lunes, 1 de abril de 2019

Capítulo 10 de La familia de Ismael Ricote


                                                                        10


Ismaîl ibn Hasan subió a la frágil embarcación que acababa de adquirir. Con la ayuda de Pedro pudo introducir en ella todo el tesoro que tantos desvelos le había producido ya y por el que seguía arriesgando la integridad de su vida. Después de haberse despedido paternalmente del joven, comenzó a remar con todas sus fuerzas para alejarse lo más rápidamente posible de la costa antes de que algún ojo indiscreto lo descubriera. La frágil embarcación rompía las olas al tiempo que los remos batían irregularmente la superficie del agua. La noche era apacible aunque soplaba un ligero viento del noroeste, que le ayudaba a impulsar la barca en dirección a la costa africana. Poco a poco consiguió acompasar los remos y dominar hasta cierto punto la embarcación. Así se mantuvo durante algo más de cinco horas. Cuando ya parecía que tenía la costa africana al alcance de la mano, se levantó un fuerte vendaval que vino a dar al traste con la buena suerte que hasta entonces lo había acompañado. La superficie del mar comenzó a encabritarse. Las olas de repente doblaron sus dimensiones. El agua penetraba por todas partes. La frágil barquichuela parecía una cáscara de nuez sobre la inmensidad del océano. Ismaîl temió por su vida y se encomendó con todo fervor a Alá. Aún tendrían que transcurrir más de dos horas luchando contra las olas y achicando el agua que se introducía en la barca, antes de sentirse lanzado con violencia contra unos escollos donde la embarcación se rompió en mil pedazos. Como consecuencia del brutal impacto, Ismaîl perdió el conocimiento.
Un fuerte dolor en la frente le hizo abrir los ojos. El sol comenzaba a extender ya sus dorados rayos sobre la superficie del mar. El infortunado náufrago tomó conciencia de sí mismo y del lugar donde se hallaba. El fuerte oleaje lo había arrojado entre unos acantilados de la costa africana. Desde allí podía ver hacia el norte el Peñón de Gibraltar con toda nitidez y el resto de la costa española. Con gran esfuerzo consiguió ponerse en pie y hacer una rápida valoración de su situación. Por suerte vio desperdigados a su alrededor los restos de la embarcación y la mayor parte de sus pertenencias, que poco a poco fue sacando hasta la orilla. Cuando hubo terminado, hizo un recuento y pudo ver con satisfacción que había recuperado casi todo su tesoro. Tan sólo habían desaparecido algunas joyas y unos cuantos escudos que el mar le cobró como tributo. Quizá hubiera sido mejor haber confiado en un pescador o un barquero experimentado. Pero eso ya no tenía remedio. Ahora había que continuar hacia delante.
Ismaîl buscó rápidamente un escondrijo apropiado entre los acantilados de la costa para guardar en él su tesoro antes de que alguien lo descubriera. No se veía un alma, pero eso no era óbice para que pudiera aparecer alguien que viniera a poner en peligro todo por lo que él había luchado. No tardó en encontrar una pequeña cueva entre las rocas del acantilado. Trasladó a ella su fortuna con la máxima celeridad, a pesar de ello le llevó más de dos horas hacerlo. Finalizado su trabajo, trató de ordenar un poco sus pensamientos. Había naufragado cerca de Ceuta en su parte occidental. Lo más prudente era acercarse a la misma para comprar una caballería que le ayudara a transportar el tesoro. Al cabo de dos horas salía de la ciudad a lomos de un caballo de raza cruzada árabe. No era el más apropiado para el fin que le quería dar, pero era lo único que había encontrado. Mientras regresaba al escondite de su tesoro, pensó que sería mejor guardar éste en un lugar cercano y seguro y trasladarse después él solo a lomos de su caballo sin su preciosa carga. De esta manera conseguía resolver dos problemas a la vez, por un lado evitaba el transporte de tan pesada carga y, por otro, la posibilidad de un atraco en medio del camino en su intento.
Ideado su plan, comenzó a buscar por las montañas del Rif el lugar idóneo donde ocultar tan preciosa carga. Tres días estuvo recorriendo todas aquellas montañas, hasta que al final encontró una remota cueva no muy lejos de Tetuán. A ella trasladó su tesoro a lomos de su caballo en varios viajes no exentos de peligros. Finalmente, al cabo de una semana de su accidentado paso del estrecho, pudo poner rumbo a Fez en busca de sus seres queridos. Para ese viaje le venía muy bien el caballo adquirido que, con su sola carga y una pequeña parte del tesoro, cortaba el viento en su veloz carrera. No tardó en dejar atrás las montañas que rodean Tetuán, para internarse en suaves valles de verdes praderas que dejaba atrás a la velocidad del rayo. A unos valles se sucedían otros y a unas montañas, otras y así durante días y días. En más de una ocasión perdió el rumbo hasta que algún pastor o arriero le indicaba de nuevo la ruta correcta.
