1
¿Por dónde caminaré yo ahora,
huérfano de tu dicha?
Mi camino seguirá la senda del agua
hasta hallar la luz que me conduzca
a los jardines exuberantes de primavera.
En el aroma de las flores
verteré lágrimas de olvido
que me llevarán a un mar de inocencia.
Mil pajarillos cantarán los colores
de la violeta
que se despojará de su sonrisa
en las caricias de mis manos.
Y yo seguiré caminando por el sueño azul
de las estrellas.
2
Soñé que la sangre de la tierra se derramaba en ríos de lava
que ascendían hasta el más hondo de los infiernos,
soñé que el dolor del mundo rodaba
por la pendiente del miedo,
soñé que la injusticia humana
se había adueñado de los derechos del pueblo,
soñé que reinaban el caos, la anarquía, la desolación,
el egoísmo, el desorden, el desgobierno.
Soñé que todo lo que amaba
había muerto.
Entonces,
vi la luz del alba
bajo la sombra del universo,
vi el aroma de las flores que se esparcía
por las venas azules del cielo,
vi que el amor sonreía entre los nenúfares
de un lago azul.
Vi que estaba despierto.
3
He visto al águila robar la luz al sol
y llevarse el fuego entre sus garras,
y al viento esconderse
en el miedo de las hojas y en el rumor de las ramas.
He visto llorar a una flor
y sus lágrimas caer como gotas de rocío
en el silencio de mi alma.
He visto el dolor de la tierra
que se derramaba por las arenas del desierto.
Y he visto abrirse la luz de una estrella
que caía en la tristeza de unos ojos
y en un mar de tinieblas.
4
No bastó el mar sin orillas
para beber todo el dolor de un beso.
Vi la sombra de la incertidumbre
abrirse en la herida de la noche.
Un alarido de silencio atravesó la oscuridad.
Vi precipitarse el llanto sobre la hierba.
Un pájaro ocultó su canto en un ala rota.
Los lirios lloraban lágrimas azules
que herían la fragancia de sus labios
en la hora de los sueños.
Entonces se abrieron las rosas
en la profundidad de la noche
y todo mi dolor se redimió en un beso.
5
No fue suficiente el cielo azul
para esconder tanta soledad.
El viento del sur ascendía hasta tu mirada
y se retorcía entre los escollos del mar.
La luz de un aroma se extendía por el valle
hasta cubrirlo todo con un velo transparente
e inasible al vuelo de los pájaros.
Una ola de angustia descendió
por la ladera de unos párpados
que latían el dolor de la ausencia.
La armonía del silencio resonó
sobre el aullido del viento
que se estremecía
en los labios de una sonrisa.
Y la soledad se sumergió en la inmensidad azul.
6
Más allá de las sombras
vi flores que ardían en la luz de lo desconocido.
Octubre iba dejando atrás la plenitud del estío.
En el camino quedaban retazos de mi dolor
prendidos en las caricias de los espinos.
Frutos dorados me sonreían desde los árboles.
Mis pies hollaban el rocío
que se estremecía en la hierba.
Pájaros de alas oscuras herían el hueco de la luz
y precipitaban su canto en la huida.
Más allá de las sombras
la incertidumbre de mi dolor
se diluía entre los jirones de la bruma.
Entonces,
una lágrima urente rodó
hasta la orilla de mi llanto.
7
Subo a tientas por un rayo de luz
hasta la mansedumbre de los robles.
Me acuesto en el roce de su sombra
y contengo la respiración.
Siento en mi piel la música del aire.
El canto del silencio acaricia mi cuerpo.
Su rumor resbala por la penumbra de mis párpados
como una serpiente deslizándose por la quietud de las hojas.
Hay violetas a mi alrededor
y escucho el dolor amarillo de la tarde.
Siento frío en mi corazón
al soñar que me desvanezco
entre el murmullo de los robles
y que una sonrisa pasa a mi lado acariciando el aire.
8
Bajo el silencio de los robles escuché la huida del tiempo.
Se iba en el zumbido de los insectos
hacia la profundidad del aire.
En el borde de su ausencia
las margaritas lloraban su soledad.
Gotas de rocío deslizaban su angustia
por la nieve de sus labios.
El dorado rumor de una abeja
se posó en el tedio amarillo de una flor.
Bebió la luz del rocío
antes de asustar con su zumbido la quietud de otra flor.
Abeja y margaritas lloraron juntas el dolor de la tarde
antes de decirse adiós.
Y a mí se me partió el corazón.
9
¿Quién ha roto esta transparencia?
Un pájaro canta la tristeza de la tarde
bajo la sombra del olvido.
En el muro de la resignación
se agitan los jirones del dolor
abandonados en el precipicio de la desesperación.
La mueca del vacío sonríe al perfume de las violetas
que lanzan suspiros al tedio de la tarde.
El pájaro de alas de cristal bebe los fragmentos
de la transparencia rota
y se esconde
en el perfume azul
de las violetas.
Un suspiro entierra en el velo añil
la tristeza de la tarde.
10
En la transparencia del agua vi la sombra del tiempo
que huía por los recuerdos de mi infancia.
Haces de relámpagos caían en el piélago del miedo
y encendían el terror en mis oídos.
¡Ah, el árbol fulminado bajo el hacha de fuego!
Sombras de pájaros huían por la boca del abismo.
La desolación cimbreaba ante el temor de mis ojos.
Ráfagas huracanadas descendían
hasta el asombro de la hierba.
La tarde de espanto era más alta
que la firmeza de los álamos.
Un estruendo telúrico retumbó
en el susto de las piedras
y se abrieron las cataratas del cielo.
Confusión y lluvia corrían de la mano por todas partes
y el miedo se adueñó del olvido.
¡Tarde de horror en mis ojos!
11
El canto de la alondra se estrelló en la fuga del tiempo.
Sus notas, esquirlas de color, caían en el carmín de las rosas
y se esparcían por la lenidad de la primavera.
Era bella la sonrisa del alba.
Por la orilla del aire huyó un grito silencioso
de una boca oculta en el susto de los olmos.
¡Ah, el dolor que se esconde
en el grito del aire!
¡Ah, el perfume de la mañana!
¡Quién pudiera ser fugaz y eterno como el agua,
como el aroma que emana de los lirios,
como un pájaro que vuela
hacia el límite del vacío,
como un sueño azul en una noche de luz de plata!
12
Opaca era la luz que llegaba a mis ojos en los días llenos de dolor.
Veía pasar los barrotes del tiempo desde el ángulo de mi desesperación.
Palabras atónitas salían de los labios de la rosa aquella tarde llena de espanto.
Desde la blancura de la magnolia una voz inaudible cayó en mis manos
y se mezcló con los gritos de la tierra
que ardían en la hoguera del dolor.
El llanto de un niño arañó mi piel
y se ocultó
en el perfume de las violetas.
El sonido
de la lluvia
caía en gotas
de espanto
por el
pergamino azul
de los lirios.
Y todo se hizo calma en la plenitud de la noche cuando el dolor se apagó en mis labios.
13
Era la hora del silencio.
Miré al espanto del mar
y vi una sonrisa que se hundía en la ausencia del tiempo.
