lunes, 1 de abril de 2019

Capítulo 9 de La familia de Ismael Ricote




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Hadi ibn Mohammad y Najla seguían viviendo en Fez. Ya hacía algún tiempo que habían dejado su primera tienda para establecerse en otra más espaciosa. El negocio les iba bien. No vivían con la abundancia que lo hicieron en España, pero su economía les permitía llevar una vida relativamente desahogada. Al éxito de su negocio había contribuido en gran medida la influencia que Fâdel Shafîq ejercía en la ciudad. Ellos eran conscientes de su ayuda, por eso no se inmiscuían en el matrimonio de Sahira Zaina Najla y Ahmed ibn Fâdel, el hijo de su benefactor.
Sahira vivía encarcelada en vida. Vivía en una casa que bien podía considerarse como un palacio por su lujo y fastuosidad, pero al mismo tiempo constituía una auténtica cárcel de la que era difícil escapar. Todas sus puertas y ventanas estaban protegidas por fuertes barrotes de hierro en el exterior y tupidas celosías interiores que velaban cualquier mirada indiscreta. Vestía un burka que la ocultaba por completo a las miradas ajenas. No podía salir de casa sin la compañía de su marido o de alguna de las mujeres de la familia. Ni siquiera podía pasear ella sola por el jardín interior de la casa. A todo ello había que añadir las presiones psicológicas que Ahmed ejercía sobre ella y las fuertes prohibiciones morales que le había impuesto. El aislamiento al que la había sometido su marido era total. El esplendoroso astro había dejado de brillar para el mundo.
Sahira había sido obligada a casarse con un integrista islámico que le hacía la vida imposible, pero se resignaba a su suerte. Sabía que su madre y sobre todo su tío la habían entregado a aquel hombre en beneficio propio. Gracias a su matrimonio ellos lograron establecerse en la ciudad. Gracias a su suegro habían conseguido una relativa prosperidad que les permitía vivir cómodamente. El precio que habían tenido que pagar era muy alto, pues ni siquiera les permitían visitarla y las pocas veces que ella iba a verlos siempre era en compañía de su marido. Jamás se volvió a ver a solas con su madre y su tío. Jamás pudo volver a hacer a su madre partícipe de su desgracia ni abrirle su corazón. Su tristeza y su sufrimiento tenía que tragárselos ella sola sin poder compartirlos con la que le había dado el ser. ¡Cuántas lágrimas derramadas de sus bellos ojos negros durante las interminables horas que permanecía a solas! ¡Cuántos suspiros caídos a un pozo sin fondo donde nadie se dignaba recogerlos!
Sahira, en sus horas de interminable soledad y de supremo abatimiento, rememoraba los momentos felices que había vivido en España al lado de Pedro Gregorio. Revivía los dulces besos que se habían prodigado uno al otro. Las promesas que ambos se habían hecho. La libertad que había disfrutado en aquel país que tan lejano le quedaba ya. En sus recuerdos más remotos evocaba los años de su infancia. Aquellos años en los que el Cura del lugar sembraba en su corazón la semilla del cristianismo, su amor a Isà y Maryam. Recordaba asimismo las reconvenciones que le hacían sus padres sobre aquellas enseñanzas, el exquisito cuidado que debía tener para no dejar traslucir su verdadera fe y la doble moral en la que debía vivir. Aquel doble juego le parecía absurdo, pero no tenía más remedio que aceptarlo. Ahora se daba cuenta que hubiera sido mejor haber seguido un solo camino a pesar de sus riesgos, el de la cristiandad. En él hubiera tenido una vida más feliz. Al lado de Pedro no habría tenido que vivir en una cárcel como aquélla que la estaba consumiendo en vida. Habría gozado de la libertad que tanto anhelaba. Pero todo aquello se había esfumado como el humo, se había desvanecido como un sueño desde el momento en que decidió obedecer a su madre y a su tío y seguirlos adondequiera que fueran. Debería haberle hecho caso a Pedro y haberse quedado con él en España. Pero ya era tarde para rectificar. Ahora sólo le quedaba resignarse y sufrir en silencio.
