1
Vi amaneceres fríos en la soledad de la escarcha
y unos ojos en los que dormía la tristeza.
El dolor se escondía bajo la piel amarilla de un anciano
que acariciaba la incertidumbre con su mirada.
El miedo subía por su boca de espanto
hasta la inmensidad azul de la mañana.
Pájaros negros atravesaban el horizonte helado
para fundirse en la oquedad del frío.
Sus gritos quedaron congelados en el silencio azul.
Aún resuenan en el susto de los oídos.
Recuerdo amaneceres de tristeza y soledad
en el frío de la escarcha.
Recuerdo amaneceres de tristeza y soledad
en el frío de las manos.
Y en la soledad de la mañana, un suspiro congelado.
2
He visto abrirse el silencio de la noche
para tragarse el susurro del agua
que fluye por el río de mis recuerdos.
He visto suspirar al viento entre las ramas
del olvido.
He visto el perfume de una flor
deshacerse en el frío de la mañana
y pájaros de luz posarse en la soledad
de un negrillo.
He visto las lágrimas de la noche
caer en el verdor de la hierba
bajo el susto amarillo de los álamos.
Los espejos del agua están vacíos
ante la soledad de tu llanto.
3
No fue suficiente el silencio de la noche
para ocultar el llanto que caía
por las heridas del abandono.
Una mirada amarilla de soledad
recorría la transparencia hasta perderse
entre los ojos fríos de la escarcha,
mientras el dolor de unas manos huía
precipitadamente por el color azul de la mañana.
El llanto se confundía
con la luz
y con el vuelo de los pájaros
que atravesaban la limpidez del silencio.
Había horizontes lejanos que se perdían
en el dolor y el frío.
4
Vi sombras que se ocultaban detrás de la luz
ante el asombro
de mis ojos.
Vi sombras que describían círculos en el aire
antes de abandonar el hueco azul
de la soledad y el silencio.
Iban en pos de los días
de la desesperación
y del olvido.
Tras sus huellas quedaban prendidos
en el horizonte de la ausencia
retazos de dolor
de una paloma herida
en el candor de su blancura.
La melodía de oro del otoño
iba dejando atrás la transparencia del estío.
5
Ciego de luz subo por los adoquines del silencio
hasta tocar la orilla del rocío.
Hay sombras que atraviesan el río del olvido.
Veo bocas de espanto que se arremolinan
en torno al hastío
y un perro que huye
de su sombra abandonada.
Hay árboles y flores que lloran su sed
de soledad.
Y hay cantos amarillos de pájaros sin nombre
que vuelan por el bostezo del aire.
Y hay horas de tristeza y nostalgia
en el canto de los grillos.
Subí hasta el borde de la muerte con mi corazón
cansado y roto por la soledad.
6
Era la mirada penetrante de una flor
que lloraba lágrimas de rocío,
era el beso azul de una violeta
que se miraba en el espejo del río.
Bajo el largo silencio de los chopos escuché el aullido de mi soledad,
bajo el largo silencio de los chopos escuché el suspiro de mi nostalgia
que erraba entre las sombras de la ausencia y el olvido.
Bajo el largo silencio del agua
vi la luz de mi camino,
bajo el largo silencio del agua
vi la sombra de mi destino.
En el espejo del río vi las lágrimas de una flor,
en el espejo del río vi un beso de amor.
7
Subo sobre mi fatiga hasta la orilla de la tarde.
El aire pesa en mis hombros
y una nube de soledad invade mi hastío.
Sombras alargadas suben por el lado del río
hasta desvanecer el oro del ocaso,
mientras el último grito de la tórtola
rompe el cristal de silencio
que envuelve mi soledad.
Hay pájaros que se disuelven en el aire.
He llegado al final de la tarde.
¿Era éste mi destino?
Ante la inmensidad de las sombras,
¿qué sentido tiene continuar subiendo?
Descansaré en este horizonte
de silencio y soledad.
8
Vi ascender las sombras húmedas de mis pasos
hasta el límite de la soledad.
Iban caminando por el camino sin tiempo.
A lo lejos se oían ecos de voces congeladas
en el silencio de los pueblos,
pueblos vacíos que hierven de frío y soledad.
Hay notas de espanto que huyen
del silencio
y pájaros que se ocultan
bajo la sombra de su canto.
Sonrisas del aire
revolotean
entre la quietud de los álamos
y se posan en el límite del tiempo.
Entre la hierba el grillo desgrana su soledad.
9
Un pájaro azul entra en la blancura de la noche
y se pierde en las alas del tiempo.
Cantos de silencio inundan
la quietud del aire
que se arremolina en torno
al vacío de mis ojos.
Una estrella fugaz cruza el cielo añil
y las sombras de la noche se congelan
en los labios del frío.
Del silencio caen alaridos disonantes
que hieren mis párpados como bisturís
encendidos.
Por la orilla del aire
huye una sombra hacia la transparencia del agua.
10
Y llegué a la vaciedad de mi lugar
y sólo hallé
soledad y silencio.
Un silencio cobrizo
que recorría las calles del miedo.
Subí hasta la altura de mi corazón
para discernir los horizontes del tedio
y mi corazón se llenó de dolor y hastío.
Me acerqué al río
para llorar juntos nuestras penas
y el río
me habló con su silencio.
Mi mirada se perdió en su transparencia.
¡Ah, quién pudiera ser fugaz y eterno
como el agua
para vivir siempre en el olvido!
Y mi corazón se hundió en el abismo
de la soledad y el silencio.
11
Una luz opaca cegaba mis ojos en los días del olvido y el abandono.
Por el canto de los pájaros subía un silencio ambarino.
Era el silencio ambarino de la tarde
que se ocultaba en la soledad de mis ojos.
El río derramaba su dolor.
Mis recuerdos de luces y sombras,
de nostalgias y olvidos,
llenaban el vacío de la soledad
y se fundían con el dolor del río.
Desde la altura de la tarde
tuve miedo de mirar al río
que entre sus lágrimas se llevaba el dolor
de mi ausencia,
mis nostalgias y olvidos.
Desde la altura de la tarde
pude ver la candidez de un lirio.
12
Horizontes de frío, silencio y soledad
rodean el límite
de mis recuerdos.
Desde el fondo de mi corazón oigo
el silencio que traspasa la luz del frío
y las quejas de los árboles ante la soledad del agua.
Dos cuervos dejan caer su sombra entre graznidos.
Hay alturas que descienden hasta la tranquilidad
de las aguas
y unos ojos que miran con curiosidad
la sublimidad del silencio.
Desde la espadaña de mi ausencia
observo el dolor de la escarcha
en las orillas de mi nostalgia.
Mis recuerdos son
de frío, silencio y soledad.
13
En la nave de mis sueños
surcaré otros mares de amargura,
pero ahora vuelvo al abismo de mis recuerdos.
