jueves, 4 de abril de 2019

MEDULIO, CAUDILLO DE LOS ASTURES. Capítulo 18


                                                            


                                                                  18


Clouto llamó urgentemente a Toreno. Había observado movimientos muy sospechosos poco después de la partida de la comitiva que portaba los restos de Elaeso. Algunos hombres del entorno de Gordón se movían de un lado para otro sin motivo aparente y no hacían más que frecuentar la tienda del conspirador.
¿Qué pasa, Clouto? ¿Por qué me has mandado llamar con tanta urgencia? —le preguntó Toreno a su amigo cuando entraba en su tienda.
Toreno, me parece que Gordón trama algo. Hay mucho movimiento en su tienda y sus secuaces no hacen más que ir y venir. Seguro que están tramando algo.
Es muy probable. ¿Qué quieres que haga?
Mira, Toreno, como yo no puedo abandonar el puesto de mando y sé que no tardarán en venir por mí, te ordeno que salgas del campamento lo más sigilosamente posible y que te refugies en el poblado hasta la llegada de Medulio. Cuando regrese, lo pondrás al corriente de lo que está ocurriendo aquí, porque estoy seguro que va a suceder algo muy pronto de consecuencias impredecibles.
De acuerdo, amigo. Así lo haré.
Bien, Toreno, pues date prisa, porque en cualquier momento esa gente se va a presentar aquí y si nos encuentran a los dos, se habrá perdido toda esperanza de poder avisar a Medulio. Vete ya.
A la orden, Clouto.
Toreno abandonó la tienda de Clouto con intención de salir del campamento. Como le había advertido su amigo, tomó todas las precauciones posibles. Antes de abandonar el recinto, pudo observar, como le había vaticinado Clouto, que un grupo del círculo de Gordón con él a la cabeza se dirigía con premura a la tienda de mando. No quiso ver más. Con toda la rapidez que le permitieron sus piernas puso tierra de por medio y en pocos minutos se hallaba lejos del campamento. Se cercioró bien de que nadie lo siguiera. Poco después se refugiaba en casa de Alán, donde sabía que haría un alto la comitiva que había acompañado los restos de Elaeso a su lugar de origen.
Entretanto en el campamento ocurrían los acontecimientos que Clouto sospechó. No muy bien había abandonado Toreno la tienda de éste, cuando se presentó allí Gordón con sus esbirros. Clouto trató de oponer resistencia, pero no le sirvió de nada dada la superioridad de sus atacantes.
—¡Desarmadlo y atadlo de pies y manos! —ordenó Gordón a sus secuaces.
¿Qué es lo que os proponéis? —protestó Clouto, que se resistía a ser detenido.
¿A ti qué te parece? —le preguntó con sorna Gordón.
¡Traidor! —gritó Clouto.
Uno de los que lo sujetaba le propinó un fuerte bofetón en la cara.
¡Cierra la boca! —le conminó Gordón—. Te irá mejor. Tu momento de gloria se ha acabado, como el de tu amigo Medulio. A partir de ahora quien va a mandar aquí voy a ser yo. ¡Encerradlo! —ordenó a los que lo habían maniatado.
Antes de proceder a la detención de Clouto, los sublevados se habían hecho con el Cuerpo de Guardia del campamento. Ése era el trajín de los hombres de Gordón que Clouto había observado en los momentos que precedieron a su detención. Una vez apoderados del puesto de guardia, procedieron a su detención. Conseguidos sus objetivos, Gordón hizo reunir a todos los soldados del campamento para comunicarles los cambios producidos y que a partir de aquel momento él era el comandante en jefe. La mayoría de los presentes no aprobaba el golpe de mando, pero no tenían más opción que aceptarlo. Los habían formado para obedecer ciegamente a sus superiores y no para cuestionar sus decisiones. Así, pues, aceptaron resignadamente los hechos.
Cinco días habían transcurrido desde que Medulio y su séquito abandonaran el campamento. Cuando llegaron a casa de Alán, Toreno puso a su jefe al corriente de los hechos tan graves ocurridos en el campamento. El general ya se esperaba que algo así podría ocurrir en su ausencia, por lo que no se inmutó ante la noticia. Sencillamente se cumplió el presentimiento que él tenía.
Ya me temía que algo así podría ocurrir —comentó con asombrosa tranquilidad—. Tendremos que organizar un plan para recuperar el mando. Gordón pagará cara esta traición. Debería haberle hecho caso a Clouto y haberle parado los pies hace tiempo, pero el respeto a mi padre me impidió hacerlo. Ahora ha llegado el momento y os juro que lo va a pagar muy caro.
¿Qué puedes hacer? —insinuó Alán—. Ellos son muchos y tú no tienes más que un puñado de tu gente. Acabarán con vosotros en un abrir y cerrar de ojos.
No te preocupes, Alán, ya urdiré algún plan. De todas maneras, ellos no son tantos. Puede que sean menos que los que estamos aquí. La mayoría de los soldados está conmigo y no con él.
Entonces, ¿por qué no se han opuesto al golpe y han sometido al traidor? —replicó Alán.
Buena pregunta, querido suegro. No lo han hecho porque los soldados están formados para obedecer y no para tomar decisiones. Aunque no estén de acuerdo, obedecerán a quien los mande. Pero no te preocupes, Alán, que aquí sí que hay quien puede tomar decisiones y las tomará. De eso puedes estar bien seguro.
¡Que los dioses te oigan, Medulio! Espero por tu bien que tengas éxito en la operación.
Lo tendré, querido suegro. No te quepa la menor duda.
