miércoles, 5 de junio de 2019

ALFONSO VI, IMPERATOR TOTIUS HISP. Capítulo 27


      
                                                                  27


            Don Alfonso regresó a Toledo después de su campaña militar por el sur de la Península. A su llegada a la ciudad del Tajo fue informado por sus consejeros de la alta traición que el obispo de Iria Flavia, Diego Peláez, había tramado contra él para lograr la independencia del reino de Galicia. También pretendía que la diócesis de Santiago fuera declarada primada de España, a lo que se oponían las de Braga y Toledo.
Parece ser que las discordancias entre don Alfonso y el obispo de Santiago venían ya desde lejos. Fue nombrado obispo de la diócesis de Iria-Santiago poco después del encarcelamiento de don García. Diego Peláez era partidario del príncipe destronado y en lo más recóndito de su corazón guardó siempre un acerbo rencor hacia el responsable de aquel encierro que él consideraba totalmente injusto. El obispo siempre estuvo de parte de la nobleza gallega que se oponía a Alfonso VI. Una buena parte de la nobleza gallega era partidaria del depuesto rey don García. A pesar de que éste había soliviantado los ánimos de muchos de sus súbditos y vasallos, había otros entre éstos que se habían visto beneficiados por el despótico rey. Eran los incondicionales de don García, que jamás aceptaron a don Alfonso como rey de Galicia y lo consideraron un usurpador, si bien el rey leonés actuó como lo había hecho su propio hermano Sancho y como era normal en aquella época. Este movimiento se vio apoyado incluso por algún príncipe extranjero, como es el caso del caudillo normando Guillermo el Conquistador. Las luchas internas por el poder en la Edad Media eran moneda corriente.
—Señor, mientras estabais luchando contra los mahometanos se ha producido una insurrección en Galicia, encabezada por Rodrigo Ovéquiz.
—¿Quién te ha dado esa información, Sisnando?
—El hecho es de dominio público, Majestad. Parece ser que los insurgentes se han refugiado en la zona más septentrional, en las inmediaciones de Ortigueira. También se dice que el obispo Diego Peláez les ha dado su apoyo.
—Partiremos para Galicia sin pérdida de tiempo. Hay que sofocar esa revuelta como sea. Los partidarios de mi hermano no me perdonan que lo depusiera y lo encerrara para el resto de sus días.
Un mes más tarde las tropas de Alfonso VI habían reducido la resistencia de los rebeldes en Ortigueira, tomando como prisioneros a los cabecillas de la misma entre los que se encontraba el obispo Diego Peláez. Poco después el rey convocaba el concilio de Husillos en la abadía del mismo nombre próxima a Palencia.
El lánguido sol no lograba disipar la neblina que se cernía sobre el Carrión aquella gélida mañana de finales de marzo. Al cabo de unas horas el tenue velo gris se desvanecía poco a poco, pero la helada brisa hacía aún más desagradable el ambiente. El rey don Alfonso llegaba a la abadía de Husillos acompañado por su guardia personal. Lo esperaban impacientes todos los obispos y abades congregados para el acontecimiento. Presidieron el acto el legado del papa, cardenal Ricardo, el arzobispo de Toledo, don Bernardo de Sedirac, y el arzobispo de Aix (Provenza). Los mitrados presentes eran los de León, Astorga, Oviedo, Tuy, Mondoñedo, Coímbra, Orense, Burgos, Palencia, Nájera y Pamplona. Como era de esperar, no podía faltar el obispo de Iria Flavia, que asistió al acto sin grilletes pero en calidad de prisionero. También se hallaron presentes los abades de Sahagún, Arlanza, Silos, Oña y Cardeña. Actuó como anfitrión don Pedro Ansúrez, conde de Monzón.
—En el nombre de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén. Majestad, Excelencia, Ilustrísimas, Reverendísimos Padres, como legado de Su Santidad Urbano II, declaro inaugurado este Concilio de Husillos en el que se van a debatir aspectos muy importantes para el gobierno de la Iglesia española y del reino. Trataremos en primer lugar de confirmar la diócesis primada de España. En segundo lugar, restableceremos la diócesis de Osma y sus límites respecto de la de Burgos. Finalmente, decidiremos sobre la delicada situación del arzobispo de Iria, don Diego Peláez. Que el Espíritu Santo nos ilumine a todos para dilucidar la verdad y para que nuestras decisiones sean conforme a derecho. Queda abierto el concilio.
El primero que solicitó la palabra fue Diego Peláez para defender su inocencia y para reivindicar la primacía de la Iglesia española para la diócesis de Iria-Santiago, pero su petición fue denegada por hallarse allí en calidad de prisionero y no como miembro de pleno derecho de la asamblea. En su nombre se pronunció el obispo de Mondoñedo.
—Puedes hablar, Gonzalo —sentenció el cardenal Ricardo.
