jueves, 4 de abril de 2019

MEDULIO, CAUDILLO DE LOS ASTURES. Capítulo 5



                                                                       5



Medulio correteaba entre las chozas del poblado, por la plaza del mismo, con otros niños de su misma edad. Sol brillante en un hermoso día de estío. Velo azul del cielo y verde alfombra de la vegetación y de la pradera. En la lejanía, grisáceas montañas. Las gallinas escarbaban en el suelo y cacareaban. Los corderos y los cabritos balaban. Los terneros mugían. Los pájaros gorjeaban. La paz reinaba en el poblado astur y en el valle de Osimara.
¡Medulio! ¡Medulio! —llamaba a voz en grito Genoveva.
¿Qué quieres, madre? —contestó él.
Ven. Tenemos que ir con las ovejas.
Pero, madre, ¿no puede hacerlo el pastor?
No, hijo. El pastor está enfermo.
A Medulio no le satisfizo mucho la noticia.
—¿Y tiene que ser ahora precisamente?
Sí, hijo, tiene que ser ahora —la madre se acercó al niño para llevarlo consigo hacia la choza donde encerraban las ovejas. Medulio se hacía un poco el remolón y trataba de resistirse—. Ya te he dicho en muchas ocasiones que debes obedecer a los mayores sin rechistar y sobre todo a tu padre y a tu madre.
Ya lo sé, madre. Pero es que ahora estaba jugando con mis amigos.
Pues es en esos momentos cuando más debes obedecer. Cuando supone un sacrificio, tiene mucho más mérito el obedecer.
Está bien, madre. Te acompañaré.
Madre e hijo salieron al campo con el pequeño hato de ovejas que tenían aquel día que todo incitaba a pasear y caminar por él. Poco a poco se fueron acercando a los lugares donde Genoveva sabía que había buenos pastos para el ganado.
Mira, iremos por aquí hasta aquel valle que se ve un poco más adelante. Allí las ovejas tienen buen pasto y no nos darán mucho trabajo, mientras tanto, nosotros podemos dedicarnos a recoger plantas medicinales.
Genoveva conocía muchas de ellas y quería iniciar a su hijo en su saber. Los astures no tenían otra medicina más que los remedios naturales y caseros. Por eso era de suma importancia que supieran distinguir las plantas curativas de las que no lo eran y para qué servía cada una de ellas. En los poblados indígenas no había ningún curandero, si bien siempre había alguien que destacaba sobre los demás, ya fuera porque conocía más remedios, ya fuera porque tenía más aptitudes para hacerlo. Una de esas personas era Genoveva, que había aprendido muchas cosas sobre los remedios naturales, primero de su madre y después de su suegra, ambas muy doctas en esos saberes.
—Mira, Medulio, esta planta se llama cantueso. Ya te iré enseñando una por una todas las plantas medicinales y aromáticas que hay por este valle. Su conocimiento te será muy útil y en algún momento podrá incluso salvarte la vida o podrás salvar la de otros. ¿Ves? Se distingue por estas flores violáceas.
Genoveva le mostraba a su hijo la planta. Una mata de hasta dos pies de altura. Sus ramas tienen un color verde rojizo y sus hojas son más bien grisáceas. Sus flores están apiñadas en forma de espiga con unas brácteas de color violáceo en su terminación. Tiene un poder antiséptico, que sirve para curar heridas o llagas.
Cuando te hagas una herida, te la puedes aplicar en ella. Ya verás qué pronto se te cura —le dijo Genoveva a su hijo—. Ahora vamos a recoger unas pocas.
El niño se dedicó a recoger todas las que veía.
Aquí tienes un puñado de ellas, madre.
Muy bien, hijo. Así me gusta. Vamos a coger unas pocas más para tener reservas en casa. El resto las dejamos aquí, que es donde mejor están.
Un poco más adelante encontraron algunas matas de arándanos.
Medulio, aquí hay arándanos.
El niño se dirigió hacia unas zarzamoras que había al lado de los arándanos, pues desconocía cómo eran éstos, aparte que no se veía ninguno a primera vista.
No, hijo, no son ésas. Ésas son zarzamoras, que además todavía no están maduras. Los arándanos son redondos y azulados. Tienes que buscarlos aquí entre estas matas, pues a simple vista no se ven —mientras decía esto, la madre iba separando las hojas de la mata para que aparecieran los arándanos—. Mira, aquí hay tres o cuatro, ¿los ves? Cógelos y sigue mirando, que tiene que haber más. Los arándanos curan las afecciones de la orina. También sirven para los problemas del estómago y de los intestinos. Van muy bien para cortar las diarreas.
Madre e hijo se entretuvieron un buen rato en recoger las bayas azuladas que les ofrecían los arándanos. El niño comía más que guardaba, pues los encontró apetitosos. Madre e hijo dejaron atrás las matas de arándanos para buscar más hierbas y plantas medicinales.
¿Ves este arbusto, hijo?
Sí, madre. Está lleno de pinchos.
