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Finalizada la batalla de
Simancas, el rey leonés decidió reordenar el dominio de las tierras
del Duero. El cáncer castellano hacía muchos años que amenazaba al
reino de León. Las ansias de autogobierno e independencia de los
castellanos venían de muy lejos. Ya en tiempos de Alfonso III el
Magno hubo algún
conato de rebeldía. No olvidemos la probable traición de don Diego
Rodríguez Porcelos,
primo del propio
don Alfonso, y posteriormente los intentos que hubo durante el
reinado de Ordoño II y las insubordinaciones a su autoridad. Estas
maquinaciones volvieron a resurgir en los primeros años del reinado
de Ramiro II, en los apoyos que algunos condes castellanos dieron a
su hermano Alfonso IV para que recuperara el poder. Las heridas nunca
se habían cicatrizado del todo y la animadversión de los condes
castellanos hacia su rey y señor nunca había desaparecido. Siempre
quisieron considerarlo como primus
inter pares, pero
no superior a ellos. La autoridad del rey era cuestionada más de una
vez, mientras que los condes en sus territorios se sentían dueños y
señores con poder absoluto por encima del poder real. Como esta
autonomía e independencia iba en aumento, don Ramiro quiso poner
freno a sus ambiciones sin límite.
En la primavera del año 940,
transcurridos poco más de seis meses del glorioso triunfo de
Simancas, el rey don Ramiro llamó a su palacio a Ansur Fernández,
que acudió solícito a su llamada. El monarca quería premiarle su
destacada y valiente proeza en la gloriosa batalla. Pero también
quería frenar las aspiraciones secesionistas de Fernán González y
de Diego Muñoz, que no paraban de conspirar contra él y contra la
unidad del reino.
—Os he mandado llamar,
Ansur, para recompensaros por la gran gesta que llevasteis a cabo en
la batalla de Simancas. Vuestro valor y denuedo fueron decisivos en
nuestro triunfo. Vuestras huestes supieron estar siempre en el lugar
adecuado para infligir el máximo castigo al enemigo. Sin vuestra
inestimable ayuda nos hubiera sido mucho más difícil obtener la
victoria final. Por todo ello os hago entrega del condado de Monzón
que he creado al efecto.
—Os agradezco, Señor,
vuestra magnanimidad, pero creo que no soy digno de tanta merced. En
la batalla cumplí con mi deber como los demás y no creo que mis
hazañas sean superiores a las del resto. Señor, deberíais
reconsiderar vuestro ofrecimiento, pues no sé si me lo merezco.
—No
seáis tan humilde, Ansur. Claro que os lo merecéis y nunca me
arrepentiré de haberos galardonado vuestra gesta con este premio.
—De
nuevo os doy las gracias, Señor. Pero, a todo esto, ¿dónde se
halla el condado de Monzón?
—¡Ah, mi buen amigo! Ya os
he dicho que es de nueva creación. Ahora os lo describiré. El
condado de Monzón se ubicará entre los condados de Castilla y de
Saldaña. Por su parte oriental, el límite con el condado de
Castilla será el río Arlanza y rebasado éste, incluirá Peñafiel
y Sacramenia. Por el norte llegará hasta la confluencia de Liébana
con las Asturias de Santillana. Por el sur, hasta los límites con el
al-Ándalus. Por el oeste sus fronteras las constituirán las
poblaciones de Tudela, Cabezón, Villamartín, Grijota, Pajares,
Frómista, Osorno, Mudá y Ojeda. Su capital será Monzón.
El conde Ansur se quedó
atónito al oír la descripción que el rey acababa de darle del
nuevo condado.
—Majestad, estoy realmente
confundido con la merced que me otorgáis.
—No seáis tan modesto,
Ansur. Os merecéis eso y mucho más por vuestro valor y vuestra
lealtad.
—Señor, mucho me temo que
Fernán González y Diego Muñoz se sientan molestos por esta merced
que me concedéis.
—No os preocupéis por
Fernán González y Diego Muñoz. De ellos ya me ocuparé yo. Ahora
lo que necesitáis es instalaros en vuestro condado y para ello aquí
tenéis el título de propiedad.
El conde Ansur Fernández
postró su rodilla en tierra y besó la mano del monarca, mientras
éste le ofrecía el diploma que contenía el título de conde de
Monzón.
—Señor, repito que no sé
cómo agradeceros esta gran merced.
—Con vuestra lealtad, Ansur.
Solamente con vuestra lealtad. Y ahora podéis retiraros a vuestros
nuevos dominios para proceder a su repoblación.
El
condado de Monzón así descrito constituía una cuña más o menos
triangular, cuya base se asentaba sobre el límite con el al-Ándalus
y su vértice se incrustaba en los agrestes picos de la cordillera
Cantábrica. Venía a intercalarse de norte a sur entre los condados
de Castilla por el este y Saldaña por el oeste. De esta manera, don
Ramiro conseguía poner límites a la expansión de ambos condados y
rompía la contigüidad de sus territorios. No cabe duda que su poder
quedaba considerablemente mermado con la creación del nuevo señorío.
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