jueves, 4 de abril de 2019

MEDULIO, CAUDILLO DE LOS ASTURES. Capítulo 20




                                                        


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¿Cómo fue la reunión, Fusco? —le preguntó Magilo.
No muy bien —respondió aquél—. Al final impuso su voluntad por encima de todos.
Ya te lo advertí. Medulio es un hombre muy vanidoso. Se cree superior a todos los demás y no admite que nadie lo contradiga.
Pues al final lo ha conseguido. Todos agacharon la cabeza como corderitos ante él y ha conseguido erigirse en jefe político y militar de todos nosotros.
¿Cómo dices? —exclamó sorprendido Magilo.
Lo que oyes. Se ha proclamado caudillo de los astures y todos le han rendido pleitesía. Tan sólo yo me opuse. Al principio parecía que muchos estaban conmigo, pero en cuanto les metió algo de miedo en el cuerpo, cambiaron de opinión y se rindieron ante sus pies.
¡Vaya, vaya, vaya! Así que ahora no sólo es el jefe militar, sino que también se ha convertido en jefe político de todo nuestro pueblo. Y todos le han dado su conformidad. ¡Pues quedaría bien satisfecho!
Te lo puedes imaginar. Se ha proclamado caudillo de todos los astures.
¡Caudillo nada menos! —rio con sorna Magilo— ¡Menudo engreído! Tenemos que hacer algo para bajarle esos humos.
¿Y qué quieres hacer si estamos solos?
Ya se me ocurrirá alguna treta.
Los dos hombres conspiraban animadamente contra su jefe supremo. Magilo llegó a aquellas tierras poco después de su expulsión del campamento militar. Era oriundo de Brigaecium y allí se había dirigido cuando lo desterraron. En ningún momento reveló el motivo de su regreso a los suyos por temor a que lo delataran. Tan sólo se lo había contado a Fusco, que era el jefe de la tribu. Fusco acababa de ser elegido jefe como consecuencia del fallecimiento de su predecesor. Era novato en el puesto y necesitaba de alguien que lo asesorara. Ese alguien lo encontró en el soldado felón y traidor. Magilo no tardó en ganarse la confianza de su jefe. Sabía que acercándose a él iba a estar seguro y protegido. A cambio aconsejaría a Fusco en todas sus decisiones. El acuerdo era ventajoso para ambos.
No tardó mucho tiempo Magilo en relatar lo ocurrido en el campamento a su nuevo amigo. Pero, claro, su relato no se acercaba ni con mucho a la verdad. Le contó a Fusco una historia tergiversada y torticera de lo ocurrido. Como era de esperar, en aquella historia Medulio no salió muy bien parado. Ya se las arregló el felón para cargar las tintas sobre él y convertirlo en el malo de lo sucedido. En ningún momento salió a relucir que ellos fueron los traidores y mucho menos que Medulio le había perdonado la vida a cambio del destierro. Ni siquiera le comentó al jefe de los brigaecinos que había sido desterrado de todo el territorio astur. Fusco se lo creyó todo y se dejó engañar por las palabras lisonjeras del traidor. Poco a poco le fue cobrando confianza hasta el punto que no decidía nada sin consultar con él. Así, pues, la influencia de Magilo en las decisiones de Fusco fue decisiva.
Cuando llegó la orden de la convocatoria de parte de Medulio, Magilo se apresuró a recomendar encarecidamente a su jefe que no se le ocurriera comentar con nadie, y mucho menos con Medulio, que él se encontraba allí. Fusco se sorprendió un poco, pero no quiso hacerle ninguna pregunta al respecto. Sus razones tendría cuando no quería que nadie supiera de su existencia. Le prometió que por su boca nadie iba a saber dónde se hallaba. Magilo quedó más tranquilo, pero no descansó hasta que no vio de vuelta a su jefe en casa. Es la condición de todo traidor, que piensa que todo el mundo lo va a traicionar.
Y bien, ¿no se te ocurre nada, Magilo? —le preguntó Fusco después de un largo silencio.
Ya te he dicho que algo se me ocurrirá, pero deberías contarme qué más pasó en la reunión y qué más os pidió o prometió Medulio.
No nos pidió, nos ordenó que, si hay declaración de guerra, debemos reunir el máximo número posible de hombres capaces de empuñar las armas para incrementar las fuerzas del ejército. Nos dijo que cada uno de nosotros seríamos el general de nuestras propias tropas. Además, nos ha ordenado enviarle ya un buen número de jóvenes para aumentar el ejército.
