lunes, 1 de abril de 2019

Capítulo 5 de La familia de Ismael Ricote



    5



Francisca Ricota siguió a su marido hasta las afueras del pueblo. Allí permaneció por un largo espacio de tiempo con la vista perdida en el lejano horizonte contemplando cómo desaparecía su silueta. Sus negros ojos eran como dos fuentes. Por sus mejillas corrían dos riachuelos de lágrimas. La infeliz mujer había perdido la noción del tiempo. Un vecino la volvió a la realidad cuando le cruzó el saludo. El sol ya se había elevado un trecho sobre la línea del horizonte. Francisca con pasos lentos e indecisos inició el regreso hacia su casa. La vida debía continuar.
Hija, ¿aún duermes?
¿Qué hora es, madre? ¿Por qué me despiertas tan temprano?
Vamos, hija, levántate, que tenemos mucho que hacer. Ya debería estar abriendo la tienda y ni siquiera he desayunado.
¿Y padre? ¿No está bien?
Tu padre se ha marchado, hija. Ahora debemos arreglárnoslas nosotras solas.
¿A dónde se ha marchado?
No lo sé. Se ha ido por ese mundo adelante a buscar un nuevo hogar.
¿Y cómo se ha atrevido a dejarnos aquí solas? —Juana se echó en brazos de su madre entre sollozos y suspiros. No entendía cómo podía haberlas abandonado su padre—. ¿Por qué no nos ha llevado con él?
Porque no hubiéramos sido más que un estorbo. Vamos, hija, vístete y arregla un poco esto. Yo voy a abrir la tienda. Ya hablaremos más tarde.
Al cabo de unos días, Francisca comprendió que le sería muy difícil compaginar el negocio con las tareas del hogar. No podía estar en dos sitios a la vez. Tampoco quería gravar a su hija con la pesada carga de llevar la tienda o hacerse cargo del hogar. Era todavía una niña para tanta responsabilidad.
Hija, no sé qué hacer. Yo sola no puedo hacerme cargo de la tienda y la casa a la vez.
No te preocupes, madre. Yo te ayudaré.
No, hija. Te lo agradezco, pero tú eres todavía demasiado joven para esto. Había pensado que podía echarnos una mano tu tío Juan. En casa de mis padres no tiene nada que hacer, así que podría ocuparse del negocio. Eso me permitiría a mí seguir cuidando de la casa y de todos nosotros.
¿Por qué no se lo propones a ver si acepta?
Claro que aceptará, hija. Lo está deseando. Hoy mismo le mandaré aviso para que venga. Necesitamos normalizar nuestra vida cuanto antes.
Francisca le ofreció a su hermano Juan la gestión de la tienda. Así, pocos días más tarde de la marcha de Ricote, su mujer y su hija seguían haciendo una vida casi tan normal como si él permaneciera presente en el hogar. Tan sólo se diferenciaba por la ausencia de relaciones maritales. Juan había venido a ocupar el lugar del cabeza de familia, pues entre los musulmanes no es normal que las mujeres vivan solas y desamparadas. Por eso no sólo se ocupó de la tienda, sino también de todos los problemas del hogar. Un día llegó a sus oídos que el hijo de los Gregorio rondaba a su sobrina. Un desliz de una cliente le desveló el secreto. Ocurrió mientras había ido a la trastienda a buscar unos salazones que alguien le había demandado. Dos parroquianas aprovecharon su ausencia para comentar las relaciones que había entre Juana Ricota y Pedro Gregorio y los requiebros que éste le hacía. Juan Tiopieyo no pudo evitar enterarse de todo. Cuando se reunió toda la familia para el almuerzo, le faltó tiempo para interrogar a su sobrina.
Sahira, ¿me puedes decir qué hay entre tú y ese Pedro Gregorio?
¿Por qué me lo preguntas, tío?
No te hagas la ingenua, sobrina. Sé que os estáis viendo y que eso contraviene nuestras creencias. Tú no puedes casarte con un cristiano.
Pero ¿por qué? ¿Acaso yo no soy cristiana también?
No es lo mismo, Sahira. Tú, igual que nosotros, eres cristiana por conveniencia, pero no por convicción. Nuestra verdadera fe es el islam y ésa es la única que debemos seguir. De acuerdo con su doctrina, no debemos mezclar nuestra sangre con la de los cristianos, pues son impuros y politeístas. A partir de hoy quiero que dejes de verte con ese descreído.
Pues no pienso hacerlo. Pedro me gusta y yo a él también.
