jueves, 9 de mayo de 2019

LOS AVATARES DE UN REINO. 2ª. PARTE. Capítulo 7


7


Entronizado Ordoño II como nuevo rey de León, no demoró la reanudación de sus campañas militares contra el islam. El segundogénito de Alfonso III el Magno había heredado de éste no sólo su denuedo, sino también la idea imperial de convertir a León en el primer reino de España y la reconquista de todo el territorio peninsular que aún permanecía en manos de los moros. Para ello no dudaría en aliarse con el rey de Pamplona, que era el otro reino cristiano peninsular capaz de enfrentarse a las hordas islamistas. Unificados de nuevo en su persona los reinos de León y de Galicia y totalmente subordinado a él el reino de Asturias, puesto que Fruela II se había declarado súbdito suyo y se había puesto a su entera disposición, Ordoño II no dudó un instante en considerarse adalid de las tropas cristianas y de la unificación de España. Por eso, apenas transcurridos seis meses desde su nombramiento, emprendió una marcha que lo llevaría hasta tierras de Extremadura, remedando tal vez la que ya hiciera poco después de la muerte de su padre.
Celebrados los ritos ancestrales al astro rey a través de las hogueras de la noche de San Juan y rendido homenaje al que se atrevió a bautizar al Hijo de Dios en las aguas del Jordán, Ordoño II salió con sus tropas de la ciudad de León camino de Zamora. No tardó en vadear el río Bernesga poco antes de su unión con el Torío para seguir aguas abajo por su margen derecha hasta su desembocadura en el Esla. Aquel primer día acamparon a la altura de Coyanza, aunque no en ella por estar situada en la margen izquierda del caudaloso río.
La segunda etapa discurrió a través de la fértil vega que se extiende por la margen derecha del Esla. El sol en aquellos primeros días estivales ya se dejaba sentir, pero las refrescantes y cristalinas aguas del majestuoso río dulcificaban sus rigores. A la caída de la tarde, el gran número de valientes que seguían a su adalid hizo su entrada en la ciudad de Benavente, antigua Brigaecium, donde acamparían aquella noche.
Al día siguiente de madrugada, cuando todavía no había salido el sol, abandonaron Benavente para tomar la Vía de la Plata, que los conduciría hasta Extremadura a través de la antigua calzada romana que unía Emérita Augusta con Astúrica Augusta. No tardaron en dejar atrás el río Órbigo poco antes de verter sus aguas al Esla. Un nuevo y caluroso día se ofrecía a los intrépidos soldados que seguían dócilmente a su jefe. Las huestes de don Ordoño continuaron su avance por la margen derecha del Esla. Al mediodía decidieron tomar un respiro a orillas del Tera, último de los afluentes mayores del gran Ástura. En torno a un centenar de kilómetros más abajo el caudaloso Esla unirá sus aguas a las del Duero, que lo recibirá con los brazos abiertos, pues gracias a él reduplicará con creces su caudal. Ya noche cerrada, don Ordoño hacía su entrada triunfal en la ciudad de Zamora.
En las dos etapas siguientes recorrieron el trayecto que va desde Zamora hasta Salamanca. El primer día llegaron al lugar que posiblemente ocupó la antigua ciudad romana de Sabaria. Reemprendieron la marcha antes del alba. Cuando ya declinaba el sol en el lejano horizonte y las primeras sombras del anochecer difuminaban el horizonte por el saliente, las huestes de don Ordoño aposentaron sus reales en la margen derecha del Tormes junto al gran puente romano. Aún tuvo tiempo Ordoño II de contemplar los catorce arcos de medio punto que lo conformaban antes de que la oscuridad vespertina los borrara de su vista.
Cuando la aurora comenzó a desperezarse, las tropas cristianas ya habían dejado atrás el puente romano de la capital salmantina. No tardaron en abandonar la ciudad, pues tenían por delante una larga etapa que los llevaría hasta Béjar donde acamparían para pasar una nueva noche.
Las primeras luces del alba hallaron a las huestes de don Ordoño en el incio del ascenso al puerto de Béjar. El día prometía ser caluroso, lo que vino a dificultar aún más el lento ascenso hacia la cumbre de la Sierra de Béjar. Cuando ya estaban próximos a la cima, un negro nubarrón cubrió por completo la cumbre de la montaña seguido de un fuerte vendaval. Minutos más tarde se desencadenó una violenta tormenta con abundantes aguaceros acompañados de rayos y truenos. El avance de las tropas se hacía cada vez más penoso. A media tarde, cuando ya descendían por la vertiente sur de la montaña, amainó la tormenta, las nubes se rompieron en mil pedazos y de nuevo brilló el sol que llenó el paisaje de gran variedad de matices y colores. Los hombres, cansados y calados hasta los huesos, llegaron a Baños de Montemayor a la caída de la tarde.