Sobre la estela azul del viento
atravieso los valles sin fondo
donde aún se esconden mis más prístinos miedos.
Un velo de oro
asciende hasta la copa de los chopos
y sobre la sombra arcana de mis recuerdos
cae el graznido de una urraca
que desgarra la tranquilidad de la tarde.
Se acerca la noche de mis miedos
envuelta en un silencio de frío y soledad.
Regreso al sur de la verdad
en la nave de mis sueños.
14
Lenta, muy lenta se desliza la tarde
por la línea del tiempo,
lenta, muy lenta va sembrando el aire
con el silencio de sus suspiros.
Por la orilla del horizonte lentamente desciende
la soledad de una sombra
que extiende sus brazos
hasta el olvido de mi infancia.
Del último temblor ocre de la tarde
cae el canto de un mirlo
que se pierde en el eco del agua.
Tras él cabalgan los suspiros
de mi ausencia
en busca de quietud y soledad.
15
Horizonte de sueños,
tus flancos se llenan de brumas nostálgicas
que ascienden por mis recuerdos
hasta tocar la altura cimbreante de los
álamos.
La sombra negra de un cuervo se detiene
en la ocreidad de las hojas
y desde allí
deja caer un graznido
hasta la orilla del silencio.
Abajo
la soledad se desparrama por la llanura verdiazul
de la ausencia y el vacío
y regresan a mi memoria las horas pasadas
en la quietud del tiempo.
Horizonte de soledad y frío.
16
El viento tirita entre las uñas del frío.
Las sombras caen desde lo alto de la tarde
hasta la hondura del valle
donde se ahoga el silencio
de su soledad.
Un alarido sordo se pierde en la huida
del ocaso que se precipita hacia las fauces
de la noche
por los acantilados del olvido.
El frío araña las pestañas del viento
antes de caer sobre el vacío
y la soledad.
Hierve la hierba en la abrasadora frialdad
que cubre el abismo de la noche.
El cielo llora lágrimas de frío.
¡Ah el calor crepitante en la compasión del hogar!
17
Sobre el silencio de los chopos
la noche teje su manto azul perlado de estrellas.
El frío alarga sus dedos hasta atravesar
el color de mis sueños
que revolotea
en el mar de la tranquilidad.
Fantasmas de luz me rodean con pasos
sigilosos que rompen
el silencio
escondido
en el verdor de las sombras.
Horizontes de espuma se extienden sobre
la noche azulada.
Un grito apagado retorna
el susurro del silencio
a la soledad de los chopos.
18
Un silencio teñido de púrpura suena
en las cuerdas de la noche
que extienden su melodía hasta la profundidad
de las estrellas.
Su música inefable
se desliza por el susurro de la hojas
hacia el abismo de mi soledad.
La sonrisa de los árboles me mira
desde lo alto
antes de sumergirse en la transparencia del agua,
agua sin aristas que resbala
hacia destinos insondables que se pierden
en la memoria del tiempo.
A mi lado duerme la luz
y llora la noche lágrimas de frío y soledad.
19
Otra vez la orilla sin sombras en lo alto de la tarde.
Otra vez el canto del miedo en la blancura de los olmos,
en la blancura del frío.
Sobre el silencio del agua
el río avanza cantando
su canción desesperada.
La sombra de un pájaro se posa en la soledad
de una rama
mientras el frío tirita bajo el topacio del agua.
Un ay rompe el estallido
del silencio
que se desparrama por la blancura del frío.
Otra vez las sombras sin orilla invaden mi soledad.
Otra vez en la blancura de los olmos
se refugia el aullido del miedo.
20
El sol cae hacia los lados del ocaso.
Hay un vértigo cobrizo en la soledad de la tarde,
hay una calma dorada que se precipita hasta
la altura de los chopos.
El sol cae por las laderas del hastío
y la transparencia del tiempo
se funde
con las cristalinas aguas del río.
Hay horas en que la soledad se esconde
bajo las arrugas del viento
y todo, todo se llena
de suaves acordes.
El sol cae hacia los límites de la noche
y el silencio
va cubriendo de oro el celaje
del horizonte.
21
Hay una sombra alargada en los límites
del ocaso
y una estela de luz
que se enrosca en la amarillez
de los chopos
como serpiente que avanza en sigilo.
Caen al agua los dorados rayos vespertinos
para romper el silencio de las
sombras
en la transparencia.
Una nota de color se posa en la soledad
del ramaje.
Hay gritos que hieren la nostalgia
de mi corazón
en los límites de la tarde.
22
Desde el dolor del olvido contemplo en la tarde
dorada de este otoño
tus labios heridos.
En las grietas del abandono
nacen retazos de amor
que quisieran borrar las heridas que un día
el afán
en tu piel imprimió.
Venas de negra sangre
atarazan y rompen tu piel
para taracear el dolor en la herida de tus labios.
Desde el silencio y la soledad
contemplo tus horizontes lejanos
con la angustia pintada en mis ojos.
Desde el dolor y la añoranza
contemplo tus labios heridos.
23
¿Quién vigila desde lo alto de la noche a la muerte
que va sembrando en tus valles y laderas
la soledad y el silencio,
la escarcha y el frío de los días sin nombre,
de las horas sin tiempo?
¿Quién vigila desde la cima de la ausencia y el olvido
el llanto de los pájaros
o las quejas de los robles
que van llenando tus manos de silencios?
En tus horizontes se va congelando
la blancura de la nieve que cae
de los labios del frío
y un largo silencio ensordecedor
se extiende por la transparencia del río.
Nadie volverá a ver las sonrisas en tus calles
ni el repique de campanas en tan largo silencio.
24
En las campanas sin tiempo quedan los sueños rotos
de tantos y tantos recuerdos.
Por la pendiente del vacío se deslizan
lágrimas rotas,
lágrimas de escarcha y frío
que en mis manos queman aquellos lejanos recuerdos,
aquellos recuerdos de cuando era niño.
En las mañanas de invierno
corre por mi garganta
una voz sin sonido,
un sollozo que llena el vacío
de las campanas,
una voz que desgarra en silencio
el dolor
de tanta soledad,
de tanto olvido.
En la espadaña vacía quedan rotos mis recuerdos.
25
Vi suspendida la sombra de un vuelo
en lo alto de las horas.
Alguien ha roto la risa del agua
y en su lugar ha plantado la melodía
del silencio y el olvido.
Un hilo de dolor resbala por los labios
de un lirio
mientras
en la oquedad del aire
canta un mirlo.
Su canción se posa en la soledad
de una rama
y desde ella se sumerge en el azul infinito.
Alguien ha roto la sonrisa del agua.
Por los labios de un lirio
corre una lágrima.
26
El llanto rasgó el dolor del frío.
Sobre la soledad del agua revolotean alas
de silencio.