Un día que se hallaba perdido en medio de unas montañas se topó con un individuo que confundió con un inofensivo pastor. Cuando le preguntó por el camino que debía seguir para llegar a Fez, aquél se lo indicó con gran afabilidad deshaciéndose en todo tipo de detalles. Ismaîl, que no sospechaba nada, siguió al pie de la letra las indicaciones del falso pastor, que lo condujo a un valle sin salida encerrado entre altas y escarpadas montañas. El falso pastor hacía dos días que lo seguía. Desde el primer momento que lo vio se forjó la idea de que se trataba de una persona con mucho dinero. Había intentado asaltarlo la noche anterior, pero un pequeño incidente se lo impidió. Con aquella treta que le preparó esperaba cazarlo como a un conejo en su madriguera. Cuando Ismaîl se dio cuenta del engaño, retrocedió sobre sus pasos a todo galope y, gracias a la agilidad de su montura, pudo sortear al bandido sin grandes dificultades, pero no se pudo librar del enorme susto que lo invadía. Desde aquel momento juró que tendría más cuidado en lo sucesivo y que no se fiaría del primero que encontrara.
A unas dos jornadas de distancia de Fez, buscó un escondrijo donde guardar la pequeña parte del tesoro que llevaba consigo. Esto formaba parte del plan que había ideado para recuperar a su familia. Después de dejar varias señales del lugar elegido fáciles de encontrar, reanudó de nuevo el camino hacia su destino. Ahora tan sólo le faltaba realizar el último tramo que lo conduciría a la meta, a la que llegó al atardecer del día siguiente. La sorpresa de su mujer y sobre todo de su cuñado fue indescriptible.
¡Qué! ¿Es que no me conocéis? —preguntó cuando se plantó en el umbral de la puerta de la tienda.
¡Ismaîl! —exclamó Najla cuando salió de su estupor y lo reconoció. Luego se precipitó sobre él con los brazos abiertos y sus negros ojos llenos de lágrimas de emoción y alegría.
¡Najla! —repitió él abrazándola al mismo tiempo—. ¡Cuánto tiempo sin vernos!
Ambos se estrecharon en un profundo y emotivo abrazo. Entretanto Hadi los contemplaba con un cierto asombro no exento de animadversión e ira. No esperaba la llegada de su cuñado y no le hacía ninguna gracia que hubiera vuelto. A decir verdad, se había hecho a la idea de no volver a verlo nunca. Si bien es verdad que no había desaprobado el matrimonio de su hermana, también es cierto que su cuñado nunca le había caído bien del todo. Lo aceptó porque no le quedó más remedio, pero cuando se marchó a Europa, bendijo la decisión que había tomado y la hora en que volvía a recuperar a su hermana y a su sobrina. Siempre había considerado a Ismaîl demasiado liberal y moderno, demasiado condescendiente con la política española y con la doctrina cristiana. Su propia hermana y su sobrina pasaban por grandes devotas en aquel lugar manchego. Tuvo que volver él a hacerse con las riendas del hogar para devolverlas al redil de la fe islámica. Creía que lo había conseguido y que nadie se volvería a interponer en su camino, cuando ahora se presentaba de improviso su cuñado en el momento más inoportuno. Pues no estaba dispuesto a ponérselo fácil si eso es lo que creía.
¿Y tú qué? ¿No dices nada? ¿No te alegras de ver a tu cuñado?
Pues claro que me alegro —balbuceó Hadi mientras abrazaba con bastante frialdad a Ismaîl—. La verdad que no te esperábamos. Ha sido una sorpresa.
Me alegro, pues eso es lo que quería daros. ¿Y Sahira?
A Najla le resbalaron dos gruesas lágrimas por sus ya no tan tersas mejillas.
¿Qué pasa? —exclamó Ismaîl como muy sorprendido.
Amor mío, Sahira se ha casado.
No sería con aquel mancebo manchego, ¿no?
¿Te refieres a don Pedro Gregorio?
Al mismo.
No. Ese muchacho nos siguió hasta aquí, pero Hadi no le permitió casarse con nuestra hija. Sahira se ha casado con el hijo de uno de los hombres más influyentes de esta ciudad. Gracias a su influencia y a su ayuda tenemos este negocio y podemos vivir. Si no fuera por él, nos habríamos muerto de hambre.
¡Ya! Un estómago agradecido sacrifica lo que sea, incluso a su hija. Ya hablaremos de eso más tarde.
Hadi percibió que su cuñado no le iba a perdonar fácilmente el haber casado a su hija con Ahmed ibn Fâdel. Debía ponerse en guardia.
Y bien, ¿cómo os va el negocio?
El negocio va perfectamente —le contestó su cuñado.
Me alegro que así sea y que lo siga siendo por mucho tiempo.
De nuevo Hadi pareció notar un matiz irónico en las palabras de su cuñado.
Bueno, supongo que ya será hora de cerrar, ¿no? Ya es casi de noche. ¿Por qué no cerráis la tienda y nos vamos a casa donde podremos charlar tranquilamente. Después de todos estos años de ausencia supongo que tendremos todos muchas cosas que contarnos.
Hadi y Najla aceptaron sin objeciones la proposición de Ismaîl y cerraron la tienda. Poco después los tres se hallaban juntos en la intimidad de su hogar. Ismaîl les refirió a grandes rasgos sus andanzas por Europa y su regreso a España. Evitó toda referencia al tesoro y su encuentro con Pedro y la ayuda que éste le había prestado. También les relató el naufragio del estrecho y las peripecias que había tenido que correr antes de llegar a Fez.
