miércoles, 3 de abril de 2019

En pos de un sueño. Capítulo 19




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          Había pasado todo el día buscando la forma de salir del colegio sin levantar sospechas. Sentía un impulso irresistible de acercarme al Igueldo para reconocer la villa. No podía tratarse de un simple sueño. Necesitaba cerciorarme de algo, aunque sólo fuera de la existencia de la casa.
Mis compañeros dormían ya. Me vestí sigilosamente y, con grandes precauciones, abandoné el dormitorio. Al llegar frente a la celda del Prefecto me detuve unos instantes. De su interior salían algunos rayos de luz a través de las rendijas de la puerta. Contuve unos segundos la respiración para escuchar con más atención. No tardé en oír el ruido característico del paso de una hoja. Debía de estar leyendo. De puntillas y sin hacer el menor ruido avancé hacia la escalera. Ya en ella respiré con más alivio. A pesar de la oscuridad descendí con paso rápido y firme. Tenía grabados en mi mente todos los peldaños. Al llegar abajo se ofreció ante mí el pasillo solitario y oscuro. No dejó de impresionarme un poco. Puesto mi pensamiento en el Igueldo, avancé resuelto y decidido hasta la altura de la primera aula. A tientas logré localizar la puerta de la misma. Abrí con sumo cuidado procurando que no hiciera ruido. Una vez dentro, me detuve unos instantes para reflexionar. La única salida era la ventana más próxima a la escalera exterior. Tenía que subirme a ella y desde allí alcanzar el muro de la escalera. No era fácil. Era una ventana abatible y la abertura era angosta, pero tenía que intentarlo.
Abrí la ventana y la fui elevando con gran cuidado. Tenía que dejarla en posición horizontal. Cuando ya la tenía casi abierta, rechinó uno de sus goznes. A punto estuve de dejarla caer de golpe y echarlo todo a perder. Pasado el susto, logré abrirla del todo. A continuación me deslicé a través de ella hasta el exterior, no sin ciertas dificultades y contratiempos. Atravesé el patio con grandes precauciones y me perdí en las sombras de la noche.
Llegué al Igueldo sudoroso y fatigado. Mi nerviosismo y mi impaciencia me habían obligado a hacer el recorrido casi corriendo. Sin detenerme, avancé en busca de la casa de Rosa del Mar. Envueltas en las sombras todas las villas me parecían iguales. Tuve que examinarlas una por una hasta dar con la que buscaba. Cuando la encontré, quedé un poco desconcertado. Se parecía muy poco a la que había soñado tantas veces. La reconocí gracias a su jardín.
La villa estaba completamente rodeada de tinieblas. No parecía haber nadie en su interior. Posiblemente sus moradores estuvieran ya en la cama. Reconocí bien sus contornos antes de alejarme de allí. No quería confundirla en una nueva visita.
Regresaba al colegio ensimismado en mis pensamientos, sin percatarme de lo que ocurría a mi alrededor. Cuando iba a poner los pies en el patio del colegio, me pareció ver una sombra que se movía al pie de la escalera exterior. Quedé como petrificado. Contuve la respiración y agucé la vista y el oído por si descubría algo. El silencio era total. Debió de haber sido una alucinación mía. Más tranquilo, decidí ampararme en la oscuridad hasta alcanzar la escalera. A medida que me acercaba a ella, mi corazón latía con más fuerza. Las dudas y el miedo se apoderaban de mí. «¿Me habrá descubierto el Prefecto?», pensaba, «¿o acaso ha notado mi ausencia algún compañero y me ha delatado?». Mis piernas me flaqueaban. Avanzaba sigilosamente, de espaldas a la pared, con las manos apoyadas en ella. Paso a paso me fui acercando a la escalera. La oscuridad era absoluta. El silencio total. Subí los peldaños con gran cuidado. Al llegar al último, lo primero que hice fue cerciorarme de que la puerta estaba cerrada y la ventana abierta. Mis dudas y temores se desvanecieron. Todo aquello no había sido más que producto del miedo y de la imaginación.
