I
Hoy, amor mío, has herido mi corazón
con el ardiente acero verdemar de tus ojos,
y me he tenido que postrar ante ti de hinojos
para no perder los sentidos ni la razón.
Hoy he percibido en mi pecho una sensación
que de mi alma ha arrancado todos los enojos,
hoy libaré el dulce néctar de tus corales rojos
que me proporcionará gran deleite y fruición.
Fundidos en uno recorreremos los dos
los espacios infinitos de la bella aurora
para olvidarnos de este mundo aciago y atroz.
A la cruel humanidad le diremos adiós
en esa bienaventurada y agradable hora
en que enmudecerá para siempre nuestra voz.
II
De tus ojos el verde fuego
mi corazón hirió de muerte,
nunca había tenido la suerte
de jugar del amor al juego.
Mi amada, por favor te ruego
que tu amor por mí sea tan fuerte,
que pueda por siempre tenerte
junto a mí con dulce sosiego.
No quiebres el endeble lazo
que amarra nuestros corazones
y fusiona en uno los dos.
Nunca jamás digas adiós
a nuestras dulces sensaciones
ni desdeñes un tierno abrazo.
III
A la orilla del mar el liróforo cantaba
a su dulce amada sus tristes quejas de amor,
el apenado se quejaba con tanto ardor
que hasta el inexorable austro de él se apiadaba.
La reverberación del mar su angustia aumentaba
con los esplendorosos destellos de fulgor,
forzando al afligido vate con gran dolor
a abandonar la orilla del mar que tanto amaba.
Amor, ábreme tu flamígero corazón
para que sus llamas devoren mi triste pena
y de nuevo feliz a tu lado pueda estar.
Si te he herido, después de pedirte perdón,
anhelo que de mis labios una frase amena
oigas: «nunca jamás podré dejarte de amar».
IV
Amada mía, ¿por qué tan solo me has dejado
en este mundo tan veleidoso y anodino
y a aquel agradable espacio, eterno y divino,
contigo, tú y yo para siempre, no me has llevado?
La amarga soledad en que me has abandonado
no conducirá mis pasos por el buen camino
ni me hará llegar indemne a mi ansiado destino,
me faltas tú, mi sostén, mi guía y mi cayado.
Amor, quisiera traspasar las ondas etéreas
como rayo de luz que el eterno espacio corre
para estar siempre juntos tú y yo en el más allá.
¿Quién guiará mi alma por esas regiones sidéreas,
si tu caro amparo no viene a mí y me socorre,
arrastrándola a esos mundos donde ahora no está?
V
Como lluvia de otoño caída en primavera
acojo yo las perlas llovidas de tus ojos
y depositar quisiera en tus corales rojos
un beso de amor que esas perlas derritiera.
Si de mi impertérrita voluntad dependiera,
me postraría ante tu etérea beldad de hinojos
para abrir con la llave del amor los cerrojos
de esas verdes gemas que ornan tu cara de cera.
Amor mío, rocía mis cabellos con tu llanto,
ahoga con tus lágrimas el fuego que me abrasa,
extingue mi pasión con tu elixir verdemar.
Ábreme tu corazón para no sufrir tanto
el intenso dolor que mi aciaga alma traspasa,
y así libre por el evo poder volar.
VI
Amor mío, ¿eres real o simplemente un sueño
de mi febril fantasía que loca camina
por los arduos escollos de la senda divina,
cautivada por tu bello rostro marfileño?
Tanto si eres real como un agradable ensueño,
tu inefable beldad a mi corazón fascina
y mi sumisa voluntad hacia ti se inclina
como dócil fámulo de su adorado dueño.
Amor mío, no frunzas al verme tu hosco ceño
ni te muestres ante mí con tu actitud mezquina,
clavando en mi corazón esa acerada espina
con tan exacerbada acerbidad y desdeño.
¡Oh cruel amada, esconde tu rostro berroqueño,
no perseveres en tu actitud adamantina
que a mi intrincada y oscura senda no ilumina,
y ofréceme tu semblante radiante y risueño.