Por su parte Najla le contó lo mucho que habían sufrido para llegar hasta allí y cómo los habían desvalijado de casi todo lo que llevaban antes de subirse al barco que los trasladó hasta África. Tan sólo les permitieron pasar el equipaje que pudiera transportar cada uno de ellos. Allí les fue de gran ayuda la colaboración de don Pedro Gregorio, que les pasó varios bultos.
Siento de veras que perdiéramos casi todas nuestras joyas y nuestro dinero y la mayor parte de nuestras pertenencias. Fue inevitable.
De nuevo las lágrimas resbalaron por las mejillas de Najla.
Lo sé, mujer. No debes culparte por ello. Ya sabemos que en el edicto del rey se nos prohibía sacar oro, joyas y dinero y tan sólo se nos permitía llevar los enseres que pudiéramos transportar por nosotros mismos. No debes afligirte por eso.
Ya. Pero ése es el motivo por el que tuvimos que empezar aquí casi desde la nada. Por eso nos vimos obligados a aceptar la ayuda de Fâdel.
Y ese Fâdel como buen cacique y buen usurero se aprovechó de la ocasión. Ya hablaremos de eso más adelante.
El tiempo corría sin descanso y se había hecho muy tarde. El día había sido agotador, sobre todo para Ismaîl, así que decidieron retirarse a descansar antes de que los rindiera el sueño. Ya habría tiempo de hablar.
Ismaîl se despertó muy temprano, antes de salir la aurora, a pesar de que el día anterior se encontraba completamente extenuado. Un fuerte y nauseabundo olor penetró en la pituitaria de sus fosas nasales obligándole a arrojar todo el contenido de su estómago. No podía dar crédito. Ya había notado un poco aquel nauseabundo olor el día anterior mientras charlaban, pero no le había prestado demasiada importancia. Ahora, en cambio, le resultaba totalmente insufrible. Por las rendijas de la mal ajustada ventana de su dormitorio penetraba sin cesar aquel olor acre que parecía querer arrancarle el estómago. Una vez que tomó plena conciencia de sí mismo, se percató también de la existencia de unos ruidos extraños, como si arrastraran algo por el suelo, y un murmullo apagado de voces humanas. Y es que la alcoba daba precisamente al patio donde se ubicaban unas curtidurías. Desde la ventana pudo ver una serie de tinajas en el patio llenas de un líquido viscoso de distintos colores, que era el que desprendía aquel olor tan fétido, y a su alrededor, o incluso dentro de ellas, a algunos hombres famélicos y harapientos que trajinaban con las pieles. Su actividad comenzaba antes del amanecer y en cuanto introducían las pieles en las tinajas y las removían dentro de ellas, el olor nauseabundo que despedían se hacía tan insoportable que pocos lo podían aguantar, máxime si no se estaba acostumbrado a él.
Ismaîl se vistió a toda prisa y descendió a la planta baja de la casa, donde se encontraba el salón, para esperar en él a su mujer y a su cuñado. Allí se hacía algo más soportable el repugnante olor. No acababa de entender cómo podían aguantarlo los habitantes de la ciudad. En sus planes no entraba permanecer en ella mucho tiempo, pero con aquel fétido olor su estancia iba a ser mucho más breve aún. Tampoco entendía cómo podía haber gente que soportara aquel oficio. Además de nauseabundo, tenía que producir forzosamente enfermedades a los que lo ejercían. ¿Cómo podría haber gente dispuesta a todo con tal de ganarse un mendrugo de pan para su sustento?
Buenos días, Ismaîl. Has madrugado mucho.
No podía soportar ese olor tan pestilente que entra en la alcoba.
Ah, es el olor de la curtiduría que hay en el patio de atrás. Yo ya estoy acostumbrada a él y no me entero.
Pues yo no sé si podría acostumbrarme por muchos años que viviera aquí. Es insoportable.
Si no tuvieras más remedio, claro que te acostumbrarías. Como los demás. ¿Qué quieres desayunar?
No me apetece nada. Este olor me ha obligado a echar todo lo que tenía en el estómago y me ha dejado mal cuerpo.
Entonces te puedo hacer un té o una manzanilla. Te ayudarán a asentar el estómago. Mira, ya se ha levantado Hadi también.
Buenos días. Parece que madrugáis.
Buenos días. Ismaîl que lo ha despertado el olor de la curtiduría.
Si llevaras aquí los años que llevamos nosotros, ya no le darías importancia.
Ni en toda una eternidad me acostumbraría a él.
Eso es lo que decimos todos la primera vez que lo olemos. Luego se va uno acostumbrando a él sin darse cuenta y terminas por no olerlo.
Espero que ése no sea mi caso. De todas maneras, vamos a hablar de lo que nos interesa.
Hadi creyó percibir algo raro en las palabras de su cuñado. Le pareció observar que no había ido a Fez con intenciones de quedarse. ¿Qué se traería entre manos?
Hadi, prepárate para ir a recoger inmediatamente lo que traía de valor y que dejé escondido a unas dos jornadas de aquí.
