jueves, 4 de abril de 2019

MEDULIO, CAUDILLO DE LOS ASTURES. Capítulo 10



                                                                     10



Los astures adoraban entre otros dioses a la Luna, la Diosa Madre o Reina de los Cielos, para ellos. La Luna representaba el ciclo femenino y también el ciclo de la vida. De ahí que su calendario se rigiera por los meses lunares. Cada mes le rendían culto en el plenilunio. Pero había un plenilunio especial que ocurría cada cierto número de años. Éste era el que coincidía con el equinoccio de primavera. Cada vez que ocurría este acontecimiento, los astures lo celebraban con grandes ceremonias y ritos acompañados de variados festejos.
Las últimas nieves se habían derretido casi por completo. Tan sólo quedaban pequeños retazos que teñían de blanco algunas zonas de la umbría. La tierra y la pradera estaban empapadas en agua. Por doquier manaban fuentecillas y corrían pequeños arroyos y riachuelos. El invierno se despedía para dar paso a la primavera y los rayos del sol se iban templando tímidamente. Los habitantes de Osimara estaban a punto para rendir culto a Selene.
El equinoccio de primavera amaneció radiante. Los incipientes rayos solares forcejeaban contra la escarcha de la noche. Una tenue neblina se elevaba sutilmente por el valle como lene gasa azulada. El poblado se desperezaba con gran parsimonia. Poco a poco los más madrugadores salieron a las calles y a la plaza. Éstas se fueron llenando de gente. El bullicio se hizo general y no tardaron en dar comienzo los actos y ceremonias en honor de la diosa Selene. Un grupo de jóvenes empezó a bailar al son de la gaita. Algunos se detuvieron para contemplarlos. Los más continuaron en busca de otras diversiones y placeres.
A media mañana se organizó un corro de lucha en un prado cercano. En un instante se vio rodeado de gente. Se enfrentaban los mejores luchadores del valle. El espectáculo prometía diversión. Muy pocos se lo querían perder. En medio del corro se hallaba ya la primera pareja de luchadores dispuestos para la lid. Eran dos jóvenes fornidos, con músculos que parecían de acero. Comenzó la lucha. Ambos se asieron fuertemente por el cinturón que ceñía la cintura del contrario. Inclinadas sus cabezas uno sobre el otro y un poco encorvados, empezaron a tantear sus fuerzas describiendo pequeños círculos en su intento. De pronto el más pequeño pareció ceder ante el impulso del otro, pero no tardó en reponerse y recuperar el equilibrio. De nuevo las fuerzas parecieron nivelarse. Uno y otro intentaban zancadillear al contrario para derribarlo, pero su habilidad hacía que no perdieran el equilibrio. Nuevamente el más pequeño pareció ceder por un instante. Otra vez se igualaron las fuerzas. El combate se prolongaba y ninguno de los dos combatientes cedía. El público aplaudía y animaba a ambos contendientes. Por fin, en un descuido, el más pequeño logró derribar a su contrario y, ya en el suelo, luchó denodadamente para que aquél tocara la hierba con la espalda. Si lo conseguía, habría ganado el asalto. Pero el derribado se defendía en el suelo, en donde hacía mil movimientos para no tocar la tierra con su dorso. Después de grandes esfuerzos, cedió ante la fuerza y la presión de su contrincante. Éste se alzó ganador del primer combate. Todo el mundo aplaudía su hazaña.
Las parejas se sucedían en el corro una tras otra. Todos los luchadores de la comarca querían hacer gala de su fuerza y de su maña. Llegó, por fin, el turno de la última pareja. Eran los dos contendientes más fornidos. Todo el mundo esperaba ansioso su combate. Sus músculos y sus fuerzas parecían igualados. Nadie sabía por cuál de los dos apostar, pues si uno era alto, musculoso y fuerte, el otro lo era tanto o más. Era muy difícil predecir el resultado final. Dio comienzo el combate. Los dos robustos mozos se agarraron fuertemente por sus cinturones. Juntaron cabeza con cabeza. Ambos se inclinaron un poco hacia delante y comenzó el baile para medir sus fuerzas. No tardaron en llegar los primeros intentos de zancadilla por ambas partes, que los dos evitaban con destreza. Los vaivenes y vueltas en círculo se sucedían ininterrumpidamente. De pronto el más alto pareció perder el equilibrio, pero no tardó en recuperarlo. De nuevo se reinició el baile para medir sus fuerzas. De cuando en cuando se zancadilleaban, pero ambos resistían