Najla, por su parte, tragaba en silencio las amargas lágrimas que le causaban el dolor y la tristeza que veía en su hija. Hubiera dado su vida por volver atrás, por borrar aquel último tramo de su existencia, por recuperar el tiempo perdido y que nada de su vida actual fuera verdad. Se recriminaba todos los errores que había cometido, la obediencia ciega a su hermano, su aquiescencia y beneplácito a todas las decisiones que habían cambiado su vida y habían perjudicado tanto a la de su hija. Pero no siempre pudo evitarlo. Ella no era culpable del decreto de expulsión de los moriscos de España. Ella no era culpable del integrismo de su hermano. Ella no era culpable de que su marido la hubiera abandonado con la excusa de buscar un lugar mejor donde vivir. ¿Qué podía hacer ella sola con su hija y a merced de un fanático como su hermano, que la subyugó en cuanto se hizo cargo de su patrimonio y su hogar?
Deberíamos hacer algo por Sahira, ¿no crees, Hadi?
¿Como qué?
No sé, algo que la ayudara a llevar una vida mejor. ¡La veo tan triste!
Eres demasiado blanda, Najla. Tu hija está donde debe estar, con su marido, y nosotros no tenemos ningún derecho a entrometernos en su vida. Además, piensa en las consecuencias si lo hiciéramos.
Pero, es que está sufriendo tanto…
Es su deber. Una mujer debe someterse a las órdenes de su marido y si su marido quiere que lleve una vida austera es su problema, no el nuestro.
¿No crees que eres demasiado severo?
En absoluto. La mujer debe estar siempre bajo el dominio del hombre. Así lo ordena nuestra religión. Y no sé cómo te estoy aguantando tanto.
Najla guardó silencio por miedo a que se desatara la ira de su hermano. Sabía que siempre la había respetado, pero también era cierto que nunca se había atrevido a oponerse a sus decisiones ni lo había contradicho en nada.
¡Si mi marido estuviera aquí! —se atrevió a murmurar.
Si tu marido estuviera aquí, haría lo mismo que hago yo. Ya sabes que la mujer muere para los padres en cuanto se casa. Tu marido, como nosotros, ya no tiene ningún derecho sobre Sahira. Así que es mejor que te olvides de ella para siempre.
No puedo. Lleva nuestra sangre y jamás podré olvidarla. Si nos hubiéramos quedado en España, habría sido feliz.
Tú sabes muy bien que no tuvimos elección. Nos obligaron a marcharnos.
Nos obligaron porque no quisimos aceptar plenamente su religión ni seguir sus costumbres. Si lo hubiéramos hecho, podíamos haber seguido allí.
¿Y cuánto tiempo hubieran tardado en descubrirnos?
Supongo que mucho si hubiéramos seguido fingiendo como siempre.
Hadi hizo un gesto despectivo.
¿Crees que hubiéramos podido fingir durante mucho tiempo?
¿Por qué no? Tanto Sahira como yo pasábamos por ser católicas convencidas. ¡Hasta Ismaîl se lo creía!
Ismaîl porque es un cretino. Mira como a mí no me engañaste. Te aseguro que, si hubiéramos seguido allí, tarde o temprano nos hubieran descubierto y entonces, ¿qué?
Nos hubieran descubierto por tu culpa, porque tú jamás has cedido ni has querido disimular.
Naturalmente. Soy un islamista convencido y no tengo por qué vivir una doble vida. Esos perros cristianos son unos infieles y unos politeístas. La única religión verdadera es la nuestra.
Si tú lo dices…
Hadi se volvió hacia su hermana con los ojos inyectados en ira.
Si no fuera porque eres mi hermana, ahora mismo te denunciaría. No vuelvas a repetir eso ni a poner en duda la autenticidad de nuestra religión, porque no respondo de mí. Y deja este tema. Cada vez que hablamos de él me sacas de quicio. Sigamos como hasta ahora, que no nos ha ido mal del todo. ¿O es que quieres acabar con nuestra buena suerte?
Sabes muy bien a qué se debe esa buena suerte y el precio que tenemos que pagar por ella. ¿No te remuerde la conciencia?
