jueves, 9 de mayo de 2019

LOS AVATARES DE UN REINO. 1ª. PARTE. Capítulo 31


                                                                 31


El primer lustro del siglo X se caracterizó por los continuos ataques de Alfonso III el Magno a los Banu Qasi y a sus dominios de Zaragoza y tierras riojanas. De nuevo el monarca asturleonés vuelve a ocupar el castillo de Grañón, pero los avances de los zaragozanos en tierras de La Rioja y Álava obligaron a don Alfonso a replegarse en su reino y abandonar por segunda vez la plaza riojana recién conquistada. Esto hizo que sus relaciones con el rey de Navarra comenzaran a enfriarse y que concentrara todos sus esfuerzos de reconquista en el valle de Duero. Para entonces ya había trasladado, de hecho, la corte a León, ciudad en la que residía la mayor parte del año junto con la de Zamora. Desde ambas podía dirigir con mayor efectividad las campañas contra el imperio árabe del sur.
Por aquel entonces finalizaron los trabajos de restauración del monasterio de San Facundo y San Primitivo que el propio rey había sufragado y que había mandado realizar pocos años antes. Recordemos que este monasterio había sido destruido en el año 883 por al-Mundhir en su fallido intento de atacar a León y que el rey don Alfonso se había comprometido a restaurarlo en su primigenio esplendor.
El 22 de octubre del año 904 se reunieron en el monasterio de San Facundo y San Primitivo los reyes y todos sus hijos para celebrar su restauración. Era un día gris de otoño. La lluvia caía suave pero insistentemente sobre la vega del Cea y todo el valle del Duero. El día era triste y desapacible. Ni un rayo de sol atravesaba las espesas nubes, pero el interior del templo brillaba como un lucero. Dom Alonso había dado órdenes para que no quedara un solo rincón de la iglesia en el que no ardiera algún candelabro o alguna vela. El altar mayor deslumbraba por su esplendor. En el lado del Evangelio habían instalado el palco real donde se situaron los reyes y sus hijos. Frente a las gradas y en los primeros escaños, tomaron asiento varios condes y muchos representantes de la aristocracia del reino.
La misa fue concelebrada por el abad dom Alonso junto con los obispos de León y Zamora, monseñor Froilán y monseñor Atilano, respectivamente, que años atrás habían formado parte de la comunidad benedictina del monasterio. Leída la Epístola, tomó la palabra el rey.
Dom Alonso, hoy es un día memorable para mí. Hace muchos años que os prometí la restauración de este monasterio tras su devastación por las tropas de al-Mundhir. Esa promesa la he tenido desde entonces siempre presente en mi cabeza y en mi corazón. Han sido muchos los momentos en que he deseado realizar la promesa que os hice un día, pero siempre ha surgido algún problema que me ha impedido llevarla a cabo. Al fin hemos podido cumplir lo prometido. Hoy es, por tanto, un gran día para mí. Como muestra de ello, os hago entrega de la villa de Calzada. Tendréis entera autoridad y jurisdicción sobre todos sus bienes y habitantes, que quedarán obligados a realizar cuantos servicios y trabajos les ordenéis para vos y para el monasterio, tanto ahora como en el futuro. Como prueba de ello, os extenderemos una cédula de donación firmada por mí y por todos mis hijos.
Un murmullo se extendió a lo largo y ancho de todo el templo. A continuación habló el abad del monasterio.
Señor, no sé cómo agradeceros la magnificencia que siempre habéis mostrado conmigo y con este monasterio. Desde el primer día que puse los pies en esta tierra habéis sido generoso conmigo. Ya me ayudasteis con esplendidez en su fundación y ahora habéis contribuido con magnanimidad a su restauración. Si no hubiera sido por vuestra munificencia, jamás se hubieran podido erigir estos muros que hoy nos cobijan. Por si eso no fuera suficiente, ahora nos acabáis de hacer donación de Calzada con todos sus habitantes y bienes. Señor, os estamos eternamente agradecidos por las mercedes que nos habéis hecho.
Esas mercedes con ser muchas no son todas las que yo hubiera deseado haceros. Aquí se hallan y custodian las reliquias de los dos santos que más venero. Gracias a su invocación he logrado muchas y grandes victorias. Por tanto, todo lo que he donado a este monasterio es poco comparado con los beneficios que he obtenido de sus santos patronos, San Facundo y San Primitivo. Por otra parte, vos y vuestro monasterio habéis hecho y estáis haciendo una gran labor de repoblación y consolidación de estas tierras y sus gentes. Aparte, la instrucción intelectual y moral que habéis impartido a un gran número de jóvenes es encomiable. Vos mismo habéis instruido a mi hijo García en todas las ramas del saber y le habéis dado la sólida formación que posee. Soy yo quien os debe dar las gracias a vos y no vos a mí. Por eso os anticipo que no será ésta la última gracia que os conceda.
Repito, Majestad, que no sé cómo agradecéroslo. Por eso vamos a continuar con la celebración de la Eucaristía para agradecer con ella al Señor tantos bienes recibidos.
Después de la celebración religiosa, la familia real junto con la nobleza, aristócratas y clero se reunieron en el refectorio del monasterio para cerrar con un banquete los actos del día. Don Munio Núñez no tuvo ningún problema para ocupar un asiento al lado de su yerno. La familia real, como de costumbre, trataba de dejar un poco al margen al primogénito del rey, don García. En un lugar un poco alejado de los reyes y de sus hijos, don Munio, rodeado de los suyos, pudo departir con entera libertad con su yerno.
Veo que las relaciones con vuestro padre siguen en el mismo punto muerto donde estaban.
Más que seguir en el mismo punto yo diría que han retrocedido. Mi padre siempre me ha despreciado y no va a cambiar ahora que se encuentra en los últimos años de su vida.
Entonces, ¿seguís pensando que no vais a heredar el reino?
Por supuesto. Mi padre no deja sin el reino, o una buena parte del mismo, a su predilecto. De eso podéis estar bien seguro. Lo más probable es que divida el reino entre todos.
¿Y os vais a quedar tan tranquilo?
No, pero, ¿qué puedo hacer?
Rebelaros contra él.
Don García se quedó pensando en las palabras de su suegro. Alguna vez había pasado por su mente una idea semejante, pero siempre la había desechado por absurda. Él no podía rebelarse contra su padre. Era su progenitor y, además, era el rey. ¿Qué derecho tenía él a interponerse contra las decisiones de su padre? Pero, si lo pensaba bien, él era el primogénito. Por tanto, tenía derecho a heredar el reino entero. ¿Acaso no lo había heredado su progenitor de su padre y había desheredado a todos sus hermanos por tratar de rebelarse contra él? Entonces, ¿por qué no podía hacer él lo mismo y heredar todo el reino como le correspondía por ser el primogénito? La idea no era tan descabellada.
Bien, ¿qué decís?
No lo sé, Munio. Tengo que pensarlo.
Pues no os demoréis mucho, porque puede ser demasiado tarde. Vuestro padre, aunque se ve todavía fuerte y valiente, ya es mayor y cualquier día puede daros un susto. Estas cosas cuanto antes se hagan mejor.
No os falta razón, pero hay otro inconveniente.
¿Cuál?
Debería contar con mis hermanos Ordoño y Fruela. Ellos gobiernan Galicia y Asturias, respectivamente. Si me rebelo contra mi padre y ellos están a favor de él, tengo todas las de perder. Antes tengo que asegurarme su confianza y su lealtad.
Don Munio movió dubitativamente la cabeza. No confiaba mucho en la lealtad de los infantes. Máxime cuando don Ordoño gozaba de todos los favores del rey.
Yo no me fiaría mucho de vuestros hermanos, pero vos sabréis qué es lo que más os conviene.
Tampoco yo me fío mucho de ellos. Por eso tengo que ganarme su confianza. Si diera yo solo el paso, casi seguro que ellos se pondrían de parte de mi padre y entonces no tendría nada que hacer.
O tal vez sí y en ese caso os podríais quedar dueño del reino de León y el condado de Castilla. Galicia y Asturias de momento podríais olvidaros de ellas. Ya llegaría la ocasión de incorporarlas a vuestro reino.
Es tentador lo que me proponéis. Tendré que considerarlo seria y detenidamente.
Si algún día decidís llevarlo a cabo, contad conmigo. Para esto y para todo me tendréis siempre a vuestro lado.
Lo sé y lo tendré presente, Munio.
Don García regresó a Zamora con las palabras de su suegro zumbando en sus oídos. Era una idea descabellada, pero no del todo irrealizable. Tenía que intentar el destronamiento de su padre, pues si esperaba a que falleciera, ya sabía que como mucho iba a recibir tan sólo una parte del reino y él quería heredarlo íntegramente. La única manera de conseguirlo era deponer a su padre y ponerse él en su lugar. Pero en medio estaban sus hermanos, que no estarían dispuestos a perder lo que ya consideraban suyo. Tenía que convencerlos, lo que no sería una tarea fácil, tanto por la discreción que tendría que llevar como por el distanciamiento que había entre ellos. Pero tenía que intentarlo.