Una mano quiso tocar el perfume de sus labios
y se deshizo en el murmullo de las olas.
El ocaso se precipitó sobre el susto del mar
para ocultar su asombro.
El graznido de una gaviota se estrelló en los acantilados
y todo a mi alrededor se llenó de dolor.
Era la hora de la quietud del mar,
pero el mar no estaba quieto.
Una gaviota atravesó los gemidos del aire
y se llevó consigo el estallido del silencio.
14
El mar. La mar. Todo es mar.
Un mar de sombras avanza hacia el muro de la indiferencia.
La luz ha muerto degollada por la espada
de la venganza y el odio.
La luz ha muerto herida por el rayo de la inmoralidad.
Un mar de indiferencia se precipita
en el abismo de la ceguera
y todo se vuelve noche en el caos.
Busco, como Diógenes, sólo un hombre
en este mundo ciego e indiferente.
Un hombre que siembre la luz entre tanta oscuridad.
¡Ah de las estrellas que brillan y no alumbran!
¡Ah de los luceros que han perdido su esplendor!
¿Dónde se esconde la luz?
¿Dónde se esconde la honestidad?
¡Ah, el mar! ¡Ah, la mar!
15
Hay días tristes como la mirada de unos ojos.
Unos ojos que arrojan su dolor
a la bruma de la desesperación.
Hay días tristes que se hunden en el abismo de la deshonestidad.
Días en los que el frío se refugia
en los labios de las fuentes
y los nidos se abandonan en el vuelo de los pájaros.
Días que se tiñen de amarillo.
Días en que llora hasta el mar.
El dolor corre despavorido por las calles
y el miedo se oculta
en el grito desesperado de la gente.
Hay días tristes como la mirada de unos ojos.
Hay días tristes como la soledad.
16
No fue suficiente toda la eternidad
para recordar el beso del olvido.
No fue suficiente todo el dolor del mundo
para detener las lágrimas de un lirio.
¿Para qué voy a beber el viento blanco
que se posa en la angustia de unos ojos?
¿Para qué voy a beber el color amarillo
que cae en la indiferencia de las manos?
¿Para qué voy a beber las gotas de rocío
que se funden en los horizontes lejanos
si ya no hay rosas en el camino?
Ya no hay tiempo para el beso perdido,
que se fue por el río de la amargura,
que se fue por la senda del dolor,
que se fue por la mar sin orillas,
que se fue por el vacío.
17
El viento portaba trizas de dolor entre las uñas.
Era la tarde de espanto en que el río se precipitaba
hacia las nubes y los pájaros huían del miedo.
Un grito rompió la transparencia de la ventana
y se estrelló contra el silencio del suelo.
El susto llenó el vacío de la estancia
y todo se iluminó con la luz del asombro.
Era la tarde de espanto que derramaba lágrimas al cielo.
Por el ocaso se acercaban sombras que lo maculaban todo
y una voz huyó de la boca de la congoja.
¡Ah las campanas de duelo que tocaban a silencio!
¡Ah la angustia que se retorcía entre las muecas de los labios!
¡Ah el dolor que se llevaba el viento entre sus uñas!
¡Ah la tarde de espanto que derramaba lágrimas al cielo!
18
¿Quién ha roto el cristal del río?
Un hilo de sangre rasga la blancura de un lirio
que se asoma a la transparencia del agua
donde todo es dolor.
La angustia de un pájaro se posa en una rama
que juega con la luz y el viento.
Vienen ángeles del frío a esconderse
en el temblor de la hierba.
Gritos de silencio hieren
la ternura de una flor
que esparce lágrimas por el aroma de sus pétalos.
Una sombra se detiene ante el espanto de un mirlo
que se precipita en la tranquilidad de los chopos.
Una mueca de dolor recorre la superficie del agua
hasta besar la orilla del llanto.
19
El llanto rasgó el velo de la noche.
Ya no hay consuelo sin dolor.
Hay huellas borradas en la arena,
huellas que dejó la gaviota al andar;
hay huellas borradas en la arena,
huellas que besó el mar.
A lo lejos veo una luz que enciende la noche,
una vela que se pierde en el mar,
el vuelo lejano de la gaviota
que se cansó de andar.
Alguien rompió el dolor de la arena
cuando la gaviota se echó a volar,
el llanto huyó del miedo de la noche
para caer en las olas del mar.
20
Era la hora de la tristeza.
Unos ojos cansados miraban la carretera
por donde no venía nadie.
Sólo el viento aullaba en la apatía de los cristales.
Era la hora de la tristeza y el dolor.
Era la hora de la soledad.
A lo lejos, en las ciudades, el tiempo se detenía,
el tiempo no era de nadie,
sólo una mueca de dolor caía
en la mirada cansada
que se perdía
en la apatía
de los cristales.
Era la hora de la tristeza y el dolor.
Era la hora de la soledad.
Y no venía nadie.
21
¿Acaso el vuelo del pájaro rozó el silencio de los chopos?
¿No era el grito de la tarde que caía, amarillo,
sobre la lentitud del tiempo?
¿O era el dolor del agua que sangraba
al estrellarse contra la indiferencia del olvido?
Eran el temor y la tristeza que huían de la soledad de los chopos
para ampararse en la ternura del llanto.
En mis manos cayó su sufrimiento.
Aún se esconde la soledad
en la luz de unos ojos que lloran
bajo la sombra del miedo.
Y la tristeza se refugia en una mirada de espanto
que llena un océano de vacío.
Por la línea azul del tiempo
va volando el pájaro del dolor
que rozó la indiferencia del olvido.
22
Más allá del silencio todo era caos,
todo era vértigo.
Vi una luz sin sombras
que caía en el pozo de la noche sin fondo.
Todo era dolor en las manos
que
acariciaban la cuna del sueño.
La vejez,
toda la vejez se hundió en un tiempo sin límites.
Era el momento de las fieras sin cuerpo.
Era el momento de los pájaros sin alas.
Era el momento de los cuerpos sin rostro.
Una voz rozó el silencio de las manos
que acariciaban el sueño.
Luego
se precipitó en la noche sin fondo
para llevarse mis recuerdos.
23
Era la noche sin límite
que creció más allá del silencio,
era la noche en que la amargura se escondía
en las grietas de los muros viejos.
Vi sombras golpeadas por el látigo del dolor.
Vi lágrimas que resbalaban
por las arrugas del tiempo.
Vi suspiros que se suspendían en el vacío.
Vi gemidos que golpeaban
la piel de los cuerpos.
Vi voces que se ocultaban
entre pétalos amarillos.
Vi manos sarmentadas que se retorcían como vencejos.
Vi la huella del dolor en la noche sin orilla
que crecía más allá del silencio.
24
Vi la luz de la noche en campos yermos.
Ojos llenos de terror se cerraban
ante la lluvia amarilla de espanto
y caían en mis manos párpados violáceos
como pétalos yertos.
Alas sin luz huían despavoridas
por la línea del tiempo
y se confundían con la noche de los ángeles caídos.
Una voz rota se precipitó
por la cascada del miedo.
Tras la campana del dolor
se escuchó el alarido del viento
que en su veloz huida se dejó jirones de piel
en los blancos espinos.