Hay una transparencia azul que llena los huecos
de mi nostalgia
con el llanto cárdeno
de los recuerdos.
Miro al agua y no veo los ojos de su tranquilidad.
Hay cantos suspendidos en el vacío
de una ausencia,
en la sombra de un olvido.
En las arrugas de mi memoria
se esconde el frío del silencio y el dolor
de los recuerdos.
Hay cantos en el aire y una transparencia azul
que revolotea por mi soledad.
27
Hay un silencio que aúlla en las fauces
del abandono.
Por la orilla del viento
llegan los colmillos blancos del frío
que se clavan en mi cuerpo.
Por los horizontes azules del tiempo
se desliza mi memoria
para traerme recuerdos
de pájaros de luz y sombra
que se desvanecen en los brazos del viento.
Horizontes lejanos
cubiertos de silencio, frío y soledad,
horizontes lejanos,
con vosotros volveré a soñar
cuando el dolor deje de rodar por mis manos.
28
Estoy solo ante el horizonte frío y lejano.
Mis ojos cansados de mirar
hacia la quietud del silencio
llenan de llanto la soledad del olvido.
Por los resquicios del tiempo sube una atmósfera
de frío
que ataraza mis huesos
y se acurruca en las ramas desnudas
de chopos y alisos.
Desde la luz rota
cae un canto desesperado al río.
Me siento a la orilla del silencio y la soledad
con el frío encogido entre mis manos
y una gota de dolor que resbala
por la nostalgia de mis párpados.
29
En la altura del horizonte el sol deja caer
sus labios de tristeza
y frío sobre la soledad
del invierno.
Un escalofrío recorre todo mi ser.
Hay un vacío inmenso en las calles
y el dolor gris del viento
se incrusta
en el hueco de los portales.
Por las calles vestidas de blanco
sólo se oyen los pasos del silencio
y el lejano maullido de un gato.
En esta mañana de invierno
hay un vacío inmenso
que llena de aullidos el camposanto.
30
Es la hora de la nostalgia
y todavía sonríen áureos los árboles
en la soledad de mis manos.
Los pájaros huyen por la línea del silencio
a través de la espesura del aire
y se ocultan en la sonrisa dorada
de los álamos.
Hay sombras que delatan la crueldad
del frío
escondida bajo la pasividad de las piedras.
Y hay llantos que caen
en la profundidad
del dolor.
Desde el ocaso
la tristeza se alarga por la soledad
de las calles.
31
Sonó el aullido del viento en los árboles del río
y un graznido blanco y negro
dibujó su sombra
en la transparencia del frío.
Era la hora del silencio en la tarde que caía
por las laderas del espanto.
Y todo estaba quieto bajo el manto
de la nostalgia.
¡Ah, qué ave de mal agüero lame la soledad
de la tarde!
¡Qué presagios traen las nubes
que derraman su fría sombra
por la quietud del valle!
El aullido del viento sigue gimiendo
entre la tristeza de los árboles.
32
El canto del mirlo rompe el silencio que se derrama
por las gélidas horas.
El sol se estremece en el horizonte solitario
y deja caer un lánguido rayo ocre
sobre la nostalgia de la tarde.
Las sombras avanzan por la soledad
de las calles
persiguiendo los aullidos del viento
y en la largura del ocaso
el valle bosteza
de tedio y frío.
Por el hueco del horizonte
se desliza la negrura de un vuelo
que huye hacia la nada, hacia el vacío.
33
El viento grita en lo alto de la tarde
y quiere posarse en la dorada sombra
de los chopos;
las hojas,
asustadas,
caen sobre la tersura del cristal.
El vuelo de un pájaro roza el llanto de los árboles.
Los gritos del viento se reflejan en el espejo
de mis recuerdos
y portan entre sus alargadas manos
el color de los aromas
que inundaban los zafiros de la pradera
y los labios del horizonte lejano.
En mis manos cae la soledad de la tarde
y los gemidos de dolor que desgarran
el valle.
34
Más allá del caos todo es silencio.
En la noche sin sombras del amor herido
veo una luz que atraviesa
la oquedad del tiempo.
Veo un arrayán florido
que derrama su fragancia
por la soledad sin nombre,
mientras escucho la melodía del jilguero
escondido en el espesor de la fronda.
Por la quietud de los chopos
asciende el canto del grillo
hasta perderse en el silencio de la noche.
Lejos, muy lejos, veo la tristeza del valle
que se funde con la penumbra
de mi soledad.
35
Por los horizontes del frío se estremecían
el silencio y la soledad,
y bajo el suspiro de los robles
sólo se oía
el aullido de la quietud y el miedo.
Era la tarde cobriza de espanto
que recorría los bordes de la desesperación.
El silencio era más fuerte
que la sombra de los pájaros que volaban
hacia el precipicio del ocaso.
Una nube de asombro se precipitó
sobre mis ojos
cuando contemplaba
la caída del atardecer
por el declive sin orillas de la tarde.
Y el silencio se posó sobre mis labios.
36
La soledad de la espadaña
rompe
el velo azul del alba
que derrama
lágrimas de frío
sobre el aullido del silencio.
Una sombra alada
lame
la suavidad del aire
antes de
posarse en el escorzo de una rama.
Lejos, muy lejos, en el horizonte
de nieve y plata
asciende lentamente el bostezo del invierno
envuelto en una capa de frío y escarcha.
37
Sobre la media luna en el límite
de la tarde
se refleja el frío de plata que
lentamente
va cubriendo el fondo gris del valle.
Un suspiro
lame
el pudor de los desnudos árboles
que lloran silenciosos dolor y hastío
sobre las gélidas aguas del río.
En el límite de la tarde,
por el horizonte lejano se alejan cuervos y palomas
que van huyendo de la soledad y el silencio,
y a su lado,
nostalgias y recuerdos.
38
Más allá de las nubes se hunden las sombras
en el límite del ocaso.
Una lengua azul lame el borde de la tarde
y el gemido del viento
se estrella
contra el asombro de los robles.
Silencio y frío
en la soledad del horizonte.
Por el atardecer asciende la nostalgia
de mis recuerdos
hasta caer en la largura del tiempo.
Y un sonido agudo,
el silbido del viento,
pasa alargado por las calles del silencio.
39
La soledad lamía el silencio en la noche
de frío mármol.
Por la calle descendía el miedo de un perro
que ladraba al temblor
de las estrellas
en la noche de espanto.
La sonrisa azul del frío
heló mi llanto
cuando atravesaba la sombra del silencio
en la noche de mi soledad.
Un suspiro se congeló en mis recuerdos.
Y la voz del olvido rebotó
en la parábola
del horizonte lejano.
40
El filo azul partía en dos la noche
con la frialdad del alfanje
que hiende la redondez estrellada.
La luna se escondía bajo lágrimas de plata.