Medulio diseñó un plan para entrar aquella misma noche en el campamento y hacerse con el mando. Lo primero de todo era jugar con el factor sorpresa, que estaba de su parte. Aunque los sublevados estarían expectantes ante su posible llegada, ignoraban que Medulio estuviera advertido de lo ocurrido. Por eso esperaban que entrara descuidadamente en el recinto militar, momento que aprovecharían para detenerlo. Nadie sospechaba que podría ocurrir de otra manera. Una vez dentro, se harían inmediatamente con el Cuerpo de Guardia. Luego, sin levantar sospechas y con todo el sigilo del mundo, se dirigirían al puesto de mando y reducirían a todos sus ocupantes. La operación no podía fallar. Además, el general contaba con los mejores hombres de su ejército, que eran todos sus paisanos y compatriotas. También contaba con el valor y la lealtad de Toreno.
Entrada la noche, Medulio y el grupo de sus leales penetraron en el campamento para llevar a cabo el plan diseñado. Todo les salió como habían previsto. En menos de diez minutos se habían hecho con el Cuerpo de Guardia y con el puesto de mando. Gordón no podía creerlo. No entendía cómo podían haber llegado hasta allí sin ser advertidos ni tampoco cómo se habían podido enterar de su golpe de mando. Desde que se hizo con el campamento, nadie había entrado ni salido de él. —¿Cómo era posible, entonces, que Medulio lo supiera?—, se preguntaba. De todas maneras, eso ya no importaba. Él y su grupo habían sido reducidos.
A la mañana siguiente, sin pérdida de tiempo, Medulio ordenó formar a todas sus tropas. Era el momento de ajustar cuentas. Una vez reunidos todos ante su tienda, ordenó llevar ante él a los detenidos. Aparentemente estaba sereno, pero en su interior ardía de furia contra Gordón. Apenas había conciliado el sueño durante toda la noche en espera de aquel momento. Hacía tiempo que debería haber terminado con las insidias de su enemigo. Por fin había llegado el momento de hacerlo.
Esto sólo va con nosotros dos —le dijo a Gordón cuando lo tuvo ante sí—. Ahora vamos a ver quién es el valiente y quién el cobarde. Se acabaron tus bravuconadas. Soltadlo para que pueda luchar conmigo cuerpo a cuerpo.
Los guardianes le cortaron las ligaduras. Los ojos de Gordón estaban inyectados en sangre por la rabia. Cuando se vio libre de las ligaduras, se frotó las manos y las muñecas para desentumecerlas. Comenzó a dar vueltas alrededor de Medulio como para sopesar sus posibilidades de atacarle o encontrar los puntos débiles de aquél. Sin previo aviso se lanzó sobre el gigante, que rechazó su embestida con un fuerte puñetazo en la cabeza. Gordón retrocedió medio aturdido, pero el golpe encendió más su ira, por lo que volvió a arremeter contra su enemigo. Medulio lo levantó en vilo y lo arrojó de espaldas contra el suelo. El felón se retorcía de dolor, pero se irguió para atacar de nuevo a su oponente con más rabia todavía. Entonces Medulio comenzó a propinarle una serie de golpes que parecían mazazos en la cabeza y en el pecho. Gordón logró devolverle alguno, no obstante sus fuerzas eran infinitamente menores y, además, ya estaba bastante desfallecido. Caía una y otra vez a tierra y cada vez le costaba más esfuerzo levantarse. En uno de esos momentos uno de sus secuaces le lanzó un puñal. Gordón logró cogerlo y, sacando fuerzas de flaqueza, se lanzó contra su adversario. El movimiento fue tan rápido, que Medulio no pudo evitar que lo hiriera levemente en el brazo izquierdo. Aquello pareció avivar más su furia. Tomó a Gordón por el brazo arrebatándole el puñal, que lanzó con rabia a los lejos. Luego lo giró de espaldas y le pasó su nervudo brazo por el cuello. Todos estaban expectantes de lo que podía ocurrir. Entonces el gigante, ya cansado de tanto espectáculo, con un rápido movimiento le rompió el cuello al traidor, que cayó desplomado en tierra. La diversión se había acabado. Se había hecho justicia.
La guardia entretanto detuvo al que había lanzado el puñal a Gordón. Al acabar el combate, se lo presentaron a Medulio.
¡Que lo ejecuten! —ordenó sin más preámbulos. Después de dirigir una mirada a todas sus tropas, preguntó—: ¿dónde está el que se hizo cargo del Cuerpo de Guardia durante la rebelión?
¡Aquí está, señor! —dos miembros del citado cuerpo condujeron a Magilo ante él.
Bien, soltadlo —el traidor se quedó de pie ante su jefe—. Te ordeno que salgas de las tierras de los astures —continuó Medulio— y que nunca más vuelvas a poner los pies en ellas. Si alguna vez lo hicieres, serás ejecutado.
Magilo se postró a sus pies en un acto de sumisión y agradecimiento.
¡Lleváoslo de aquí y que se cumpla inmediatamente la sentencia! —gritó—. Los demás que participaron en la sublevación quedan absueltos.
Un murmullo general se extendió por toda la concurrencia. Si hasta entonces habían aplaudido todo lo que había hecho su jefe, este gesto de benevolencia los dejó a todos anonadados. No esperaban que tuviera clemencia para ninguno de los implicados. Hasta el propio Clouto se quedó sin saber qué decir. Medulio siempre sorprendía por sus actos.
Acompáñame, Clouto —invitó a su amigo—, que tenemos mucho que hacer.
Clouto se acercó a él todavía incrédulo por la decisión final.
—Pero, ¿no vas a castigar a todos ésos? —insinuó casi sin poder creer lo que veía.
No —le contestó escuetamente Medulio.
No lo entiendo. Son tan culpables como el propio Gordón. Algún día pueden volver a tramar algo contra ti.
