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El verano llegaba a su fin.
Había sido un año duro y agotador. Medulio ya había cumplido
dieciocho años y su padre dio por terminada su formación. Albano
había obligado a sus pupilos a dar todo lo que llevaban dentro de
sí. Era el momento de la despedida. Para celebrarlo, los cadetes
iban a realizar una serie de juegos y ejercicios gimnásticos a
imitación de los Juegos Olímpicos. El instructor quería dejar un
buen sabor de boca en los cadetes y sobre todo en las gentes del
poblado. Aquellos años de instrucción y formación terminarían con
un broche de oro. Hacía tiempo que Albano soñaba con aquel momento.
Por eso el último verano había sido muy duro para todos.
Todos los componentes del
grupo habían madurado y habían cambiado a lo largo de aquellos
años. Los mayores se habían convertido en mozos hechos y derechos.
Los más pequeños también habían dado un gran cambio, en especial
Medulio, el más pequeño en edad, pero el más alto y más fuerte
del grupo. Ya había alcanzado su estatura definitiva y su
constitución, aunque todavía no era la máxima, había adquirido
enormes proporciones. Su pecho y su espalda se habían ensanchado
gracias al intenso ejercicio de aquellos años. Sus músculos también
se habían fortalecido y endurecido. Era capaz de derribar a sus
contrincantes de un solo puñetazo, lo que daba fe de su enorme
fuerza. Esta obra casi maestra llenaba de orgullo no sólo a sus
padres, sino también a su instructor y preceptor, Albano, que se
sentía enormemente satisfecho de su trabajo. Ahora, en los juegos
que se iban a celebrar, esperaba ser reconocido por todas las gentes
del lugar, que admirarían su trabajo como si de una obra de arte se
tratara.
El día de los juegos había
llegado. Todo el mundo se hallaba a primera hora de la mañana en el
estadio que habían preparado. A la hora secunda en punto dieron
comienzo los juegos. Todo el grupo uniformado formaba en posición de
firme frente a su instructor. Éste comenzó a impartir sus órdenes
mientras los cadetes ejecutaban los distintos pasos y movimientos.
Realizaron diferentes figuras geométricas: círculos, cuadrados,
estrellas… Unas en movimiento y otras estáticas. Unas tendidos en
sentido prono y otras en sentido supino, con distintos movimientos
uniformes de brazos y piernas. Los espectadores aplaudían a rabiar
los logros de los jóvenes. Entretanto, Albano no cabía en sí de
gozo.
Terminados
los juegos gimnásticos, el grupo realizó una marcha rápida en
formación alrededor del estadio. El público aplaudía la destreza y
la uniformidad de los jóvenes. A continuación dieron comienzo las
pruebas atléticas. La primera sería la de los ochenta pasos libres.
Se correría en dos tandas de diez participantes en cada una de
ellas. La primera sería la de los mayores, mientras que la segunda
estaría formada por los más pequeños. Por su edad, Medulio
correría en esta última. Celebradas las pruebas, Medulio quedó
campeón de su grupo con holgura. Lo mismo ocurrió con la siguiente
prueba, que fue la de los ochenta pasos con obstáculos. El joven no
sólo era campeón del grupo en el que corría, sino de todo el
conjunto. No había nadie que pudiera igualarlo en velocidad y
rapidez. En todas las pruebas de este tipo llegaba siempre a la meta
con varios pasos de ventaja sobre el segundo clasificado. Su
velocidad y su potencia eran inigualables.
Finalizadas las carreras de
velocidad, pasaron a las pruebas de salto. Comenzaron por el de
longitud. Cada participante tenía que realizar tres intentos. Los
saltos tendrían que ser válidos para computarse. Al final se
tendría en cuenta el mejor de cada uno de los competidores. La
prueba se realizaba con normalidad. Hubo algún salto nulo por pisar
la raya que no debían rebasar al batir, pero nada más. Cada
participante llevaba ya dos saltos. En estos momentos Medulio
encabezaba la clasificación con ventaja, pues su mejor salto había
alcanzado cuatro pasos y medio. Le seguía su amigo Clouto con cuatro
pasos y dos pies. Los demás se quedaban todos por debajo de estas
marcas. En la tercera ronda hubo un participante que logró rozar los
cuatro pasos y medio. Faltaban por participar, entre otros, Clouto y
Medulio. El primero logró rebasar por muy poco la marca del que
acaba de rozar los cuatro pasos y medio. Medulio ya era ganador
aunque no ejecutara el último salto. A pesar de todo quiso
realizarlo. Su marca fue de cuatro pasos y medio y casi un pie.
