La sombra sin rostro vigila desde la apoteosis de la inclemencia.
Tiene una mirada verde de envidia, lívida
de ira.
Persiste en el odio y husmea
en la inocencia.
Gotas de rocío como lágrimas caen por la blancura de los
lirios hasta reblandecer la dureza de las rocas,
pero el corazón diamantino permanece infrangible.
Y es que hay horas amargas que no se pueden beber,
tinieblas tenebrosas que opacan la luz,
gritos de rabia que salen hacia dentro,
suspiros que se sumergen en los
latidos del corazón.
Y es que hay horas amargas que se hunden en el
olvido y el abandono,
horas que no se pueden vivir.
De Cárcelon de amargura
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