miércoles, 3 de abril de 2019

En pos de un sueño. Capítulo 18



 18



           La hilaridad era general. Me hallaba en pie en medio del aula. Todos tenían clavados los ojos en mí y se desternillaban en estrepitosas carcajadas. El profesor quería decirme algo, pero no lo lograba. Los accesos de risa se lo impedían. Mi cara estaba roja como el carmín. Una oleada de fuego quemaba mis mejillas.
¿Qué grito ha sido ése, Raúl? —preguntó el profesor entre carcajadas—. ¡Al fin has regresado a la Tierra! Llevas unos días volando por la estratosfera o más allá.
Nuevas carcajadas de mis compañeros. Comentarios irónicos y punzantes. Nueva oleada de fuego en mi rostro.
Vamos, Raúl —insistió el profesor—, ahora que estás otra vez entre nosotros —carcajada general—, cuéntanos qué has visto por esas alturas.
¡Eso! —gritó uno de los compañeros—. Que nos cuente qué aires se respiran por ahí arriba.
Nueva carcajada.
No —dijo otro—, que nos cuente sus aventuras con los marcianos.
Otra explosión de hilaridad inundó el aula. Yo seguía en pie. La cabeza inclinada hacia abajo. Los ojos clavados en el suelo. Lo estaban pasando en grande a mi costa. La clase fue una juerga general. A punto de finalizar, el profesor se puso serio.
Bromas aparte, dinos qué es lo que te ha pasado, Raúl. Nos tenías preocupados.
Si me hubieran clavado un puñal en aquel instante, creo que no habría derramado ni una sola gota de sangre. ¿Qué era lo que les podía contar? ¿Lo que me había sucedido? Imposible. Era mi secreto y no quería revelárselo a nadie.
Anda, hombre, que está a punto de terminar la clase.
No lo sé —contesté tímidamente.
¡Ésta sí que es buena! ¿No lo sabes o no lo quieres decir?
No lo sé —reiteré.
En fin, quizás se trate de una amnesia total. Sería interesante poder estudiar este caso en psicología. ¡Lástima que no podamos hacerlo!
El profesor dio por finalizada la clase. Yo me sentía avergonzado ante mis compañeros. Todos aquellos días había sido objeto de sus risas. Me sentía un poco extraño entre ellos. En mi mente surgió una pregunta: ¿cómo pude haber convivido aquellos días con ellos sin notar su presencia? No acerté a contestarme.

