiadas simpatías en Castilla. Los condes castellanos, sobre todo Fernando Ansúrez y Diego Muñoz, preferirían veros a Vos en el trono antes que a don Ramiro.
Tendré en cuenta todo lo que me acabas de decir, amigo mío, pero no quiero dar un paso en falso. Antes de tomar una decisión, querría estar completamente seguro de lo que aquí me has dicho.
Descuidad, Majestad. Os haré llegar emisarios de vuestros primos de Asturias y también del conde Fernando Ansúrez. Ellos darán fe de mis palabras.
El confidente de don Alfonso se retiró dejando a éste sumido en un mar de dudas y en medio de un laberinto de confusiones. ¿Sería cierto que tenía tantos apoyos? No estaba muy convencido de ello, pero ese hombre así se lo acababa de manifestar. Y si tuviera razón y fuera cierto, ¿por qué no podía volver a recuperar el trono al que tan precipitadamente había renunciado? Era lícito hacerlo, pues era su trono, pero había que obrar con precaución y cautela. Primero tenía que recibir a los emisarios de sus primos y del conde castellano. Según lo que le dijeran obraría. Había que ser prudente y tomarse las cosas con calma, pues un paso en falso podía dar al traste con sus planes. Esperaría acontecimientos.
A mediados de marzo recibió al primer emisario. Se trataba del enviado por sus primos desde Oviedo. Don Alfonso lo invitó a pasar a su celda.
¿Qué noticias me traes de mis primos?
Señor, don Alfonso Froilaz y sus hermanos están dispuestos a apoyaros ante una posible rebelión contra vuestro hermano. Han recibido una grave ofensa de parte del rey don Ramiro y están dispuestos a cualquier cosa con tal de vengarse de él.
¿Y qué ofensa ha sido ésa si puede saberse?
Los ha desposeído de todos sus honores y privilegios. Ni siquiera pueden confirmar documentos como hacían antes. Están muy dolidos, sobre todo don Alfonso, que estaba acostumbrado a gobernar como rey en toda Asturias y ahora ha sido relegado de sus funciones.
No me extraña. Conmigo hizo lo que quiso.
Señor, una sola palabra vuestra y vuestros primos se unirán a Vos para derrocar a ese traidor.
Lo pensaré bien. Si decido algo, ya se lo haré saber.
Gracias, Señor. Quedad con Dios.
Don Alfonso meditaba las palabras del emisario de sus primos. «Así que me apoyan por despecho», pensaba. «Con mi hermano no les valen tretas ni subterfugios. Por lo que se ve, los ha puesto firmes. No les está mal. De todas maneras, a mí me vendrá muy bien su colaboración. No puedo desperdiciar su enemistad con Ramiro». Unas campanadas lo sacaron de sus pensamientos. Llamaban al refectorio. Era la hora de la colación del mediodía. Don Alfonso algunas veces se hacía llevar la comida a su celda, pero normalmente acudía al refectorio con toda la comunidad. Era una manera de no distanciarse demasiado de ellos, pues en la práctica había tomado sus hábitos y no era muy ejemplar disonar continuamente. También había que guardar las formas de vez en cuando. Estaba dispensado de la mayor parte de los oficios divinos y de todos los trabajos manuales, pero no convenía distanciarse de todos sus pasos. Por eso asistía a misa por las mañanas, a la colación del mediodía y al rosario y posterior cena por las noches. Era lo menos que podía hacer para no discrepar demasiado. Por su parte, la comunidad agradecía satisfecha aquellos gestos de buena voluntad del exmonarca y se sentía orgullosa de tenerlo entre ellos.
Una semana más tarde de haber recibido al emisario de sus primos, llegó al monasterio un confidente de don Fernando Ansúrez. Don Alfonso lo recibió, como al anterior, en su celda para que no trascendiera el contenido de su conversación entre los religiosos.
Majestad, el conde don Fernando está totalmente de vuestra parte. Cuando conoció vuestras intenciones de rebelaros contra vuestro hermano, no dudó un momento en apoyaros con todos los medios a su alcance. Desde que vuestro hermano llegó al trono no ha recibido más que desprecios por su parte. Está deseoso de que Vos volváis a regir los destinos de este reino.
