miércoles, 3 de abril de 2019

En pos de un sueño. Capítulo 21



                                                                     21



          Celebraba el colegio el día de su patrona. Habían programado varios actos religiosos para media tarde. Final de la novena, misa cantada y otros. A ellos asistiría el colegio en pleno.
Esperaba con emoción la llegada de aquel momento. Hacía días que tramaba escaparme durante los actos religiosos. ¿Quién podría notar mi ausencia en ellos?
Lo llevé a cabo como lo había pensado. Mientras los demás entraban en la capilla, yo corría hacia el Igueldo. Iba decidido a hablar con los moradores de la casa. No podía continuar en aquella incertidumbre por más tiempo.
La villa apareció ante mis ojos como en ocasiones anteriores. Parecía estar rodeada de un halo de misterio. Subí la escalerilla del jardín y me detuve en el porche. Todo el valor que mostrara durante el camino había desaparecido como por encanto. Me faltó la decisión suficiente para pulsar el timbre y tuve que retroceder sobre mis pasos. Me alejé unos metros de la villa para calmar mis nervios. De pie, en la orilla de la carretera, observaba el mar. Aquel mar que tantas veces había contemplado en mis sueños. Estaba algo enfurecido. Sus olas rompían con estrépito en los escollos del rompeolas. Grandes crestas de blanca espuma rodaban por las rocas, para desaparecer en breves instantes. El sol, mortecino, apenas brillaba. Un velo blanquecino se lo impedía. Di media vuelta y me acerqué al porche de nuevo. Pulsé el botón del timbre. En el interior de la casa se oyó un campanilleo. Esperé unos segundos. No salía nadie a abrir. Volví a pulsar el timbre insistiendo un poco más. No tardé en escuchar pasos que se arrastraban en el interior. Se entreabrió la puerta muy despacio. A través de la exigua rendija que se había formado pude ver la arrugada cara de una anciana.
¿Quién es usted? ¿Qué desea? —me preguntó con voz cascada.
Quería hablar con usted.
¿Para qué quiere hablar conmigo? Yo no lo conozco a usted de nada. ¡Váyase!
Por favor, señora, es un asunto de suma importancia para mí. Déjeme que le explique.
En aquel momento se oyó en el interior la voz de un hombre ya mayor. La anciana en pocas palabras le hizo conocer mi pretensión. Tras un breve forcejeo entre ellos, me permitieron pasar al interior.
Siéntese, joven —me invitó el anciano, que parecía más comprensivo—. Usted dirá.
Bueno, yo… En realidad, no sé por dónde empezar.
Pues si usted no lo sabe, joven, menos lo podremos saber nosotros —comentó con cierta ironía el anciano.
El caso es que hace una temporada vi, o me pareció ver, una joven apoyada en la barandilla de su jardín.
¿Una joven apoyada en la barandilla del jardín? No caigo —el anciano hizo un gesto de extrañeza—. Si no se explica usted un poco más, joven…
Era una joven encantadora. Tenía la cabellera larga y sedosa, esparcida por la espalda. Su rostro era como el marfil, tintado de un rosa suave. Su figura era esbelta, como la de una diosa de la mitología.
¿Y dice que la vio aquí, apoyada en la verja de nuestro jardín?
En efecto.
Usted sueña, joven —aseveró el anciano con parsimonia. Mi rostro palideció. Una fugaz congoja recorrió todo mi ser. «¿Habrá sido una ilusión mía? ¿Un simple sueño?»—. Aquí nunca ha vivido tal chica —prosiguió—. Mi esposa y yo estamos solos en el mundo. Nadie viene a visitarnos. Por lo que es imposible que la haya podido ver.
Aseguraría que fue cierto —un breve silencio se interpuso entre los tres—. En fin, señores, no quiero molestarlos más. Han sido ustedes muy amables conmigo. Les estoy muy agradecido.
No hay de qué, joven. A su disposición.
El anciano me ofreció su macilenta mano. Yo se la estreché. Su esposa me acompañó hasta el porche. Una vez más le agradecí las atenciones que me habían dispensado antes de alejarme de allí.
Pasados los primeros instantes, tomé conciencia de la realidad. El sol estaba a punto de ocultarse. Una fuerte comezón recorrió todo mi ser. Los oficios religiosos ya habrían terminado haría rato y yo me encontraba fuera del colegio. ¿Me habrían descubierto?
Al llegar al recinto del colegio escuché las voces de mis compañeros en el patio. Di un pequeño rodeo para no ser visto. No tardé en hallarme al lado de mi mejor amigo.
Hola, Julio.
Hola, Raúl. ¿De dónde sales?
¿No te lo imaginas?
Sí, desde luego. Te estás arriesgando mucho.
Lo sé, Julio, pero tenía que hacerlo.
Se produjo una breve pausa entre nosotros. Algunos compañeros jugaban a la pelota. Otros charlaban o paseaban.
¿Y qué has descubierto?
Nada halagüeño, Julio. Creo que no se trata más que de un sueño. Hoy he tenido ocasión de hablar con esos dos viejos. Viven solos y están solos en este mundo. Ellos no saben nada.
Entonces procura olvidarlo todo.
¡Si pudiera, Julio…! He llegado a pensar que esa chica pudo estar allí sin ser advertida por los ancianos. Me resisto a creer que no es más que una ilusión mía.
Y si así fuera, ¿qué podrías hacer para dar con ella? Sería como buscar una arena en el desierto.
Guardamos silencio. Yo meditaba las últimas palabras de mi amigo. Por desgracia tenía razón. Las pocas posibilidades que tenía de dar con ella se habían desvanecido.
Se oyeron unas palmadas. Era la señal para ir a cenar. Caminaba al lado de mi amigo, mohíno, cabizbajo, con el corazón apesadumbrado.


© Julio Noel



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