Con el nuevo amanecer iniciaron el descenso por la vega del Ambroz, que los siguió a su derecha durante un trecho antes de verter sus aguas al Alagón. El ejército de don Ordoño abandonó pronto su curso para dirigirse hacia la confluencia del Jerte con el arroyo Nieblas, lugar que hoy ocupa la ciudad de Plasencia. Desde allí alcanzaría Cáceres donde se detuvo dos días completos para trazar un plan de ataque contra los musulmanes. Su objetivo final era Mérida y sus dominios, por lo que decidió asaltar antes otras plazas para atemorizar al gobernador de la ciudad. Así, al tercer día de su llegada a Cáceres, partió al amanecer de esta ciudad hacia Medellín. Caminaron durante todo el día por las extensas planicies de Cáceres y de la vega del Guadiana. Al anochecer llegaron a dar vista al puente que atravesaba el cauce del río y los dejaba a las puertas de la ciudad. Cuando llegaron las primeras luces del alba, las tropas de don Ordoño ya habían cercado la fortaleza que se erigía en lo alto del cerro que domina la población. Pocas horas necesitaron para rendirla.
Dominado Medellín, Ordoño II decide atacar el Castillo de la Culebra. Después de un nuevo día de marcha por la vega del Guadiana, sus huestes llegaron a las proximidades de Alange con las primeras sombras de la noche, momento que aprovecharon para descansar y reponer sus fuerzas. Mucho antes de la salida del alba don Ordoño ya se hallaba en pie presto para la batalla. Inmediatamente mandó llamar a su lugarteniente.
¿Me querías ver, Ordoño?
Sí, Gutierre, tenemos que hablar.
Don Gutierre pasó al interior de la tienda de su cuñado.
Bien, tú dirás.
Vamos a atacar el Castillo de la Culebra. La fortaleza se halla situada en lo más alto del cerro que llaman de la Culebra, de ahí su nombre. Vas a ordenar a los jefes de los distintos batallones que sitúen a todos los caballeros y una parte de la infantería alrededor del cerro y por su falda, cercándolo por completo en todo su perímetro. El resto de hombres a pie y los arqueros ascenderán hasta las proximidades del puente del castillo, desde donde harán frente a los defensores de la fortaleza. Cuando las fuerzas de éstos sean diezmadas, nuestros soldados escalarán las murallas mientras un grupo de ellos tratará de derribar la puerta. ¿Me has comprendido?
Sí, Ordoño. Sólo quiero hacerte una pregunta. ¿La caballería no va a atacar?
De momento no. Dado lo escarpado de la montaña, no sería muy efectivo un ataque de la caballería. Muchos de sus animales se despeñarían pendiente abajo. Además, serían un blanco fácil para los defensores del castillo. Si se hace necesaria su intervención, ya decidiré el momento más oportuno. Por ahora es mejor que se dejen ver alrededor de toda la montaña para infundir pánico a la guarnición de la fortaleza.
Entendido.
Ahora date prisa. Antes de amanecer nuestros hombres deberían estar en sus puestos para sorprender a los del castillo.
Se hará como ordenas.
Cuando las primeras luces de la mañana despuntaban por oriente, los aguerridos guerreros cristianos ya ocupaban por completo todo el Cerro de la Culebra. Los centinelas del castillo al descubrir aquel despliegue militar por todo el contorno de la montaña no podían dar crédito a lo que veían. Atónitos ante aquel espectáculo, les faltó tiempo para hacérselo saber a sus superiores. Al instante sus almenas se vieron repletas de sarracenos dispuestos a defender la fortaleza. El combate no se hizo esperar. Los arqueros cristianos lanzaron una lluvia de flechas sobre el castillo. Desde lo alto del mismo respondieron con otra andanada de flechas y todo tipo de objetos contundentes que tenían a su alcance y podían lanzar contra el enemigo. La lucha entre ambos bandos se encarnizó por espacio de más de una hora, pero las fuerzas defensoras eran muy inferiores a las atacantes. Éstos comenzaron a trepar por las murallas del castillo a través de las cuerdas y escalas que portaban. Desde las almenas les lanzaban piedras, agua y aceite hirviendo, o les derribaban las escalas cuando ya estaban a punto de alcanzar su objetivo. Todo era válido con tal de defender la fortaleza, pero todo fue en vano. Poco a poco los cristianos consiguieron llegar a las almenas. Allí la lucha se recrudecía, pero cada vez eran más los leoneses que lograban penetrar en el castillo. Uno de ellos consiguió llegar hasta la puerta principal y abrirla para que pudieran entrar los que forcejeaban desde fuera por derribarla. Franqueada la puerta del castillo, una avalancha de soldados de Ordoño II se precipitó en él y en un instante acabó con los sarracenos que aún resistían. Una vez sometidos los pocos ocupantes que quedaban, el rey dio a sus hombres la orden de retirada. Con esta nueva victoria pretendía dar un golpe de efecto sobre el gobernador de Mérida.
Al día siguiente de la conquista del Castillo de Alange, las huestes de don Ordoño se asentaron en las inmediaciones de Mérida. Tanto el gobernador de esta ciudad como el de Badajoz, en vista de las recientes victorias logradas por el rey leonés, se sometieron al mismo en todo lo que éste les exigió. Ordoño II regresó a León con un fastuoso botín y con gran número de cautivos. El monarca leonés acababa de escribir con letras de oro una nueva y gloriosa página de su historia.
Ante esta gesta y como gratitud por las últimas victorias conseguidas, nada más llegar a León don Ordoño donó parte de su palacio para construir una nueva catedral en honor de la Virgen María, que vendría a sustituir la vieja basílica que ya existía en aquel lugar. El nuevo templo se erigió una vez más sobre las antiguas termas romanas de la Legio VII Gemina.

            © Julio Noel. 

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