VII
Besar tus labios quisiera, mi bella adorada,
para diluirnos en átomos de luz y color,
y trasladar para siempre nuestro casto amor
a una esfera etérea, sublime y elevada.
Cambiar quisiera esta tierra rastrera y malvada
por un delicioso edén de armonía y fulgor,
donde nos amaríamos sin ningún temor
a las vanidades de esta vida depravada.
Las fatuidades del abyecto y temible mundo
nos tienen a este desdichado suelo encadenados
y de sus cadenas nadie se puede librar.
Mi amor querría para siempre de ti liberar
los onerosos hierros y férreos candados
que te han causado un dolor tan severo y profundo.
VIII
Quisiera tenerte toda la noche en mis brazos
para sentir los latidos de tu corazón
y beber el néctar de tus labios con pasión
para derretirme entre tus caricias y abrazos.
Quisiera deshacer nuestros diamantinos lazos
para volar por las estrellas con ilusión
y vivir en las altas esferas la emoción
de haber roto nuestras cadenas en mil pedazos.
Vagaríamos los dos por la noche estrellada,
adonde no llega la insidia de los mortales,
libres y alegres para siempre juntos tú y yo.
Moraríamos la eterna noche, mi dulce amada,
entre fulgurantes luces y auroras boreales
para alcanzar los confines que nadie logró.
IX
Anoche te soñé como un grato sueño de amor,
soñé que de tus verdes luceros me prendaba,
soñé que tus encarnados corales besaba
y soñé que nos fundíamos en mutuo ardor.
Anoche sentí en mi pecho un terrible temor
cuando te busqué en la negra noche y no te hallaba,
cuando la soledad del lecho mi sangre helaba
y mi cuerpo se empapaba de un frío sudor.
Cuando mi alcoba iluminó la suave alborada
y mis ojos observaron que no te hallabas tú,
mi corazón quedó totalmente consternado.
En ese momento no me hubiera importado
haber llegado a una alianza con Belcebú
para ser yo el soñado y no tú, dulce amada.
X
Amor mío, sólo en mi sueño vives,
nunca has sido real, de carne y hueso,
mas yo te quiero a pesar de todo eso,
con tu eterna irrealidad me desvives.
Aunque del aroma y placer me prives,
yo prefiero tu lírico embeleso
al más cálido y apasionado beso
con el que mi inflexible amor cautives.
Ni la vehemencia de la apasionada
ni los suspiros de la seductora
cautivan mi rendido corazón.
Sólo el embrujo de la diosa ansiada,
que me fascinó en tan sublime hora,
ofusca por entero mi razón.
XI
¿Vives sólo, amor, en mi mente obnubilada
o eres algo más que el fruto de mi fantasía?
¿Eres, acaso, como rosa que dura un día
y que se deshace en mil pétalos deshojada?
¿Eres, amor, como la amapola colorada,
que en primavera enciende los campos noche y día,
o eres como la bella rosa de la peonía
tan fragante, esplendente, vistosa y delicada?
¿Qué eres, mi amor, que tanto atormentas mi mente,
que daría mi vida entera por no perderte,
y que con tal fuego has cautivado mi corazón?
¿Eres, acaso, amor mío, la postrera razón
por la que vivo en este mundo siniestro e inerte,
que me condena a vagar por él eternamente?
XII
Plácido céfiro quisiera ser, amor mío,
para acariciar tu aterciopelada piel
y con mis labios libar el aroma de miel
que rezumas en las cálidas noches de estío.
Cuanto más cerca de ti estoy tanto más ansío
fundirme en los efluvios que emana ese vergel,
o postrarme ante ti de hinojos como escabel
si en tu sublime e inefable amor no confío.
¡Oh idolatrada y divina beldad seductora!
No veles a tu cautivo las mieles de tu encanto
ni le niegues las suaves fragancias de tu amor.
Deja que hechizado junto a ti aspire tu dulzor,
para que así no sufra el terrible desencanto
tu amado que tanto te diviniza y adora.