Bien, dile al conde que agradezco su ofrecimiento y que lo tendré muy en cuenta si decido enfrentarme a mi hermano.
Pero ¿todavía no os habéis decidido, Señor?
Aún no. Tengo que madurar bien mi plan antes de hacerlo. Pero dile al conde que será informado puntualmente cuando decida ponerlo en práctica.
Así lo haré, Señor.
Don Alfonso recapacitó de nuevo sobre los planes que debía seguir si no quería dar un paso en falso como la vez anterior. Había que atar los cabos bien atados. Tenía que esperar que su hermano diera un paso en falso o se decidiera a hacer una aceifa contra los moros. Pediría a sus espías y colaboradores que lo tuvieran permanentemente informado de los movimientos de su hermano. Así podría dar el golpe en el momento oportuno.

A principios de abril del año 932 don Ramiro había reunido un gran número de tropas en la plaza de Zamora. Pretendía auxiliar la ciudad de Toledo que había sido sitiada por las tropas sarracenas. Sus huestes estaban a punto de salir para la ciudad imperial cuando recibió la noticia de la sublevación de su hermano don Alfonso. Éste había abandonado el monasterio de Sahagún al enterarse de que don Ramiro estaba concentrando un ejército en Zamora para atacar a los musulmanes en Toledo. Era el momento propicio. Apoyado por sus primos Alfonso, Ordoño y Ramiro Froilaz y reforzado con las huestes de don Fernando Ansúrez y Diego Muñoz, decidió abandonar el monasterio para dirigirse a León, donde lo esperaban las fuerzas que habían destacado allí sus primos. Todo se desarrollaba según el plan previsto. En las llanuras leonesas mataron a cuantos se opusieron a sus planes. Poco después de su llegada a León, el rey monje se hizo con el palacio real, no sin antes enfrentarse a la guardia de palacio que trató de defenderlo hasta su muerte. El rebelde ordenó expulsar del palacio a la reina Adosinda y los infantes. No quería que nada relacionado con su hermano le hiciera sombra. Después dio orden de que vigilaran bien las puertas de la ciudad y se atrincheraran en sus murallas ante un posible ataque de don Ramiro. Entretanto esperarían los refuerzos del conde castellano.
Don Ramiro, por su parte, al conocer la rebelión de su hermano, mandó un destacamento a socorrer la ciudad de Toledo y regresó con el grueso de sus tropas a León donde se enfrentó a los rebeldes. La victoria no tardó en decantarse a su favor, dada la superioridad de su ejército. Desbaratadas las fuerzas rebeldes, don Ramiro hizo prisionero a don Alfonso. Más tarde se trasladaría a Asturias donde detendría a sus primos también.
Majestad, ¿qué hacemos con vuestro hermano?
Encerradlo en las mazmorras de palacio. Ya decidiremos qué hacer con él. Por cierto, ¿habéis localizado a mi esposa y a mis hijos?
Todavía no, Majestad, pero estamos en ello.
Redoblad su búsqueda. Quiero tenerlos a mi lado cuanto antes.
Sí, Señor.
Dos horas más tarde una patrulla de la guardia personal del rey llegaba a palacio con la reina y los infantes. Éstos se habían refugiado en casa de uno de los principales magnates de León cuando fueron expulsados de palacio. La demora en su localización se debió a que la población civil de la ciudad se encerró en sus casas a cal y canto mientras se sucedían los enfrentamientos entre ambos bandos. Hasta bien transcurridas dos o tres horas de la derrota de los rebeldes nadie se atrevió a abrir las puertas de sus casas. Tanto era el miedo que los sobrecogía. Cuando ya parecía que todo se había normalizado, comenzaron a asomarse a las puertas y ventanas de sus viviendas los más osados. Poco a poco su ejemplo fue seguido por todos los habitantes de la ciudad. Fue entonces cuando el magnate se enteró que la guardia real estaba buscando a la reina y los infantes. Las emociones que se produjeron en el reencuentro del rey con los suyos fueron indescriptibles. Los abrazos y las lágrimas de alegría se prodigaron por un buen espacio de tiempo.
Gracias a Dios que estáis a salvo. Temí por vuestra vida.
Ya veis que no ha sido así, Señor. Gracias a Suintila hemos podido salvarnos. No debéis olvidar este favor.
