Otra vez el odio de la sombra quemó la blancura de los lirios.
Otra vez una voz sin rostro golpeó el dolor
de las horas tristes de mi soledad. Y mi abandono
no tenía fin.
Por el recuerdo de mi nostalgia fluía
el hontanar de mi llanto hasta los latidos
de mi corazón.
Allá, lejos,
en el límite del olvido,
un jilguero me abría la luz de su canción.
Y volví a soñar con la transparencia del agua,
con la melodía del silencio,
con el aire azul…
Volví a soñar con mis sueños,
¡oh clara beatitud!
De Cárcel de amargura
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