XIII
Amor, ayer te soñé en la agradable fontana,
que se oculta a las miradas del vulgar gentío
entre las inextricables alamedas del río,
donde contemplé tu cabellera de oro y grana.
Tú cantabas al lado de la fuente una nana
y de tus ojos fluían dos gotas de rocío,
que me produjeron un suave escalofrío
en esas horas agridulces de la mañana.
Cual grácil gacela que se esconde en la espesura
cuando a sus oídos llega el más mínimo rumor,
así huiste de mí como de fiero cazador
que siguiera tu tenue paso en la noche oscura.
Por ver el verde fulgor de tus glaucos ojos,
sólo pude rendirme ante la fuente de hinojos.
XIV
Anoche te soñé toda de blanco vestida
de tu albina veste con vaporoso cendal,
semejabas inmaculada diosa lilial
que a esta miserable tierra fuese descendida.
Tu impoluta imagen ante mis ojos surgida
era de una hermosura y de un esplendor tal,
que en este mundo no se encontrara otra igual,
pues irreal parecías toda de blanco ceñida.
De tu cándida figura quedé enamorado,
por la flecha del amor mi corazón herido,
en aquel instante ante ti me hubiera rendido
feliz de ser el amante más afortunado.
En el amargo despertar deseé la muerte,
te busqué por todas partes y no logré verte.
XV
Amor, ¿adónde por la intrincada senda has ido
que a espacios remotos y agrestes te ha llevado
y de mi amor y compañía te has alejado
sin haberte tan siquiera de mí despedido?
Me has abandonado en el inmarcesible olvido
y en este abyecto mundo solo me has dejado;
en tu ausencia vivo alicaído y desesperado
buscando la escarpada senda que tú has seguido.
Desearía vagar por el espacio infinito
y perderme en los océanos de la eternidad,
antes que sufrir la aterradora soledad
de este aciago mundo tan bárbaro e inaudito.
¡Apiádate de mí, oh mi dulce vengadora,
no me olvides en soledad tan aterradora!
XVI
¿Recuerdas cuando íbamos a la orilla del mar
para respirar los dos juntos el salado aroma
y luego ascendíamos por una suave loma
para divisar mejor desde ella la altamar?
¡Cuántas veces allí solíamos contemplar
el tímido vuelo de alguna blanca paloma,
que temerosa se posaba en la maroma
de un velero que pasaba por allí al azar!
Mis labios probaban depositar con ardor
en tus rojos corales un ósculo de amor
para así sellar la pasión que nos embargaba.
Con una sonrisa girabas tu linda cara
para que yo tus ardientes labios no besara,
mientras mi corazón por tu amor se desangraba.
XVII
Quisiera contemplar este crepúsculo de oro
que irradia su tenue luz por las olas del mar,
para discernir entre sus aguas verdemar
las esmeraldas divinas que yo tanto adoro.
Las esmeraldas divinas que yo tanto adoro
quisiera entre sus verdes aguas encontrar
y así en lo más hondo de mi corazón guardar
la imborrable imagen de tan excelso tesoro.
No necesito el mar cuando estás a mi lado
y clavas tu pupila verdemar en mis ojos
para admirar del océano la inmensidad.
Tu verde mirada me dejó hechizado,
y por ella caí ante ti postrado de hinojos
y me rendí a tu amor por toda la eternidad.
XVIII
Tú que conoces los paraísos siderales
de nubes de silencio y de ingrávidos seres,
que recorres los cerúleos campos de Ceres
y que sonríes en las auroras boreales.
Tú que con tus hechizos conjuras los males
y de la alegría y el júbilo látigo eres,
tú que con glaucas gemas el corazón hieres
de tantos incautos e infelices mortales;
no olvides que un día juramos juntos los dos
amarnos por siempre a la luz de las estrellas
y unir nuestros labios en las noches más bellas
bajo la atenta mirada del niño dios.
¿Por qué, ¡oh torturadora!, de mí te alejas
y en este amargo mundo tan solo me dejas?
XIX
Eres la música de la noche,
eres la diosa del amor,
eres de belleza un derroche,
eres cándida como una flor.