Mis compañeros habían salido al patio. Era la hora del recreo. Yo preferí quedarme en el aula. Había varias revistas de índole religiosa en un estante. Tomé una en mis manos y comencé a hojearla. Mi vista estaba fija en sus páginas, pero mi atención estaba ausente de allí. Por mi mente bullía una idea. Todo lo que había soñado durante aquellos días era irreal. No era más que producto de mi loca imaginación. Me parecía extraño, pues juraría que había convivido durante varios meses con las personas que había soñado. Tan reales me habían parecido.
Alguien entró en el aula.
Hola, Raúl
Hola, Julio.
Era mi mejor amigo. El amigo al que se confían los secretos más íntimos del corazón. Se sentó a mi lado.
¿Qué te ha pasado?
Si quieres que te diga la verdad, no lo sé, Julio.
No sabrás la causa, pero sí los efectos.
Sí, eso sí.
Me acomodé mejor en mi asiento.
Espero que lo que te voy a contar no lo tomes a broma ni se lo reveles a nadie. Tú eres mi mejor amigo, por eso te voy a confiar mi secreto. Necesito contárselo a alguien y nadie más indicado que tú.
Habla. Seré una tumba.
Así lo espero —hubo una pequeña pausa—. Recordarás que hace unos días fuimos de paseo al Igueldo.
Sí, el jueves de la semana pasada.
No sé si recordarás que en una ocasión me quedé algo rezagado atándome el cordón de un zapato.
No, no lo recuerdo.
Pues bien, en aquel momento vi, o me pareció ver, a la chica más hermosa que pisa la Tierra. Una diosa del Olimpo. Una ninfa de las fuentes. Un dechado de perfección.
¡Para, para! ¡No sigas! Ahora ya me parece adivinar adónde quieres ir a parar.
En efecto, lo has adivinado. Me enamoré de ella.
¡Ya! Y has estado todos estos días viviendo en un mundo de ensueño.
¡Y qué mundo, Julio, qué mundo!
Me lo imagino. Mejor que el nuestro.
Sin lugar a dudas.
Guardamos silencio. Había entrado otro compañero en el aula. Un individuo con el que no había simpatizado nunca. No tardó en dejarnos solos.
Lo que no me puedo explicar, Julio, es cómo he podido vivir estos días dentro del colegio sin estar dentro. No sé si me explico.
Sí, te entiendo. Es muy sencillo. Vivías como un autómata. Actuabas de acuerdo con nuestros movimientos. Adondequiera que íbamos, tu cuerpo iba con nosotros, en tanto que tu espíritu estaba muy lejos de aquí. En alguna ocasión mascullabas palabras ininteligibles que, al principio, nos hacían reír. Luego ya nos causaban lástima. El padre Superior estaba dispuesto a llevarte a un centro psiquiátrico. Tengo entendido que ya había iniciado los trámites.
¡Casi nada! Menos mal que la madre de Rosa me dio con la puerta en las narices.
¿Quién es ésa?
Perdona. Ahora estaba hablando de mis sueños.
¿Quién es esa Rosa?
La chica de que te he hablado.
¡Ah!, pero ¿conoces su nombre?
No, no. Nada de eso.
Entonces, ¿por qué la llamas Rosa?
Bueno, ése es el nombre que le he puesto yo.
¡Ah, vamos!
En realidad no es Rosa, sino Rosa del Mar.
¡Vaya, qué nombre más bonito!
Es un nombre muy poético.
Guardamos silencio. Julio fue quien lo rompió.
Supongo que habrás vivido aventuras maravillosas, ¿no?
Desde luego.
Dime, ¿la has llegado a besar?
Un montón de veces.
¡Cómo te envidio! ¿Y qué se siente al besar a una mujer?
Un placer infinito.
¡Cómo me gustaría poder comprobarlo! —Julio puso los ojos en blanco—. Entre nosotros, Raúl. ¿Sientes vocación sacerdotal?
En absoluto. Ya no la sentía antes de esta experiencia y ahora menos.
¡Ya! —Pausa—. Tampoco yo creo que la tenga. Me he parado a considerarlo muchas veces y siempre he llegado a la misma conclusión. Creo que esto no se ha hecho para mí.
No lo sé, Julio. Lo que es para mí, desde luego que no. Nunca he tenido intención de hacerme fraile. Ni siquiera cuando vine por primera vez al colegio. Lo que pasa que estos tipos empezaron a llenarme la cabeza de escrúpulos y casi consiguieron convencerme. Pero ahora ya lo he decidido. No creo que aguante más de este curso.
¡Cómo te envidio por tu decisión! Yo estoy hecho un lío. Es cierto que nos han llenado la cabeza de escrúpulos y prejuicios, y éstos son los que me tienen a mí indeciso.
Yo hojeaba distraídamente la revista que tenía en mi pupitre.
¡No sabes —exclamé— lo que nos perdemos por estar aquí dentro! ¡La cantidad de placeres que ofrece la vida y que desconocemos!
Desde luego que no lo sé. Si lo supiera, creo que ya no estaría aquí —silencio—. ¿Y qué se siente cuando estás con una mujer?
Muchas cosas. Empiezas por sentirte otro, por sentirte más hombre. Creo que el hombre nace para la mujer y la mujer para el hombre y, mientras no se complementan, no se sienten completos. Todo esto que nos inculcan aquí es puro cuento. Este celibato voluntario es un mito. El hombre necesita a la mujer y la mujer al hombre. Ésa es la verdad.
Supongo que sí. Pero cuéntame, ¿qué más se siente al lado de una mujer?
No podría decírtelo. Eso es para vivirlo, no para contarlo.
Dimos por finalizada la conversación. En aquel momento entraban los demás compañeros en el aula. Era hora de comenzar la clase.