Nuevamente se proclamó campeón de esta prueba.
A continuación se inició el
triple salto. Ejecutados los dos primeros saltos, de nuevo Clouto y
Medulio se enfrentaban codo con codo. A Medulio le había faltado
medio pie para los once pasos, mientras que su amigo se había
quedado a un pie de dicha marca. En el tercer salto Clouto logró
rebasar por muy poco la marca de Medulio. Éste tenía que superarse
si quería ganar la prueba. Comenzó su carrera para batir con
fuerza, pero antes de llegar a la línea desistió en su intento.
Había expectación en el público y en los participantes. Aún no
había nada decidido. Medulio realizó varias flexiones y
estiramientos de piernas para relajar los músculos y la enorme
tensión que lo invadía. Por fin, se decidió a ejecutar el salto.
Inició con decisión la carrera y batió con fuerza y rabia. El
resultado fue un éxito: superó con creces los once pasos. El joven
no cabía en sí de gozo. Con los brazos en alto y rebosante de
felicidad, dio dos vueltas al estadio.
La
mañana avanzaba y aún faltaban varias pruebas de atletismo. Le tocó
el turno al salto de altura. La prueba se mostraba favorable a
Medulio, como así fue, dada su envergadura. Efectivamente, superó
por más de medio pie al segundo, que era asimismo el que le seguía
en estatura. Su marca fue de algo más de paso y medio.
Para dar fin a los ejercicios
de la mañana, llevarían a cabo la carrera de fondo. Ésta
consistiría en dar diez vueltas al estadio. Correrían en los dos
grupos acostumbrados de diez participantes cada uno. En esta ocasión
el de Medulio fue el primero. Toda la prueba se desarrolló con
normalidad. El grupo corría compacto y con un ritmo moderado. A
pesar de ello, a partir de la cuarta vuelta ya empezó a destacarse
un pequeño grupo de tres corredores, entre ellos, Medulio. Fueron
juntos hasta la séptima vuelta. A partir de entonces, Medulio con
otro participante comenzaron a tomar ventaja. Cada vez se
distanciaban más de sus perseguidores y ya estaban a punto de doblar
a los más rezagados. En la novena vuelta Medulio se impuso con
autoridad a su contrincante y corrió la décima vuelta él solo sin
nadie que le disputase la victoria. Fue todo un éxito.
Por la tarde realizaron el
resto de pruebas. La primera consistía en trepar por una cuerda.
Medulio no quedó mal clasificado, aunque hubo varios que lo
superaron. A continuación se realizó el lanzamiento de jabalina.
Como en los saltos, el resultado era el mejor de tres intentos. Poco
a poco se fueron sucediendo los distintos lanzadores. Al final
quedaban tan sólo los tres mejor clasificados, entre los que se
encontraba Medulio. Entre los tres no había más de medio paso de
diferencia. Al final Medulio consiguió su mejor marca con cincuenta
y ocho pasos en su último lanzamiento. Ninguno de los otros dos pudo
igualarlo.
A media tarde dio comienzo la
competición de lucha. Los luchadores se distribuyeron por
constitución y altura. A Medulio le tocó luchar con el segundo más
alto y más fuerte del grupo. Éste le llevaba cuatro años. Su
combate fue el último de los programados. La competición se
desarrolló en un ambiente expectante y festivo. A medida que uno de
los combatientes eliminaba al contrario, se iniciaba el combate
siguiente. Por fin llegó la hora de la última pareja. Medulio asió
por la cintura a su contrario y en el primer movimiento dio con él
en tierra, pero éste se levantó como movido por un resorte. De
nuevo los dos púgiles se asieron fuertemente por la cintura. Ambos
midieron sus fuerzas como lo hicieran dos grandes osos. Tan pronto
giraban sobre sus pies, como uno avanzaba haciendo retroceder al
otro. Las fuerzas estaban bastante equilibradas, aunque la balanza se
inclinaba siempre a favor de Medulio. Éste, que transpiraba por
todos los poros de su piel, hizo una llave con un movimiento rápido
con el que acabó con su contrincante en el suelo. Acto seguido le
colocó la rodilla derecha en el pecho y le inmovilizó brazos y
piernas. El combate había acabado. Todo el mundo aplaudía con
entusiasmo al ganador del último combate, el más espectacular de
todos.
