jueves, 4 de abril de 2019

MEDULIO, CAUDILLO DE LOS ASTURES. Capítulo 7



                                                                      7


Los niños corrían alegremente por el verde prado, que destilaba aromas de primavera. Los dorados rayos del sol comenzaban a calentar. Los gritos de los niños y los gorjeos de los pajarillos lo llenaban todo de candor y alegría. En el horizonte se divisaba un jinete que avanzaba en su montura en dirección al poblado. Lo seguía un potrillo que portaba del ramal. Tendría poco más o menos un año. Un niño detuvo su juego cuando el caballero se acercaba a ellos. Era Medulio que reconoció a su padre en el jinete que montaba a caballo. Pronto padre e hijo se fundieron en un caluroso abrazo. Los demás niños detuvieron sus juegos para contemplarlos.
Hola, hijo. ¿Te gusta el potrillo?
Mucho, padre. Es precioso.
Pues tómalo por el ronzal. Es para ti.
¿Para mí? —exclamó con sorpresa Medulio.
Sí, para ti. Para que aprendas a montar. Hoy mismo comenzaremos las primeras lecciones.
Medulio no cabía en sí de gozo. Los demás niños lo miraban con envidia. A ellos también les gustaría recibir un regalo como aquél. Pero sus padres no podían permitirse el lujo de regalarles un caballo, ni un pollino siquiera. El niño, que ya iba a cumplir diez años, tomó el potrillo por el ronzal y lleno de satisfacción y de júbilo se despidió de sus amiguitos para acompañar a su padre a casa. Cuando se acercaban a la choza, les salió al encuentro Genoveva.
Pero ¿qué es esto? —interrogó sorprendida.
Ya lo ves —contestó Elaeso—, un potro para nuestro hijo.
¿Y qué va a hacer Medulio con un potro? —preguntó de nuevo Genoveva estupefacta.
Pues aprender a montar.
Pero ¿no es demasiado pequeño para eso?
No es tan pequeño. Va a cumplir diez años y ya va siendo hora de que se inicie en los ejercicios y en las obligaciones de los adultos. Yo de su tiempo ya montaba a caballo.
Bueno, bueno. A mí me parece que es demasiado pronto. No es más que un niño.
Así se irá haciendo mayor. Vamos a comer y después empezaremos los primeros entrenamientos.
Genoveva no estaba muy conforme con la decisión de su marido, pero no tenía otra alternativa que aceptarla. A ella le gustaría retener a su hijo mucho más tiempo a su lado, pero sabía que más pronto o más tarde su marido se lo llevaría. Los hombres tenían que aprender el oficio de la guerra y prepararse para ella. En casa no tenían nada que hacer. Por otra parte, Medulio ya iba creciendo. Aunque era todavía un niño, su desarrollo físico lo hacía algo mayor de lo que era. Si seguía así, llegaría a ser un hombre alto y robusto. Ninguno de los niños de su edad le hacía competencia.
Después del almuerzo padre e hijo se encaminaron con el potrillo a los prados que circundaban el castro. El niño llevaba el potro por el ronzal. Al llegar al prado, comenzó a acariciarle la cabeza, la frente y la crin. El animalillo correspondía con pequeños resoplidos y de cuando en cuando rozaba con sus belfos las manos del zagal. Poco a poco se iban compenetrando uno con el otro, lo que era un buen principio. Con el tiempo tendrían que formar un todo entre ambos.
¡Mira, padre, cómo me lame la mano!
Eso significa que te está tomando confianza. Debes tratarlo bien para que se haga a ti. Así con el tiempo seréis inseparables.
De acuerdo, padre. Así lo haré.
Ahora tómalo por la mitad del ronzal y haz que vaya dando vueltas alrededor de ti siempre a esa distancia.
El niño hizo lo que su padre le decía. Empezaron a caminar en círculo por el prado. A medida que caminaban el potrillo tomaba más velocidad.
¡Padre, el potro cada vez va más de prisa! Casi no puede sujetarlo.
Debes dominarlo, aunque es bueno que acelere el paso.