¿Y cómo es que no lo trajiste tú hasta aquí?
Porque desconocía la ciudad y los peligros que podía entrañar el traerlo. Preferí esconderlo en un lugar seguro en vez de arriesgarme a que me lo quitaran.
¡Qué cosas tienes, cuñado! ¿Y es mucho?
Son algo más de tres mil escudos y unas cuantas joyas valoradas en bastante más que eso. Con todo ello podrás mejorar mucho el negocio y cambiar de domicilio para un lugar más salubre.
Ismaîl le dio el croquis que había hecho del escondite de aquella parte del tesoro y le describió el itinerario que debía seguir para llegar a él.
Aquí tienes la manzanilla, Ismaîl. Tómatela a ver si se te pasa ese malestar.
Gracias, Najla —tomó un sorbo—. Y tú, si has terminado ya el café —le dijo a su cuñado—, no te descuides en partir. No me gustaría que se te adelantara algún inoportuno.
Hadi no se demoró en seguir el consejo de su cuñado. Terminó el desayuno y abandonó la casa precipitadamente. No estaba dispuesto a que alguien se le adelantara y lo privara de la fortuna que le había prometido Ismaîl.
No sé por qué me da la impresión que no te hace ninguna gracia mi hermano y que has urdido una estratagema para quitártelo de en medio.
Tienes razón, querida. Tu hermano no me hace ninguna gracia.
Pues no opinabas lo mismo cuando me dejaste sola.
Porque entonces no lo conocía muy bien. Sabía que era un fanático, pero no hasta el extremo que ha demostrado ser.
¿Cómo puedes saberlo ahora si no llevas más que unas horas con nosotros?
Suficientes.
Tampoco entiendo en qué te apoyas para aseverarlo.
Ismaîl tomó con gran parsimonia algunos sorbos más de la manzanilla que le había preparado su mujer.
Mira, Najla. Tan sólo con lo que me habéis contado, ya tengo elementos de juicio suficientes para ver de lo que es capaz tu hermano. Pero, por si eso fuera poco, te diré que Pedro Gregorio me acompañó desde la Mancha hasta Tarifa, ayudándome a transportar el tesoro que había escondido antes de marcharme de España y que fue el motivo por el que regresé. Si no hubiera sido por él, nunca lo hubiera logrado. Durante todo ese largo viaje me contó todo lo que había pasado desde que salisteis de aquel lugar hasta que él regresó de nuevo allí. Sé todo lo que os ocurrió durante vuestro exilio y la forma como casasteis a nuestra hija. Y sé que en todo ello se ha impuesto siempre la voluntad de Hadi. Yo te había pedido que emigrarais a Francia, donde me sería más fácil buscaros y recogeros. Pero, para mi sorpresa, elegisteis venir a Berbería, uno de los lugares donde con más desprecio han recibido a los nuestros, a pesar de llevar nuestra misma sangre. Con todos estos antecedentes, no creerás que voy a perdonar tan fácilmente a tu hermano por el daño que nos ha hecho.
¿Así que lo tenías todo tramado?
Pues claro que lo tenía tramado.
Y has enviado a Hadi a buscar un tesoro que no existe, sólo con el propósito de alejarlo de nosotros.
En eso te equivocas, querida. Lo del pequeño tesoro es cierto. Es lo que le voy a dar a tu hermano para que pueda vivir sin sobresaltos económicos el resto de su vida, que no se lo merece. Pero lo de esconderlo lejos de aquí para que nos deje tranquilos es cierto. De esta manera, cuando regrese nosotros podremos estar ya muy lejos. Todo depende de que se cumplan al pie de la letra mis planes.
¿Y qué planes son ésos?
Marcharnos de aquí con nuestra hija para ir a vivir a Alemania donde he comprado una casita.
Najla prorrumpió en una estrepitosa carcajada. No podía dar crédito a las palabras de su marido. Le parecía que no podía estar en sus cabales.
¿Te has parado a pensar en las dificultades que eso entraña?
Naturalmente.
Y lo dices así, tan tranquilo. Si se te ocurre rescatar a Sahira, sabes muy bien que su marido y toda su familia nos perseguirán hasta recuperarla y, cuando lo hagan, nuestras vidas no valdrán un ochavo.
Lo sé, Najla.
Lo sabes y parece no importarte. Mira, Ismaîl, no me hagas reír que no tengo ganas. Sabes muy bien que no podemos entrar en casa de nuestros consuegros y menos aún de salir de allí impunemente con nuestra hija. Entonces, ¿cómo piensas recuperarla?
Es muy sencillo. Ahora mismo vas a ir allí y regresarás con nuestra hija y su marido.
¡Mira qué bien! ¿Y cómo quieres que lo haga?
Les dirás que estoy aquí y que quiero ver y abrazar a mi hija después de tantos años y que también quiero conocer a mi yerno, como es natural. Los invitarás a comer con nosotros y a tener un encuentro íntimo y familiar que no queremos compartir con nadie más. El resto corre de mi cuenta. ¿Serás capaz de hacerlo?
No sé qué tramas, querido, pero lo haré. Aunque es una familia bastante reticente, supongo que aceptarán lo que pides. Me preparo y ahora mismo voy a buscarlos.