Debes tener cuidado al acercarte a él. Es un espino blanco. Vamos a recoger unas cuantas hojas y flores. Su infusión es muy buena para la circulación de la sangre y para el corazón. También es muy bueno para calmar los nervios. No lo olvides nunca.
No lo olvidaré.
Genoveva y Medulio continuaban recorriendo el bosquecillo.
Aquí hay unas cuantas flores de manzanilla. Vamos a llevárnoslas. La manzanilla aligera las digestiones pesadas. También sirve para calmar los nervios y para combatir el insomnio.
¡Cuántas cosas sabes, madre! ¿Quién te las ha enseñado?
Me las enseñaron tus abuelas, ¿te acuerdas de ellas?
Sólo de una.
Tienes razón, hijo. Mi madre murió cuando apenas tenías un año. Pues ellas fueron las que me aleccionaron en todas estas cosas sobre las plantas medicinales. Me enseñaron a reconocerlas, a recogerlas, a guardarlas y a prepararlas. También me explicaron sus propiedades medicinales. Gracias a estos conocimientos podemos curarnos de muchas enfermedades y dolencias que de otra manera no lo podríamos hacer. Así que aprende bien a reconocerlas y su finalidad.
Así lo haré, madre.
Vamos a esa orilla del bosque a ver si hay orégano.
Se acercaron al margen. En el bosque crecían robustos robles y urces por todas partes. No tardaron en descubrir la planta que buscaban. Los tallos son algo rojizos. Las hojas, ovaladas y anchas. Las flores, de color blanco o rosa y se reproducen en los extremos de los tallos en apretados racimos.
¿Ves, hijo? Es esta mata que hay aquí. Por ahí adelante hay más. Vamos a coger unas cuantas ramitas con sus flores y sus hojas. El orégano sirve para condimentar las comidas, sobre todo para las carnes. También es muy digestivo y sirve para curar los catarros, que tanta lata nos dan en invierno. Ahora vamos a coger algo de corteza de estos robles, que también es muy buena para curar enfermedades.
¿Qué enfermedades cura la corteza de roble?
Muchas. Cura la diarrea y otros problemas digestivos. También es buena para las anginas, para curar la inflamación de las encías, las llagas que se producen en la boca, las grietas de la piel, los sabañones y muchas otras cosas. Y ahora vamos a dejarlo, que por hoy ya tenemos bastantes. Volvamos otra vez con las ovejas que se puede escapar alguna o puede venir el lobo y comérnoslas.
¿Hay lobos por aquí? —preguntó el niño entre incrédulo y asombrado.
Pues claro que los hay. Debemos tener mucho cuidado para que no ataquen al rebaño y nos maten unas cuantas ovejas.
Las ovejas seguían pastando tranquilamente en el lugar donde las habían dejado. Madre e hijo se sentaron a la sombra de unos robles.
¿Tan malos son los lobos, que matan a las ovejas? —inquirió Medulio después de haberse recostado sobre el tronco de un roble.
No es que sean malos —le contestó su madre—. Los lobos matan para comer. Pero a nosotros nos ocasionan mucho daño cuando lo hacen. Por eso, debemos estar vigilantes y procurar que no se acerquen a las ovejas.
Y cuando atacan, ¿matan muchas?
Normalmente no. Normalmente matan una o dos, pero a veces sí que hacen grandes estragos. Recuerdo que hace unos años a un vecino nuestro le mataron más de medio rebaño. Eran varios lobos. Le dividieron el rebaño en dos y la parte que se quedó en el monte la aniquilaron toda. Durante la noche pasaron por medio del poblado de una montaña del valle a la otra persiguiendo a las ovejas. Dejaron sembrado de cadáveres todo el camino de un lado al otro del valle.
Pues sí que fueron feroces.
Ya lo creo que lo fueron, hijo. Y ahora vamos a comer algo mientras las ovejas sestean.
Efectivamente, el rebaño ya se había cobijado bajos las refrescantes sombras de los robles y de las urces para librarse del fuerte calor del mediodía. Las ovejas aprovecharían esas horas para rumiar parte del alimento que habían ingerido a lo largo de la mañana. A media tarde reemprenderían su infatigable pasto hasta la puesta del sol, momento en el que regresarían al poblado para pasar la noche.
Para Medulio aquel día había sido muy interesante y muy provechoso, aunque tenía un lío en su cabeza del que no se aclaraba. Tiempo habría para que fuera asimilando todos aquellos conocimientos que su madre le había transmitido y que tanto le ayudarían en su vida. Aunque a la sazón sólo contaba con ocho años, ya se dio perfectamente cuenta de lo importante que era aprender los conocimientos que los mayores poseían. Ellos eran los guardianes y custodios de todo el saber que poseían los astures, pues desconocían la escritura y la lectura y sólo la tradición oral era la portadora de su cultura.


© Julio Noel 


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