Más allá de la soledad y el frío
titilaba el silencio
entre los cañaverales del río.
Amé la soledad de la noche
y una lágrima se descolgó
de los párpados
de mi congoja.
Ya sólo había soledad en el olvido
y en el silencio de los cuervos
que toda la tarde habían estado picoteando el frío.
41
Y no hay nadie en el valle sin alma.
Sólo hay silencio y soledad,
frío y noche.
La luz se ha quedado oculta en la ausencia
del hombre.
Hay sombras de pájaros,
gorjeos que se esconden,
aullidos de silencio en los resquicios del
alba
y un murmullo de hojas secas
que recorre
las calles solitarias.
Por el lado del frío
mis lágrimas resbalan hasta la transparencia
de agua.
42
Vi una sombra alargada que caía sobre
la altura del ocaso
y juegos de luces
que se desparramaban por la línea del horizonte.
Un grito ensordecedor subió hasta
la altura del miedo
y se abrazó
a las sombras alargadas
que cubrían la noche con un sudario
de dolor y espanto.
Más allá se oyó el susurro del silencio
que derramaba su callada voz
por las llanuras de la soledad y el abandono.
Y descubrí que ya no había luz,
sólo sombras en mi camino.
43
El miedo y el silencio se abrazan con pasión
bajo la negra sombra del llanto.
Los buitres sobrevuelan la desolación
que dejó el fuego de la discordia.
Lenguas verdes de envidia devoran el sobresalto
de la inocencia
y siembran el odio
por las llanuras del frío y la soledad.
Los árboles, desde lo alto,
contemplan
con indiferencia
mi asombro.
Por el camino lleno de soledad y olvido
vaga la sombra de mi desconcierto.
44
Desde lo alto de mi hastío
voy contando
los ocasos que se ciernen
sobre este horizonte de soledad y frío.
Jirones de dolor
suturan las heridas de mi corazón
mientras una sombra albina resplandece en la oscuridad
de mi llanto.
Lágrimas de desesperación ascienden
por la soledad de los árboles
hasta caer en el abismo de la incertidumbre.
Cantos de lirios resuenan en el interior
del asombro
que raudo se sumerge
en la transparencia del agua.
Una gota de dolor resbala por la orilla del río.
45
Envuelto en la nebulosa de la nostalgia
dejo pasar el tiempo que lentamente me va llevando
hacia la cima del dolor.
Árboles malheridos
lloran su soledad
en el límite de la tarde.
Lágrimas amarillas arrancadas por las uñas
del viento
caen
desde sus ramas
a la orilla del frío.
Densas sombras van apagando
la transparencia del agua que canta
sigilosa las penas de mi alma.
46
Rizos de blancura ascienden por la mañana
del frío
y lágrimas de silencio resbalan
por el dolor de la hierba.
Monótono el aire se acurruca en la soledad
de una rama
mientras mi nostalgia se va hundiendo
en la amarillez del tiempo.
Cuando llegue el declinar de la tarde
recogeré los pétalos del frío
caídos en los labios de la amargura
y de la soledad
y cruzaré las calles del silencio
que llevan al horizonte del olvido.
Una lágrima rodará por la orilla de mi llanto.
47
Mis ojos miran el mar de desolación
que cubre la soledad del valle.
Pájaros sin sombra deambulan
por los resquicios del tiempo
y picotean
sin descanso
el dolor del vacío.
¿Por dónde subirán ahora los cánticos de estío
que auguraban las ubérrimas cosechas
y la alegría de los corazones amartelados?
Ya no habrá más cánticos ni risas.
Lejos,
en el horizonte del frío,
ya avanzan las sombras del silencio.
Mis ojos miran el mar de la desolación
y una lágrima resbala hasta el cuenco de la nostalgia.
48
Desde las altas cumbres ya sólo se ven sombras
que avanzan la noche del olvido.
Por la curva del espanto fluyen las lágrimas
de la luna
abriendo ríos de plata
que refulgen en el frío de los árboles desnudos
y en la nostalgia de un corazón roto.
¡Cuánto dolor caído en los brazos de la noche
y en la soledad ausente!
Por la transparencia del río
sube llorando la luna
para ocultarse en las ramas de la desolación
y en los aullidos del silencio.
¡Ah, qué largos eran los gritos del miedo!
49
Caballos de espanto caminan por la calle
del frío
y se alejan
de las puertas del abandono y la soledad.
Una nube deja caer lágrimas rotas
sobre la laguna de mi llanto
y se aleja hacia la melancolía de los límites
donde aúllan las estrellas.
Desde la altura del abandono
mis ojos contemplan la calle del frío
que se precipita contra el canto de las piedras.
Por ella corren abrojos solitarios
y un susurro de hojas secas de un olmo carcomido.
Luego
la soledad del frío y el silencio
de mi llanto.
50
Tarde de espanto. El frío del bosque entre
mis manos
y un silencio
que asciende como la bruma
por la orilla del horizonte hasta perderse
en los labios de la luna.
Por la soledad de la tarde
se precipitan
los aullidos del viento
para cobijarse en las ramas sin árboles.
Una bandada de negras sombras
cae
sobre el filo verde del frío
que hiende el espesor del aire en los límites
del ocaso.
En la noche silencio y vacío.
51
Toco la soledad con mis manos
cuando la noche cae en el vacío silencioso del valle.
Hay robles y negrillos que esconden
su vergüenza en los resquicios
de las sombras
para que nadie vea su llanto.
Algunos pájaros lanzan su canto sobre
el titilar de las horas
antes de desaparecer en su vuelo.
Desde lo alto del frío
caen
lágrimas de plata de la luna
que se mezclan con el llanto de robles
y negrillos.
Su brillo hiere mis manos.
52
Destellos cárdenos y violetas del ocaso
se derraman sobre las laderas
del olvido.
Hay vértigo en mis sentidos.
El silbido del viento cruza los huecos
de la espadaña
arrancando con sus uñas tétricos gemidos
a las campanas.
El silencio recorre las calles del miedo entre risas
y llantos, mientras el largo alarido de un perro
rueda por el dolor de la agonía.
Hay lágrimas en los párpados de mis recuerdos
que contemplan
desde la lejanía
tanta soledad y abandono.
La angustia de un grito arranca la luz de mis ojos.
53
La luz del ocaso se derrama sobre las laderas
de la desesperación.
Cruzan el frío de la tarde los graznidos lóbregos
de unos cuervos que se refugian en la albura
del silencio.
Más allá
todo es desolación y olvido.
Hay árboles caídos y soledad de álamos.
En el horizonte,
vacío,
aún quedan huellas de los lóbregos graznidos
y mis manos se llenan del dolor de la tarde.
Tras las columnas del frío
mis ojos se espantan al ver
la soledad del valle.
Una lágrima rompe la tersura del río.
54
Días tristes en que el cielo lloraba sin fin.