Muy bien. Te estaré esperando.
Najla fue en busca de su hija y su yerno. Como había presentido, sus consuegros le pusieron toda clase de reparos antes de autorizar a su hija a que abandonara la casa. Le propusieron que Ismaîl fuera a verla allí, pero Najla les dijo que tan sólo iba a quedarse veinticuatro horas y que la quería ver en la intimidad de su hogar. Por fin cedieron ante sus ruegos.
Mientras Najla llevaba a cabo su propósito, Ismaîl aprovechó para hacerse con dos caballos más, uno para su mujer y otro para su hija. A la hora de comer, se las arregló para suministrar un fuerte somnífero a Ahmed a través de la bebida. No tuvieron que esperar mucho tiempo para que hiciera efecto. El joven entró en un sueño profundo que le ocuparía muchas horas antes de despertar. Era el momento que Ismaîl tanto tiempo llevaba esperando.
Vamos, no hay tiempo que perder.
Pero ¿qué piensas hacer?
En el establo tengo tres caballos esperándonos. Sahira que se quite esa ropa y se ponga una normal. Antes de diez minutos debemos salir de la ciudad.
No lo conseguiremos, Ismaîl.
Déjate de lamentaciones y daos prisa. Voy a buscar las caballerías.
Una hora más tarde ya se habían alejado más de dos leguas de la ciudad de Fez, pero no por ello dejaron de fustigar a sus cabalgaduras para alejarse lo más posible antes de que llegara la noche. Cuando las primeras sombras nocturnas hicieron acto de presencia, ya se habían distanciado más de siete leguas de la ciudad. Además, habían seguido una ruta que no era la más habitual, por lo que, en caso de que los siguieran, les sería muy difícil dar con ellos. Algo harto improbable, pues Ahmed aún seguía durmiendo a aquella hora y sus padres no sospechaban nada, ya que era natural que quisieran estar reunidos hasta altas horas de la noche después de tanto tiempo.
Ismaîl y su familia descansaron varias horas durante la noche, pero mucho antes de amanecer se pusieron de nuevo en marcha. Había que aprovechar al máximo posible el factor sorpresa y todo el tiempo que llevaban de ventaja. Para cuando el sol empezó a dorar con sus rayos las cumbres más altas de las montañas, ya se habían alejado unas diez leguas de Fez. Durante todo aquel día cabalgaron sin descanso atravesando montañas y valles, llanuras y despoblados, evitando ser vistos por quien los pudiera delatar. Así transcurrieron varios días, cabalgando siempre hacia el norte, hasta que pudieron alcanzar las montañas del Rif. Una vez allí, se internaron por entre ellas camino de Tetuán. Aún tendría que transcurrir una semana más antes de que alcanzaran a verla. Al fin pudieron divisarla allá al fondo desde la cima de una montaña.
¿Veis aquella ciudad que se ve allá a lo lejos?
Sí.
Pues es Tetuán. Descansaremos aquí esta noche. Mañana iremos a buscar el tesoro y luego nos dirigiremos a la costa para embarcarnos rumbo a Francia.
Pero ¿aún sigues obstinado con lo del tesoro? ¿Cómo quieres que nos creamos esa patraña?
No es ninguna patraña, Najla. Con lo que he escondido entre estas montañas hay suficiente para vivir toda nuestra vida sin trabajar. Además, tuve que dejar casi otro tanto en las Lagunas de Ruidera por no poder traerlo. Todo aquello se lo di a Pedro Gregorio en pago por su ayuda.
Entonces, ¿cuánto teníamos ahorrado?
Mucho, querida. Piensa que mi padre ya tenía bastante cuando llegó a aquel pueblo manchego y yo lo multipliqué por mucho. ¡Lástima que nos obligaran a salir de España! Puedes estar segura que no habría muchos que superaran nuestra riqueza en toda la Mancha.
¡Y yo que creía que nos lo habíamos llevado todo cuando abandonamos el pueblo! ¡Qué engañada me tenías!
Un águila dejó oír su silbido cuando sobrevolaba las montañas escarpadas que tenían a su derecha.
Yo nunca te engañé. Recuerda que en una ocasión, cuando teníamos que fiar todo lo que vendíamos, te dije que con nuestros ahorros podíamos vivir sin trabajar más. Lo que pasa que cuando decidí ir en busca de un nuevo hogar, no quise poner en manos de tu hermano ese enorme caudal, porque no me fiaba de él. Como puedes ver, no estaba equivocado.
Por cierto, ¿qué será de él ahora? Si no nos encuentran, la familia de Ahmed se ensañará con él y no parará hasta dar con sus huesos en el cementerio.
No le estaría mal —se atrevió a comentar Sahira— por todo el daño que me ha hecho. Por su culpa he vivido encarcelada todos estos años y eso no pienso perdonárselo en la vida. No sabe cuántas lágrimas he derramado.
Todo eso ya pasó, cariño. Ahora debes olvidarlo y debes tratar de perdonar a tu tío. Yo también he derramado muchas lágrimas y lo he pasado muy mal por verte sufrir tanto.
¿Y por qué no intentaste liberarme?