¡Niña, no debes hablar así! Ese lenguaje no es propio de una musulmana. ¿Quién te ha enseñado ese libertinaje? Seguirás las órdenes que te dé tu tío como si te las diera tu propio padre.
Juana arrojó lejos de sí los cubiertos y el plato que tenía delante. No estaba dispuesta a aceptar aquellas imposiciones y menos aún renunciar a verse con su prometido.
Pedro es bueno y me quiere.
Todos son buenos mientras dura el enamoramiento. Después, cuando se enfrían las relaciones, las cosas cambian. Es entonces cuando uno se da cuenta del acierto o el error que cometió en la elección de su pareja. Mira, hija, lo más importante a la hora de elegir el compañero de tu vida es que congenie totalmente su carácter con el tuyo y eso es más fácil que ocurra si ambos tenéis las mismas ideas y las mismas creencias. Yo personalmente creo que ese chico no te conviene.
No entiendo por qué, madre. Además, es el mejor partido del pueblo.
Eso sí. Ya lo dijo tu padre. Pero también dijo que ese chico no te conviene por sus creencias religiosas. Mira, hija, haz caso de lo que te decimos y procura olvidarlo. Tus relaciones con él no nos traerían más que problemas y más en la situación que estamos. Y ahora come, que se te está enfriando el cocido.
No tengo ganas.
Juana dejó con la palabra en la boca a su madre y su tío para ir a refugiarse en su habitación donde dio rienda suelta a sus emociones. Allí desahogó su corazón entre lágrimas y suspiros con la cabeza hundida en la almohada. No podía entender que utilizaran argumentos religiosos para prohibirle relacionarse con su prometido cuando ella era más cristiana que mahometana. ¿Cuándo iban a aceptar los de su sangre la realidad de los tiempos? ¿Hasta cuándo iban a seguir viviendo obcecados en su pasado? Ya iba siendo hora de que se olvidaran de sus orígenes y aceptaran de una vez por todas las creencias cristianas de su nueva patria.
El tiempo transcurría con normalidad, aunque de cuando en cuando surgía alguna noticia que llevaba el desasosiego al corazón de los moriscos que vivían en la localidad. Ya hacía más de año y medio que el monarca había decretado su expulsión de todo el reino. Los residentes en los reinos de Valencia y Aragón ya habían abandonado España hacía tiempo. También los de Cataluña la estaban abandonando. Tan sólo quedaban los de las coronas de León y Castilla, menos numerosos que en las otras partes del reino, por lo que allí no se hacía tan urgente su expulsión. Pero no por ello se había derogado la orden. La espada de Damocles seguía pendiendo sobre sus cabezas.
¿Te has enterado de la noticia, Najla?
Algo he oído.
Parece ser que quieren empezar a expulsar a los nuestros de estas tierras también.
Eso dicen, pero ya ha ocurrido otras veces y no han sido más que habladurías.
Alguna vez serán ciertas, hermana. Recuerda que la orden de expulsión que dictó el rey fue para todos.
Ya lo sé, Hadi. Por eso se marchó Ismaîl. Pero no creo que haya llegado aún el momento.
No lo sé, Najla. No obstante, no estaría de más que nos fuéramos preparando por si acaso.
Yo no pienso irme de aquí, Hadi. Ante los ojos de todo el pueblo soy tan cristiana como los demás. ¿Por qué he de abandonar entonces mi casa y mi negocio? Eso sería tanto como admitir que estoy mintiendo.
¿Y acaso no lo estás haciendo?
Sí, pero eso ellos no lo saben. Es un secreto que debe permanecer bien encerrado en nuestros corazones.
Juan se rio con cierto sarcasmo.
No digas tonterías. Si nos quedáramos aquí, seríamos el centro de sus miradas y tarde o temprano descubrirían nuestro engaño. Entonces, ¿qué ocurriría? ¿Estás segura de poder aguantar los suplicios de la Inquisición? Y si tú y yo los aguantamos, ¿será capaz de aguantarlos también Sahira? No, querida hermana, no. No podemos arriesgarnos a eso. Es mejor que lo tengamos todo preparado para cuando llegue la hora.
Entonces, ¿qué piensas hacer?
De momento, reunir todas las joyas y objetos de valor y todo el dinero en metálico posible. Para ello desabasteceremos la tienda o lo que es lo mismo, no repondremos las mercancías a medida que se vayan agotando.
Pero ya sabes que no nos dejarán sacar apenas nada del país.
