Llegué a la altura del dolor y vi que mi corazón estaba
sangrando. Había subido
hasta tocar con mis labios la hiel del tiempo
y tuve miedo. Vi suspiros blancos que caían en
la transparencia del aire
y latidos
de lirios rotos
que se sumergían en el olvido.
Las voces argentinas de la inocencia se fundían con
el canto de los pájaros perseguidos
por la luz
y sus gritos acariciaban el viento.
Llegué a la altura del dolor, pero no al final
del camino.
Una sombra se interpuso entre mi soledad y el olvido.
De Cárcel de amargura
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