Eres la rosa de la mañana
que de color viste mi jardín,
eres el perfume de mi ventana,
eres la flor del jazmín.
Eres la blanca azucena,
eres de la miel el dulzor,
eres el canto de la filomena,
eres de la mañana el albor.
Eres la rubia xana,
eres la beldad sinfín,
eres la diosa Diana,
eres un querubín.
XX
Remembrando tus rojos labios anhelo el beso
que avivaba en mí el fuego de mi pasión,
su dulzura me ocasionaba tal embeleso
que inflamaba las llamas de mi corazón.
Tus rubíes eran para mí néctar sublime,
como sonido de clarinetes celestiales,
mirífico elixir de las fiestas bacanales
que del ardor del amor mi frenesí redime.
Fluyes ante mí como espíritu vaporoso
que raudo se desliza por las altas esferas
de este vasto universo sin principio ni fin.
Y me dejas inmerso en un vacío vagaroso
a él aherrojado y del que jamás me liberas,
como las notas nunca arrancadas de un violín.
XXI
Una tibia noche de luna llena
te vi salir de las olas del mar,
tus huellas sobre la dorada arena
eran deleitosas gotas de azahar.
Las blondas guedejas de tu melena,
esparcidas por el viento al azar,
parecían las de una áurea sirena
que a la arena saliera a reposar.
Los sueños besaban tu piel morena,
como los peces el agua del mar,
te cubrían átomos de luna plena
que irradiaban destellos sin cesar.
Tu nívea cara era blanca azucena
que envidiara Venus al contemplar,
exhalabas aroma a hierbabuena
y a deliciosas frutas de ultramar.
Una tibia noche de luna llena
te vi salir de las olas del mar,
desde entonces mi alma en el evo pena
porque mi amor no te puede olvidar.
XXII
Sueños que me lleváis por las celestes regiones
para unir mi corazón con el de mi bien amada,
que de mi deseo os adueñáis en la alborada,
¿por qué me tentáis con tan placenteras visiones?
Vientos que me haláis a las sidéreas conjunciones
de los astros que se agitan en la noche estrellada,
que me susurráis palabras de amor de mi amada,
¿por qué me aherrojáis en vuestras azules prisiones?
Nubes que trasladáis entre blancos algodones
las lágrimas de amor que vertió mi enamorada,
y que las arrojáis a una tierra desolada,
¿por qué me las robáis como vulgares ladrones?
Océanos que albergáis a los fieros tiburones,
que de los viejos lobos de mar sois la morada,
que vuestras esmeraldas son las de mi adorada,
¿por qué en los hondos abismos no ahogáis mis pasiones?
Llamas que aterráis los intrépidos corazones,
que en vuestro seno todo se reduce a la nada,
que engendrasteis mi delirio por mi idolatrada,
¿por qué no derretís mis irreales ilusiones?
XXIII
¿Adónde te has ido, mi amor, adónde te has ido?
¿Dónde has encerrado las gemas que tanto adoro?
¿Dó se derrama al viento la cabellera de oro
cuyo suave perfume eclipsaba mi sentido?
¿Qué senda recóndita de mí te ha escondido?
¿Qué incógnita región ha ocultado el tesoro
que tanto adoré y tanto su ausencia ahora añoro,
que me ha dejado el corazón roto y malherido?
¿Qué siderales vientos de mí te han alejado
y a un ignoto y desconocido orbe te han llevado
dejándome inmerso en tan agria incertidumbre?
Retornaré sobre mis equivocados pasos
para enmendar aquellos mis yerros y fracasos
y te recobraré con pausada mansedumbre.
XXIV
Como pájaros que vuelan al viento
con sus alas preñadas de colores,
así se mecen tus blondas guedejas
cuando te dejas ver por los balcones.
Como cálido brillo de esmeraldas
que inundara la plenitud del orbe,
así me besan tus verdes miradas
cuando a ti me aproximo por las noches.
Como suaves y cándidas palomas
que acarician a sus tiernos pichones,
así tus manos sobre mí se posan
cuando fundimos nuestros corazones.