Como cierre de la jornada, se
celebraron las pruebas de equitación. En éstas sólo participaron
seis jóvenes, los que tenían caballo, entre los que se encontraban
Clouto y Medulio. La primera consistió en recorrer veinte veces el
estadio. Los jinetes partieron todos juntos a una señal de Albano.
Durante las diez primeras vueltas la carrera fue bastante igualada.
Ninguno quería destacar. En la undécima vuelta ya hubo algún
intento de escapada, pero los demás jinetes consiguieron remontar
hasta el de cabeza para seguir igualados otras cinco vueltas más. En
la vuelta diecisiete, comenzó de nuevo a atacar el que ya se había
destacado en la undécima. En la dieciocho sacaba unos diez pasos a
los demás. Clouto y Medulio decidieron salir en su caza, lo que
lograron cuando iniciaban la vuelta diecinueve. Al empezar la vuelta
número veinte, ambos se desmarcaron de su competidor para lanzarse
en una vertiginosa carrera. Cuando faltaba menos de medio estadio,
Medulio empezó a dejar atrás a Clouto que, no obstante, resistía
con ahínco. Finalmente, Pegaso atravesó la línea de meta sacándole
un cuerpo entero al caballo de Clouto. Una vez más Medulio se alzó
con el triunfo.
La última prueba consistía
en salvar con los caballos una serie de obstáculos que habían
colocado en el recorrido que debían realizar. En esta prueba Medulio
se quedó tercero, pues derribó dos obstáculos en su recorrido. El
ganador los salvó todos limpiamente.
Ya se ocultaba el sol detrás
de las montañas cuando Albano dio por terminados los juegos. Elaeso
lo felicitó efusivamente por el éxito de los mismos y por el bello
espectáculo que les había ofrecido. Fue un día maravilloso, digno
de perpetrarse en el tiempo, que la gens
del valle de
Osimara tardaría en olvidar.
—¡Mi enhorabuena por el
espectáculo que nos has ofrecido, Albano! —le manifestó Elaeso
con la mano extendida para estrechar la suya—. Ha sido un día
inolvidable.
—Gracias, Elaeso. Estoy muy
orgulloso y muy satisfecho de lo conseguido.
—Lo puedes estar. Hoy ha
sido un día grande para ti y para todos nosotros. No lo olvidaré
jamás.
—Me honran tus palabras,
Elaeso. No estaba muy seguro de si habría triunfado o no, pero
después de oír tus elogios, ya no me queda ninguna duda.
—Claro que has triunfado.
Has triunfado no sólo con el espectáculo de hoy, sino, y eso es lo
importante, con la preparación de nuestros hijos. Hoy hemos visto
que nuestros hijos están perfectamente preparados para el combate.
Lo que nos llena de orgullo.
—En efecto. Todos ellos
están preparados para combatir y luchar por su pueblo, en especial
Medulio, que ya has visto que no nos ha dejado en mal lugar, ni a ti
ni a mi.
—Ya lo he visto y estoy muy
orgulloso de él y de lo que has conseguido de él.
—El mérito es
principalmente suyo y no mío. Es fuerte y valiente. Además, tiene
una voluntad imperturbable. Desde sus primeros años tomó conciencia
de su papel y no ha querido defraudar a nadie.
—Desde luego que no nos ha
defraudado.
En aquel momento se acercaba a
ellos Medulio, que llevaba por la rienda a Pegaso. Ambos sudorosos
todavía por las pruebas realizadas.
—¡Enhorabuena, hijo! —su
padre lo estrechó entre sus brazos—. ¡Has estado maravilloso!
—Gracias, padre.
Su madre se acercó a él para
estrecharlo entre sus brazos con la cara llena de lágrimas de
alegría.
—¡Ven a mis brazos, hijo
mío! —exclamó Genoveva con los brazos extendidos para abrazarlo—.
Eres el mejor de todos. No hay quien te iguale.
—Bueno, también puede ser
que haya tenido suerte.
—No seas modesto, hijo.
Nadie te ha podido igualar. Eres muy superior a todos los demás,
incluso a Clouto.
—Tu madre tiene razón,
hijo. Hoy has demostrado tus dotes de jefe de nuestro pueblo, algo
que espero llegues a ser algún día. Estamos muy orgullosos de ello.
—Gracias, padre. Intentaré
no defraudaros.
Preceptor y familia se
encaminaron hacia su casa. Albano al día siguiente dejaría el
poblado. Su misión estaba cumplida.
© Julio Noel
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