Las nubes cabalgaban por los cerros
del silencio
y su cabellera quedaba prendida en los robles
y las urces.
La soledad se abatía en el llanto de mis párpados
y se deslizaba por la pendiente del abandono
y la desesperación.
Una ráfaga de viento se desprendió
del espeso follaje y un mar de lágrimas
cayó sobre mi melancolía.
Era la hora del llanto inagotable.
En mis manos sólo quería retener la luz del ocaso,
pero se ocultaba entre las nubes del abandono.
Ya no cabían más lágrimas en mis manos.
55
La luz del alba choca contra la desnudez
de los álamos
mientras un velo albino se eleva
lentamente
hacia mi asombro.
La hierba oculta sus ojos y tirita bajo
el cristal blanco de la escarcha.
Por la calle del olvido corre despavorida la soledad
en busca de mis penas.
Hay un silencio de plomo y frío que fluye por mis
venas hasta apagar los latidos de mi corazón.
La agonía sube por la calle del espanto
para fundirse con el sol mortecino
de mis manos.
Un grito cae de mis labios
y cubre de llanto la soledad de los álamos
desnudos.
56
Vi lágrimas sumergidas en los cuencos de mis manos
al contemplar el silencio azul de la noche
desde la fría soledad de noviembre.
Desde la fría noche vi las heridas
de mi dolor
que manaban sangre púrpura por los huertos
del abandono y la soledad.
Y la tristeza ascendía lentamente por la orilla del río
derramando alaridos que se ocultaban en la mirada
de los chopos.
El silencio era azul y atronador.
Desde lo alto del frío y la soledad de la noche
mi nostalgia llenó de llanto
el piélago del olvido.
Y de púrpura se tiñó mi dolor.
57
¿Vigilas tú desde la altura del tiempo las llamas
de la desolación
que arrasan tanta soledad y tanto silencio?
¿O acaso es la mirada de espanto la que
asiste a las exequias de un pueblo?
El llanto se esparce
por la mañana fría de mis recuerdos que
lentamente
va llenando de melancolía los días del dolor.
Hay luces que atraviesan las sombras del pasado
para que puedas ver la transparencia
del silencio
y hay sombras que se estrellan contra los cristales
del río.
Un grito azul
se oculta en la angustia de los álamos.
58
¡Ay soledad, soledad, que extiendes tu manto
sobre tan ancho silencio!
A través de las mirillas del frío puedo ver tu rostro
ensangrentado por las heridas del dolor.
¡Cuánta ausencia se respira en tu presencia!
Por las ventanas vacías
de cristales rotos y desvencijados postigos
se asoma tu sonrisa velada en llanto
y orgullosa
me miras con altanería.
Quisieras emular a la luna
que llora perlas de plata
y lentamente resbala por un mar
sin límites.
Pero en la noche tu sonrisa es
sólo amargura.
59
Desde lo alto de la noche vi sombras agitadas
por las manos del viento.
Por sus párpados resbalaban lágrimas vacías
que rebosaban el cuenco del silencio
y la soledad.
Como fina lluvia caían sobre el abandono
de mis recuerdos
y encendían
la hoguera de mi corazón.
Vi pájaros azules que se precipitaban sobre
las laderas del espanto.
Su silencio
era una canto a la noche
que lloraba lágrimas de melancolía y frío.
Desde lo alto de mi pena llené el cuenco de la soledad
y el silencio con suspiros de dolor.
60
El frío se refugia en la tristeza de los árboles
y juega al escondite con el silencio de las horas
y de la muerte.
Una sonrisa entre tanta soledad acaricia
el dolor
de mis recuerdos
y luego se arroja al eterno instante del río
para perderse en el mar
del olvido.
Por las laderas del ocaso descienden las sombras
hasta la llanura de mi nostalgia
y en el límite del azul
la noche sueña estrellas que caen
en el silencio de mis manos.
Una lágrima resbala por el horizonte del tiempo.
61
Era la hora dorada de la tarde.
La luz besaba el oro de los chopos
y se derramaba
por la transparencia del aire.
Desnudo ante la quietud del agua,
me sumergí en el silencio de mi soledad
y buceé hasta la orilla
de la melancolía.
Vi horizontes lejanos que se hundían
en el piélago del abandono.
Más allá
vi cómo ardía el caos en la hoguera fría
de la vanidad.
Hui por el río del tiempo hasta el otoño de mi juventud
y en sus orillas encontré la paz
de mis recuerdos.
62
Sentí que me envolvía el frío de lo incierto.
Un mar de sensaciones recorría los aullidos
del viento. Olas de angustia se ocultaban en la
soledad de los árboles
y lágrimas de dolor
caían
sobre el asombro de la hierba.
Sombras de pájaros atravesaban el espesor
del aire
antes de posarse en el silencio de los olmos.
Un gemido vino a romper la quietud del tiempo.
En vano busqué las horas de mi pasado
en los pliegues de mis recuerdos.
Todo era oscuridad.
Sólo en el horizonte lejano vi encenderse
la luz de mi infancia.
Por mis venas sentí correr el calor de lo incierto.
63
Era la hora de la soledad. Vi sombras que se posaban
en la amarille melancólica de los chopos
y suspiros que caían
en el abismo de mi dolor.
Manos descarnadas agitaban el viento
desde el hueco de los árboles
y largos gemidos
azotaban
el silencio ensordecedor que envolvía mi llanto.
Por la transparencia del agua
se fue alejando
el oro nostálgico de los chopos
como lágrimas caídas
en el abandono y el vacío.
Una sombra se posó en el horizonte lejano.
64
Como llanto de niño caía sobre mi corazón
una lluvia fina.
Era el dolor de la nostalgia.
Desde la espadaña de mis recuerdos
vislumbré los ojos del horror
que miraban el abandono.
Por todas partes vi silencio y soledad.
Una bruma blanquecina ascendía por el frío de la tarde
hasta besar con sus labios los suspiros
de los árboles
donde se escuchaba el gorjeo de pájaros ausentes.
Oí las campanas del silencio tocar a rebato
en un pueblo vacío
donde sólo sombras alargadas
caminaban por la soledad de sus calles.
El frío se acuclilló en el dolor de mi nostalgia.
65
El frío chocó contra el cristal roto de una vieja
ventana que reía al sonrojo
del alba.
Sobre un muro desvencijado se posó
el canto de un mirlo:
arrullo de amor al silencio y la soledad
de tantos recuerdos heridos.
Por la pendiente de la mañana ascendía el llanto
de un niño
que rememoraba tiernas evocaciones
de un efímero pasado.
Mis ojos se posaron en los cuencos vacíos
de la espadaña
donde
campanas ausentes
tocaban el repique del silencio.
66
En las ramas del frío vi sombras que huían
de la amarillez del miedo.