Gotas de dolor caían en los campos yermos.
25
El miedo y la noche se abrazaron con espanto.
Palabras aisladas rebotaban
en las paredes del silencio
y se retorcían de dolor
en el temblor de la hierba.
Era la hora del llanto.
Las tinieblas aplastaban el murmullo de las olas
en la orilla del sueño.
Era la hora del silencio,
pero se escuchaban gritos desesperados
que rompían la añoranza de la soledad.
Los árboles donde se posaba la sombra de los pájaros
se quejaban de dolor.
Después, el frío. Después, el miedo.
26
Días grises resbalaban por los lados de octubre.
Jirones de dolor se enredaban
en las ramas de los robles
y se ocultaban bajo la tristeza de las hojas.
La lluvia caía por el declive de la nostalgia
y se estrellaba
contra el muro amarillo de la indiferencia.
Una tórtola se posó en el final de la tarde
y sus arrullos rasgaron
la monotonía de las nubes.
Todo era dolor y soledad.
Todo era melancolía y espanto.
Entonces escuché la voz del silencio
que le gritaba al atardecer
y los arrullos de la tórtola se diluyeron en la lluvia.
27
Las caricias de la mimosa resbalaron por los cristales.
Su perfume se fundía en el oro del ocaso.
El tiempo fluía por los racimos de flores
y caía teñido de amarillo a la suavidad de la hierba.
A lo lejos el horizonte se hundía en el mar.
Una mano de nieve cerró el balcón
y el silencio rebotó en los cristales.
Un grito desgarrador rompió
el perfume amarillo
y se estrelló en el acantilado de la nostalgia.
Un pájaro de colores cruzó la tarde
y el eco de su vuelo
se perdió en las sombras.
Ya no hubo más caricias en los cristales.
28
Manos ensangrentadas brotaban del caos
para perderse en los días sin límite.
Volaban como palomas heridas
por la curva del tiempo
y por la orilla del dolor.
Amé los labios ausentes.
Amé la desesperación.
Una palabra hirió el atardecer
y se escondió en el susto de las hojas.
La añoranza se vistió de amarillo
para cobijarse en los brazos de la amargura.
Entonces,
un grito se desnudó del tiempo
y cayó en el mar de la desesperanza.
29
Una voz llamó a mis oídos en el límite de la noche.
No sé si fue la muerte, el olvido o el dolor.
Lejos de la sombras escuché ausente
una voz que el viento esculpió en las olas
y que el mar convirtió en su canción.
Por la orilla del silencio oí cantar la voz desnuda,
la voz desnuda que salía del mar.
Las olas arrastraban el dolor hasta la playa,
una playa sin arena que quería llorar.
Un llanto sin voz llamó a las puertas de mi pena
una noche de muerte, olvido y dolor,
un llanto sin voz me inoculó su amargura
en lo más recóndito de mi corazón.
Una voz hirió mis oídos en la noche sin límite.
¿Sería la muerte, sería el olvido, sería el dolor?
30
En la noche de pobreza y luna triste
vi las uñas del frío que rasgaban el dolor
de unos ojos negros. Sumido en el espanto,
me agarré a las faldas del insomnio
para no ver la tristeza de la luna. A lo lejos
un ladrido hirió el lomo negro de la noche
y vino a estrellarse contra el frío de los cristales.
La luna derramaba lágrimas grises
sobre el asombro y la melancolía de la nieve
que se refugiaba en las fauces del invierno.
El llanto de un niño rodó por el espanto
de la pobreza antes de hundirse en el
lomo negro de las sombras.
Un grito de dolor
rasgó el velo gris de la luna
y se hundió en el terror de la noche.
31
Vi caballos de espanto que cabalgaban por la noche del frío.
Vi alas de luz que huían del descaro de los cuervos.
Más allá del tiempo vi sombras
que revoloteaban en la caída del abismo.
Vi flores amarillas que con su pena herían mis labios.
Vi miradas de miedo que se escondían
entre los suspiros de los álamos.
El llanto se acurrucaba entre las gélidas sábanas
que cubrían el hambre y el desamparo.
¡Ah la mueca de la indigencia!
¡Ah el gesto del dolor!
¡Ah la desesperación!
Un mundo de desolación
se sumergía en el gélido invierno.
Y las miradas pasaban por la calle de la indiferencia
caminando de soslayo.
32
Duele la tarde de espanto que se precipita
sobre el silencio de los bosques,
duele el quejido del mar que se estrella
contra el viento del norte,
duele el llanto de la luna que sangra
en la tenebrosidad de la noche,
duele el paso del tiempo
deshojando los pétalos de las horas.
Duele la vida,
duele la muerte,
duele el amor...
¡Y si hubiera una música que tocara en la tarde de espanto,
una voz que cantara en el mar,
una luz que ardiera en la oscuridad de la noche
y una sonrisa que brillara toda la eternidad!
33
Siento la sonrisa del tiempo en mis labios.
Viene por el viento azul sin límites,
por el horizonte sin ocaso.
El último suspiro de las violetas
se estrella en mis manos
y su quejido se aleja
como pájaro azul
por la orilla del desengaño.
Hay rosas que mueren
en la frontera sin límite de la nostalgia
cuando el tiempo se detiene
en la sonrisa de unos labios.
34
Quiero sentir
la soledad de mis pensamientos.
Quiero sentir
la luz del ocaso que cae en mis manos.
Quiero sentir
el rumor de la olas
que rompe la monotonía de mi pesar.
Quiero sentir
la brisa que acaricia mi piel.
Quiero sentir
el dolor de la ausencia
que han dejado los recuerdos en mi soledad.
Quiero sentir
el paso del tiempo a la luz de la luna.
Quiero sentir y soñar.
35
Eran días idénticos al dolor que cabía en mis manos,
días que se extendían hasta las nubes,
días blancos de silencio que llenaban el vacío de mi sombra.
El dolor caía hasta mis labios
y era más denso que el aire.
El dolor había sustituido al amor
y ascendía por los días grises de mi memoria,
ascendía por los muros tristes del silencio
hasta el recuerdo del olvido.
No había alegría ni pena en aquellos días de dolor.
Todo era gris como la indiferencia,
melancólico como la soledad,
vacío como la ausencia.
Prisionero en el dolor, sólo me quedaba soñar
un sueño más alto que los muros del silencio.
36
El susto agonizaba bajo aquel rostro sin ojos
que miraba a la cara del miedo.
Eran días de angustia
que llenaban los huecos de mi corazón.
Ibas cargado de espanto por los caminos
de las horas perdidas.
Se oían gritos de ausencia
que atravesaban las paredes del viento
donde habitaba la bestia del dolor.
Callaste tu silencio
por miedo a que te viera
aquella mirada del olvido
y lentamente entraste en el vacío de mis ojos.
37
Arrojé al mar la herida de mi dolor
para que no sangrara más,
arrojé mis lágrimas a la orilla de la luna
para que mi piel besara la hipérbole de la brisa.
En la noche sin límite vi la huida del tiempo
por la pendiente que atraviesa el dolor.
Un aullido de silencio estalló a mi lado
y se precipitó en el abismo del miedo.
Vi voces huir por un desierto de sombras.
Vi el dolor salir de bocas desorbitadas.