—Majestad, Señor legado, Excelencia, Ilustrísimas, Reverendísimos Padres, todos los obispos de Galicia opinamos que la sede primada debería corresponder a la diócesis de Iria-Santiago por ser el punto de encuentro de muchos peregrinos, cuya fama transciende allende nuestras fronteras. Nadie mejor que Santiago podría representar los intereses de una España unida y de una Iglesia sin fisuras. Gracias al magnánimo esfuerzo que ha hecho durante todos estos años Su Majestad el rey don Alfonso para la mejora y seguridad del camino a lo largo de todo su recorrido, hoy son miles de peregrinos extranjeros los que llegan cada año a honrar a nuestro santo patrón. Ellos son los mejores embajadores de nuestra patria y nuestra iglesia en el resto de Europa. Pido, pues, que la diócesis de Iria-Santiago sea la primada de España.
Finalizada su intervención, don Gonzalo Froilaz tomó asiento. Ninguno de los presentes intentó replicarle, tan sólo hicieron algunos comentarios entre ellos. Como nadie se decidía, tomó la palabra el propio don Bernardo.
—Majestad, Señor legado, Excelencia, Ilustrísimas, Reverendísimos Padres, acabamos de escuchar las palabras de nuestro ilustre colega don Gonzalo Froilaz. Sus argumentos son sólidos, consistentes, no me cabe la menor duda, pero no lo son más que los que puede tener Toledo. Poco después de la caída del Imperio romano Toledo comenzó a perfilarse como la capital de todo el suelo peninsular. Los reyes visigodos no tardaron en erigirla en capital de su reino, que poco a poco se fue incrementando hasta aglutinar en sí a todos los demás territorios de la Península. La Iglesia no quiso ser ajena a este proceso y por ello determinó que la sede primada debía recaer en la diócesis de la capital imperial. Con la invasión árabe, Toledo quedó sometida al imperio mahometano, pero ahora hemos recuperado la ciudad y su territorio para nuestro reino. Por la misma razón debemos recuperar su primacía en el orden jerárquico de la Iglesia. A Toledo le asisten todas las razones históricas para ser la sede primada de España.
Al término de la intervención del arzobispo de Toledo se produjo una gran conmoción entre sus ilustrísimas. Con la excepción de los mitrados gallegos, todos los demás se decantaban por Toledo. Al cabo de unos minutos, el legado papal sometió a votación el tema. El resultado fue aplastante. Toledo venció por mayoría.
—Por diecisiete votos a favor y cuatro en contra queda declarada la archidiócesis de Toledo como primada de España —declaró el Señor legado—. Ahora pasaremos a considerar el segundo punto.
Don Bernardo de Sedirac había pedido restaurar la antigua diócesis de Osma, suprimida durante la dominación musulmana. El concilio declaró por unanimidad su restauración y aprobó los límites entre ésta y la de Burgos. El arzobispo de Toledo ya tenía designado un candidato para ocupar la nueva plaza. Se trataba de un cluniacense francés, Pedro de Bourges. La nueva sede quedaría bajo la dependencia directa de Toledo.
El tercer punto del orden del día, y quizá el más delicado, era el enjuiciamiento del obispo de Iria, Diego Peláez. El legado papal le dio el uso de la palabra al rey.
—Majestad, tenéis la palabra para presentar los cargos que consideréis oportunos contra la actuación del acusado aquí presente don Diego Peláez, obispo de Iria Flavia.
—Señor legado, Excelencia, Ilustrísimas, Reverendísimos Padres, se acusa a Diego Peláez del delito de alta traición a mi persona. Ha conspirado para restaurar en su trono a mi hermano don García con la ayuda de Guillermo el Conquistador. Últimamente también ha dado su apoyo a los sediciosos capitaneados por Rodrigo Ovéquiz, cuya rebelión hemos sofocado hace poco en Ortigueira. Por todo ello consideramos que es indigno de seguir ostentando los atributos de obispo que porta y le exigimos que renuncie a ellos sin más dilación.
El legado pontificio invitó al acusado a defenderse.
—Diego Peláez, si tienes algo que manifestar en tu defensa, hazlo ahora y si no, aceptarás la sentencia que pronuncie este concilio contra ti.
—Majestad, Señor legado, Excelencia, Ilustrísimas, Reverendísimos Padres, acepto todos los cargos que me imputáis, pues en realidad he conspirado para reponer en su trono a nuestro soberano destronado don García, único rey legítimo de Galicia. Asumo la pena que me podáis imponer y como prueba de ello aquí os hago entrega de mi báculo y de mi anillo episcopal.
Los gallegos siempre habían considerado que el destronamiento y posterior prisión de don García habían sido ilegítimos. No aceptaban la decisión de Alfonso VI de encerrarlo en una mazmorra por el resto de sus días y lo hacían responsable de su desgracia. Olvidaban que el que lo había destronado había sido su hermano mayor, Sancho I de Castilla, en su afán de apoderarse de todo el legado de sus padres. Alfonso VI no hizo más que consolidar lo que ya había llevado a cabo su hermano mayor, pero muchos de los nobles gallegos no lo veían así y por eso trataban de deslegitimarlo considerándolo un traidor. Muchos magnates gallegos no admitían que Galicia formara parte, primero, del reino de Asturias y, después, del reino de León desde los comienzos de la Reconquista. Seguían obstinados en prolongar la pervivencia de la provincia Galleciae de los romanos, que nada tenía que ver con la Galicia de la Reconquista.
El obispo confeso fue depuesto de su cargo y enviado a prisión. Don Alfonso aprovechó el momento para proponer como nuevo obispo de Iria Flavia al abad de Cardeña.

            © Julio Noel 

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