No lo creo, Clouto. La lección que han recibido hoy no se les va a olvidar tan fácilmente. Así que no merece la pena derramar más sangre. Éstos se convertirán en fieles vasallos. Ya lo verás, Clouto.
Espero que no te equivoques, pues podría costarte caro.
Basta ya de charlas estériles y vamos a trabajar, que hay mucho que hacer. Lo primero de todo es que comience la instrucción y se normalice la vidda del campamento. Cuanto más tiempo pase, más relajación habrá. Luego vienes a verme para diseñar las estrategias que vamos a seguir. ¿De acuerdo?
¡A la orden, mi general!
Bien, pues en marcha.
Clouto mandó formar a todas las compañías. Acto seguido les transmitió la orden de reanudar la instrucción. La normalidad volvía al campamento. Una vez comprobado que todo funcionaba correctamente, regresó a la tienda de Medulio.
Ya está todo en orden, señor —comentó al entrar.
Siéntate, Clouto —le invitó amablemente—. En primer lugar, gracias por la iniciativa que tuviste al enviar a Toreno fuera del campamento para que me avisara de lo que aquí había ocurrido.
Era mi deber, señor.
Tu deber y tu lealtad. Gracias, repito. De no haber sido por esa estrategia, tal vez hubiera triunfado la traición, pues habríamos entrado en el campamento sin tomar las precauciones debidas y eso nos podía haber costado la vida. Fue un gran acierto tu medida y te felicito por ello.
Gracias, señor.
Ahora vamos a centrarnos en el presente y en el futuro. Tenemos que reforzar los efectivos del campamento. Por cierto, aún no sé cuántas bajas hemos tenido. Necesito saberlo.
Sí, señor. Ordenaré que hagan un recuento exacto, aunque se calculan por encima de las cuatrocientas víctimas.
Bien, hoy mismo me darás el número exacto.
De acuerdo, señor.
Medulio se levantó de su asiento. Con las manos cruzadas a la espalda dio varias vueltas por el interior de la tienda. Su amigo lo contemplaba en silencio.
Clouto, vas a ordenar a Toreno que con dos hombres más recorra el país para reclutar a todos los hombres disponibles entre dieciocho y veintitrés años. Necesitamos aumentar urgentemente el número de soldados. Los romanos pueden volver a atacarnos y seguro que en ese caso no van a venir tan desprevenidos.
A sus órdenes, mi general.
Este ataque de los romanos no creo que haya sido por casualidad. Seguro que lo tenían bien planeado. Nunca nos habían atacado con tantos efectivos ni con tanta maquinaria de guerra. Hay que estar preparados en todo momento.
Sí, señor.
Efectivamente, los romanos habían lanzado aquel ataque a los astures con miras bastante altas. A diferencia de otras veces, que habían sido meros escarceos, en esta ocasión se habían propuesto vencer y liquidar a los astures. Pero se quedaron cortos en sus previsiones o tal vez subestimaron las fuerzas enemigas. Quizá no contaron con aquel ejército bien organizado de Elaeso. El caso es que les sirvió de lección y que el próximo ataque que llevaran a cabo no sería tan improvisado. La próxima vez irían mucho más en serio.
Medulio volvió a tomar asiento. Se le veía pensativo y preocupado. Se acercó aún más a su amigo para comunicarle su plan.
Clouto, tenemos que ubicar varios destacamentos en los puntos más estratégicos de nuestro territorio. No podemos quedarnos de brazos cruzados a recibir nuevos ataques sorpresa de nuestros enemigos.
Estoy totalmente de acuerdo, señor.
Vamos a situar estos destacamentos en los siguientes puntos: en Lancia, Brigaecium, Curunda y Bergidum.
—Me parece muy bien, señor.
En principio los dotaremos con veinticinco efectivos. Más adelante, si necesitan más, se los proporcionaremos. Su misión principal de momento será de vigilancia. Estarán atentos a cualquier movimiento de las tropas romanas. Cualquier amenaza que pueda producirse nos la comunicarán inmediatamente.
Sí, señor.
Los preparativos comenzarán ya. Quiero que en una semana como máximo se encuentren todos ellos en sus destinos.
De acuerdo, señor.
Pues, en marcha.
A la orden, señor.
Clouto se dirigió a la puerta de la tienda para cumplir las órdenes de Medulio.
Ah, se me olvidaba. Toreno debe partir como muy tarde mañana.
Sí, señor.
Clouto se despidió de su comandante en jefe con un saludo militar. Después comenzó a organizar y a poner en marcha todas las órdenes que aquél le había dado. Mientras tanto, Medulio daba vueltas en su tienda cabizbajo y pensativo. Por la tarde Clouto le comunicó el número exacto de bajas. Eran quinientas. Por tanto, en aquel momento contaban con mil quinientos efectivos. Eran muy pocos. Había que incrementar sustancialmente ese número. De lo contrario, estaban perdidos ante un ataque del enemigo. Medulio pedía a los dioses que esto no ocurriera inmediatamente. Al menos que le dieran tiempo para reorganizarse e incrementar sus fuerzas.
Transcurridos cinco meses, Toreno había logrado reclutar cuatro mil quinientos hombres. Medulio estaba plenamente satisfecho. Con aquellos efectivos bien preparados podía hacer frente sin problemas a una legión entera de los romanos. De momento, era suficiente. Pero no había que perder el tiempo. Esos hombres debían ser preparados de inmediato para la guerra. Así que la instrucción tenía que comenzar ya. El general impartió órdenes a sus jefes e instructores para que la actividad no cesara un momento en todo el campamento. El primer objetivo, el de incrementar los efectivos, se había alcanzado.