Como nacarados corales rojos
que evocaran las más tiernas pasiones,
así florecen ante mí tus labios
cuando besar los míos te propones.
XXV
Si todo terminó entre nosotros, amor mío,
¿por qué, de nuevo, mi agónico corazón hieres?
¿Por qué alejarte a eternos confines prefieres
antes que cruzar conmigo el caudaloso río?
¿Acaso ahora sientes en ti un escalofrío
al rememorar aquellos antiguos quereres,
o es que de veras, pasión mía, ya no me quieres
porque encuentras el piélago de mi amor vacío?
Retorna a mi lado como la grácil gacela,
cuyos ojos esmeralda un día me prendaron,
para gozar otra vez una dicha sin fin.
No seas tímida, atraviesa la frágil cancela
que un día el paroxismo y la envidia entreveraron
en nuestro nemoroso y perfumado jardín.
XXVI
¿No quieres, amada mía, regresar a mí?
¿Ya no quieres libar del mismo vaso el licor
del frenesí? ¿Ya no derrite tu gema el amor
que en tantas ocasiones contigo compartí?
Hoy mi fantasía revive el blanco alelí
que mi corazón compartía con tanto ardor,
envuelto en su verde mirada y tierno candor
hasta el desventurado día en que lo perdí.
Mi frágil memoria olvidará tu imagen bella,
se difuminarán un día tus glaucos ojos
y te desvanecerás en una blanca estrella.
Se marchitarán tus seductores labios rojos,
sobre el polvo no quedará de tu paso huella
si ya jamás torno a postrarme ante ti de hinojos.
XXVII
En una negra y sombría noche sin luna
mi corazón lloraba a la orilla del mar,
sin poder tu glauca mirada allí hallar
contemplaba las estrellas una por una.
El incesante oleaje mi espíritu acuna
mientras ausente dejo las horas pasar,
en el lento transcurso de mi divagar
consuelo a mi aflicción no hallé en cosa alguna.
Un fugaz fulgor alumbró las verdes olas
en medio de aquella tupida oscuridad;
a través del débil destello la beldad
me pareció ver de tus ojos esmeralda.
¡Ay, sólo fue un sueño! A la mar di la espalda
y me fui de allí a llorar mi pena a solas.
XXVIII
Tendido sobre las suaves arenas de oro
una plácida noche del tórrido verano,
introduje en las salobres aguas mi mano
creyendo hallar bajo ellas mi divino tesoro.
Una glauca ola se acercó hasta mí con decoro
y con tierno murmullo me dijo quedo y piano:
«no hallarás lo que buscas, pierdes el tiempo en vano»,
y se fue dejándome sin lo que más adoro.
¿Hasta cuándo estarás ausente, mi bien amada,
y me dejarás ver de nuevo tus verdes ojos?
Sabes que me postraría ante ti de hinojos
el resto de mi vida y toda la eternidad,
si así lograra contemplar esa tu beldad
que tan cruel y ferozmente me fue arrebatada.
XXIX
En una noche lúgubre y sombría
a la orilla del mar estaba a solas,
en silencio oía el vaivén de las olas
que arrullaba el dolor del alma mía.
Un instante la noche se hizo día:
en medio de luminosas aureolas,
con esplendor de rojas amapolas,
tu bella y sublime imagen yo veía.
Al despertar de mi fugaz ensueño,
procuré besar tus rojos corales
antes de desvanecerse tu encanto.
Aunque lo intenté con todo mi empeño,
tú te esfumaste entre auroras boreales
y me dejaste a solas con mi llanto.
XXX
¡Ah ciudad encantada, bella perla del mar!
Tú que entre las ciudades la más hermosa eres,
dime, ¿entre todos los más afortunados seres
adónde a mi celeste amada iré yo a buscar?
¿Adó mis inciertos pasos habré de orientar
para encontrar a la hechicera y sublime Ceres,
hermosura sin par entre todas las mujeres,
y que nadie en este mundo pudo superar?
