jueves, 9 de mayo de 2019

LOS AVATARES DE UN REINO. 3ª. PARTE. Capítulo 7



                                                                 7


Finalizada la batalla de Simancas, el rey leonés decidió reordenar el dominio de las tierras del Duero. El cáncer castellano hacía muchos años que amenazaba al reino de León. Las ansias de autogobierno e independencia de los castellanos venían de muy lejos. Ya en tiempos de Alfonso III el Magno hubo algún conato de rebeldía. No olvidemos la probable traición de don Diego Rodríguez Porcelos, primo del propio don Alfonso, y posteriormente los intentos que hubo durante el reinado de Ordoño II y las insubordinaciones a su autoridad. Estas maquinaciones volvieron a resurgir en los primeros años del reinado de Ramiro II, en los apoyos que algunos condes castellanos dieron a su hermano Alfonso IV para que recuperara el poder. Las heridas nunca se habían cicatrizado del todo y la animadversión de los condes castellanos hacia su rey y señor nunca había desaparecido. Siempre quisieron considerarlo como primus inter pares, pero no superior a ellos. La autoridad del rey era cuestionada más de una vez, mientras que los condes en sus territorios se sentían dueños y señores con poder absoluto por encima del poder real. Como esta autonomía e independencia iba en aumento, don Ramiro quiso poner freno a sus ambiciones sin límite.
En la primavera del año 940, transcurridos poco más de seis meses del glorioso triunfo de Simancas, el rey don Ramiro llamó a su palacio a Ansur Fernández, que acudió solícito a su llamada. El monarca quería premiarle su destacada y valiente proeza en la gloriosa batalla. Pero también quería frenar las aspiraciones secesionistas de Fernán González y de Diego Muñoz, que no paraban de conspirar contra él y contra la unidad del reino.
Os he mandado llamar, Ansur, para recompensaros por la gran gesta que llevasteis a cabo en la batalla de Simancas. Vuestro valor y denuedo fueron decisivos en nuestro triunfo. Vuestras huestes supieron estar siempre en el lugar adecuado para infligir el máximo castigo al enemigo. Sin vuestra inestimable ayuda nos hubiera sido mucho más difícil obtener la victoria final. Por todo ello os hago entrega del condado de Monzón que he creado al efecto.
Os agradezco, Señor, vuestra magnanimidad, pero creo que no soy digno de tanta merced. En la batalla cumplí con mi deber como los demás y no creo que mis hazañas sean superiores a las del resto. Señor, deberíais reconsiderar vuestro ofrecimiento, pues no sé si me lo merezco.
—No seáis tan humilde, Ansur. Claro que os lo merecéis y nunca me arrepentiré de haberos galardonado vuestra gesta con este premio.
—De nuevo os doy las gracias, Señor. Pero, a todo esto, ¿dónde se halla el condado de Monzón?
¡Ah, mi buen amigo! Ya os he dicho que es de nueva creación. Ahora os lo describiré. El condado de Monzón se ubicará entre los condados de Castilla y de Saldaña. Por su parte oriental, el límite con el condado de Castilla será el río Arlanza y rebasado éste, incluirá Peñafiel y Sacramenia. Por el norte llegará hasta la confluencia de Liébana con las Asturias de Santillana. Por el sur, hasta los límites con el al-Ándalus. Por el oeste sus fronteras las constituirán las poblaciones de Tudela, Cabezón, Villamartín, Grijota, Pajares, Frómista, Osorno, Mudá y Ojeda. Su capital será Monzón.
El conde Ansur se quedó atónito al oír la descripción que el rey acababa de darle del nuevo condado.
Majestad, estoy realmente confundido con la merced que me otorgáis.
No seáis tan modesto, Ansur. Os merecéis eso y mucho más por vuestro valor y vuestra lealtad.
Señor, mucho me temo que Fernán González y Diego Muñoz se sientan molestos por esta merced que me concedéis.
No os preocupéis por Fernán González y Diego Muñoz. De ellos ya me ocuparé yo. Ahora lo que necesitáis es instalaros en vuestro condado y para ello aquí tenéis el título de propiedad.
El conde Ansur Fernández postró su rodilla en tierra y besó la mano del monarca, mientras éste le ofrecía el diploma que contenía el título de conde de Monzón.
Señor, repito que no sé cómo agradeceros esta gran merced.
Con vuestra lealtad, Ansur. Solamente con vuestra lealtad. Y ahora podéis retiraros a vuestros nuevos dominios para proceder a su repoblación.
El condado de Monzón así descrito constituía una cuña más o menos triangular, cuya base se asentaba sobre el límite con el al-Ándalus y su vértice se incrustaba en los agrestes picos de la cordillera Cantábrica. Venía a intercalarse de norte a sur entre los condados de Castilla por el este y Saldaña por el oeste. De esta manera, don Ramiro conseguía poner límites a la expansión de ambos condados y rompía la contigüidad de sus territorios. No cabe duda que su poder quedaba considerablemente mermado con la creación del nuevo señorío.

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