Vi manos herir el llanto de la noche.
Vi uñas rasgar el lomo del viento.
Vi golpear la luz del vértigo.
Para que mis lágrimas no cayeran en el llanto de la luna
arrojé mi dolor a la herida del mar.
38
Nací en un país extraño
donde la nieve era luz,
donde el frío dolía en las manos.
Caminé por ríos de hielo,
por las sendas del aire,
por caminos que el viento azotaba
en los resquicios del silencio.
Caminé por el borde de la herida
y por la orilla del sueño,
caminé por el límite sin fin
que besaba la transparencia del frío,
caminé por las horas sin luz
de las tétricas sombras de la noche.
Nací en un país donde el frío
hería las palabras y el pensamiento.
39
¡Qué herida tan profunda deja el desencanto!
Tardes de primavera,
cargadas de perfumes y colores,
llevabais mi alma en vuestras alas de cera.
En el cristal transparente del aire
sonrisas se veían
que volaban como mariposas
por el sueño azul de un día.
Canciones de amor
revoloteaban a mi alrededor
antes de morir en el llanto de la luna.
Pero el amor pasó ciego ante mis ojos
y la tarde trajo el dolor a cuestas.
40
La noche seguía soñando estrellas
y mis sueños cantaban tempestades.
Sombras más negras que las sombras poblaban el cielo
y se extendían hasta el límite de la luz.
Estallidos de dolor
vinieron a iluminar las sombras de mis sueños.
Más allá del tiempo se encendían ciudades
que se elevaban de la penumbra
hasta las orillas de la noche.
Todo el mar se llenó de un fuego azul.
El silencio se derramó sobre las ciudades
que se sumergían en una noche sin límites.
Una lluvia fina caía sobre la luz sin horas
como gotas de dolor
que se estrellaran contra el viento.
Mis sueños ya no cantaban tempestades
pero la noche seguía soñando estrellas
por el oscuro aullido de las calles.
41
Yo no te veía.
Estaba mirando los colores azules
que se encendían en el mar verdeante
cuando sentí en mi piel el dolor agudo de una voz
que me hería con su afilado cuchillo
mientras deshojaba mi corazón.
Una sonrisa humeante ascendió desde el fondo azul
hasta la plenitud de mi contemplación.
Por delante de mi mirada pasaron las horas delirantes
que yo había vivido al borde de la locura
y en la orilla de la muerte.
Entonces oí el grito de tu voz
que pasó junto a mí como una exhalación
para hundirse en la rosa de pétalos rojos
que dejó mi dolor.
42
Veo el mar y estoy suspendido en su calma azul.
Todo gira a mi alrededor: la luz, el color, el viento...,
hasta los perfumes del jardín.
En vano busco las horas de mi pasado
perdidas en las sombras de mis recuerdos.
Como finísimas gotas de dolor caen por los bordes de octubre
hiriendo los latidos de mi corazón.
¡Qué feliz aquel ayer que nunca ha de volver!
Todo gira a mi alrededor: la música, el silencio,
la alegría…, y hasta el dolor; pero
las horas felices de mi pasado se pierden
en la luz sin límites de un horizonte de sueños.
Un murmullo lejano recorre las aristas del tiempo.
Abro los ojos y veo el mar suspendido en su calma azul.
43
Una sombra avanza entre la niebla
en la ausencia gris de la tarde,
el dolor que arroja por su boca
ya no cabe en la herida del aire.
Va por el camino más solitario
donde la inocencia sonríe en los brazos del candor,
donde el silencio se esconde bajo la bruma de un grito,
un grito que hiere mi dolor.
Va por la soledad del camino
envuelta en el espanto de la tarde,
va embozada en un velo gris de ausencia
buscando las penas que se llevó el aire.
Una sombra grita su dolor en la niebla,
su dolor,
que se retuerce en el silencio gris de la tarde.
44
Los labios del crepúsculo se cierran
y una sonrisa como una sombra blanca
cae en la noche,
besos de amapolas se pierden
en el destello que se desvanece en el horizonte.
Pétalos violetas apagan la luz del ocaso
y derraman una lágrima sobre las olas del mar,
lágrima que se lleva mi pena
hasta la orilla de la eternidad.
Bajo el velo de la noche se aleja
la sombra blanca y su sonrisa,
y entre mis brazos sólo queda
el dolor de una huida.
Por el mar se va una lágrima
y por la noche la sombra blanca de una sonrisa.
45
Me sumergí en el silencio de la noche
en que se envolvía la plenitud de mi espanto.
Más allá del azul,
mi mirada
se perdía en las formas informes del olvido.
Miré a todos los lados
y sólo vi
la herida del dolor
que vertía el jugo amargo del acíbar
en mis labios.
Un velo azul selló la noche
y ya sólo vi
una luz lívida que cegó mis ojos
para velar la hondura de mi espanto.
46
En las piedras se rompía el llanto
que caía por el abismo de unos ojos vacíos.
Una luz cálida ascendió por la profundidad
del silencio
cuando rocé la blancura de la nieve.
Tu aroma era suave en mis manos
al acariciar el color de la inocencia.
Vi unos labios en el espanto.
Vi cómo se retorcía el viento en el dolor
de unos sarmientos
que pendían como brazos.
Toqué el olor de la herrumbre
que se escondía en la pobreza
donde habita el asombro.
Mi grito se heló en el corazón del silencio.
47
Caen palabras discordes
en las horas amarillas de mi hastío.
Gotas de lluvia avanzan lentamente
por los hilos de mi aburrimiento
hasta hundirse en el vacío de la soledad.
Un grito de dolor
se desliza
por la pendiente del olvido
para arrojarse en la orilla de la nostalgia.
Lágrimas como puños
manan de unos ojos negros
mientras huye del abismo de una boca
el aullido del espanto.
Mi locura atraviesa la parábola del silencio.
48
De mis labios caen lágrimas de dolor
que mis ojos ya no vierten por estar marchitos
de tanto llorar
en la resignación y el cautiverio.
Un suspiro angustioso
atraviesa
la soledad de la noche
para esconderse bajo el silencio
del abandono y la desesperación.
Y una sombra silenciosa observa
desde el ángulo de la indiferencia y la crueldad
el olvido
de tanto llanto.
El dolor es tanto alto,
que ya no cabe en sí mismo.
49
Vi el dolor en unos pétalos rotos
por la desidia y el olvido.
Una lágrima resbalaba por la orilla del llanto
hasta caer
en la amargura de un corazón herido
y la profundidad de unos suspiros se derramaba
por la soledad de unos labios.
Vi caer el dolor en mis manos hasta borrar
las líneas de mi piel
mientras el viento se llevaba
los pétalos rotos del corazón herido.
Y soñé con el abandono en los brazos
de la luna
una noche
de calma azul en mi llanto.
50
Como grito desesperado que se desprende
del dolor de las estrellas
me llega el sonido del silencio
cuando tu canto sangra entre las piedras.
Una luz hiere la noche,
un susurro flota en las olas,
una gota de lluvia besa una frente,
un gemido amargo muere en una boca.
En silencio
va llorando la noche
la amargura de su tristeza
por la senda del olvido que recorre el viento
bajo el grito de dolor de las estrellas.