Hija, ya lo intenté y se lo supliqué más de una vez a tu tío, pero ya sabes cómo es la familia de tu marido. No hubiéramos conseguido liberarte de aquel yugo y, a cambio, nos habríamos fraguado nuestra propia ruina. Esa familia es de las más influyentes de Fez y nos habrían aplastado como a simples escarabajos. Créeme, hija, que si no te liberamos no fue porque yo no lo deseara con todas las fuerzas de mi alma, sino porque nos enfrentábamos a un muro inexpugnable.
El sol ya se escondía detrás de las altas montañas. Una suave brisa comenzó a soplar refrescando un poco el ambiente.
¡Vaya vientecillo que se ha levantado! Parece que la noche va a ser fresquita.
Ponte un chal encima, hija, que te vas a resfriar.
Sahira permanecía con los hombros y los brazos descubiertos a causa del calor que había hecho hasta entonces. Llevaba tantos años encarcelada bajo el burka, que en la primera ocasión que se le presentó no dudó en liberarse de aquella prenda que tanto odiaba y tanto le había hecho sufrir. Sus padres no se cansaban de mirarla y de contemplar extasiados su hermosura.
¡Qué hermosa eres, hija! —exclamó su padre—. ¡Y pensar que te estabas marchitando cuando apenas habías empezado a brillar, como el capullo que no llega a rosa! Tu tío no tiene perdón por el crimen que ha cometido. Hija, te mereces una vida algo mejor que la que tenías. Si sigues enamorada de aquel joven manchego, te aconsejo que te desposes con él si el destino así lo quiere.
Padre, siempre he estado enamorada de Pedro y nunca he dejado de quererlo. Lo que pasa que nuestra religión nos obliga a obedecer ciegamente al hombre que nos domina. Esa fe ciega me ha llevado a aceptar un hombre al que no he amado jamás y al que ahora más que nunca odio con todas las fuerzas de mi alma. Durante todos estos años he soñado con este día y he vivido con la esperanza de verlo hecho realidad. Ahora me gustaría que esta libertad que siento no tuviera fin y para eso estoy dispuesta a lo que sea, incluso a renunciar a nuestra fe.
Bien, pues si sigues enamorada de Pedro, puedes casarte con él. Es el mejor regalo que le puedo hacer. Cuando nos despedimos, me dijo que no quería más dinero ni más joyas, que la única joya que quería que le diera eras tú. Él está locamente enamorado de ti y estoy seguro que te hará feliz.
Gracias, padre. No sabes lo feliz que me haces y el peso tan grande que acabas de quitarme de encima.
Pero ¿cómo se va a casar con Pedro si vamos camino de Alemania? –inquiró Najla.
Alá proveerá, querida. Y ahora vamos a buscar un lugar apropiado para pasar la noche. Mañana, antes de ir en busca del tesoro, me acercaré a Tetuán a ver cómo está el panorama. No conviene ir allí cargados con tantos bienes sin saber lo que nos vamos a encontrar. Los esbirros de Fâdel pueden habérsenos adelantado y estar esperándonos.
Sólo nos faltaría eso.
Por si acaso, conviene tomar precauciones.

****

Ahmed ibn Fâdel se despertó sobresaltado por el estruendo que causaban los fuertes golpes que estaban dando en la puerta. Su cabeza no dejaba de darle vueltas mientras trataba de recordar el lugar donde se hallaba. Estaba inmerso en un mar de tinieblas y no acababa de tomar conciencia de sí mismo. De pronto oyó su nombre. Reconoció en la voz a uno de los lacayos de su padre. Trató de ponerse en pie, pero tropezó con los muebles que había en la estancia. A duras penas, tanteando con las manos y los pies, se fue acercando hacia la puerta guiado por los golpes que en ella daban y por los gritos que proferían.
¡Ya voy! Esperad un momento a ver si puedo abrir.
¿Estás bien, Ahmed?
Sí, pero no veo nada. Está todo a oscuras y no sé por dónde voy. A ver, ya estoy a lado de la puerta. Voy a intentar abrirla.
Guiado por el tacto, logró abrir la puerta y con ella que entrara un rayo de luz de las antorchas que portaban los lacayos de su padre.
¿Qué te ha pasado? —le preguntó el que parecía ir al mando—. Tus padres están muy preocupados.
No sé. No recuerdo nada. Me acabo de despertar al oír los golpes que dabais en la puerta.
¿Y tu mujer?
¿Qué?
Sí. Tu mujer y tus suegros. ¿Dónde están?
Ah, sí. Ahora empiezo a recordar algo. Recuerdo que estábamos comiendo y ahora estos golpes. Nada más.
A ti te han hecho algo. Registrad la casa a ver si están escondidos.
Tres hombres entraron en casa de Hadi y Najla y la recorrieron de arriba abajo. No tardaron en regresar con las manos vacías.
No hay nadie.
Te has lucido, muchacho. Te la han jugado. Vámonos para casa. Se va a poner contento tu padre cuando se entere.