los embates. Ahora fue el más bajo el que perdió el equilibrio. No tardó en recuperarlo también. Ambos luchadores sudaban copiosamente por todos los poros de sus cuerpos. El combate seguía. En un descuido, el más alto derribó a su contrincante, que dio con su cuerpo en tierra, pero éste se levantó con la destreza del rayo y se asió de nuevo al cinturón de su oponente. Los dos volvieron a medir sus fuerzas. El público gritaba y animaba. El desenlace final se demoraba. A los combatientes les flaqueaban ya las fuerzas por la fatiga. Una vez más intentaron derribarse uno al otro sin alcanzarlo. Pero en un descuido el más alto consiguió derribar al otro y logró que tocara el suelo con la espalda. El combate había finalizado y se erigió como el ganador de la pelea.
El corro se deshizo poco a poco mientras los asistentes iban comentando las incidencias de los combates, en especial las del último. Los demás juegos y actos, como la chita y la danza, ya habían finalizado. Todo el mundo acudía a sus casas para celebrar el banquete de la fiesta. Aquél era un día muy señalado que había que conmemorar por todo lo alto. Por lo que en todas las casas abundaría la carne en la mesa.
Come un poco más, Medulio. Has comido muy poco.
¡Que he comido muy poco, madre! Si me he jalado un muslo de pollo, dos costillas de cordero, un muslo de perdiz y un trozo de ternera.
¿Y qué es eso para ti? Estás creciendo y necesitas alimentarte. Deberías comer más.
No, madre. Por hoy ya tengo bastante. Además, después tengo que competir con Pegaso y no me conviene comer demasiado.
¿Que tienes que competir con Pegaso? Pero si no eres más que un crío. ¿Adónde quieres ir tú?
Pues a eso, a competir.
Genoveva se dirigió a su esposo en tono de desaprobación.
¿Tú no tienes nada que decir?
¿Qué quieres que diga? Si el niño quiere competir, déjalo que compita.
Pero si son todos mayores que él.
No todos son mayores, madre. Hay algunos que tienen poco más tiempo que yo.
El que menos, te lleva tres años.
¿Y qué?
¿Cómo que y qué? Pues que tú no debes competir más que con los de tu edad.
De mi edad no hay nadie que tenga caballo.
¡Pues entonces no compitas! —le contestó su madre airada.
Déjalo, mujer. Es cierto que con los que va a competir tienen dos o tres años más que él, pero Medulio está tan desarrollado o más que ellos y puede ganarlos.
¡Puede ganarlos! ¿Y si se hace daño? Medulio tiene mucha menos experiencia que ellos. Es mejor que espere un año o dos más.
Ya está decidido, Genoveva. El niño va a competir en estos juegos. No insistas.
¡Mira qué bien! —Genoveva se puso en jarras ante su marido—. Ya lo tenías todo decidido sin contar conmigo. Como si yo no pintara nada en esta casa.
No es eso, mujer. Pero estas cosas es mejor que las organicemos los hombres. Las mujeres ya tenéis las vuestras.
¡Mira, Elaeso, no me tires de la lengua! Vamos a dejarlo, pero que conste que en estas cosas yo también tengo algo que decir.
Bueno, mujer, como quieras. No tengo ganas de discutir.
A media tarde dio comienzo otra vez el baile y el juego de la chita. Por su parte, los jinetes se prepararon para la competición que poco después tendría lugar. Entre ellos se encontraba Medulio, muy ufano, con su potrillo bien enjaezado y con unas enormes ganas de competir. El juego consistía en pasar un palo a modo de lanza por un pequeño aro de mimbres, que pendía de una vara horizontal apoyada por sus extremos en dos horquillas verticales. Había que montar la cabalgadura y a todo galope pasar por debajo de la vara e introducir el palo en el aro sin caerse del caballo. Se hacía por categorías, según la edad de los participantes. A Medulio le tocaba competir con tres adolescentes que le llevaban unos tres años de edad.
El juego comenzó por los más pequeños y fue Medulio precisamente el primero en iniciarla. El niño pasó rozando el aro, pero no pudo introducir el palo en él. Luego lo intentaron los otros tres. Ninguno de ellos acertó con el aro. Los intentos eran tres y resultaba ganador en cada categoría el que más veces consiguiera introducir el palo en el aro. Medulio volvió a rozar el aro en el segundo intento, pero no lo consiguió. En esa ronda lo logró uno de los otros tres adolescentes. El niño aún tenía opciones de ganar, pero ya le quedaban menos probabilidades. Llegó la tercera vuelta y consiguió introducir el palo en el aro. El niño estaba exultante de alegría. Aún