Bueno, habrá que ingeniárselas para hacerlo. Al menos habrá que intentarlo.
Francisca emitió un profundo suspiro. ¡Tanto luchar para que a la hora de la verdad se lo quitaran todo!
¡Y Ismaîl sin regresar ni dar noticias de su vida! ¿Qué habrá sido de él? ¿No sería mejor que esperáramos su regreso?
Eso no está en nuestras manos, Najla. Cuando llegue el momento, tendremos que partir sin esperar a nadie ni volver la vista atrás.
Al menos seguiremos su consejo. Me hizo prometer que, si teníamos que huir, fuéramos a Francia. Allí estaríamos más seguros.
¿Y te dijo a dónde en concreto?
No.
Entonces, ¿a qué vamos a ir a Francia? Mejor será dirigirnos a la tierra de nuestros antepasados. Al menos allí nos entenderemos con nuestros hermanos.
Ay, no sé, Hadi. ¡Que Alá nos proteja!
Esperemos que así sea, Najla.
Un mes más tarde se precipitaron los acontecimientos. Numerosos miembros de la Santa Hermandad comenzaron a registrar pueblo a pueblo y a requisar los bienes de todos los moriscos que aún no se hubieran ido. El pánico cundió por todas partes. Caravanas de hombres, mujeres, ancianos y niños llenaban los caminos y calzadas de Castilla en dirección a Levante o Andalucía. El día antes de la partida de la familia Ricote, Pedro Gregorio trató de retener a su lado a Juana Ricota. No podía hacerse a la idea de perderla para siempre.
Mañana nos vamos, cariño. Mi tío ya lo ha dispuesto todo. Quiere adelantarse a la orden oficial.
Tú no te irás, amor mío. Te quedarás aquí a mi lado.
Sabes que eso no es posible, aunque es lo que más deseo en la vida.
Un beso apasionado de su prometido selló su boca. Permanecieron así largo rato. Al final él rompió el silencio.
Te juro por mi vida que no te irás o, si lo haces, te seguiré hasta el fin del mundo.
No lo intentes, cariño. Mi tío no te aceptará nunca y no te permitirá acercarte a mí.
Pues entonces rompe con ellos y quédate aquí conmigo. Eres cristiana como yo. Nada te obliga a marcharte.
Me obliga mi familia. Ellos no aceptarían esta decisión y de grado o por fuerza me obligarían a seguirlos.
Entonces huyamos nosotros ahora y escondámonos hasta que se hayan ido. Luego regresaremos y viviremos aquí los dos juntos el resto de nuestra vida.
No puedo hacerlo. Los míos me maldecirían y no podría vivir en paz nunca. Debo ir adonde ellos me lleven.
Si es así, te seguiré a donde vayas.
A la mañana siguiente la familia Ricote se dispuso a partir rumbo a Málaga, desde donde esperaban embarcar hacia algún puerto de la costa africana. Habían cargado seis carretas y doce acémilas con parte de sus pertenencias. El resto se veían obligados a abandonarlo en el lugar. Cuando se disponían a partir, una patrulla de la Santa Hermandad les requisó muchas de las joyas y monedas de oro que portaban escondidas entre el equipaje. Juan Tiopieyo opuso resistencia a aquella requisa, que tan sólo le sirvió para recibir varios golpes y amenazas de los cuadrilleros. Las gentes del lugar salieron en masa a despedir a sus convecinos. Algunos lo hicieron por curiosidad e incluso con cierta alegría al ver que al fin se marchaba del pueblo aquella familia que tanto se había enriquecido a su costa. Pero los más se despidieron de ellos con auténtico dolor y con lágrimas en los ojos. Muchos no olvidaban lo que había hecho por ellos Isamel Ricote en épocas difíciles. Los momentos más emotivos se produjeron cada vez que Juana Ricota se despedía de una de sus amigas. Las lágrimas corrían a raudales. Ella iba hermosa como una diosa. Se había adornado con sus mejores galas y lucía varias joyas que los cuadrilleros de la Santa Hermandad no se atrevieron a arrebatarle. A su paso el pueblo entero la aclamaba como la bella luna de hermosos ojos negros. No hubo joven que no quedara prendado de su hermosura. Muchos desearon ocultarla en su hogar, pero desistieron por miedo a las represalias. Pero hubo uno, don Pedro Gregorio, que no se resignó a perderla. Partió en pos de la comitiva con intención de nunca más dejarse ver por el lugar.


© Julio Noel 






No hay comentarios:

Publicar un comentario