El miedo de unos ojos reflejaba el color de la tristeza
en los días grises de mi corazón cansado.
Había silencios rotos en el dolor de unas bocas
que se abrían para proferir
palabras sin sonido,
aullidos sin voz,
gritos sigilosos
que ascendían hasta lo más hondo de la amargura.
Y la voz sin rostro seguía lanzando
palabras que herían las horas,
que herían el silencio,
que herían la paz,
que herían el candor de unos lirios ya cansados.
Luego, la blancura de la nieve en unos labios.
De Cárcel de amargura
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