Dechado de beldad, tesoro etéreo y divino,
por contemplar de nuevo tu inefable hermosura
no dudaría en hollar el execrable averno.
Muestra a tu impávido esclavo el sidéreo camino
que ponga fin a tanta congoja y amargura,
porque vivir sin ti es vivir en el infierno.
XXXI
A Antonio Machado y Rafael Alberti
Anoche cuando dormía soñé, oh mi amada,
que en una vasta región sideral te perdía.
Una sedosa y deslumbradora luz seguía
que me guiaba a una impetuosa encrucijada,
cuando miraba tu imagen bella y adorada
en medio del intenso resplandor que veía.
Y soñé que todo tu esplendor se diluía
en el espacio de las sombras y de la nada.
Cuando penetró en mi alcoba la alegre alborada
y mis pupilas hirió la luz del nuevo día,
un acerado dolor punzó mi alma agobiada
al cerciorarme que a mi lado no te tenía.
¿Por qué no vuelves a mí, paloma equivocada,
y arrancas de mi corazón tan lenta agonía?
XXXII
En mis sueños reviven tus rojos corales,
la fulgurante luz del piélago de tus ojos,
las anacaradas perlas de tu dulce boca
y el carmín de las amapolas de tus pómulos.
El viento me trae los aromas de tu cuerpo,
aromas que me llevan a lugares remotos,
donde puedo contemplar tu inefable figura
por Eolo convertida en perfumado heliotropo.
En mis sueños idolatro tus blondas guedejas,
dorada cascada que besa tus lenes hombros,
y entre mis dedos se desliza su suave seda
como la brisa en un tierno amanecer de otoño.
Tu añorado recuerdo me trae a la memoria
aquellas inolvidables tardes de grana y oro,
que en un hermoso idilio vivimos los dos juntos
cuando en el lago nacían las flores del loto.
XXXIII
En flamígeras y doradas tardes de otoño
en tus verdes ojos se agitaba el océano,
en sus lúgubres y abisales profundidades
intrépido buscaba yo mi adorado sueño.
Con gran esperanza lancé mis arteras redes
a los negros abismos del tétrico piélago,
en sus intrincadas mallas capturar quería
las mieles de mi idolatrado y dulce anhelo.
Busqué en los negros abismos tus rojos corales
para poder robarte un apasionado beso,
pero tú giraste tu cara de amapola
hacia el inmenso piélago del vasto universo.
Volví a lanzar mis astutas redes al abismo
con intención de estrecharte contra mi pecho;
como fugaz rayo de esperanza que se esfuma
te alejaste de mí en los brazos del viento.
XXXIV
En tus ojos se agitan las aguas abisales;
del profundo mar son tus lágrimas verdes gemas,
con su gélido fuego mis yertos labios quemas
cuando libo el carmesí de tus dulces corales.
Como rosáceos brotes de los verdes rosales
de tu cara las mejillas lucen los emblemas,
son como dos séricos y perfumados poemas
que embelesan mi alma con músicas celestiales.
Dechado de perfección y divino portento,
nunca más tus lágrimas vuelvan a mancillar
esos pétalos grana de tu angelical cara.
No habría para mí más insufrible tormento:
ver por tus inmaculados pómulos rodar
el elixir de esos ojos que tu faz ajara.
XXXV
En una apacible tarde del mes de mayo
me cautivaron los verdes ojos de una rosa,
era de entre todas las rosas la más hermosa
e hirió mi corazón con su flecha como un rayo.
Su verde mirada provocó en mí tal desmayo,
que hechizó mi alma con una ola vagarosa
de perfumada esencia, sutil y primorosa,
que me postró ante sus lindos pies como un lacayo.
Desde entonces mi vida no es más que un feliz sueño,
que vuela por las celestes regiones etéreas
pobladas por astros plenos de luz y color.
Esa bella Rosa será por siempre mi dueño,
que me guiará en el evo por las ondas aéreas
como bravo adalid lleno de luz y esplendor.
XXXVI
Eres rubia rosa que mi corazón inflama,
tu guedeja se desliza como suave seda
por tu sutil dorso donde libre se hospeda
y como ígnea cascada por todo él se derrama.