Antes del alba salían de Fez media docena de jinetes a todo galope por el camino real que conduce a Tetuán. Eran los hombres de Fâdel con su hijo al mando. Una corazonada los había impulsado a seguir esa ruta. Cabalgaron sin descanso todo el día hasta que las espesas tinieblas de la noche les impidieron dar un paso más. Al día siguiente, muy temprano, reanudaron la marcha. Su propósito era darles alcance en dos o tres días. Poco después del alba vieron en la lejanía un jinete que cabalgaba hacia ellos. A medida que se acercaban no podían dar crédito a sus ojos. Era Hadi a lomos de un jamelgo.
¡Mirad a quién tenemos aquí! —exclamó Ahmed mientras rodeaban al sorprendido jinete.
¿Te has perdido o te han dado con la puerta en las narices, como suele decirse? –indagó el jefe de los lacayos.
No entiendo nada. No sé a qué os referís.
¿Ah, no? —insistió el matón.
Tal vez no sepa nada —sugirió Ahmed—. Él no estaba en casa ayer.
Entonces, ¿qué haces por aquí? —volvió a preguntar el de antes.
Hadi, que no sospechaba nada pero que intuía lo peor, creyó que lo mejor era contarles la verdad. Así, pues, no dudó en referirles lo ocurrido y, como prueba, les mostró las joyas y las monedas de oro que llevaba encima. Eso fue su perdición. Los seis hombres se apoderaron del pequeño tesoro y allí mismo lo degollaron, no sin antes obligarle a confesar que sus parientes probablemente se habrían dirigido a Tetuán. Unos días más tarde se adueñaron de la ciudad a la espera de sus víctimas. Como habían logrado un rico botín y no tenían otra cosa que hacer, se dedicaron a derrocharlo en todos los tugurios y tabernas que encontraron. La fama de sus altercados y provocaciones corrió pronto por toda la ciudad y pocos eran los habitantes de la misma que la desconocieran. En esa situación llegó Ismaîl para conocer cómo estaba el panorama y obtener la información que necesitaba. No tuvo que recorrer muchas calles para encontrarse con un par de matones de Fâdel. Estaban bastante ebrios y presumían del puñado de escudos de oro españoles que llevaban en sus bolsas. Ismaîl no necesitó ver más para hacerse cargo de la situación. Aquéllos debían de formar parte de los escudos que había dejado escondidos para su cuñado. Si eso era así, no envidiaba su suerte.
Para cerciorarse por completo de lo que ya era evidente como la luz del día, entró a tomar algo en una taberna. Allí le confirmaron lo que él se temía, pues aquellos desalmados no sólo presumían de las joyas y las monedas de oro que le habían arrebatado a Hadi, sino de haberle dado muerte y haber dejado su cadáver en medio del camino para pasto de las alimañas. Ismaîl regresó apresuradamente a donde había dejado a su mujer y a su hija con la promesa de no revelarles nunca el triste final de su hermano y tío. No merecía la pena preocuparlas más de lo que estaban ni incrementar su dolor, que ya era bastante.
Tenemos que recoger el tesoro y marcharnos inmediatamente de aquí. Ahmed y sus esbirros están en la ciudad.
¿Los has visto?
He visto a dos y en una taberna me han contado los desmanes que están haciendo. Cargaremos todo lo que podamos y nos marcharemos a Melilla. Si queda algo, lo dejaremos para el afortunado que dé con él. Me había hecho a la idea de hacer dos viajes si era necesario, pero en estas circunstancias no haremos más que uno. Así que, en marcha.
No tardaron en llegar a la cueva donde había dejado escondido su tesoro. Cargaron a tope las alforjas de sus caballos y se llenaron hasta el último de sus bolsillos y faltriqueras. No quedó bolsa vacía que no llenaran con joyas o monedas de oro. Al final tuvieron que dejar unos cuantos escudos, pero ya no les quedaba resquicio ninguno donde esconderlos.
¡Qué lástima que tengamos que dejar todos esos escudos aquí! —exclamó Najla.
No te preocupes, alguien los encontrará y le vendrán muy bien.
Nunca pensé que pudiera haber tanto. Si mi hermano se enterara…
Esperemos que no se entere nunca.
¿Y dices que en Ruidera quedó casi otro tanto?
Poco más o menos como esto.
Hija, ahora ya veo que puedes casarte con Pedro tranquilamente. Con un tesoro como éste no tendrás que preocuparte por tu futuro.
Madre, el tesoro es importante, pero lo más importante es que Pedro me ama y yo a él también.
Eso está bien, hija, pero con el amor sólo no se vive. Esto también es necesario para vivir.
Lo sé, madre, pero el dinero solo no es suficiente. También Ahmed es rico y sin embargo yo era completamente desgraciada a su lado.
Bueno, vámonos ya —terció Ismaîl—. Tenemos que evitar el paso por la ciudad y sus cercanías. Iremos a través de esas montañas que quedan a nuestra derecha. Nos costará más tiempo, pero será mucho más seguro.
El sol estaba a punto de alcanzar el cenit. Brillaba en lo alto del cielo y sus rayos se dejaban sentir con fuerza.
¿Y no podríamos llegar antes al mar por este lado? —insinuó Najla.