51
En la noche sin aurora
quiero romper las cadenas que aprisionan mi cuerpo
a los labios del dolor
y
huir
por los límites del tiempo.
En alas de plata
volaré por las orillas del sueño
hasta los jardines
donde habitan los recuerdos.
Cruzaré los mares sin orilla
y me arrojaré a la bruma gris de un lago sin límite
donde pájaros azules cantan la canción de la vida.
Allá, lejos,
muy lejos,
en la noche sin aurora
romperé las cadenas del dolor
para sumergirme en el reino de las sombras.
52
Viajaré por lagos de luz hasta el límite del tiempo.
Volaré, cual pájaro sin alas, por el mar de mis sueños.
Me alejaré en las alas del viento
hasta la orilla de tu nombre,
porque me asustan las tardes de espanto,
los aullidos de dolor de la noche sin fondo,
las horas sin frontera que viví en tu recuerdo.
Lágrimas de nostalgia corren por el río de mis emociones
para precipitarse en el abismo del dolor.
¡Y la noche se ríe de mi llanto!
Ya no oigo la sonrisa de la luna
ni veo el canto del jilguero
que se enredaba en los dedos de la noche.
Sólo unos ojos grandes como el silencio.
¡Ah los lagos de luz donde olvidé tu nombre!
¡Ah el mar donde mueren mis sueños!
53
Por los lados de la tarde resbalaban lágrimas
que encendían el llanto.
Llevaba el dolor en sus manos
y en sus labios el terror que caía de sus ojos.
Era triste en sus ademanes.
Su mirada se ocultaba en la lentitud de las horas,
en la nostalgia del olvido,
en el paso del tiempo.
Con la boca llena de espanto
y las manos que se retorcían de dolor
ascendió hasta el borde del ocaso
para ocultarse en el límite de la luz.
Sus lágrimas resbalaron por los párpados del llanto
hasta que el dolor oscureció la noche.
54
El dolor chocaba contra el cristal frío de la ventana
y caía lentamente al suelo
retorciéndose en el verdor de la hierba.
En el espejo del agua
se reflejaba una boca de espanto
que huía, despavorida, del tedio de la tarde.
En el temblor de una rama
se posó el canto de un jilguero
cuando se alejaba de los aullidos del ocaso.
Tu voz llegó hasta mí
rota por el estallido del silencio
que se precipitó por las laderas de la noche.
Un alarido salido de lo más profundo de tu dolor
fue a estrellarse en el cristal del agua
en que se miraba el asombro de tus ojos.
Gotas de infinita pena resbalaron por tu cara.
55
Vi cómo ascendía el dolor
hasta unos labios
una tarde de otoño en que la tristeza caía
por la orilla del llanto.
Vi cómo el dolor se partía
en mil pedazos
y lentamente iba entretejiendo
una urdimbre de suspiros amargos
que se retorcía en los dedos nudosos
de unas arrugadas manos.
Vi cómo dolía el dolor
en unos labios
una tarde de octubre que llovía tristeza
por el límite del espanto.
56
Unas manos se alejaban de mí
y caía en el espanto del olvido.
Surgían unas sombras en la noche
que llenaban el hueco de mi terror.
Esas sombras me alejaban por las huellas del dolor
hasta la cumbre del abandono.
Mi pena, cansada, se sentó
a la orilla del asombro
por donde caminaba mi llanto.
La angustia y la amargura iban conmigo.
Unas manos se alejaron de mí.
Y vi sombras en la noche
que ocuparon el vacío
de aquellas manos que me abandonaron
en el espanto del olvido.
57
En tus ojos arde una hoguera
entre llamas de asombro y miedo.
Lágrimas de dolor resbalan
por el atardecer de la nostalgia y el olvido
mientras tu cara se esconde
de luz tras un velo.
Mirada sin rostro
que habitas
el mundo de los sueños,
escucha mi voz.
Yo haré que en tus ojos se apague
la hoguera del miedo.
Y más allá de tu mirada ya no habrá dolor.
58
Había que disolver el dolor en lo líquido del aire,
mirar hacia dentro para ver
en la niña de tus ojos
la angustia reflejada.
Tu sonrisa se derretía en lágrimas
que morían en el aroma de los lirios
y un hastío violáceo
caía de tus manos hasta la altura de mi asombro.
Saliste a ver la profundidad de la noche
en el abismo de tu tedio
y tuve miedo de que no regresaras
a la luz de mi espanto.
Más allá del silencio se oyó
el grito del olvido.
59
Un alarido embargó el ancho de la noche.
Iba colmado de lejanía y soledad,
de cándidos miedos y silencio ausente.
Sus colmillos se clavaron en la herida del dolor.
Una lágrima hirió la blancura de la inocencia
que se posó en la suavidad y ternura
de una flor.
Mis oídos ya no oyeron
la luz del alba
cuando se estrelló en
el alarido de mis labios.
60
Crucé la primavera de mi vida sin un nombre
que mancillara tus labios
y me alejé por remotas praderas
hasta el límite del olvido.
En el sueño de la tarde quiero recordar
tu nombre y tus manos
para no perderme en la senda del olvido.
Pero ¿tus manos?,
ya no recuerdo cómo eran tus manos,
y ¿tu nombre?,
tu nombre se ha ido.
En el sueño de la tarde
ya no puedo recordar tu nombre ni tus manos,
en el sueño de la tarde
sólo puedo recordar el dolor del olvido.
61
Crucé el muro de silencio de mi infancia
y caí al abismo del dolor.
En el espacio sin límites
hallé una ausencia que me miraba
con ojos sin rostro.
Su mirada era un látigo
que tatuaba mi piel a sangre y fuego.
Su mirada era un látigo
que esculpía su crueldad en mi cuerpo.
Risas malvadas escuché en noches de insomnio,
risas que subían por las paredes del sueño
hasta helar mi corazón
y roer el frío de mis huesos.
Mi inocencia se hundió en un infierno
de dolor y de miedo.
62
Risas diabólicas
se escondían en el fondo de la noche
y el dolor huía con la cara desencajada
hasta el límite del asombro.
Cayeron en mis manos
unos ojos de espanto
que derramaban lágrimas como gotas de sal.
¡Ah el nimbo de horror de una boca
que se hunde en el abismo del miedo!
Una palabra de sobresalto
se queda prendida en la línea de los labios
y no puede huir en las alas de la libertad.
La noche
se ilumina con luz de asombro
mientras la amargura se refugia en un grito de silencio.
63
Arde la herida
de mi dolor
ante la mirada sin rostro
que se regocija en el abismo de la crueldad.
Unas manos ensangrentadas
sonrojan el llanto de un niño que alarga
su sufrimiento hasta el límite
de las estrellas.
Y la mirada sin rostro
derrama odio
hasta rebosar los labios de una sonrisa.
Dolor sin límites que se desliza
por la orilla de unas lágrimas.
Crueldad sin fin.
¡Ah esa mirada sin rostro que sangra odio
en el abismo de la crueldad!
64
Quiero acariciar las lágrimas amargas
que resbalan
por el declive de una mirada
y los sueños que se hunden
en el piélago de mis recuerdos.