Como lluvia de oro y grana a mi corazón llama,
y su aroma, como el de fragante rosaleda,
se expande a lo largo y ancho de la vereda
en la que mi apasionado amor por ti clama.
De mi enamorado corazón divina rosa
oye los tristes ruegos de tu eterno cautivo
que por tu deífico amor tanto se aflige y llora.
A tu magnánima indulgencia siempre implora
de tus corales carmesí un beso furtivo,
mas tú nunca has querido ser con él generosa.
XXXVII
¡Oh amor que huyes de mí cuando a ti más me aproximo!
¡Célica luz que te alejas cuando más te adoro!
¿Por qué pretendes privarme de tu gran tesoro
cuando en la atormentada noche por ti gimo?
Cuando en la febril noche mi corazón oprimo,
dime, ¿a quién con mis amargas súplicas imploro?
Y si de tu beldad divina no me enamoro,
¿a quién otro sino a mí tan sólo me lastimo?
Amor, si me abandonas en el fúlgido ocaso
y te alejas de mí como el sol resplandeciente,
en tu ausencia no seré más que un agrio fracaso
—cual eterno enamorado dócil y paciente—,
que en las llamas de tu inefable amor me abraso
como frágil y volátil mariposa ardiente.
XXXVIII
Amor mío, ¿por qué de mí tu alba luz alejas
para ocultarte en las lejanas ondas etéreas
y te vistes con cendales de sedas aéreas
mientras en la más horrible oscuridad me dejas?
¿Por qué de intensificar mi tormento no cejas?
Trasládame contigo a las regiones sidéreas
con indelebles alas volátiles y céreas,
cual otro Ícaro, para oír tus seductoras quejas.
Vivo abrumado en este piélago de tristeza,
que me priva de los hechizos de tus encantos
y de libar las mieles de tus rojos corales.
Muéstrame, oh dueña mía, otra vez esa belleza
que sofoque en mi alma los afligidos llantos
y la libere de las tinieblas infernales.
XXXIX
Una rosa primorosa hallé en mi camino
como blanco lirio que se yergue en la alborada,
de níveo tul vestida y de carmesí pintada
como sutil aroma se cruzó en mi destino.
Blancos eran sus pétalos, su vestido albino;
era más bella que el albor de la madrugada,
era como destellos de concha anacarada
que se semejaba a un espíritu divino.
De sus hechizos quedé fuertemente prendado;
su verde mirada me cegó con su fulgor,
y mi corazón herido por dardo de amor.
Su seráfica imagen me dejó anonadado;
su recuerdo me evoca una dulce añoranza
y de poseerla algún día no pierdo la esperanza.
XL
Ayer tuve entre mis manos tus níveas manos,
sus caricias eran como las de blanca paloma,
su suave piel exhalaba un delicioso aroma
que me mudaba a un edén colmado de manzanos.
En tus verdes esmeraldas nacían mis sueños,
tus corales escarlata eran dulce ambrosía
que anulaba mi frágil voluntad noche y día,
contigo sólo vivía plácidos ensueños.
Hoy en mi fantasía recuerdo tu imagen bella,
las nacaradas perlas de tu boca de fresa,
tus rubíes y tus verdes ojos de deesa
y tus blondos cabellos como oro de ocre estrella.
Retorna otra vez a mi lado, mi dulce amada,
no dejes desamparado a tu esclavo sumiso
en este depravado mundo, solo e indeciso,
que lo precipite en el averno y en la nada.
XLI
Niña de ojos esmeralda y cabellos de oro,
de inmaculada frente y cara de amapola,
de níveos senos, como argentina caracola,
de dulce voz de plata, como violín sonoro.
Niña de mis ensueños, mi alegría y mi tesoro,
alma de volátil mariposa que se inmola,
angelical espíritu en radiante aureola,
ave del paraíso de suave trino canoro.
Vuelve a mí desde las más impolutas esferas,
abandona las lejanas y etéreas regiones
donde vaga tu espíritu aéreo y juvenil,
si deseas que no lleguen mis horas postreras
o que para siempre viva entre oscuras prisiones
do mis ojos no vean nunca más el cielo añil.