Transcurrían los días monótonos y aburridos, como aburrida era la vida en el colegio. En todos aquellos días no había hecho más que darle vueltas a una idea que tenía fija en mi mente. Era cierto que la historia de Rosa del Mar había sido un sueño. Me lo habían confirmado los profesores, los compañeros, hasta mi mejor amigo. Ahora bien, había algo independiente de aquel sueño, la existencia real de la joven, porque yo la había visto, aunque fuera durante breves instantes, ¿o acaso fue una ilusión?. Si aquel hecho era cierto, tenía que volver a verla. Estaba prendado de ella y no podía olvidarla. La cuestión era cómo hacerlo. Mi vida transcurría en un colegio. Un colegio que venía a ser poco menos que una prisión. El reglamento era severo. Teníamos controlados todos los movimientos del día. Si en algún momento te desviabas del camino marcado, los demás compañeros se percataban inmediatamente de ello. ¿Cómo hacer para escaparme? No hallaba la ocasión.
Paseaba por el patio. Mi amigo Julio se acercó a mí.
Hola, Raúl.
Hola, Julio. Espléndida mañana, ¿verdad?
Sí que lo es. Si continúa así, esta tarde podremos disfrutar de un buen paseo.
Era cierto. Por la tarde tocaba paseo. «¡Si nos llevaran al Igueldo!», pensé.
¿Qué te pasa, Raúl? Te encuentro algo raro.
No es nada, Julio.
Espero que no vuelvas a recaer en lo mismo. Recuerda que han estado a punto de llevarte a un hospital psiquiátrico.
Descuida, Julio. No me volverá a ocurrir. Si me ves así es porque trato de buscar una forma de salir del colegio para encontrarme con esa chica, o al menos para cerciorarme de que existe.
¡Estás loco! ¡Salir de aquí! ¿Y cómo quieres hacerlo?
Ése es el problema y lo que atrae toda mi atención. No hago más que tramar planes, pero todos se desvanecen como humo. No hay uno que sea perfecto.
¡Ten cuidado, Raúl, ten cuidado! Veo que quieres jugar con fuego y al final…
¿Al final qué, Julio?
—Que te cogerán.
¿Y qué me pueden hacer?
Expulsarte del colegio.
¡Me importa un bledo! ¿No acabas de decirme que me han querido encerrar en un manicomio? —Julio guardó silencio—. Pues, perdido por perdido, prefiero salir del colegio.
Nos habíamos detenido al lado de un pequeño jardín. Algunos compañeros más paseaban próximos a nosotros. Alcé los ojos hacia la residencia de los frailes. Mi mirada se cruzó con la del Prefecto. Nos estaba observando. Bajé la vista otra vez al suelo. Julio se había dado media vuelta. Yo lo imité y proseguimos nuestro paseo.
¿Sabes quién nos está vigilando? —insinué.
Sí, el Prefecto.
Ese tipo no aparta los ojos de mí estos días.
Porque teme que vuelvas a recaer. Por eso no conviene que andes siempre solitario.
¿Y qué quieres que haga? Exceptuándote a ti los demás apenas si me dan conversación.
Ya lo sé, Raúl.
Siempre me han rechazado y ahora, con esto, más aún. Además no me interesan sus conversaciones. No saben hablar más que de fútbol. ¡Y ya está bien!
Sí, en eso tienes razón. El fútbol es el tema de toda la semana.
Parece mentira que sean estudiantes de filosofía. ¡La cantidad de temas sobre los que podríamos hablar! Pues nada, fútbol y más fútbol —hice una pausa—. El caso es que los mismos frailes están obsesionados con él. Recuerdo que en el colegio menor era el propio Director el que nos incitaba a ello.