¡Pero es que no puedo con él! ¡Se me va a escapar!
Elaeso acudió a sujetar el potro, que cada vez avanzaba más deprisa.
Mira, hijo. Debes sujetarlo con fuerza. Así —el padre le demostraba cómo hacerlo—. El potro nunca te tiene que dominar, porque entonces estarás perdido. Siempre debes ser tú el dominante y él el dominado. ¿Entendido?
Sí, pero es que yo no tengo la fuerza que tienes tú para sujetarlo. A mí se me escapa.
Bueno, además de fuerza también hay que tener maña. No te preocupes, poco a poco lo conseguirás. Ahora déjamelo un momento. Voy a obligarle a trotar un poco por aquí.
Elaeso tomó el ronzal del potro por la mitad, como lo tenía asido su hijo, y lo obligó a caminar en círculo durante varios minutos. Cuando el animal quería caminar más de prisa, le daba un tirón al ronzal para que aflojara el paso o incluso para que se detuviera. Así iba acostumbrando al potrillo a obedecer sus órdenes. Luego le dejó todo el ramal para que pudiera moverse a más distancia de él y lo hostigó para que caminara más deprisa, hasta que logró que avanzara al trote. Lo mantuvo así durante un buen espacio de tiempo para que sudara y se cansara un poco. De cuando en cuando le obligaba a detenerse para reiniciar nuevamente la marcha. Así poco a poco iba logrando que el potrillo lo obedeciera y que se acostumbrara a las voces de mando. Finalmente, le pasó el ronzal a Medulio para que hiciera lo mismo. El niño al principio tenía un poco de miedo, pero pronto descubrió que el potrillo trotaba alrededor de él y obedecía sus órdenes, lo que lo llenó de satisfacción y alegría.
Bueno, por hoy ya es suficiente, hijo. Mañana volveremos a entrenarlo más para que pronto puedas montarlo. Ahora volvamos a casa. Hay que darle de comer y dejarlo descansar.
¿Podré montarlo mañana?
No creo. Es demasiado pronto. Hay que conseguir que se vaya acostumbrando más a nosotros y que vaya adquiriendo más confianza. Ya llegará el día que lo puedas montar. Ahora no es más que un potrillo salvaje. Podría tirarte y hacerte daño.
El niño no estaba del todo conforme con los comentarios de su padre, pero no le quedaba otra alternativa que aceptarlos. Tenía que moderar su impaciencia y esperar el momento idóneo para montar el potro. El día siguiente y el otro y así durante una semana estuvieron domando y amansando el indómito potrillo, hasta que llegó a obedecer todas las órdenes que le daban. El animalillo a una sola voz o a un solo movimiento del ronzal hacía lo que sus dueños le indicaban. Medulio estaba muy contento y muy sorprendido de los cambios que había sufrido el potro en su comportamiento en tan pocos días. Ahora comprendía por qué su padre no le había permitido montarlo inmediatamente. El potrillo hubiera dado inexorablemente con sus huesos en tierra si lo hubiera intentado entonces. Al fin había llegado el momento de probar.
¿Puedo montar ya el potro?
Sí, hijo. Hoy vas a intentarlo. Toma el ronzal y acarícialo un poco.
El niño tomó las riendas del animal mientras le acariciaba la cara. El potro le correspondía a su vez con pequeños resoplidos y movimientos de los belfos, como si quisiera mordisquearlo pero sin hacerle daño. Día a día la compenetración entre ambos iba en aumento. Era como si estuvieran hechos uno para el otro. Ahora sólo faltaba que el potrillo admitiera a su amigo como su carga. Pero antes de montar, a Medulio se le ocurrió que deberían ponerle un nombre.
¿Cómo le llamaremos?
No lo he pensado. Elige tú el nombre, hijo.
Le llamaremos Pegaso.
Me parece muy bien, hijo. Pues le llamaremos Pegaso. Ahora ven aquí que te ayudaré a montar.
No hace falta, padre. Puedo hacerlo yo de un salto.
