Los dedos de la tristeza se hunden en mi hastío y sus uñas
arrancan la piel de mi dolor. De las heridas de
mi llanto fluye una amargura púrpura que enrojece
la blancura
de la inocencia
y cae esparcida por mis labios.
Heces que yo bebo de ese vino amargo.
Por la angustia de mi mirada sube
el rencor de una sombra solitaria,
el eco de la voz que hiere mi llanto,
el pasmo
y el terror de mis sentidos.
¿Hasta cuándo he de vivir amarrado a las cadenas
de la amargura
en esta cárcel de soledad y olvido?
De Cárcel de amargura
© Julio Noel
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