«Su
nobleza se conjugaba con su valentía; sobresalía por su virtud; su
gloria no tuvo par. En su reinado reverdeció la justicia, la
esclavitud halló su fin, las lágrimas, su consuelo, la fe, su
expansión, la patria, su engrandecimiento, el pueblo, su confianza;
el enemigo fue aniquilado, las armas callaron, el árabe desistió,
el africano se aterrorizó; el llanto y los lamentos de España no
encontraron consuelo hasta su llegada; su diestra era la garantía de
la patria, la salvaguarda sin miedo, la fortaleza sin menoscabo, la
protección de los pobres, el valor de los poderosos. Las estrecheces
de Asturias no fueron capaces de contener la grandeza de su corazón
y escogió el esfuerzo como único compañero de su vida; despreciaba
los placeres, encontraba gozo y deleite en los peligros de la guerra,
pareciéndole que malgastaba los días de su vida que no pasaba entre
ellos. Alfonso, rey poderoso y magnánimo, rey poderoso que nada
teme; su arco, confiando en el Señor, halló gracia ante los ojos
del Creador, que lo engrandeció con el temor de sus enemigos y lo
eligió entre su pueblo para velar por la fe, ampliar el reino,
aniquilar a los enemigos, acabar con los rivales, multiplicar las
iglesias, reconstruir los lugares sagrados, reedificar lo destruido».
JIMÉNEZ
DE RADA, R., Historia de los hechos de España, p.
246. Citado por César González Mínguez en El proyecto
político de Sancho II de Castilla (1065-1072).
No hay comentarios:
Publicar un comentario