Otra vez fulminaste con tu mirada la luz de mi ausencia.
Otra vez tuve miedo ante la soledad de mi abandono.
¡Y qué solo estaba en el jardín
de la inocencia!
¡Y qué sola estaba mi blancura
entre los lirios!
Tu rencor amargó la lenidad de mi lamento que endulzaba
los latidos de mi dolor.
Y tuve miedo de tu silencio.
Y tuve frío ante el terror que despedían tus airados ojos.
Y tuve compasión de tantos oídos mudos,
de tantas bocas sordas
ante la inclemencia de tus manos.
El color encendido de la ignominia cubrió de fuego
mi llanto.
De Cárcel de amargura
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