15
Era el equinoccio de otoño,
el día señalado para el enlace entre Medulio y Elba. El sol lucía
en un cielo radiante. La temperatura era agradable. Los familiares y
amigos daban los últimos retoques antes de la ceremonia. Todo debía
estar a punto. Tan sólo faltaban los novios y acompañantes. Medulio
llegó primero acompañado por sus padres. Lucía sus mejores galas.
En el cuello portaba un torque de oro que le regaló su padre para el
acontecimiento. Irradiaba felicidad por todos sus poros.
Poco después llegaba Elba.
Iba acompañaba por sus padres, que la llevaban del brazo. Ella lucía
sus mejores galas. Sujetando su cabello portaba una diadema de oro.
Era de su madre. No habían escatimado esfuerzos para que se
presentara radiante el día más dichoso de su vida. Todo el mundo se
quedó embelesado al verla. Padres e hija se acercaron al lugar donde
los esperaba el novio acompañado por sus padres. Los dos jóvenes se
besaron en señal de amor antes de acercarse al lugar sagrado donde
los esperaba el druida. Una vez reunida toda la comitiva, el druida
dio comienzo a la ceremonia.
—Nos encontramos aquí
reunidos para unir con el lazo matrimonial a este hombre y a esta
mujer. Si alguien tiene algún impedimento para que se lleve a cabo
esta unión, que lo manifieste ahora —el druida guardó silencio
unos instantes, pero nadie pronunció una palabra—. Bien, entonces
sigamos adelante.
El druida pronunció unas
palabras en un lenguaje arcano que nadie entendía. Luego asperjó a
los novios con una ramita de roble impregnada en agua. A continuación
volvió a recitar algunos versículos en aquella lengua misteriosa.
Cuando finalizó, se dirigió de nuevo a los jóvenes contrayentes:
—Medulio, ¿aceptas por
esposa a Elba y prometes serle fiel hasta la muere?
—Acepto —contestó
Medulio.
—Y tú, Elba, ¿aceptas por
esposo a Medulio y prometes serle fiel hasta la muerte?
—Sí, acepto —respondió
Elba.
—Bien, pues yo os declaro
marido y mujer. Desde hoy seréis el uno para el otro. Todos los aquí
presentes son testigos de vuestro compromiso, en especial vuestros
padres. Podéis ir en paz.
Los
novios, seguidos por sus padres y demás familiares y amigos,
abandonaron el lugar de la ceremonia para dirigirse a la casa de los
padres de la novia, donde se celebraría el banquete. Todo estaba
dispuesto para el gran festín. Abundaban las carnes de caza y
corral. Había pescados de río, sobre todo truchas. Quesos,
mantequilla, embutidos, pan de trigo, miel, rosquillas, frutas
variadas de la tierra, como manzanas, peras, ciruelas, uvas. Los
invitados saciaban su apetito, charlaban animadamente, bebían. Los
novios se sentían felices de aquella fiesta que se celebraba en su
honor. A punto de comenzar los postres y en medio de aquella
felicidad, Medulio solicitó silencio a los comensales para
comunicarles una confidencia. Puesto en pie, levantó su copa y
brindó por todos los allí presentes. Luego comenzó a decir:
—Cuando conocí a mi esposa,
le dije que tenía la impresión de haberla visto antes en alguna
otra parte. Ella me confirmó que jamás ha salido de este poblado,
pero yo sigo insistiendo que su cara me era conocida. Esto me tiene
sumido en un gran dilema y en una gran confusión.
Medulio contó someramente a
todos los allí reunidos lo que le había ocurrido en el bosque de
Osimara. Después de oír su relato, los presentes guardaban silencio
sin saber qué decir. Unos se inclinaban a creer que Medulio había
visto realmente a aquella muchacha, mientras que otros lo ponían en
duda y desconfiaban del sano juicio del joven. Alán, que hasta
entonces había permanecido callado, se levantó, pidió la palabra
y dio un profundo suspiro antes de iniciar su relato. Dos gruesas
lágrimas resbalaron por sus mejillas.
—Os voy a contar una
historia —comenzó a referir— que nunca antes había contado a
nadie. Tuvimos dos hijas gemelas, Alda y Elba. Eran casi idénticas,
como dos gotas de agua. Apenas se diferenciaba una de la otra. Un
día, cuando mi mujer estaba lavando en el río, una de ellas
desapareció misteriosamente de la canastita de mimbre que yo les
había hecho. Mi esposa, cuando se percató de ello, empezó a
buscarla por todas partes, pero la criatura no apareció. Durante
varios días el poblado entero se dedicó a buscarla sin descanso,
mas todo fue en vano. Al final tuvimos que darnos por vencidos. La
niña había desaparecido y no había forma de encontrarla. Desde
entonces mi esposa y yo hemos vivido con esa pena en nuestro corazón.
