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Don
Alfonso regresó a Toledo después de su campaña militar por el sur
de la Península. A su llegada a la ciudad del Tajo fue informado por
sus consejeros de la alta traición que el obispo de Iria Flavia,
Diego Peláez, había tramado contra él para lograr la independencia
del reino de Galicia. También pretendía que la diócesis de
Santiago fuera declarada primada de España, a lo que se oponían las
de Braga y Toledo.
Parece
ser que las discordancias entre don Alfonso y el obispo de Santiago
venían ya desde lejos. Fue nombrado obispo de la diócesis de
Iria-Santiago poco después del encarcelamiento de don García. Diego
Peláez era partidario del príncipe destronado y en lo más
recóndito de su corazón guardó siempre un acerbo rencor hacia el
responsable de aquel encierro que él consideraba totalmente injusto.
El obispo siempre estuvo de parte de la nobleza gallega que se oponía
a Alfonso VI. Una buena parte de la nobleza gallega era partidaria
del depuesto rey don García. A pesar de que éste había
soliviantado los ánimos de muchos de sus súbditos y vasallos, había
otros entre éstos que se habían visto beneficiados por el despótico
rey. Eran los incondicionales de don García, que jamás aceptaron a
don Alfonso como rey de Galicia y lo consideraron un usurpador, si
bien el rey leonés actuó como lo había hecho su propio hermano
Sancho y como era normal en aquella época. Este movimiento se vio
apoyado incluso por algún príncipe extranjero, como es el caso del
caudillo normando Guillermo el Conquistador. Las luchas internas por
el poder en la Edad Media eran moneda corriente.
—Señor,
mientras estabais luchando contra los mahometanos se ha producido una
insurrección en Galicia, encabezada por Rodrigo Ovéquiz.
—¿Quién
te ha dado esa información, Sisnando?
—El
hecho es de dominio público, Majestad. Parece ser que los
insurgentes se han refugiado en la zona más septentrional, en las
inmediaciones de Ortigueira. También se dice que el obispo Diego
Peláez les ha dado su apoyo.
—Partiremos
para Galicia sin pérdida de tiempo. Hay que sofocar esa revuelta
como sea. Los partidarios de mi hermano no me perdonan que lo
depusiera y lo encerrara para el resto de sus días.
Un
mes más tarde las tropas de Alfonso VI habían reducido la
resistencia de los rebeldes en Ortigueira, tomando como prisioneros a
los cabecillas de la misma entre los que se encontraba el obispo
Diego Peláez. Poco después el rey convocaba el concilio de Husillos
en la abadía del mismo nombre próxima a Palencia.
El
lánguido sol no lograba disipar la neblina que se cernía sobre el
Carrión aquella gélida mañana de finales de marzo. Al cabo de unas
horas el tenue velo gris se desvanecía poco a poco, pero la helada
brisa hacía aún más desagradable el ambiente. El rey don Alfonso
llegaba a la abadía de Husillos acompañado por su guardia personal.
Lo esperaban impacientes todos los obispos y abades congregados para
el acontecimiento. Presidieron el acto el legado del papa, cardenal
Ricardo, el arzobispo de Toledo, don Bernardo de Sedirac, y el
arzobispo de Aix (Provenza). Los mitrados presentes eran los de León,
Astorga, Oviedo, Tuy, Mondoñedo, Coímbra, Orense, Burgos, Palencia,
Nájera y Pamplona. Como era de esperar, no podía faltar el obispo
de Iria Flavia, que asistió al acto sin grilletes pero en calidad de
prisionero. También se hallaron presentes los abades de Sahagún,
Arlanza, Silos, Oña y Cardeña. Actuó como anfitrión don Pedro
Ansúrez, conde de Monzón.
—En
el nombre de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Amén. Majestad, Excelencia, Ilustrísimas, Reverendísimos Padres,
como legado de Su Santidad Urbano II, declaro inaugurado este
Concilio de Husillos en el que se van a debatir aspectos muy
importantes para el gobierno de la Iglesia española y del reino.
Trataremos en primer lugar de confirmar la diócesis primada de
España. En segundo lugar, restableceremos la diócesis de Osma y sus
límites respecto de la de Burgos. Finalmente, decidiremos sobre la
delicada situación del arzobispo de Iria, don Diego Peláez. Que el
Espíritu Santo nos ilumine a todos para dilucidar la verdad y para
que nuestras decisiones sean conforme a derecho. Queda abierto el
concilio.
El
primero que solicitó la palabra fue Diego Peláez para defender su
inocencia y para reivindicar la primacía de la Iglesia española
para la diócesis de Iria-Santiago, pero su petición fue denegada
por hallarse allí en calidad de prisionero y no como miembro de
pleno derecho de la asamblea. En su nombre se pronunció el obispo de
Mondoñedo.
—Puedes
hablar, Gonzalo —sentenció el cardenal Ricardo.
—Majestad,
Señor legado, Excelencia, Ilustrísimas, Reverendísimos Padres,
todos los obispos de Galicia opinamos que la sede primada debería
corresponder a la diócesis de Iria-Santiago por ser el punto de
encuentro de muchos peregrinos, cuya fama transciende allende
nuestras fronteras. Nadie mejor que Santiago podría representar los
intereses de una España unida y de una Iglesia sin fisuras. Gracias
al magnánimo esfuerzo que ha hecho durante todos estos años Su
Majestad el rey don Alfonso para la mejora y seguridad del camino a
lo largo de todo su recorrido, hoy son miles de peregrinos
extranjeros los que llegan cada año a honrar a nuestro santo patrón.
