jueves, 4 de abril de 2019

MEDULIO, CAUDILLO DE LOS ASTURES. Capítulo 15



                                                                      15



Era el equinoccio de otoño, el día señalado para el enlace entre Medulio y Elba. El sol lucía en un cielo radiante. La temperatura era agradable. Los familiares y amigos daban los últimos retoques antes de la ceremonia. Todo debía estar a punto. Tan sólo faltaban los novios y acompañantes. Medulio llegó primero acompañado por sus padres. Lucía sus mejores galas. En el cuello portaba un torque de oro que le regaló su padre para el acontecimiento. Irradiaba felicidad por todos sus poros.
Poco después llegaba Elba. Iba acompañaba por sus padres, que la llevaban del brazo. Ella lucía sus mejores galas. Sujetando su cabello portaba una diadema de oro. Era de su madre. No habían escatimado esfuerzos para que se presentara radiante el día más dichoso de su vida. Todo el mundo se quedó embelesado al verla. Padres e hija se acercaron al lugar donde los esperaba el novio acompañado por sus padres. Los dos jóvenes se besaron en señal de amor antes de acercarse al lugar sagrado donde los esperaba el druida. Una vez reunida toda la comitiva, el druida dio comienzo a la ceremonia.
Nos encontramos aquí reunidos para unir con el lazo matrimonial a este hombre y a esta mujer. Si alguien tiene algún impedimento para que se lleve a cabo esta unión, que lo manifieste ahora —el druida guardó silencio unos instantes, pero nadie pronunció una palabra—. Bien, entonces sigamos adelante.
El druida pronunció unas palabras en un lenguaje arcano que nadie entendía. Luego asperjó a los novios con una ramita de roble impregnada en agua. A continuación volvió a recitar algunos versículos en aquella lengua misteriosa. Cuando finalizó, se dirigió de nuevo a los jóvenes contrayentes:
Medulio, ¿aceptas por esposa a Elba y prometes serle fiel hasta la muere?
Acepto —contestó Medulio.
Y tú, Elba, ¿aceptas por esposo a Medulio y prometes serle fiel hasta la muerte?
Sí, acepto —respondió Elba.
Bien, pues yo os declaro marido y mujer. Desde hoy seréis el uno para el otro. Todos los aquí presentes son testigos de vuestro compromiso, en especial vuestros padres. Podéis ir en paz.
Los novios, seguidos por sus padres y demás familiares y amigos, abandonaron el lugar de la ceremonia para dirigirse a la casa de los padres de la novia, donde se celebraría el banquete. Todo estaba dispuesto para el gran festín. Abundaban las carnes de caza y corral. Había pescados de río, sobre todo truchas. Quesos, mantequilla, embutidos, pan de trigo, miel, rosquillas, frutas variadas de la tierra, como manzanas, peras, ciruelas, uvas. Los invitados saciaban su apetito, charlaban animadamente, bebían. Los novios se sentían felices de aquella fiesta que se celebraba en su honor. A punto de comenzar los postres y en medio de aquella felicidad, Medulio solicitó silencio a los comensales para comunicarles una confidencia. Puesto en pie, levantó su copa y brindó por todos los allí presentes. Luego comenzó a decir:
Cuando conocí a mi esposa, le dije que tenía la impresión de haberla visto antes en alguna otra parte. Ella me confirmó que jamás ha salido de este poblado, pero yo sigo insistiendo que su cara me era conocida. Esto me tiene sumido en un gran dilema y en una gran confusión.
Medulio contó someramente a todos los allí reunidos lo que le había ocurrido en el bosque de Osimara. Después de oír su relato, los presentes guardaban silencio sin saber qué decir. Unos se inclinaban a creer que Medulio había visto realmente a aquella muchacha, mientras que otros lo ponían en duda y desconfiaban del sano juicio del joven. Alán, que hasta entonces había permanecido callado, se levantó, pidió la palabra y dio un profundo suspiro antes de iniciar su relato. Dos gruesas lágrimas resbalaron por sus mejillas.