Graznidos silenciosos de pájaros ausentes volaban
entre la soledad de los árboles
hasta confundirse
con las sombras fugitivas.
El llanto resbaló por mis párpados
ante las puertas abiertas al abandono
y al olvido.
Por las paredes de la soledad ascendía
el dolor de mis recuerdos,
recuerdos que se perdían en un horizonte lejano.
Ya no había risas de niños,
ya no había olor a hierba recién cortada
ni flores en los prados. Sólo
frío, silencio y soledad que caía de mis manos.
67
La fatiga del tiempo cubría el frío de los álamos.
Una luz mortecina ascendía por la pendiente
de mis recuerdos
hasta la orilla del olvido.
Y mi pena
cansada de tanto dolor y tanta soledad
se arrojó en las fauces del llanto.
Mi mirada ya no acaricia los verdes sonrosados
de las colinas amarillas del tiempo
ni la nostalgia azul
que envolvía la sonrisa de las flores.
Mi mirada ya sólo acaricia la arrugada piel del frío
que inunda de llanto
los llanos y alcores de mi soledad.
Cae una lágrima de las ramas de un negrillo.
68
Era la hora de la soledad y el silencio,
un silencio que gritaba palabras sin nombre,
ecos sin sonido.
Salí a la profundidad de la noche
para contemplar la sonrisa de las estrellas
y una lágrima ardió entre mis manos,
una lágrima de la luna llena.
Salí a la profundidad de la noche
y tuve miedo de no regresar,
no regresar al silencio de tu nombre
ni a la orilla de tu soledad.
Lentamente
me fui alejando de tu sombra
para sumergirme en la bruma de mis recuerdos,
en la bruma de un horizonte
azul y lejano.
69
Otra vez la blancura del silencio
en las fauces del frío.
Por la mañana sin límites se precipita la soledad
hacia el mar de la melancolía,
pero en mi memoria aún perduran los silencios blancos
que cubrían toda mi existencia.
Notas de dolor
sonaban
en la desnudez de los chopos
y a veces una sombra atravesaba la blancura
de la soledad.
Un halo de candidez circuye mi llanto
que rueda por los párpados
del invierno hasta la altura del horizonte
donde todo es silencio.
Y el frío vuelve a ser blanco en mis manos.
70
Vi aullar al viento entre las lágrimas del frío.
Los árboles sollozaban
con los brazos abiertos
y desnudos ante la soledad de la tarde,
como si clamaran compasión al tiempo.
Desde los topacios azules
caía
el silencio
envuelto en cúmulos de espanto.
La palidez de la luna lamió mi helada piel
con lengua de gato
y se escondió en el silencio de las nubes.
Era la hora del dolor y la soledad,
era la hora del abandono y la nostalgia,
y mi voz se hundió en las lágrimas azules del frío.
71
El cansancio de mis ojos ascendía por la línea azul
del tiempo para contemplar
la sombra de tanto abandono.
Mi mirada se ocultaba en el espejo
del río
que llevaba su tristeza
hasta la soledad de un mar sin orillas.
El viento se detuvo en el dolor de mis manos
y lágrimas de hastío cayeron
al cuenco de la resignación.
Vuelan cantos de mirlos entre mis ojos
y el sueño de la tarde,
y la hora del dolor cae
sobre el silencio carcomido de un olmo.
Una voz,
como un grito,
ahoga mis recuerdos y se pierde en la inmensidad.
72
Siento nostalgia ante la tristeza del ocaso.
Una gota de rocío cae
desde los párpados de la noche
y besa
la soledad y el sosiego de los robles.
Mil susurros se precipitan en el silencio de mi angustia,
angustia que dormita acurrucada en lo más hondo
de mi corazón.
Por encima de los robles
se oye la canción desesperada de las estrellas
que se derrama como suave lluvia sobre el velo azul
de mis penas.
Entre la dulzura de la hierba
se esconde el frío de la desolación.
73
Al otro lado del silencio oí el llanto de un niño.
Un dolor acerado se agarraba con sus uñas a los labios
de la desesperación
y lágrimas como gotas de lluvia caían
de unos párpados ensangrentados.
Era la hora de la soledad y la desolación,
era la hora de la melancolía.
Subí a la alcoba de mis recuerdos
y en la sombra del silencio
escuché el llanto del niño
que se alejaba
por los bordes de un horizonte lejano.
Pájaros de negras alas se sumergieron
en el hueco de la luz que hería la niña de mis ojos.
Y ya no oí más llantos.
74
Un rayo de sombra ilumina la noche de mi desesperación.
Subo por las tinieblas de la soledad hasta la altura
de mi desencanto.
Allá, en lo más recóndito del olvido,
encuentro la luz de mi niñez que iluminaba
mis pasos perdidos.
Desde el límite del tiempo regreso
a estas tinieblas que ahora alumbran
tanta soledad y tanto abandono,
y mi corazón se derrite en puro llanto.
El frío se desliza en el silencio de la noche
hasta el titilar de las estrellas
mientras una lágrima de plata resbala
por la tersura del agua para enjugar mis penas.
Por mis venas fluye el dolor
que se lleva el río.
75
¡Ah la soledad del dolor en el alba que ríe mi desengaño!
¡Cuántas veces ascendí por la orilla de la aurora
hasta la incertidumbre de mi angustia!
Y mi dolor sigue sangrando en los aullidos del tiempo.
Sólo la soledad cubre mi llanto en los días
de la desesperación,
y los labios del alba derraman una lágrima
que se derrite en el rocío de los lirios.
La blancura inmaculada de una fragancia
deslumbra mi mirada
que se posa
en los pétalos del olvido.
¡Ah, cuánto dolor corre por los labios del viento!
¡Ah, cuánta angustia llena el vacío
de lo que he vivido!
76
Subía mi esperanza por las riberas verdes de la nostalgia
y hacia mí venían caminos llenos de dolor.
Voces angustiosas ascendían por sus pendientes
hasta el límite del sufrimiento.
Un alarido se perdió en el horizonte lejano.
En la tristeza de la tarde
se sumergió la sombra del viento
que arrancó el llanto de mis ojos.
Por las llanuras de mi corazón corrieron ríos
que regaron las rosas del otoño
en los vergeles del frío.
Vi una lágrima rodar por el dominio
de la soledad
hasta morir
en unos labios heridos.
77
Un vendaval de espanto azotaba los latidos de mi corazón.
El miedo corría a esconderse
entre los alaridos del viento
y el horror
se reflejó en la confusión de mis ojos.
Un grito de soledad invadió la llanura del frío.
¡Ah los pájaros del silencio que cantan
a la noche de mi llanto!
!Ah los lamentos de pesar que se refugian
en las lágrimas de una flor!
Veo una luz que tiembla en la tristeza de los álamos
y una voz que resuena en los páramos
de mi dolor.