Tras la huida del dolor
mis labios
se posaron en la orilla del viento
para robarles a las nubes un ósculo de amor.
Un canto de alondras
teñía de topacios
los mares del cielo.
Quiero acariciar la claridad azul
de los labios del viento.
65
Miro las piedras
que sienten el paso del tiempo
en el abismo de su soledad
y sólo veo el dolor que arde en el eco del silencio.
Un silencio de estrellas en la noche de los tiempos.
¡Ah corazón sangrante
que palpitas en el dolor de mis ojos!
¡Ah silencio azul
que traspasas la soledad de la noche!
Veo unos ojos que me miran,
desorbitados,
llenos de espanto.
Y el puñal del dolor
se clava
en la herida de mi pecho.
66
¡Ah un corazón roto por las garras del sufrimiento!
Veo unas manos que tiemblan
llenas de espanto, unos ojos que se hunden
en el abismo del asombro, una voz
que se quiebra en la copa
del frenesí.
Caos en el alma.
Veo
aullidos de silencio,
delirios de locura,
lágrimas sin ojos,
suspiros sin aire,
gritos sin voz,
soledad, pavor, angustia, miedo.
Estallidos de dolor en un cáliz de tormento.
67
Quiero volar en las alas plateadas de mis sueños
para sortear los muros de dolor que aplastan mis manos.
En alas de nieve
salgo a beber la noche azul de mi llanto
para zambullirme en su silencio.
Y es ahora cuando veo
el dolor rojo que mana de la herida de mi deseo.
El llanto azul de la noche
cae sobre mis párpados
como velo de escarcha que ciega mis ojos.
Y ya no veo el dolor que atraviesa
la melodía de los pájaros.
Quiero volar en mis sueños plateados
para huir del dolor que aplasta el silencio de la noche
bajo la sombra azul de mi llanto.
68
Aquel silencio entre la luz y la sombra
se hizo denso como la hora de la muerte.
Ascendía lentamente por los lados
del olvido.
En la antesala del espanto
una boca sin palabras derramó el dolor
por la orilla de mi corazón hasta rebosar
los labios del hastío
y
tú
caíste
al fondo del abismo.
Unos ojos desorbitados fueron al encuentro
de tu mirada perdida
y se estrellaron contra las paredes del miedo.
Después sólo se escuchó el sonido del silencio
que rebotaba en los alaridos del dolor.
69
Basta cerrar los ojos para herir tus labios
con el color de una palabra
y ver que el dolor se esfuma
por la quietud del tiempo como una sombra
que se deshace
con las caricias del sol.
Sonrisas como labios
caen
por la comisura de las bocas
mientras las penas fluyen por las arrugas del tiempo.
Una mano descarnada
se alarga hasta el atardecer
como queriendo atrapar entre sus nudosos dedos
el calor que huye. Y todo el dolor de la tarde
estalla en unos labios.
70
Manan lágrimas en los manantiales de unos ojos
que ya no ven la ceguedad de las sombras.
Por los muros blancos del silencio
sube una luz que aplasta mi corazón.
Unas manos se extienden hacia el abismo de la nada
para pedir el auxilio de una mirada que se pierde
en el abandono de unos ojos.
Y ahora ¿cómo detener
el manantial de sus lágrimas?
¿Cómo liberar mi corazón oprimido?
Caen
como lluvia de otoño
esas lágrimas por las cataratas del tiempo
mientras tú te ocultas en la inmensidad del bosque.
En los labios del alba
vuelan cantos de alondras que oscurecen el cielo.
71
La noche discurría por las laderas del silencio,
un silencio roto por el vacío de tu ausencia.
Me asomé a la ventana de la tristeza
y sólo discerní el dolor del olvido.
Tu memoria
navegaba por un mar sin orillas
que se perdía en los límites del tiempo.
Allá donde un corazón sembró besos de amor
ahora sólo hay árboles sin sombra,
brisas sin huellas,
dolor sin lágrimas que mancillen
la blancura del invierno.
La nieve cubrió el vacío de tu ausencia
y ahora sólo queda un silencio azul
en las noches de mis desvelos.
72
Hay sombras de luz que descienden
por el declive del llanto,
lágrimas que encierran el silencio de la noche
en el dolor de unos labios,
nubes de soledad que sueñan el invierno.
El corazón puede sembrar amapolas
en el confín de un beso,
pero no es necesario que la ausencia
se asome a la ventana del olvido,
no es necesario que el dolor rompa
una lágrima en la noche.
El corazón puede sembrar sueños
en un suspiro azul,
pero no es necesario que una lágrima
caiga en la sombra del llanto.
73
Ascendí por la calle del llanto hasta tocar
una luz cárdena
que lamía mi corazón.
Vi las lágrimas de la amargura
en los ojos de los insectos
que se bañaban en el aroma de la dulzura.
Labios llenos de dolor
dejaron caer un suspiro
en la tarde que se teñía de espanto con los colores
de la ausencia y el olvido.
Vi la fatiga de los pájaros suspendida
en la sombra de su vuelo
y nubes que sonreían al azul.
Ascendí hasta tocar con mis ojos
el llanto del cielo.
74
Siento el acero de unos ojos en el dolor de mis labios,
una mirada apoyada en los latidos de mi corazón.
Risas aterciopeladas se apresuran
por la comisura del silencio
hasta romper
el canto del jilguero en los suspiros de mi pecho.
Una boca llena de espanto
se apoya en las sombras de la noche
y lágrimas colmadas de dulce nostalgia
se precipitan
en el dolor de mis manos.
La música del silencio toca acordes de oro
que resplandecen en el espesor de las tinieblas.
Y la agonía de mi pena
se deslíe en la dulzura del llanto.
75
Cae el dolor de tu mirada sobre la tierra quemada
por el volcán del odio.
Un manto de silencio cubre el alarido
que llena el vacío de tus ojos.
Miras el límite del espanto para ver la cara del miedo.
Miras la orilla de la noche para tocar la luz.
Miras el murmullo incesante de las olas
para sumergirte en la eternidad.
Cada mañana despiertas a la sombra de la ausencia
y del olvido.
Cada mañana caen tus lágrimas
al abismo de tus manos.
Cada mañana te despiertas en tu soledad.
Los estallidos de dolor son incesantes
y sólo tu asombro es su límite.
Tus manos se hunden en el llanto.
76
La mirada sin rostro vigilaba la noche.
En sus manos caían los gemidos del silencio
que se apagaban bajo las sábanas del dolor.
Iba presurosa por el límite del tiempo
en busca de palabras olvidadas,
de bisbiseos rotos en la oquedad de los labios.
A veces se escondía en la oscuridad
para que su sombra no tropezara con la penumbra de la noche.
Sus ojos inyectaban odio en el candor.
Ojos que se hundían en el mar de la perversidad.
A veces risas entrecortadas encubrían
los gemidos de dolor
que atravesaban las paredes del silencio.
Y la mirada sin rostro caía
sobre una cara ausente
que se tapaba con la aureola de la penumbra.
77
Era el grito del silencio, la palabra sin sonido,
la hora en que
el miedo amordazaba los labios.
Se abría la luz en la curva del horizonte
para iluminar la ausencia del olvido
y en medio de la nada
surgía el llanto del dolor
que encendía la penumbra de los corazones.