podía empatar. Había que esperar a ver qué hacían los demás. Lo intentó uno de los adolescentes y no lo logró. A continuación lo hizo el otro que aún no había ganado y consiguió dar en el blanco. Tan sólo quedaba el que ya había puntuado en la segunda ronda. Medulio aún tenía la esperanza de quedar empatados. En ese caso, tendrían que desempatar. Pero el tercer adolescente, ya bastante diestro en aquellas lides, no falló y logró dar en el blanco de nuevo. Medulio creyó desfallecer cuando vio cómo atravesaba el aro el último de sus rivales. No había tenido suerte. No había ganado, pero al menos había conseguido un blanco. Para los próximos juegos pensaba prepararse a fondo para ser el ganador.
Las competiciones y los juegos continuaron durante toda la tarde, al igual que la música y el baile. Llegada la noche, todo el mundo se preparó para acudir al santuario de la diosa Selene. Se hallaba a una media milla de distancia del poblado. Consistía en trece círculos de veintiocho piedras cada uno. Cada círculo simbolizaba un mes lunar y las piedras representaban los días del mes.
Entrada la noche, el poblado entero marchaba en procesión hacia el santuario de la diosa. La romería la presidían Elaeso y el druida, como era costumbre. Justo a la media noche dio comienzo el acto religioso. El druida recitaba los salmos y preces consabidos en aquel lenguaje que nadie entendía. Los asistentes escuchaban en silencio y con devoción. El druida con su ramita de roble impregnada en agua empezó a recorrer uno por uno los círculos dedicados a la diosa. En cada uno recitaba un salmo y lo asperjaba con agua. Así hasta llegar al último. Luego volvió al primero donde había una especie de altar, en el que depositó varias plantas aromáticas junto con una rama de roble y otra de tejo. A continuación les prendió fuego para que se consumieran. Entretanto, siguió recitando preces en aquel lenguaje arcano que nadie entendía. Finalizada la cremación, recogió las cenizas para esparcirlas por los trece círculos. Mientras las esparcía, cantaban todos a coro salmos a la Diosa Madre. Finalizada la ceremonia religiosa, dio comienzo la música mientras el pueblo danzaba alrededor de los trece círculos.
—Padre, ¿cuándo se va a terminar esto?
Al amanecer, hijo. Mientras luzca hoy la Luna, el pueblo tiene que honrarla con estos ritos y ceremonias.
¿Y por qué se hace este año y no se había hecho otros?
Porque esto sólo ocurre cada varios años. Tiene que coincidir, como este año, el plenilunio con el equinoccio de primavera.
¿Qué es el plenilunio?
Es cuando la Luna alcanza el máximo de redondez, como hoy. ¿La ves?
Sí, padre . ¿Y qué es el equinoccio?
El equinoccio, en este caso de primavera, es cuando los días y las noches son iguales. Ese día, que es hoy, la noche y el día duran lo mismo y comienza la primavera. Luego, cuando comienza el otoño ocurre lo mismo. Las noches y los días se vuelven a igualar.
Entonces, si hay otro equinoccio en otoño, ¿por qué no se celebra de aquélla esta fiesta?
Porque siempre se ha elegido éste, que es el que marca el principio del año. El año empieza siempre en la luna cuyo plenilunio está más próximo al equinoccio de primavera. Por eso se celebra ahora.
Mientras padre e hijo charlaban animadamente, se les acercó el druida que ya había dado por terminadas las ceremonias rituales.
Veo que charlabais muy animadamente —dijo—. ¿Se puede saber cuál era el motivo de vuestra conversación?
El niño que quería enterarse del motivo y el significado de esta fiesta —comentó Elaeso.
Eso está bien. ¿Y cómo va su instrucción?
Desde el verano pasado ya sabe montar a caballo. Y ahora pronto llegará el preceptor para que comience la instrucción.
Eso me parece muy bien. Te recuerdo, Elaeso, que tu hijo tiene que llegar a ser un gran líder de nuestro pueblo y para ello debe formarse sin pérdida de tiempo.
No te quepa la menor duda que así se hará, amigo mío. Y que yo deseo más que nadie que llegue a ser un gran general de todo el pueblo astur.
¡Que los dioses te oigan y se cumplan tus deseos! Y ahora vamos a dar por terminada la fiesta, que la aurora ya tiñe de rosa el oriente.
Efectivamente, las primeras luces del alba ya se vislumbraban en el horizonte. Cesó el son de la gaita y todo el mundo siguió los pasos de Elaeso y el druida camino del poblado.


© Julio Noel 


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