Medulio, preocupado por la organización del campamento y por la formación de sus tropas, tenía algo abandonada a su familia. Un día su mujer se lo echó en cara.
Parece como si no existiéramos para ti. No tienes ojos nada más que para tu ejército.
—No me digas eso, cariño. ¡Cómo no me vais a importar! —Medulio la besó levemente en los labios—. Lo que pasa que el ejército absorbe casi toda mi atención. Debe estar preparado para un posible ataque y el máximo responsable de esa preparación soy yo.
—¿Casi toda la atención? —exclamó Elba con cierto malhumor—. Yo diría que toda. Si apenas miras para nosotras.
Lo siento, cariño. A partir de ahora intentaré prestaros más atención, pero no puedo dejar de lado mis obligaciones. Piensa que la seguridad de todo nuestro pueblo está en mis manos. Es una carga muy pesada que no puedo alejar de mí.
Lo sé, cariño, pero me gustaría que también nos dedicaras algo más de tiempo a nosotras. Alda crece aquí a tu lado casi sin poder verte. Ella también necesita tus atenciones.
Tienes razón, querida. Intentaré estar más cerca de vosotras.
Medulio y Elba continuaron con sus reconvenciones y promesas, con sus pequeñas desavenencias y reconciliaciones familiares durante un breve espacio de tiempo. Luego él se dirigió a sus dependencias militares, mientras su mujer volvió a las tareas del hogar. La vida continuaba con su normalidad.

© Julio Noel 


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