Con muchas precauciones y no pocos problemas logré entrar en el colegio y llegar hasta mi lecho. Mis compañeros dormían plácidamente. Yo, en cambio, tardé en conciliar el sueño aquella noche.
—Hola, Raúl. ¿No quieres salir a despejarte un poco?
No me apetece, Julio.
Me había quedado en el aula después de la clase.
¡Anímate y vamos a pasear un rato! Si no sales la mañana parece que se te hace mucho más larga.
Julio me convenció. No tardamos en hallarnos los dos en el patio.
¡Con el día estupendo que hace y no querías salir! ¿Qué te pasa, Raúl? Te veo preocupado. Esta mañana no diste una en clase.
Ya lo sé. No estaba por la lección.
Si sigues así, vas a perder el curso.
¡Qué me importa el curso! Lo que me importa es el amor de esa chica, Julio.
Nos detuvimos un momento. Mi amigo me miró fijamente.
De verdad me parece que no estás en tus cabales, Raúl. Esa chica no es más que un sueño tuyo. Olvídala.
¿Tú crees?
¡Pues claro, hombre!
¿Y qué me dices de su casa? ¿También es un sueño?
—¿Qué casa?
—La del Igueldo. Esta noche fui a comprobar que existía, que no se trata de un sueño.
¿Qué has ido esta noche?
Sí, Julio. Esta noche he ido a cerciorarme de la existencia de esa casa. Necesitaba hacerlo. Ahora ya sé que existe, que no es un sueño mío.
¡Pero tú estás loco! Te han podido descubrir.
¡Qué importa eso!
Enmudecimos unos instantes. Julio fue quien rompió el silencio.
Lo que no me explico es cómo has podido hacerlo.
¿Hacer qué?
Salir del colegio.
Eso no tiene importancia. —En aquel momento finalizaba el recreo—. Ahora ya sé que la villa es real. Lo único que necesito es comprobar que la chica también lo es.
Vamos a callarnos, Raúl Ya han tocado las palmadas y el Prefecto nos está mirando.
Efectivamente, nos observaba desde lo alto de una escalinata. Tenía la detestable costumbre de situarse en los lugares más estratégicos para vigilar todos nuestros movimientos.
Después de comer subí a la azotea. La tarde era suave. El sol se filtraba débilmente a través de una tenue cortina grisácea. Mi vista se clavó en el Igueldo con la velocidad del rayo. Traté de distinguir la villa de Rosa del Mar, pero fue inútil. Desde allí todas me parecían iguales.
Desde el patio llegaban hasta mí las voces de mis compañeros. En un principio eran diáfanas y bien diferenciadas. Poco a poco se convirtieron en un murmullo que arrullaba mis oídos. Mi mente estaba lejos de allí. Cavilaba sobre la forma de salir del colegio a plena luz del día. Era arriesgado, no cabía duda, pero era el único medio de desvelar el misterio de mi onírico amor. Por la noche era poco menos que imposible.
¡Pero si está aquí, Raúl!
Un brusco estremecimiento recorrió todo mi ser. Pronto respiré tranquilo. No eran más que algunos compañeros que llegaban a la azotea.
Te has asustado, ¿eh? —me dijo uno de ellos.
Pues sí, un poco. La verdad que no esperaba a nadie. Como está prohibido subir aquí…
Por eso subimos nosotros, porque sabemos que nadie va a venir a molestarnos.
Se sentaron en el suelo y uno de ellos sacó tabaco que repartió entre los demás.
¿Quieres uno? —me ofreció.
No, gracias.
—Supongo que no te chivarás al fraile —añadió.
Y si se chiva, ¿qué? —comentó otro con cierto aire de suficiencia.
Peor para él —replicó un tercero.
Podéis estar tranquilos. Por mi parte no sabrá nunca nada. No hago migas con él.
¡Así se habla, chaval! —me dijo el que parecía capitanear el grupo—. ¿Por qué no te sientas aquí con nosotros?
Acepté su invitación. Uno de ellos me ofreció una chupada de su cigarrillo. Intenté tragar el humo, pero un acceso de tos me lo impidió. Dos gruesas lágrimas brotaron de mis ojos.
Tranquilo, Raúl. Eso nos ha pasado a todos la primera vez.
No tardaron en ponerme al corriente de sus fechorías. Todos los días después de comer, mientras los frailes dormían la siesta, aprovechaban para fumar un pitillo en la azotea. No estaba mal ideado. Era una forma de protestar contra la rigidez disciplinaria.
Pronto tuvimos que abandonar el lugar. El reglamento nos llamaba. Había que formar otra vez.


© Julio Noel



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