Tristeza infinita que resbalaba sobre mi piel
como lluvia fría de otoño:
eran los días del desencanto,
eran las horas interminables del abandono y el miedo.
Subí por la senda de la amargura hasta tocar con mi hastío
las saetas del tiempo
y vi que aquél
no era mi destino.
¿A dónde había llegado?
Una lágrima rodó por la hendidura de mi corazón roto
y un suspiro voló hacia la inmensidad
de la luz.
Y después de un atardecer silencioso
todo volvió a sumergirse en la tristeza
que aplastaba mi piel.
De Cárcel de amargura
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