Por las orillas del llanto
se desliza el río de la desolación.
78
Suben sombras por las paredes de mi corazón
y mis ojos ya no pueden destilar
tanto llanto.
Más allá del ocaso rueda la luna
en tul de plata por el piélago de la noche
y un frío alargado
cae
en el dolor de mis manos.
¿Quién hurga en la memoria de mi llanto
y me trae lejanos recuerdos de cuando era
niño?
En los labios del alba
el frío se convierte en llanto azul
que lentamente va cayendo sobre los pliegues
de mi alma.
Y la luna llora tras su velo de plata.
79
Aún recuerdo la sonrisa de la aurora en los labios del alba.
Iba sembrando colores en la música del viento
y en la transparencia azul del agua.
Aún recuerdo el canto del jilguero en la plenitud del día
y aquellos rubores con los que el aroma de tus pétalos
me sonreía.
Aún recuerdo
las lágrimas de alegría
que derramaba la primavera
y aquellos versos en unos labios rotos
que hilvanaban de amor la canción eterna.
Aún recuerdo aquellos días que destilaban
fragancia carmesí en mis manos
y aquellos cánticos azules
que se enredaban en los suspiros de los álamos.
Recuerdos que se han marchitado.
80
Vi lágrimas que rodaban por la amargura del tiempo.
Vi sollozos que salían de la soledad de las horas
y el llanto que caía en el interior del miedo.
Pájaros de silencio recorrían
la melancolía
del camino.
Todo era soledad y espanto.
Todo era ausencia y frío.
El dolor de los robles rasgaba la sombra
de mis labios y sus lamentos laceraban mi corazón.
Había lágrimas y sollozos,
llantos y gemidos,
que caían a lo más hondo del dolor.
Una luz estalló en el límite del horizonte
y todo el valle se sumergió en las tinieblas del horror.
81
Ya no hay tiempo para la dicha
ni para la sonrisa que se apoya en el color de una mirada.
Ya no hay tiempo para subir a la altura de la felicidad
y desde allí caer
en el mar de la esperanza.
Desde el límite lejano de mi ausencia
veo correr las aguas de la desolación
por la llanura del desencanto,
veo precipitarse las lágrimas de la ansiedad
por los acantilados del dolor y el vacío.
Un río de llanto
avanza por la orilla de la soledad
y se pierde en el océano sin fin.
En el horizonte lejano pájaros de frío
se ocultan en las cenizas de la desesperación.
Y mi dolor es infinito.
82
El viento arrastraba cenizas de dolor que cubrían
el espanto de los ojos.
Lágrimas de soledad
caían en el llanto de la noche y se desvanecían
en el silencio azul de las estrellas.
Una voz sin sonido se oyó desgarrar
la quietud de las tinieblas:
era el grito de la desesperación que ascendía
por la amargura del tiempo.
Y unos ojos negros volvían a derramar lágrimas
de dolor y soledad,
lágrimas de indolencia y desaliento.
En la agonía de la noche
vi lenguas de fuego que caían por el precipicio
de la desolación.
Una nube llenó de nostalgia amarilla mi corazón.
83
¿Quién ha robado la transparencia del río?
Una lágrima de dolor
desciende
hasta la orilla de mi llanto.
De la opacidad de las aguas surgen unas manos
que lloran el silencio de tanto olvido.
¿Dónde está la sonrisa de los álamos que se trizaba
en la argentina tersura?
¿Dónde los cánticos azules de las tardes sin retorno?
¿Dónde las lágrimas de plata que rompían
el cristal del agua
en las noches de insomnio?
¿Dónde la transparencia del río?
Por la superficie del agua
corre mi llanto para estrellarse
en la orilla del dolor.
84
Estoy solo ante el susurro del agua.
Alguien ha roto el silencio de la noche que envolvía
con su velo azul
el tedio de mi soledad.
Una lágrima resbala desde los párpados
de la luna hasta la incertidumbre de los álamos.
En el silencio de las ramas
queda prendido el clamor de mis manos
que huye del hastío cárdeno de la soledad.
Por los labios del río fluyen los pedazos rotos
de la tristeza
como jirones
de un tiempo que se ha ido.
El dolor de los chopos asciende por la luz
de la noche hasta la melancolía de las estrellas.
85
El dolor desciende por la mirada de mi corazón
que se pierde en los límites de un temor
lejano.
Hay huellas
de silencio y soledad
que ascienden por la llanura de mi llanto.
Una angustia sin fin desborda el color de mis ojos
que se pierde
en el silencio azul de los pájaros
y una lluvia de asombro cae sobre el frescor
de la hierba.
Desde mis labios una exclamación de espanto
recorre el silencio del valle
antes de perderse en el recuerdo del olvido.
Por todas partes hay abulia
y soledad.
86
Mi mirada se perdía en el silencio de las ramas.
El frío de la angustia ascendía hasta
la altura de la tarde
y desde allí caía
como fina lluvia
sobre la indiferencia de los chopos.
Cantos de pesar rompían la soledad de las
avefrías
que volaban por la nostalgia del atardecer
mientras la llanura del olvido
se cubría con el llanto del dolor.
Más allá del frío
vi unas manos abandonadas en el recuerdo
de mi niñez.
87
Desde el dolor de la tarde vi el llanto que rodaba
por los labios del abandono.
A la orilla de la soledad
dormía el tedio de los chopos
mecido por los cristales del agua.
Una lluvia de silencio caía lentamente sobre tanto desamparo
y tanto sufrimiento.
Era la lluvia de la indiferencia y la melancolía.
Vi pájaros de luz que volaban por los suspiros del aire.
Vi sombras de dolor que se derramaban por el azul del ocaso.
Vi manos que tiritaban en las arrugas del frío.
Una lágrima cayó desde lo alto de la angustia
hasta los latidos de mi corazón.
Era la amargura de tanta soledad
y de tanto hastío.
88
La soledad y el abandono se abrazaron en mitad
del vacío. Era la hora del llanto que rodaba
por las paredes de mi dolor.
Una lluvia de espanto ascendía desde lo más profundo
de mi corazón
hasta la llanura del silencio.
Lágrimas de acero derritieron
el río de la amargura
y el olvido.
De la hondura de mi garganta surgió un grito
de silencio que aplastó la soledad
en las tinieblas del abismo.
Una luz iluminó el horizonte lejano.
Más allá, el dolor.
Más allá, el sufrimiento de mi llanto.
89
Una sombra de luz atraviesa mis ojos en los días
de espanto. Una luz ocre asciende
por la orilla de la soledad
hasta la altura de los chopos
y luego cae como fina lluvia en el vértigo
del vacío.
Pájaros de negras alas vuelan sobre el llanto de unos ojos
que no ven más que tristeza y soledad
en campos de olvido.