Sí, ¡menudo fanático!
¿Fanático? ¡Futbópata, diría yo! Imagínate que en cierta ocasión nos mandó hacer una redacción sobre los nombres de los jugadores del Real Madrid.
¿Y qué quería que hicierais con eso?
Que escribiéramos el mayor número posible de nombres de jugadores.
Eso parece más una prueba de caligrafía que una redacción.
Me pregunto qué entenderá ese hombre por literatura.
El Prefecto tocó palmas desde lo alto de una escalera. Había finalizado el recreo. En silencio nos dirigimos a nuestras respectivas aulas. Iba a dar comienzo otra clase. De nuevo la monotonía.
Por la noche subí a la azotea a tomar el fresco. Lo teníamos prohibido, pero no me importaba. Estaba agobiado de tanto reglamento.
La noche era serena y agradable. La luna aún no había aparecido. Me acerqué al muro de la azotea para apoyarme en él. Desde allí podía ver el Urgull, la isla de Santa Clara, el Igueldo… «¡Oh, bienhadado Igueldo, cuántas horas de felicidad me has deparado!»
El silencio llenaba la noche. En mi derredor todo eran tinieblas. Abajo, en cambio, brillaban infinitos puntos luminosos. Eran las luces de la ciudad. Mirando hacia ellas sin verlas, maquinaba la forma de salir del colegio sin ser notado ni visto. Era una empresa harto arriesgada, pero no imposible. Tenía que haber algún medio y no me detendría hasta descubrirlo.
Un súbito ruido hizo que todo mi cuerpo se estremeciera. Me refugié velozmente en la oscuridad de un rincón. No era más que un inofensivo gato. Desde el rincón abarcaba con mi vista la gran bóveda celeste. Siempre me había gustado contemplar las noches estrelladas. ¡Qué insignificante se ve uno ante la grandiosidad de la noche! Allá arriba el firmamento se veía tachonado de estrellas. Favorecido por la oscuridad que me envolvía, pude apreciar un sinnúmero de ellas. ¿Cuántas habría? Imposible calcularlas. Mi mente se vio acosada a preguntas. «¿Qué habrá en ese espacio infinito? ¿Habrá otras formas de vida inteligente? De ser cierto, ¿podremos alguna vez ponernos en contacto con esos seres? ¿Cuál será su reacción? ¿Cómo nos recibirán? Su configuración física, su inteligencia, ¿serán como las nuestras? ¿Qué sistema de comunicación utilizarán?». Mis preguntas se perdieron en el vacío por falta de respuestas. Después reflexioné sobre el orden que rige el universo. Me imaginé una gran máquina formada por innumerables engranajes. Todos ellos perfectamente sincronizados. Así debían de funcionar todos los cuerpos celestes. Pero ¿qué sucedería si tan sólo uno de ellos se separara de su órbita y chocara con otro? ¿Se organizaría un cataclismo universal? ¿Sería el Juicio Final que anunció Cristo? No lo creo. El universo es infinito y ese encuentro no sería más que un simple incidente que pasaría desapercibido en medio de esa enorme inmensidad.
Todas estas reflexiones y consideraciones me llevaron a una cuestión fundamental. «¿Quién gobierna el universo y las leyes que lo rigen? Y, sobre todo, ¿cuál es su origen? ¿Cómo se formó? ¿Lo ha creado alguien? ¿Surgió por sí mismo?». Confieso que mis indagaciones metafísicas me dejaron anonadado.
Era tarde. Los compañeros dormirían ya. Sin más dilación abandoné la azotea para retirarme a descansar.


© Julio Noel



No hay comentarios:

Publicar un comentario