Os voy a contar una historia —comenzó a referir— que nunca antes había contado a nadie. Tuvimos dos hijas gemelas, Alda y Elba. Eran casi idénticas, como dos gotas de agua. Apenas se diferenciaba una de la otra. Un día, cuando mi mujer estaba lavando en el río, una de ellas desapareció misteriosamente de la canastita de mimbre que yo les había hecho. Mi esposa, cuando se percató de ello, empezó a buscarla por todas partes, pero la criatura no apareció. Durante varios días el poblado entero se dedicó a buscarla sin descanso, mas todo fue en vano. Al final tuvimos que darnos por vencidos. La niña había desaparecido y no había forma de encontrarla. Desde entonces mi esposa y yo hemos vivido con esa pena en nuestro corazón. No sé si la joven que Medulio dice haber visto en aquel bosque es mi hija Alda o no, pero que mi hija desapareció y nunca más hemos vuelto a saber de ella, eso sí que lo sé. Es todo lo que os puedo decir.
Los presentes se quedaron confusos y perplejos. Nadie se atrevía a hacer ningún comentario. Todos los semblantes estaban serios y por las rosáceas mejillas de Elba fluían dos gruesas lágrimas de dolor. No podía soportar tanta emoción contradictoria. El día más feliz de su vida acababa de recibir la noticia más dolorosa que le podían haber dado. La joven sufrió un leve desmayo y cayó desvanecida en los brazos de su amado. Medulio pidió permiso para trasladarla al lecho. Los demás, entretanto, comentaban la noticia y compadecían a los afligidos padres. Elaeso se comprometió a enviar un pequeño destacamento de soldados al bosque indicado para buscar a Alda y devolvérsela a sus padres. Todos aplaudieron la idea y Alán se lo agradeció de corazón. Los novios regresaron a la mesa y el banquete continuó hasta el final, aunque con mucha menos alegría que antes.
Finalizado el ágape, se celebraron una serie de juegos y actos en honor de los novios. El primero de todos fue un baile. El gaitero, que al efecto habían llamado, comenzó a tañer la gaita. Sus notas incitaban a moverse. Entonces Medulio y Elba hicieron los honores y bailaron el primer baile. Luego se les unieron todos los demás para dar continuidad a la fiesta.
A continuación de la primera sesión de baile se celebró un campeonato del juego de la chita. Luego se desarrollaron los combates de lucha que no podían faltar en ninguna de sus fiestas y menos aún en la boda de Medulio, a quien le hubiera gustado participar, pero aquél no era el día más indicado para hacerlo. Se tuvo que conformar con ver el desarrollo de los combates. El espectáculo duró una buena parte de la tarde. Éste dio paso a la sorpresa del día, que Elaeso había preparado sigilosamente como mejor regalo para su hijo en el día de su boda. Se trataba de una serie de ejercicios gimnásticos y atléticos llevados a cabo por un grupo de soldados del campamento. Realizaron distintas figuras geométricas y artísticas, marchas lentas y rápidas, saltos, carreras, lanzamiento de jabalina y hasta un simulacro de una batalla. Todo el mundo vitoreó y aplaudió todos y cada uno de los ejercicios de los soldados. Cuando dieron por finalizado el último, Medulio agradeció sinceramente a su padre el espectáculo que le había ofrecido.
Gracias, padre. Ha sido una sorpresa. No lo esperaba.
Es lo menos que podía ofrecerte el día de tu boda, hijo. Hoy debe ser el día más feliz para ti y todo lo que ayude a aumentar tu felicidad es poco.
Gracias de nuevo, padre. Me siento muy dichoso en este día.
Yo también, hijo. Y ahora continuemos con la fiesta, que aún no se ha terminado.
Efectivamente, las notas de la gaita se desgranaban por el aire. La mayor parte de la gente no tardó en congregarse alrededor del gaitero. De nuevo dieron comienzo los bailes y las danzas. Todo el mundo bailaba y se divertía. El gozo y la alegría duraron hasta el oscurecer. Sólo las primeras sombras de la noche dieron fin a aquel día inolvidable para los dos contrayentes, que fueron vitoreados por todos los presentes antes de retirarse a descansar, momento en el que se dio por concluida la fiesta.

Durante varios meses hicieron guardia los soldados destacados al bosque de Osimara. Día y noche vigilaron el claro que Medulio les había indicado. No perdieron detalle de todo lo que ocurrió en el bosque durante aquel tiempo. Pero el resultado fue decepcionante. Ninguno de ellos vio nada fuera de lo normal. Si alguna vez alguien pudo haber habitado en aquel lugar, pareció habérselo tragado la tierra. Por allí no había rastro ni huellas de nadie. Elaeso no tuvo más alternativa que dar por finalizada la operación. Los soldados regresaron al campamento y de Alda nunca más se volvió a saber nada.


© Julio Noel 


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