Y por la agonía de la tarde
resbalan amarguras hasta la transparencia
del agua,
amarguras que empañan
los lejanos horizontes de mi infancia.
Una sombra de luz desciende como lluvia amarilla
sobre la soledad de mi llanto.
90
Desde la altura de mi corazón observo la soledad
de horizontes remotos que se desvanecen
en el tiempo.
Por sus laderas descienden pájaros de sombra
que vuelan hacia el silencio
de los álamos.
Mi mirada se pierde en los páramos vacíos
por donde deambula la nostalgia de mis recuerdos.
Un grito de abandono recorre la ausencia
de los que se han ido
y lágrimas de espanto fluyen
por las orillas de la desolación y el desamparo.
Una luz densa ilumina fugazmente la tristeza
de la tarde antes de perderse en el horizonte
de mis recuerdos.
Luego, el dolor. Luego, el olvido.
91
Pájaros ausentes volaron hacia la soledad y el frío.
Eran sombras aladas que bebían la blancura del aire
en días de silencio e indiferencia,
en días de nostalgia y abandono.
Sombras que graznaban al viento.
Una luz blanca se posó en mis manos como paloma herida
que huía del ocaso.
Entonces
en el horizonte lejano
se oyó el hueco de una campana:
el sonido del tiempo que se había quedado incrustado
en las vetustas piedras de la espadaña.
Y por el horizonte infinito
ululaban voces
de ausencia y olvido.
92
La noche se sumergió en el asombro de la negrura.
Voces mudas ululaban entre las sombras
que llenaban de espanto tanta soledad y tanto abandono:
por la orilla del tiempo
tiritaba
la ausencia de mis recuerdos.
Lágrimas de plata rodaron por la cara de la luna
para romperse en el cristal del río
y el llanto de los chopos
cayó desde su amarillez hasta la tristeza del agua.
Una brisa alada rozó mi ausencia
en los suspiros del alba;
como una sombra de luz,
mi nostalgia se hundió en la noche azul
de mi infancia.
93
Horizonte lejano,
desde mi ausencia contemplo la tristeza de los álamos
y el frío que cae por la incertidumbre de tu dolor
y tu olvido.
Una sombra alargada lame la herida que dejó
en tus manos la soledad y el abandono.
Suben por tus orillas halagos de luz que quieren
borrar las lágrimas del tiempo
mientras en la angustia de un olmo
se posa
el canto de un mirlo.
Una lluvia de nostalgia recorre las arrugas de mi piel
cuando recuerdo mi infancia
envuelta en cálidos sueños de ternura
y esperanza.
94
He llegado a la cúspide de tu dolor sin que me temblaran
las manos. No sé si era ése mi destino.
Mi corazón sigue ascendiendo hasta la altura
de unos labios que dejan caer palabras
rotas por la orilla del silencio.
Y sigo subiendo la pendiente
del dolor
hasta cansar mi corazón,
porque en las horas de mi llanto
puedo beber la añoranza de mi pasado,
puedo beber la nostalgia del tiempo que entre sus uñas
se llevó el extravío de mis recuerdos.
Junto a mi memoria lloran los álamos
y allá,
en el horizonte lejano,
aún sueña un corazón enamorado.
95
La noche está llena de suspiros lejanos, de silenciosos gritos
de angustia que caen por los latidos
del dolor.
Cuando miro a las estrellas
veo unos ojos de llanto
que resbalan por el abismo del miedo.
Hay lágrimas de fuego que atraviesan la médula del frío.
Y el viento lame las orillas del abandono
en la noche de los suspiros.
¿Qué manos sufrirán ahora los trabajos del silencio
y la agonía?
¿Quién llorará
el dolor del frío en las noches de tanta soledad?
Por los latidos del llanto fluyen
las lágrimas de mi corazón hacia
el piélago de la nostalgia.
96
Eran bostezos de dolor que resbalaban por la amarillez
de los chopos hasta la orilla del llanto.
Eran columnas de luz
que ascendían por el declive
del ocaso.
Y mis manos tocaron el olvido que derramaba
tanta soledad y tanto abandono.
Un graznido rompió el asombro de los robles
y se sumergió en la diafanidad
del horizonte
que se estrellaba en el azul.
En la espadaña del tiempo se oyó doblar las campanas del duelo.
Y sobre los pálpitos de mi corazón
cayó el asombro de una sombra,
cayó la noche del miedo.
97
Camino por las sendas sin tiempo, por las veredas
de las horas perdidas de mi pasado. Sube
la fatiga de mi corazón hasta la tarde
del abandono,
hasta el horizonte sin límite
que se derrama por la ladera de la melancolía.
En la orilla de la tarde
escucho una voz que clama por el tiempo perdido,
por las lágrimas que tantas veces regaron las lápidas
del camposanto.
Escucho la voz del silencio
que sacia de gritos el asombro de los árboles.
Por la orilla de la tarde ruedan
voces tristes
que llenan de dolor la soledad del valle.
98
Era la hora de la huida y los pájaros seguían picoteando
la apatía de los árboles.
Por encima del silencio se oían gritos cárdenos
que traspasaban las paredes de la nostalgia
y se perdían en lo amarillo del miedo.
Era la hora de la huida
y en las calles ya no había nadie.
Sólo la sombra de la soledad que llegaba hasta el límite
del ocaso.
Los silbidos del viento atravesaban los muros
del abandono y se enroscaban
en los viejos recuerdos,
recuerdos que se llevaba la tristeza
y herían mi dolor.
Era la hora de la huida y sólo la sombra de los pájaros
quedó colgada en la indiferencia de los árboles.
99
Oigo otra vez el rumor del silencio en el confín de la soledad.
¿Es el resquemor de mi conciencia?
Entre la palidez de los álamos se esconde el miedo
que huye de los colmillos del frío.
Pasan volando sombras huecas a la altura
de mi mirada.
Su vuelo es tan veloz que
se precipitan en las laderas
del vértigo y llenan de espanto mi dolor.
Hay una luz que hiere mis manos antes de huir por el ocaso.
Subo hasta cansar mi sufrimiento y cuando llego
al final de la tarde sé que no era el límite
de la melancolía.
¡Ah la angustia de mis labios que vierte
el llanto de mi pena por la orilla
del desencanto!
100
Destellos del frío cortaron con su filo blanco
la nieve de mi corazón.
El candor se derramó por el carmín de mi amargura
hasta enrojecer los labios del ocaso.
Mi llanto se extendió
más allá
de los límites del dolor.
Fue una larga tarde de desengaño:
los lirios se marchitaron con la blancura
de la soledad.
Por las riberas de inmaculada nieve ascendían
los graznidos de los cuervos
que huían del llanto de los lirios.
En el sonrojo de un horizonte lejano
se deshojaron los pétalos de mis recuerdos,
recuerdos que quedaron grabados en los labios lívidos
de mi nostalgia.
© Julio Noel