Sentía clavada en mi dolor una mirada llena de sangre.
Unos ojos inyectados en odio cruzaban
el álgido fuego que quemaba
mi corazón
y una sonrisa diabólica
se escondía tras una mueca sin rostro.
Una sombra se acercó a mí en la cárcel de mis sufrimientos,
una sombra vestida de negro.
Dos lágrimas de espanto rodaron por la tristeza
de mi soledad
como dos gotas de plomo derretido
que quemaran el hastío de tanta ausencia,
el abandono de tanto olvido,
la angustia de tanta nostalgia.
En los cristales de mi prisión revolotearon
dos pájaros heridos.
De Cárcel de amargura
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