Cada mañana la voz sin rostro se sumergía
en el mar de la serenidad.
Ponía en el silencio palabras
que llenaban el corazón de dolor
y sus espinas se clavaban en las paredes del abismo.
Lágrimas como gritos
se estrellaban en el cristal de los sentimientos
y la voz sin rostro seguía martillando los oídos.
78
¡Ah!, una boca sin forma,
unos ojos desorbitados, lágrimas como puños,
alaridos de dolor…,
y la fusta cimbreante en unas manos sin misericordia.
Una mirada como el filo de una navaja caía
sobre el grito de horror que desgarraba
una garganta saciada de dolor y de sed.
Y los ayes ascendían hasta el hueco de
los corazones que nadaban
en el mar de la ansiedad.
Un grito de rabia brotó de la boca sin rostro
para infligir, si cabe, una pizca más
de dolor al cordero exánime.
La luz de los ojos se apagó en las manos
de la víctima inocente
y su boca se transfiguró en la mueca del dolor.
Una nube de terror cubrió todas las miradas.
79
Vi cómo ascendía el llanto de un corazón roto
que derramaba lágrimas hasta la agonía
y cómo descendía el dolor por los muros
del miedo.
Una angustia amarilla caminaba
por la orilla de la soledad en busca
de consuelo
y
entre tanta ausencia
mil ojos aterrados la miraban en silencio.
Vi cómo el dolor bajaba
hasta golpear el asombro
de aquellos ojos que miraban con miedo.
Vi cómo poco a poco el asombro
se hundía en el eco del silencio.
80
Aún seguía en los suspiros de la noche
que derramaba sombras de luz
por los caminos indecisos de los sueños.
Aún seguía en la incertidumbre de las horas
que se estrellaban contra las nubes del desencanto
como el pájaro que vuela entre el miedo
y los aleteos de la luz.
Subía por la pendiente del desamparo
hasta rozar con los dedos
el límite del dolor.
Cada mañana, al tocar la luz del alba,
se desprendía de su boca la angustia
para caminar por el borde de la libertad.
Y desde el límite del tiempo
se sumergía en el mar sin orillas de los sueños.
81
Déjame que salga a la luz de la esperanza
para recorrer los caminos del silencio
por la senda del olvido.
Déjame que busque los aullidos de soledad
en el vacío de una ausencia
que oculta el dolor de mis labios.
Aún recuerdo la luz del alba que cegaba mis ojos
con un tul púrpura
para que no viera los gritos de angustia
que caían del espanto de tu boca.
Aún recuerdo aquella mirada ausente
que se perdía en la inmensidad azul
para no tocar la herida de mis sentimientos.
Déjame llorar a solas
el dolor de una ausencia y de un olvido.
82
Regreso a lo desconocido atravesando el dolor
de unos labios que mueren envueltos en sollozos.
¡Ah el silencio de las palabras
que caen en el olvido!
¡Ah el grito de una boca sin rostro!
La angustia resbala por los aullidos de la soledad
hasta perderse en los valles sin límite
y en los mares sin fondo.
Hay un ruiseñor solitario
que canta a la tristeza en los jardines perdidos.
¡Ah la soledad de unos ojos
que lloran la ausencia de los álamos!
¿Hasta cuándo durará la indiferencia de las piedras
mordiendo el polvo del camino?
Yo vi unos labios que besaban los latidos del tiempo.
83
Debajo de una mirada arde el color del llanto.
Yo vi unos ojos que besaban la flor amarilla
de la ausencia y del olvido.
Ojos que reflejaban la dulzura de una noche de verano
en un mar de lágrimas y suspiros.
Por el borde del llanto
se desliza el dolor de unas manos
que ya no pueden tocar la ternura de un beso.
Por los labios abrasados camina una voz
aterrada
para ocultarse
entre los muros del miedo.
Muros heridos por la lluvia y el viento.
Yo vi unos ojos que derramaban dolor y espanto.
84
En la penumbra se alza un rostro sin llanto ni gemidos.
Siente la furia del mar y los aullidos del viento
que se estrellan
contra las paredes del insomnio.
Arden peces en sus ojos
cuando llega cansado el atardecer
y tiembla la luz al tocar sus manos
los labios del ocaso.
Una línea púrpura atraviesa el horizonte lejano.
El miedo se esconde en los ojos de los peces.
Rezuma dolor por las paredes
del espanto
cuando mil bocas mudas
estallan en un grito de silencio
al contemplar el rostro sin llanto ni gemidos.
85
Me sumergí en las horas felices de mis sueños
para olvidarme del rostro impasible
y ahora una mirada de dolor
hiere mis ojos
como el zumbido de la abeja el carmín de la flor.
Fui ave de luz y voz del olvido
que voló por los labios del alba
hasta hundirse en la lujuria de la libertad.
Y ahora veo de nuevo la mirada sin rostro
que atraviesa el límite de mi angustia
y husmea los rincones más recónditos de mi soledad.
Ya sólo me rodean las sombras de la ausencia
en la noche del llanto.
Ya sólo hay luz
en las pupilas del olvido.
86
Aquella mirada entre el dolor y la muerte
se deshizo en lágrimas de fuego
que quemaban las horas de sopor y hastío.
Un silencio espeso y amarillo subía
por los labios perdidos de la congoja y el miedo
y
tú
caías
al abandono de la locura y la soledad.
Sombras sin pájaros se posaban al borde
del ataúd del tiempo
y notas de fuego
quemaban las horas de sopor y espanto.
Gotas de lluvia se posaron en los párpados del cielo
mientras una lágrima rodaba por la mejilla del dolor.
87
El dolor hirió la inocencia de unas manos.
Aún se oían voces tiernas que gritaban
en los días azules
y gotas de rocío
que perlaban la blancura de los lirios.
Aún se oían los suspiros de las flores
en una tarde de verano
y los susurros de las olas que se estrellaban
en los acantilados de la esperanza.
Aún se oía la transparencia del viento
que rozaba los labios del júbilo.
Pero el dolor hirió la inocencia de unas manos
que sólo podían tocar el latido del miedo
y refugiarse en el límite de la tristeza.
¡Lívido silencio en el espesor del olvido!
88
Sale de unos labios el dolor hundido
en la noche de la angustia y el miedo.
Asciende hasta tocar la cúspide del llanto
que se derrama por la vastedad del universo.
Salen cuchillos como miradas de unos ojos atónitos
que contemplan la ausencia
y se esconden de la luz tras las paredes del olvido.
Salen fuegos de flecha como palabras
de una boca de espanto,
boca que rompe el dolor de los estallidos
y cae inerme a la soledad del abismo.
Y hay ojos que miran desde la distancia del tiempo.
Y hay ojos impasibles en el abandono y el olvido.
Y hay lágrimas que se queman en esos ojos sin llanto.
Y hay palabras que mueren en las bocas del miedo.
Pero no hay consuelo para el dolor de unos labios
que se hunde en una boca sin voz,
una boca que llora hacia dentro.
89
Hay un corazón que llora en la hoguera de la soledad.
Su llanto resbala por los ojos de la indiferencia
hasta los límites del infinito.