Ellos son los mejores embajadores de nuestra patria y nuestra iglesia
en el resto de Europa. Pido, pues, que la diócesis de Iria-Santiago
sea la primada de España.
Finalizada
su intervención, don Gonzalo Froilaz tomó asiento. Ninguno de los
presentes intentó replicarle, tan sólo hicieron algunos comentarios
entre ellos. Como nadie se decidía, tomó la palabra el propio don
Bernardo.
—Majestad,
Señor legado, Excelencia, Ilustrísimas, Reverendísimos Padres,
acabamos de escuchar las palabras de nuestro ilustre colega don
Gonzalo Froilaz. Sus argumentos son sólidos, consistentes, no me
cabe la menor duda, pero no lo son más que los que puede tener
Toledo. Poco después de la caída del Imperio romano Toledo comenzó
a perfilarse como la capital de todo el suelo peninsular. Los reyes
visigodos no tardaron en erigirla en capital de su reino, que poco a
poco se fue incrementando hasta aglutinar en sí a todos los demás
territorios de la Península. La Iglesia no quiso ser ajena a este
proceso y por ello determinó que la sede primada debía recaer en la
diócesis de la capital imperial. Con la invasión árabe, Toledo
quedó sometida al imperio mahometano, pero ahora hemos recuperado la
ciudad y su territorio para nuestro reino. Por la misma razón
debemos recuperar su primacía en el orden jerárquico de la Iglesia.
A Toledo le asisten todas las razones históricas para ser la sede
primada de España.
Al
término de la intervención del arzobispo de Toledo se produjo una
gran conmoción entre sus ilustrísimas. Con la excepción de los
mitrados gallegos, todos los demás se decantaban por Toledo. Al cabo
de unos minutos, el legado papal sometió a votación el tema. El
resultado fue aplastante. Toledo venció por mayoría.
—Por
diecisiete votos a favor y cuatro en contra queda declarada la
archidiócesis de Toledo como primada de España —declaró el Señor
legado—. Ahora pasaremos a considerar el segundo punto.
Don
Bernardo de Sedirac había pedido restaurar la antigua diócesis de
Osma, suprimida durante la dominación musulmana. El concilio declaró
por unanimidad su restauración y aprobó los límites entre ésta y
la de Burgos. El arzobispo de Toledo ya tenía designado un candidato
para ocupar la nueva plaza. Se trataba de un cluniacense francés,
Pedro de Bourges. La nueva sede quedaría bajo la dependencia directa
de Toledo.
El
tercer punto del orden del día, y quizá el más delicado, era el
enjuiciamiento del obispo de Iria, Diego Peláez. El legado papal le
dio el uso de la palabra al rey.
—Majestad,
tenéis la palabra para presentar los cargos que consideréis
oportunos contra la actuación del acusado aquí presente don Diego
Peláez, obispo de Iria Flavia.
—Señor
legado, Excelencia, Ilustrísimas, Reverendísimos Padres, se acusa a
Diego Peláez del delito de alta traición a mi persona. Ha
conspirado para restaurar en su trono a mi hermano don García con la
ayuda de Guillermo el Conquistador. Últimamente también ha dado su
apoyo a los sediciosos capitaneados por Rodrigo Ovéquiz, cuya
rebelión hemos sofocado hace poco en Ortigueira. Por todo ello
consideramos que es indigno de seguir ostentando los atributos de
obispo que porta y le exigimos que renuncie a ellos sin más
dilación.
El
legado pontificio invitó al acusado a defenderse.
—Diego
Peláez, si tienes algo que manifestar en tu defensa, hazlo ahora y
si no, aceptarás la sentencia que pronuncie este concilio contra ti.
—Majestad,
Señor legado, Excelencia, Ilustrísimas, Reverendísimos Padres,
acepto todos los cargos que me imputáis, pues en realidad he
conspirado para reponer en su trono a nuestro soberano destronado don
García, único rey legítimo de Galicia. Asumo la pena que me podáis
imponer y como prueba de ello aquí os hago entrega de mi báculo y
de mi anillo episcopal.
Los
gallegos siempre habían considerado que el destronamiento y
posterior prisión de don García habían sido ilegítimos. No
aceptaban la decisión de Alfonso VI de encerrarlo en una mazmorra
por el resto de sus días y lo hacían responsable de su desgracia.
Olvidaban que el que lo había destronado había sido su hermano
mayor, Sancho I de Castilla, en su afán de apoderarse de todo el
legado de sus padres. Alfonso VI no hizo más que consolidar lo que
ya había llevado a cabo su hermano mayor, pero muchos de los nobles
gallegos no lo veían así y por eso trataban de deslegitimarlo
considerándolo un traidor. Muchos magnates gallegos no admitían que
Galicia formara parte, primero, del reino de Asturias y, después,
del reino de León desde los comienzos de la Reconquista. Seguían
obstinados en prolongar la pervivencia de la provincia Galleciae de
los romanos, que nada tenía que ver con la Galicia de la
Reconquista.
El
obispo confeso fue depuesto de su cargo y enviado a prisión. Don
Alfonso aprovechó el momento para proponer como nuevo obispo de Iria
Flavia al abad de Cardeña.
© Julio Noel
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