Eso ya lo harás más adelante. Ahora es mejor que te ayude yo a subir, de lo contrario el potro podría asustarse y todo lo que hemos conseguido hasta hoy se habría perdido. Al principio es mejor que te subas suavemente sobre él para que no extrañe nada. Así que, ¡arriba!
Elaeso ayudó a subir a su hijo sobre el potrillo y ambos comenzaron a caminar libres por la pradera. Niño y potro avanzaban armoniosamente y constituían una bella estampa en aquella mañana primaveraral. Algunos amiguitos los contemplaban con cierta envida no del todo contenida. Habían seguido su entrenamiento día tras día. A ellos también les hubiera gustado tener un potrillo como aquél para correr por la pradera. Pero sus padres eran demasiado pobres para permitírselo. Así que no les quedaba más remedio que contemplar con envidia a su amigo Medulio. Éste había comenzado a trotar con su potrillo.
¡Sujétalo, hijo! Es demasiado pronto para empezar a correr. Te puede tirar. Además, llevas muy separadas las piernas de la barriga del potro. Debes ajustarlas más a él.
De acuerdo, padre, pero él quiere ir más deprisa.
Pues intenta dominarlo. Recuerda que el potro debe hacer siempre lo que tú quieras y no lo que quiera él.
¡So, Pegaso! —gritó el niño al mismo tiempo que tiraba fuertemente de las riendas. El potrillo se detuvo.
Eso, es —le dijo el padre—. Siempre debes ser tú el que mande. No lo olvides.
No lo olvidaré, padre.
Bueno, ahora volvamos a casa. Por hoy ya hay bastante.
¡Pero yo quiero montar más a Pegaso! —gimoteó el niño.
Mañana lo montarás más. Hoy ya es suficiente.
Al llegar a casa, Medulio comunicó la buena nueva a su madre. Ella lo felicitó por el paso que había dado, pero, por otro lado, sabía que aquello era el principio de una nueva vida para su hijo. A partir de aquel momento su hijo comenzaría a dejar de ser niño para convertirse poco a poco en un adulto. A pesar de que todavía seguiría jugando como un niño, sus deberes de adulto acababan de empezar. Ya no habría descanso para él. Sin prisas pero sin pausas iría avanzando su instrucción para convertirse en un guerrero. Aquel día había iniciado la cuenta atrás.
Ya de buena mañana Medulio comenzó a montar a Pegaso. Su padre le pedía moderación y prudencia, pero tanto el niño como el potrillo querían dar rienda suelta a la impaciencia que los devoraba a ambos. En un descuido del padre, salieron en veloz carrera por todos aquellos prados. Elaeso llamaba a su hijo y le pedía que detuviera el potro, pero el niño cada vez se sentía más seguro y más libre encima de la montura. A medida que avanzaban, ganaba confianza y dominaba mejor a Pegaso. Después de recorrer toda la pradera, regresaron a donde se encontraba su padre. Éste lo amonestó por lo que acaba de hacer.
No debiste hacer eso, hijo. Te podía haber tirado y haberte hecho mucho daño, incluso podía haberte matado.
Ya lo sé, padre. Pero los dos teníamos ganas de correr y lo hemos pasado muy bien.
Algún día esa impaciencia te puede costar muy cara. Deberías hacer más caso de lo que se te dice.
Lo siento, padre, pero no he podido contenerme.
Elaeso lo reprendía, pero en el fondo estaba orgulloso de él. Aún no tenía los diez años y ya demostraba habilidades y aptitudes que a otros les costaba trabajo tenerlas a los trece o catorce. Su hijo podría llegar a ser un gran guerrero. Había que proporcionarle pronto un instructor para que no se desperdiciara su talento. De momento lo entrenaría él como jinete por aquellas praderas. Luego le proporcionaría una instrucción más profunda. A partir de aquel momento cada día padre e hijo salían a trotar por los prados y veredas del valle de Osimara.


            © Julio Noel 

No hay comentarios:

Publicar un comentario