Pétalos de acíbar enjugan sus lágrimas
que caen desde las manos del abandono
hasta la amargura del olvido.
Hierve el dolor en la hoguera del llanto
y una mirada se ahoga en los límites de la soledad.
Hay un corazón roto que llora
y todas las emociones caen al asombro del abismo.
Hierve el llanto en la hoguera del dolor
mientras unos ojos escuchan
el sonido del silencio
que se pierde entre los párpados del miedo.
Hay un corazón roto que llora lágrimas de acero y frío.
90
Desciende el llanto a las heridas de la noche
donde todo es silencio y vacío.
Desciende el suspiro de unos labios
a las arrugas de unas manos
que ya no pueden sostener el dolor de un corazón
hundido en la noche del insomnio.
Caen lágrimas de ausencia y frío por el límite
de la soledad para regar las flores
de un jardín marchito.
Caen lágrimas de fuego
por los límites del dolor
para derretirse en el río de la eternidad.
Cae un velo de silencio y olvido
por el llanto de la noche
para envolver las heridas de la soledad.
Cae el lamento de un corazón
al silencio y al vacío.
91
El silencio se hundía en la oscuridad
empapada en frío y desencanto.
Una sensación gélida ascendía por la rigidez
de los miembros
hasta explotar en estallidos de dolor.
Las lágrimas no osaban mostrarse,
quedaban congeladas en el borde del tiempo.
Y de una sombra se escuchaban los pasos
que se deslizaban por el silencio de la noche.
Miradas como cuchillos caían sobre
el frío y el espanto,
y el dolor
se acurrucaba entre los pliegues del miedo.
Solo entre las tinieblas y el terror,
dejaba caer el llanto en el borde del olvido.
92
Palabras ensangrentadas herían el silencio.
Ascendían como gotas de veneno por el río
de la mañana.
Sonaban a dolor y vacío.
Eran navajas que cortaban el aliento en los labios,
espadas que atravesaban el aire en los oídos,
puñales que se clavaban en los latidos del corazón.
Palabras heridas por el tiempo
se estrellaban contra los aullidos del silencio.
Volaban en enjambres caprichosos
como abejas desorientadas por el néctar del olvido.
Iban absortas de abandono por la curva
de la amargura y el dolor.
Verbos irregulares que saltaban como simios
en el árbol de la tristeza y la soledad.
Palabras que herían como cuchillos.
93
Vi la tristeza en bocas llenas de espanto.
Su voz sonaba a dolor que se inoculaba en
las venas del miedo
mientras ojos desorbitados
recorrían el pentagrama de la ansiedad.
Por la orilla del terror resbalaban
lágrimas de angustia
que iban a estrellarse en el llanto
de corazones rotos por la lentitud del tiempo.
La tristeza persistía en el espanto de las bocas.
Y el dolor habitaba los corazones compungidos.
Manos de asombro
sostenían la sinfonía de pálpitos
hasta que la compasión del tiempo
se apiadaba de tanto olvido.
94
Hay un abandono en las manos que sustentan
la música del cautiverio.
Hay un abandono
en la mirada que se pierde en la lejanía del mar.
Gotas de fuego como lágrimas manan
de las fuentes del llanto para caer en el abismo
del dolor
y notas de miedo cortan el espesor del aire
que resuena en la transparencia de la luz.
Un suspiro cárdeno se eleva
por encima de la música
y sale volando hacia los límites de la libertad.
Bocas atónitas y miradas de asombro
contemplan el sobresalto.
Un estallido de dolor salpica de púrpura
la blancura de la inocencia.
95
Siento miradas atónitas en mis manos
y veo cómo cae el dolor gota a gota
por los aullidos del tiempo.
Siento el latido de corazones desolados
que deambulan por el camino del abandono
en busca de la libertad.
Son ciervos heridos prisioneros en el redil
del engaño,
sombras del olvido y de la soledad.
Siento cuchillos como palabras
que hieren mis manos con el dolor de corazones
rotos por la ausencia y el abandono.
Gemidos ocultos en el llanto de unos ojos
que sólo se abren a las tinieblas del cautiverio
y donde ya no habitan más que el dolor y el olvido.
96
Hay noches tan negras como la conciencia
de una mirada sin rostro.
Hay noches que jamás quisieras ver.
Noches llenas de suspiros amargos
que suben
por las ramas del insomnio
como enredaderas enroscadas en los anillos del viento.
Noches de lágrimas de sal y luz que fluyen
por las venas del dolor para disolverse
en una lluvia fría de silencio y soledad.
Y es que reposas rígido en el regazo del abandono
y se acerca a ti una sombra silenciosa
que te observa con ojos desorbitados
y la mueca del rencor suspendida en sus labios.
Cae sobre tus párpados el aullido del terror
y un grito ahogado se rompe en el hueco de tus manos.
97
No es suficiente el mar sin límites
para ahogar tanto horror y tanto miedo.
No es suficiente que en la orilla del mar
mane el llanto para que la ternura
de unas manos acaricie tanto abandono y tanta soledad.
Y es que hasta las estrellas del cielo
lloran lágrimas de fuego
que encienden los labios azules
de una noche de dolor.
¿Hasta cuándo abusarás del olvido?
Pájaros sin sombra cruzan el valle del silencio
camino del ocaso
y yo no veo los jazmines
que rezumaban fragancia en los labios.
Sólo veo estallidos de dolor en la luz
de unos ojos abandonados.
98
¿Quién rompió la transparencia del aire?
Un grito agónico que caía
por los labios de la desesperación y el olvido.
Lágrimas como miradas recorrían la senda del llanto
para estrellarse contra las paredes del asombro.
Gritos de dolor caían despeñados
por los acantilados del insomnio
y se perdían en la noche sin tiempo.
Una mano sin nombre
vino a despertar el miedo
que dormía bajo los pliegues de la oscuridad.
Y el abandono se adueñó de mi llanto.
Pájaros azules rompieron el cristal del aire
para apagar el grito de dolor
que cegaba la luz del silencio.
99
Ya se secó el río del dolor que atravesaba
las llanuras del espanto.
Ya se secaron las lágrimas que llenaban
el caudal del silencio en la noche
del tiempo.
Aquellos ojos desorbitados por el horror
que brotaba de unas manos ensangrentadas,
¿dónde está el límite de su mirada?
¿Y aquel grito de dolor que sangraba
la lividez de los labios?
Ya se ha ocultado la sombra del miedo
que llenaba la amargura del abandono.
Ya no hay horas que parecen colgadas del vacío.
Por la ventana de la esperanza brota
la sonrisa de la libertad.
100
Hay días que brillan más que unos ojos.
Hay días que la luz se adhiere a las alas
de los pájaros
y dibuja colores
en el aroma de las rosas y los lirios.
Hay días que la transparencia rompe las paredes
de la oscuridad y el río del dolor se sumerge
en el mar del olvido.
Hay días en que el miedo resbala
por los suspiros del viento
y el llanto ya no habita
el vacío de la ausencia y el abandono.
Hay días que ya no duelen como noches de espanto
y la sonrisa vuelve a brillar en los labios
del amor.
Hay días sin estallidos de dolor.
© Julio Noel
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