Poco después de la donación hecha anteriormente al monasterio de San Facundo y San Primitivo, el rey le donó el monasterio de San Saelices de Cea con su coto, todos los lugares comprendidos en él y todos sus moradores. Este documento también fue firmado por el rey, la reina y todos sus hijos. Pero las donaciones no quedaron ahí, pues al año siguiente el rey volvió a hacerle nuevas donaciones. Presumiblemente el abad dom Alonso muriera poco después de la ceremonia de restauración del monasterio, puesto que en las siguientes donaciones ya no consta como abad. Le sucedió en el cargo dom Recesvindo, que es quien aparece en las donaciones hechas por el rey en noviembre del 905. En esta fecha don Alfonso dona al monasterio el gran coto que lo rodea con todas sus haciendas, lugares y gentes, así como la jurisdicción omnímoda de muchos lugares e iglesias próximos al mismo. Tal es el caso de las villas de Zonio y Patricio o las iglesias de San Fructuso de Rioseco y San Pedro de Boadilla, entre otras. Con estas donaciones el rey don Alfonso dio fe de su gran magnificencia hacia el monasterio de San Facundo y San Primitivo y cumplió con las promesas que le había hecho. El monasterio, por su parte, vio considerablemente aumentados sus dominios por todos aquellos lugares y planicies de los Campos Góticos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario