Eran días tristes que caían como gotas de acíbar en los latidos
de mi corazón,
días tan largos, tan largos, que no tenían fin,
días en que la soledad era la única compañera de mi dolor.
Por las bardas de la tristeza veía asomarse el aullido
del abandono
con una sonrisa llena de espanto
que se burlaba de mí.
Eran horas largas
que se arrastraban lentamente
sobre la amargura de unos labios
que ya no sabían llorar, sobre la melancolía
de unos ojos que ya no tenían nada que decir, sobre
el silencio de unos oídos ciegos que ya nada podían ver.
Y sobre mi suplicio se derramaba
la sombra del odio.
De Cárcel de amargura
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