Sí, pero entonces llegaríamos a Ceuta y desde esa ciudad es muy difícil que alguien quiera trasladarnos a Francia. Es mejor ir a Melilla y, si no fuera porque está muy lejos, a Orán desde donde nos sería más fácil encontrar a alguien dispuesto a llevarnos a aquel país. Ahora pongámonos en marcha, a ver si en tres o cuatro días podemos estar en Melilla. Cuanto antes abandonemos estas tierras mejor.
Ismaîl y familia se internaron en las montañas del Rif rumbo al este. El recorrido era agreste y tortuoso por lo que el avance se hacía muy lento, pero poco a poco fueron poniendo tierra de por medio entre ellos y la ciudad de Tetuán. Los valles y las montañas se sucedían sin interrupción. Cuando llegó la noche ya habían recorrido alrededor de cuatro leguas. La familia se sentía más tranquila. No era fácil que sus perseguidores descubrieran sus planes, pues estaban seguros de que nadie los había visto. Al día siguiente antes del alba, cuando las avecillas más madrugadoras comenzaron a desgranar sus cantos, ya se habían puesto de nuevo en marcha. Tenían por delante otro largo peregrinar por aquellos derroteros y senderos tortuosos. Así transcurrieron los días tratando de evitar los pueblos y hasta los caseríos más aislados. Preferían pasar completamente desapercibidos a que los viera alguien y los delatara. Así un día y otro hasta llegar a Melilla.
Antes de entrar en la ciudad, decidieron pasar la última noche en las montañas que la circundan, muy cerca del mar, con el susurro de las olas al fondo. La noche era oscura y estrellada. El silencio, total. Los tres juraron por Alá y por Maryam que aquélla sería su última noche en el continente africano. A pesar de que aquella tierra era el origen remoto de sus ancestros, no se sentían a gusto en ella. La tierra que amaban estaba al otro lado del mar, pero aquella tierra no los amaba a ellos, los había expulsado de su suelo patrio y se habían convertido en unos apátridas. La tierra de sus antepasados era intransigente e inhóspita, como intransigentes e inhóspitos eran sus habitantes. Ismaîl no quería aquello ni para él ni para su familia. Quería un lugar más humano, más tolerante, donde todas las creencias y opiniones tuvieran cabida.
Mañana, si Alá quiere, dejaremos esta tierra inhóspita para ir en busca de la patria prometida. En ella viviremos sin que nadie nos moleste por nuestras creencias ni tengamos que rendir cuentas por nuestra fe. No obstante, si algún día las circunstancias lo exigen, no dudaremos en abrazar una nueva fe antes que sufrir otro calvario como el que estamos sufriendo. Si hubiéramos abrazado el cristianismo, nada de esto nos habría ocurrido y hoy podríamos estar disfrutando de la paz y tranquilidad de aquel pueblo de la Mancha que hace tiempo abandonamos. Después de haber recorrido tantos países y haber cruzado tantas fronteras, he aprendido que no merece la pena sufrir tanto por unas creencias que juzgamos únicas y verdaderas. Me he dado cuenta que en el mundo hay más de una religión y que todo creyente piensa que la suya es la auténtica. Ante esto, yo me pregunto: ¿cuál de ellas es la verdadera? Así, pues, creo que lo mejor es adaptarnos a las circunstancias y huir de los extremismos, que tan sólo nos conducen al absurdo. ¡Que Alá guíe nuestros pasos y nos lleve a buen puerto!
Es muy fácil decir eso, pero no lo es cumplirlo.
¿Por qué, mujer, si Sahira y tú misma pasasteis por ser de las más fervorosas cristianas de aquel pueblo manchego?
Todo fue puro fingimiento.
Pues lo llevasteis muy bien. Yo mismo estaba convencido de que era cierto.
¿Cómo se te ocurre pensar eso? ¿Crees que uno puede renunciar a sus creencias así sin más? Sabes muy bien que, a pesar de las apariencias, en casa seguíamos practicando el islamismo. Yo nunca he dejado de adorar a Alá y de practicar las enseñanzas del Profeta.
Bueno, por mi parte no hay ningún problema para que lo sigas haciendo. Es más, me alegro. Lo único que quiero dejar bien claro es que, si las circunstancias nos obligan, no dudéis en adaptaros a ellas. No creo que la vida que dejáis en Fez sea tan halagüeña. El futuro que os ofrezco en Alemania es mucho más prometedor. Ese futuro bien merece algún sacrificio.
Como quieras, Ismaîl. Estoy dispuesta a seguirte hasta el fin del mundo. Ya lo hubiera hecho la primera vez que te fuiste, pero entonces preferiste hacerlo solo. Ahora ya nos tienes a las dos a tu lado y yo prometo no separarme nunca más de ti. Estoy de acuerdo contigo en que la vida que dejamos atrás no tiene nada que envidiar. Por mala que sea la que nos espera, siempre será mejor que ésa. Durante estos años he sufrido mucho por mí misma y mucho más por nuestra hija. Es hora de acabar con tanto sufrimiento.
La noche era apacible. Una leve brisa templada que emanaba del mar invitaba al descanso. Los tres guardaron silencio y no tardaron en ser trasladados por Morfeo a las regiones del séptimo cielo.


© Julio Noel 


No hay comentarios:

Publicar un comentario