¡Oh blanca inocencia, cándido lirio!
Iba absorto en la oquedad de los sueños,
inmaculado en la transparencia azul,
incólume en la lenidad cristalina,
hasta que
un canto herido revoloteó por el verdor de la hierba.
Procelosos presagios oscurecieron la luz y una sombra airada
se cruzó en mi camino.
La negrura de un cuervo interceptó mis pasos
hacia la dulzura de un mar sin orillas
y una mirada
roja de ira
me obligó a regresar
a la cárcel de mis desdichas.
¡Oh inefable luz, blancura inocente, cándido lirio!
De Cárcel de amargura
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