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—¿Cómo fue la reunión,
Fusco? —le preguntó Magilo.
—No muy bien —respondió
aquél—. Al final impuso su voluntad por encima de todos.
—Ya te lo advertí. Medulio
es un hombre muy vanidoso. Se cree superior a todos los demás y no
admite que nadie lo contradiga.
—Pues al final lo ha
conseguido. Todos agacharon la cabeza como corderitos ante él y ha
conseguido erigirse en jefe político y militar de todos nosotros.
—¿Cómo dices? —exclamó
sorprendido Magilo.
—Lo que oyes. Se ha
proclamado caudillo de los astures y todos le han rendido pleitesía.
Tan sólo yo me opuse. Al principio parecía que muchos estaban
conmigo, pero en cuanto les metió algo de miedo en el cuerpo,
cambiaron de opinión y se rindieron ante sus pies.
—¡Vaya, vaya, vaya! Así
que ahora no sólo es el jefe militar, sino que también se ha
convertido en jefe político de todo nuestro pueblo. Y todos le han
dado su conformidad. ¡Pues quedaría bien satisfecho!
—Te lo puedes imaginar. Se
ha proclamado caudillo de todos los astures.
—¡Caudillo nada menos! —rio
con sorna Magilo— ¡Menudo engreído! Tenemos que hacer algo para
bajarle esos humos.
—¿Y qué quieres hacer si
estamos solos?
—Ya se me ocurrirá alguna
treta.
Los dos hombres conspiraban
animadamente contra su jefe supremo. Magilo llegó a aquellas tierras
poco después de su expulsión del campamento militar. Era oriundo de
Brigaecium y
allí se había dirigido cuando lo desterraron. En ningún momento
reveló el motivo de su regreso a los suyos por temor a que lo
delataran. Tan sólo se lo había contado a Fusco, que era el jefe de
la tribu. Fusco acababa de ser elegido jefe como consecuencia del
fallecimiento de su predecesor. Era novato en el puesto y necesitaba
de alguien que lo asesorara. Ese alguien lo encontró en el soldado
felón y traidor. Magilo no tardó en ganarse la confianza de su
jefe. Sabía que acercándose a él iba a estar seguro y protegido. A
cambio aconsejaría a Fusco en todas sus decisiones. El acuerdo era
ventajoso para ambos.
No
tardó mucho tiempo Magilo en relatar lo ocurrido en el campamento a
su nuevo amigo. Pero, claro, su relato no se acercaba ni con mucho a
la verdad. Le contó a Fusco una historia tergiversada y torticera de
lo ocurrido. Como era de esperar, en aquella historia Medulio no
salió muy bien parado. Ya se las arregló el felón para cargar las
tintas sobre él y convertirlo en el malo de lo sucedido. En ningún
momento salió a relucir que ellos fueron los traidores y mucho menos
que Medulio le había perdonado la vida a cambio del destierro. Ni
siquiera le comentó al jefe de los brigaecinos que había sido
desterrado de todo el territorio astur. Fusco se lo creyó todo y se
dejó engañar por las palabras lisonjeras del traidor. Poco a poco
le fue cobrando confianza hasta el punto que no decidía nada sin
consultar con él. Así, pues, la influencia de Magilo en las
decisiones de Fusco fue decisiva.
Cuando llegó la orden de la
convocatoria de parte de Medulio, Magilo se apresuró a recomendar
encarecidamente a su jefe que no se le ocurriera comentar con nadie,
y mucho menos con Medulio, que él se encontraba allí. Fusco se
sorprendió un poco, pero no quiso hacerle ninguna pregunta al
respecto. Sus razones tendría cuando no quería que nadie supiera de
su existencia. Le prometió que por su boca nadie iba a saber dónde
se hallaba. Magilo quedó más tranquilo, pero no descansó hasta que
no vio de vuelta a su jefe en casa. Es la condición de todo traidor,
que piensa que todo el mundo lo va a traicionar.
—Y bien, ¿no se te ocurre
nada, Magilo? —le preguntó Fusco después de un largo silencio.
—Ya te he dicho que algo se
me ocurrirá, pero deberías contarme qué más pasó en la reunión
y qué más os pidió o prometió Medulio.
—No nos pidió, nos ordenó
que, si hay declaración de guerra, debemos reunir el máximo número
posible de hombres capaces de empuñar las armas para incrementar las
fuerzas del ejército. Nos dijo que cada uno de nosotros seríamos el
general de nuestras propias tropas. Además, nos ha ordenado enviarle
ya un buen número de jóvenes para aumentar el ejército.
—Pues no pide poco. Y tú,
¿qué piensas hacer?
—Bueno, en principio cumplir
con lo ordenado. ¿Qué voy a hacer?