No me remuerde, Najla, y aunque así fuera, no cambiaría un ápice mi comportamiento. Si intentáramos hacer algo por aliviar la situación de Sahira, ya podrías ir cerrando la tienda y buscándote otro medio de vida. Sabes igual que yo que todos nuestros clientes vienen a comprar a nuestro negocio por el miedo que le tienen a Fâdel. Una sola palabra suya y todo el mundo huirá de nuestra tienda como de un lugar apestado. Lo siento, hermana. Tu hija seguirá como hasta ahora y nosotros también. No hay nada que cambiar.
Najla tragó sus lágrimas junto con su rabia. Sabía que nada podía hacer ante la negativa de su hermano, así que era mejor callar. Hadi era un hombre muy testarudo, de ideas fijas, que nada le hacía cambiar. Por su culpa habían tenido que abandonar España y habían regresado a Berbería. Ni siquiera pudo ir a Francia como le había pedido su marido antes de partir. Si hubieran esperado en España o hubieran emigrado a Francia, tal vez ahora podrían estar viviendo en un país más abierto y más transigente. Ella no dejaba de creer en las enseñanzas de Mahoma, pero encontraba demasiado intransigente el islam o, al menos, la severidad con que lo practicaban muchos de sus seguidores. El catolicismo tampoco era demasiado tolerante, prueba de ello era la existencia de la Inquisición. Pero los que se confesaban católicos convencidos vivían con más libertad que los islamistas. Su moral y sus costumbres no eran tan severas. Si se hubieran quedado en España, Sahira podía haberse casado con aquel mancebo ricachón del pueblo, que estaba loco por ella, y podían haber vivido felices. Pero su hermano no transigió, ni siquiera cuando Pedro les ayudó a pasar parte de la mercancía y acarrearla hasta Fez. Su hermano era demasiado intolerante para ceder.
¡Si se hubiera casado con aquel Pedro! —murmuró casi para sí Najla.
¿Qué dices?
Que si Sahira se hubiera casado con don Pedro Gregorio, tal vez hubiera sido feliz.
Pero ¿qué tonterías estás diciendo? Sabes muy bien que tu hija jamás se podría haber casado con un cristiano. Si hubiéramos seguido en aquel pueblo, habría tenido que casarse con uno de nuestra religión o haberse quedado soltera. No había ninguna otra alternativa.
Eso lo dices tú. Sabes muy bien que hay más de un matrimonio mixto entre musulmanes y cristianos. ¿Por qué no podría haber sido el de mi hija uno de ellos?
Porque no. Yo jamás lo hubiera permitido y tu marido tampoco.
Eso es lo que tú no sabes. Puede que Ismaîl lo hubiera permitido antes que yo.
¡Vaya! Me sorprendes. De todas maneras, sabes muy bien que esos matrimonios no funcionan. Todos o casi todos terminan mal.
Mientes. Hay alguno que ha fracasado, pero yo sé que hay muchos más que han funcionado perfectamente. Tan sólo consiste en que los de nuestra religión cedan y renuncien a sus creencias.
Claro, siempre tenemos que ser nosotros los que tenemos que renunciar. ¿Por qué no renuncian los cristianos?
Porque están en tierra de cristianos y lo lógico es que se imponga su fe sobre la nuestra. Si fuera al revés, sería la nuestra la que se impondría.
No me convences, hermana. Te repito que esos matrimonios son un fracaso y que los hijos son los que lo pagan. Cuando los cónyuges no se entienden, sus retoños son los que se llevan la peor parte, pues no saben a qué carta atenerse. Créeme, nosotros debemos casarnos entre nosotros y los cristianos que se casen entre ellos. No me gustaría tener un miembro cristiano en mi familia.
Najla sabía que no iba a convencer a su hermano, así que dio por zanjada la conversación con la excusa de que tenía muchas cosas que hacer. Dejó a Hadi en el saloncito mientras ella se retiró a su alcoba. Allí, después de cerrar la puerta, se arrojó de bruces sobre la cama donde dio rienda suelta a sus lágrimas y desahogó el dolor que oprimía su pecho. Si Alá no lo remediaba, su hija se vería abocada a vivir una vida completamente desgraciada.


© Julio Noel 

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