No sé si la joven que Medulio dice haber visto en aquel bosque es mi
hija Alda o no, pero que mi hija desapareció y nunca más hemos
vuelto a saber de ella, eso sí que lo sé. Es todo lo que os puedo
decir.
Los presentes se quedaron
confusos y perplejos. Nadie se atrevía a hacer ningún comentario.
Todos los semblantes estaban serios y por las rosáceas mejillas de
Elba fluían dos gruesas lágrimas de dolor. No podía soportar tanta
emoción contradictoria. El día más feliz de su vida acababa de
recibir la noticia más dolorosa que le podían haber dado. La joven
sufrió un leve desmayo y cayó desvanecida en los brazos de su
amado. Medulio pidió permiso para trasladarla al lecho. Los demás,
entretanto, comentaban la noticia y compadecían a los afligidos
padres. Elaeso se comprometió a enviar un pequeño destacamento de
soldados al bosque indicado para buscar a Alda y devolvérsela a sus
padres. Todos aplaudieron la idea y Alán se lo agradeció de
corazón. Los novios regresaron a la mesa y el banquete continuó
hasta el final, aunque con mucha menos alegría que antes.
Finalizado el ágape, se
celebraron una serie de juegos y actos en honor de los novios. El
primero de todos fue un baile. El gaitero, que al efecto habían
llamado, comenzó a tañer la gaita. Sus notas incitaban a moverse.
Entonces Medulio y Elba hicieron los honores y bailaron el primer
baile. Luego se les unieron todos los demás para dar continuidad a
la fiesta.
A continuación de la primera
sesión de baile se celebró un campeonato del juego de la chita.
Luego se desarrollaron los combates de lucha que no podían faltar en
ninguna de sus fiestas y menos aún en la boda de Medulio, a quien le
hubiera gustado participar, pero aquél no era el día más indicado
para hacerlo. Se tuvo que conformar con ver el desarrollo de los
combates. El espectáculo duró una buena parte de la tarde. Éste
dio paso a la sorpresa del día, que Elaeso había preparado
sigilosamente como mejor regalo para su hijo en el día de su boda.
Se trataba de una serie de ejercicios gimnásticos y atléticos
llevados a cabo por un grupo de soldados del campamento. Realizaron
distintas figuras geométricas y artísticas, marchas lentas y
rápidas, saltos, carreras, lanzamiento de jabalina y hasta un
simulacro de una batalla. Todo el mundo vitoreó y aplaudió todos y
cada uno de los ejercicios de los soldados. Cuando dieron por
finalizado el último, Medulio agradeció sinceramente a su padre el
espectáculo que le había ofrecido.
—Gracias, padre. Ha sido una
sorpresa. No lo esperaba.
—Es lo menos que podía
ofrecerte el día de tu boda, hijo. Hoy debe ser el día más feliz
para ti y todo lo que ayude a aumentar tu felicidad es poco.
—Gracias de nuevo, padre. Me
siento muy dichoso en este día.
—Yo también, hijo. Y ahora
continuemos con la fiesta, que aún no se ha terminado.
Efectivamente, las notas de la
gaita se desgranaban por el aire. La mayor parte de la gente no tardó
en congregarse alrededor del gaitero. De nuevo dieron comienzo los
bailes y las danzas. Todo el mundo bailaba y se divertía. El gozo y
la alegría duraron hasta el oscurecer. Sólo las primeras sombras de
la noche dieron fin a aquel día inolvidable para los dos
contrayentes, que fueron vitoreados por todos los presentes antes de
retirarse a descansar, momento en el que se dio por concluida la
fiesta.
Durante varios meses hicieron
guardia los soldados destacados al bosque de Osimara. Día y noche
vigilaron el claro que Medulio les había indicado. No perdieron
detalle de todo lo que ocurrió en el bosque durante aquel tiempo.
Pero el resultado fue decepcionante. Ninguno de ellos vio nada fuera
de lo normal. Si alguna vez alguien pudo haber habitado en aquel
lugar, pareció habérselo tragado la tierra. Por allí no había
rastro ni huellas de nadie. Elaeso no tuvo más alternativa que dar
por finalizada la operación. Los soldados regresaron al campamento y
de Alda nunca más se volvió a saber nada.
© Julio Noel
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