Pues no pide poco. Y tú, ¿qué piensas hacer?
Bueno, en principio cumplir con lo ordenado. ¿Qué voy a hacer?
Eso ya lo veremos.
¿Cómo que ya lo veremos? Juró que si alguno se negaba, sería deshonrado y posteriormente ejecutado. No tengo ganas de pasar por esa afrenta.
No te preocupes. No pasarás por ella. Los efectivos que te ha pedido ahora se los vas a enviar. Pero no es necesario que te excedas en el número. Procura ser más bien parco.
¿Y el resto, si se declara la guerra?
Magilo sonrió maliciosamente. Sobre ese particular ya había maquinado algo.
El resto no se lo enviaremos.
¿Cómo que no se lo enviaremos?
En efecto, no se lo enviaremos. Cuando se declare la guerra, si se declara, optaremos por el mejor postor. Y el mejor postor, Fusco, no es Medulio. El mejor postor son los romanos.
Pero, ¿cómo vamos a traicionar a nuestro pueblo? ¿Te has vuelto loco?
Magilo volvió a sonreír. Había encontrado el medio de vengarse de Medulio. Se iba a enterar de lo que era bueno.
No me he vuelto loco, Fusco. Simplemente uno tiene que estar con los ganadores. Y los ganadores no van a ser los nuestros, no te equivoques. Los ganadores van a ser los romanos, nos guste o no. Así que yo me pongo de parte de éstos, que son los que nos pueden favorecer en el futuro.
¿Y nuestro honor?
Olvida nuestro honor, Fusco. Lo que importa es vivir y para eso hay que estar con los ganadores y no con los perdedores. ¿De qué te sirve el honor si estás muerto?
En el fondo tienes razón, Magilo. Pero, ¡me cuesta tanto traicionar a los nuestros…!
En la conciencia de Fusco aún no cabía la idea tan vil de la alta traición a su pueblo y a su gente.
Pues procura que no te cueste, porque esa traición te salvará la vida y eso es lo único que importa.
No sé, no sé. Me da miedo todo lo que me estás proponiendo.
—No tienes nada que temer.
¿Y si sale mal la traición y nos descubren?
Mala suerte. Pero no tiene por qué salir mal. Ya te he dicho que los que van a ganar van a ser los romanos. Así que, si te pones de su parte, no puede salir mal.
Parece que lo ves todo muy fácil y que lo tienes todo previsto, pero yo sigo pensando que no es honroso lo que me estás proponiendo.
No será honroso, pero es lo más conveniente. Tú mismo. ¿Qué prefieres, honra con muerte o vivir mucho tiempo una vida feliz?
No sé. Sigo pensando que no está bien lo que propones.
El jefe de los brigecinos no acababa de estar de acuerdo con el plan del conspirador.
Entonces, ¿estás con Medulio o conmigo?
Déjame que lo piense. Tengo muchas dudas.
Al día siguiente Fusco y Magilo continuaron con su conspiración. El primero había pasado toda la noche dándole vueltas al tema hasta que había llegado a una conclusión.
Tienes razón, Magilo —le dijo nada más encontrarse—. Es mejor estar en el bando de los ganadores que en el de los perdedores y está muy claro que los ganadores van a ser los romanos. El mismo Medulio nos lo confirmó. Los romanos son muy superiores a nosotros en número de efectivos. Tienen una maquinaria de guerra mucho mejor preparada que la nuestra y están mucho mejor organizados que nosotros. No cabe duda que la victoria se decanta hacia su lado.
Pues claro, Fusco. Los romanos serán los vencedores en esta guerra y, cuando eso ocurra, es mejor encontrarse en su bando que en el contrario.
Estoy totalmente de acuerdo contigo. Ahora bien, ¿cómo llevaremos a cabo nuestro plan?
El traidor permaneció pensativo unos instantes.
¿No os dio alguna pista Medulio?
No que yo recuerde. Bueno, dijo que si había declaración de guerra, nos lo haría saber y nos comunicaría el lugar de encuentro.
Pues es suficiente. Cuando recibas la convocatoria, no acudirás a ella, sino que nos uniremos al ejército romano y les daremos a conocer el lugar de reunión de las tropas de Medulio. Con eso basta. Lo demás ya correrá por cuenta del enemigo.
Tienes razón. No había caído en ello.
Los dos conspiradores estrecharon sus manos en señal de aprobación de su plan y de la hermandad que a partir de ese momento había nacido entre ellos. La felonía estaba fraguada. Ahora sólo faltaba que llegara el momento de ponerla en práctica.

© Julio Noel 

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