Nos ocuparemos de eso más adelante, Señora. Ahora lo importante es que todos estáis a salvo.
La reina y los infantes volvieron a la normalidad de palacio, mientras el rey se ocupaba de los asuntos más urgentes. De momento quería esclarecer quiénes estaban detrás de la rebelión. El rey ordenó al capitán de la guardia real que interrogara a su hermano por ser el máximo responsable de la rebelión. Lo trasladaron desde las mazmorras del palacio a la sala de interrogatorios.
Por vuestro bien, Señor, decidnos quién más estaba confabulado con Vos.
No hay nadie más. Yo solo soy el responsable.
Vamos, Señor, no pensaréis que nos vamos a creer eso. ¿Y vuestros primos? ¿No me diréis que no os han ayudado?
Ellos no tienen culpa ninguna. El único responsable soy yo.
Claro. Ellos son unos angelitos caídos del cielo, ¿no? De todas maneras, no os estoy preguntando por ellos, que está bien claro que forman parte de la trama, sino por cualquier otro que pudiera haber participado y aún no lo hemos detenido.
Te repito que no hay nadie más. Yo soy el único responsable.
Bien, podéis iros. Ya averiguaremos quiénes están detrás de todo esto.
Don Alfonso fue sometido a varios interrogatorios durante los días que sucedieron a su detención. Por orden expresa de don Ramiro, no recibió tormento en ninguno de esos interrogatorios. El rey quería conocer toda la verdad, pero no estaba dispuesto a aplicar a miembros de su propia sangre los terribles tormentos que se empleaban en aquella época para conseguir la confesión de los condenados. Al cabo de varios días de interrogatorios, ordenó que lo trasladaran al monasterio de Ruiforco.
Majestad, el prisionero se niega a delatar a otros posibles conspiradores. ¿Qué desea que hagamos con él?
Lleváoslo al monasterio de Ruiforco, pero cegadlo antes. No quiero que vuelva a darme más problemas en el futuro. Sin vista poco podrá conspirar contra mí y podré dedicar todo mi tiempo a empresas más edificantes para el reino.
Sí, Señor. Vuestras órdenes serán cumplidas.
El prisionero fue conducido al monasterio de San Julián y Santa Basilisa de Ruiforco en la ribera del Torío, a escasas leguas de León. Allí permaneció encerrado hasta su muerte, que no se demoró mucho.
Después de su detención en Asturias, los primos de don Ramiro fueron desorbitados y encerrados también en el monasterio de Ruiforco, junto a don Alfonso. Los hermanos Froilaz fallecieron aquel mismo año. Don Alfonso el Monje lo hizo al año siguiente, olvidado de todos, hasta de su propio hijo. Sus restos fueron enterrados en el monasterio de Ruiforco al lado de los de su esposa doña Oneca.

Sofocada la rebelión capitaneada por su hermano, Ramiro II quiso continuar el proceso de conquista por tierras andalusíes. Para ello puso cerco a la fortaleza omeya de Margerit (Madrid), que acabó conquistando, pero las fuerzas de Abd al-Rahman III ya se habían adueñado de todas las plazas de la margen derecha del Tajo, por lo que las tropas de don Ramiro se vieron obligadas a regresar a León con numerosos prisioneros y un gran botín.
De vuelta en León, trató de poner orden en sus asuntos domésticos. Su matrimonio con doña Adosinda Gutiérrez no era bien visto por la Iglesia, ya que ambos cónyuges eran primos carnales. Por eso se vio obligado a repudiarla a pesar de haber tenido con ella tres hijos: Bermudo, Teresa y Ordoño. Ese mismo año contrajo nuevas nupcias con Urraca Sánchez, hija de Sancho Garcés de Pamplona y de Toda Aznar. Así, pues, podemos considerar el 932 como el año de la estabilidad política y familiar de don Ramiro. A partir de esa fecha se producirá un largo y fructífero reinado del tercer hijo de Ordoño II, que ya desde su infancia y juventud se destacó por sus aptitudes bélicas, creando en torno a sí una imagen y aureola de caudillo militar inteligente y audaz. Los próximos capítulos nos revelarán cómo fue ese reinado.


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