—Eso ya lo veremos.
—¿Cómo que ya lo veremos?
Juró que si alguno se negaba, sería deshonrado y posteriormente
ejecutado. No tengo ganas de pasar por esa afrenta.
—No te preocupes. No pasarás
por ella. Los efectivos que te ha pedido ahora se los vas a enviar.
Pero no es necesario que te excedas en el número. Procura ser más
bien parco.
—¿Y el resto, si se declara
la guerra?
Magilo
sonrió maliciosamente. Sobre ese particular ya había maquinado
algo.
—El resto no se lo
enviaremos.
—¿Cómo que no se lo
enviaremos?
—En efecto, no se lo
enviaremos. Cuando se declare la guerra, si se declara, optaremos por
el mejor postor. Y el mejor postor, Fusco, no es Medulio. El mejor
postor son los romanos.
—Pero, ¿cómo vamos a
traicionar a nuestro pueblo? ¿Te has vuelto loco?
Magilo volvió a sonreír.
Había encontrado el medio de vengarse de Medulio. Se iba a enterar
de lo que era bueno.
—No me he vuelto loco,
Fusco. Simplemente uno tiene que estar con los ganadores. Y los
ganadores no van a ser los nuestros, no te equivoques. Los ganadores
van a ser los romanos, nos guste o no. Así que yo me pongo de parte
de éstos, que son los que nos pueden favorecer en el futuro.
—¿Y nuestro honor?
—Olvida nuestro honor,
Fusco. Lo que importa es vivir y para eso hay que estar con los
ganadores y no con los perdedores. ¿De qué te sirve el honor si
estás muerto?
—En el fondo tienes razón,
Magilo. Pero, ¡me cuesta tanto traicionar a los nuestros…!
En la conciencia de Fusco aún
no cabía la idea tan vil de la alta traición a su pueblo y a su
gente.
—Pues procura que no te
cueste, porque esa traición te salvará la vida y eso es lo único
que importa.
—No sé, no sé. Me da miedo
todo lo que me estás proponiendo.
—No
tienes nada que temer.
—¿Y si sale mal la traición
y nos descubren?
—Mala suerte. Pero no tiene
por qué salir mal. Ya te he dicho que los que van a ganar van a ser
los romanos. Así que, si te pones de su parte, no puede salir mal.
—Parece que lo ves todo muy
fácil y que lo tienes todo previsto, pero yo sigo pensando que no es
honroso lo que me estás proponiendo.
—No será honroso, pero es
lo más conveniente. Tú mismo. ¿Qué prefieres, honra con muerte o
vivir mucho tiempo una vida feliz?
—No sé. Sigo pensando que
no está bien lo que propones.
El jefe de los brigecinos no
acababa de estar de acuerdo con el plan del conspirador.
—Entonces, ¿estás con
Medulio o conmigo?
—Déjame que lo piense.
Tengo muchas dudas.
Al día siguiente Fusco y
Magilo continuaron con su conspiración. El primero había pasado
toda la noche dándole vueltas al tema hasta que había llegado a una
conclusión.
—Tienes razón, Magilo —le
dijo nada más encontrarse—. Es mejor estar en el bando de los
ganadores que en el de los perdedores y está muy claro que los
ganadores van a ser los romanos. El mismo Medulio nos lo confirmó.
Los romanos son muy superiores a nosotros en número de efectivos.
Tienen una maquinaria de guerra mucho mejor preparada que la nuestra
y están mucho mejor organizados que nosotros. No cabe duda que la
victoria se decanta hacia su lado.
—Pues claro, Fusco. Los
romanos serán los vencedores en esta guerra y, cuando eso ocurra, es
mejor encontrarse en su bando que en el contrario.
—Estoy totalmente de acuerdo
contigo. Ahora bien, ¿cómo llevaremos a cabo nuestro plan?
El traidor permaneció
pensativo unos instantes.
—¿No os dio alguna pista
Medulio?
—No que yo recuerde. Bueno,
dijo que si había declaración de guerra, nos lo haría saber y nos
comunicaría el lugar de encuentro.
—Pues es suficiente. Cuando
recibas la convocatoria, no acudirás a ella, sino que nos uniremos
al ejército romano y les daremos a conocer el lugar de reunión de
las tropas de Medulio. Con eso basta. Lo demás ya correrá por
cuenta del enemigo.
—Tienes razón. No había
caído en ello.
Los dos conspiradores
estrecharon sus manos en señal de aprobación de su plan y de la
hermandad que a partir de ese momento había nacido entre ellos. La
felonía estaba fraguada. Ahora sólo faltaba que llegara el momento
de ponerla en práctica.
© Julio Noel
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