XLII
Tus cabellos llueven cielos de púrpura y oro,
tus verdes ojos hieren el océano profundo,
tu boca de fresa, como néctar de otro mundo,
es deleitable bálsamo, divino tesoro.
Tus gráciles formas, cual frutos del sicomoro,
calman la sed de tu enamorado sitibundo,
que en orbes remotos busca, errante y vagabundo,
tus rizadas guedejas de amarillo heliodoro.
Tu alma inmaculada, como una blanca paloma,
ha volado con el céfiro de la mañana
a los remotos confines sin aire ni luz.
Amor, rompe con tu pasión la recia maroma
que me aprisiona al siglo, no seas tan inhumana,
y aparta de mí este amargo cáliz y esta cruz.
XLIII
¿Recuerdas aquella tarde de otoño dorada
que los dos marchábamos asidos de la mano
y en nuestros corazones fluía un ardor humano
mientras me conducías a tu antigua morada?
Hoy he vuelto a la vieja mansión abandonada
en donde nuestro recuerdo queda muy lejano;
la casa está derruida, roído el viejo piano,
y del espléndido jardín ya no queda nada.
¿Habrá muerto también el amor en nuestra alma?
¿Se habrá extinguido el fuego de nuestro corazón?
¿Habrá aún rosas en nuestro recóndito jardín?
Mi amada, conmuta mi ansiedad en dulce calma
y no permitas que sin ti pierda la razón,
a tan ilimitada ausencia ponle ya fin.
XLIV
Vivamos, amada mía, el mundo de los sueños,
ese universo donde a nuestros oídos no llegan
los vanos alaridos de los que aquí se quedan;
vivamos solamente para nuestros ensueños.
Vivamos en el éter, alegres y risueños,
donde las banalidades penetrar no puedan
ni los vicios y maldades de este mundo accedan,
del que tan sólo nosotros dos seamos sus dueños.
Alejémonos del sórdido y mundanal ruido
que tanto lacera nuestros frágiles sentidos
y a nuestro sensible y aéreo espíritu lastima.
Sigamos la senda de los sabios que han sabido
alejarse del mundo y de sus sinsentidos
para elevarse a la más eminente cima.
XLV
Recuerda, oh ingrata, el día en que de Cupido
clavaste la incandescente flecha en mi costado,
como veraz respuesta a mi amor apasionado
o a aquellos ardides de que Eros se ha servido.
Si de veras únicamente a mí me has querido,
¡oh infiel!, ¿por qué de mi vera te has alejado,
y en este mundo tan solo y triste me has dejado
y a otra esfera distante y arcana te has ido?
Arranca de mi corazón el hierro candente,
aunque mi herido costado sangre hasta la muerte,
si en tu diamantina alma un rescoldo aún perdura.
O si ya no me amas, aléjate eternamente
de mí para que jamás pueda volver a verte,
que yo viviré con mi pena en la noche oscura.
XLVI
Te fuiste y los dulces besos me arrebataste
que de tus lenes labios a mis labios fluían.
Tus primorosos encantos de mis ojos huían
y entre las ondas etéreas te difuminaste.
Cual volátil mechón de niebla te evaporaste
en las albas nubes que tu beldad envolvían;
tus dulces néctares en mis labios se diluían
mientras en este vil mundo solo me dejaste.
No sé si podré seguir viviendo sin tus besos
en un mundo lleno de mentiras y maldad,
do sólo reinan la vileza y la iniquidad.
Quisiera abandonar estos lugares aviesos
y libre volar contigo a tu idílico mundo
y por el evo ir como un eterno vagabundo.
XLVII
Soy un amante solitario en este vago mundo,
huérfano de tus dulces besos y tus caricias;
soy alma en pena que ya no liba tus delicias,
soy un espectro que deambula como un vagabundo.
Mi corazón sufre un mal de ausencia tan profundo,
que no dudaría en dar mi vida como albricias
a quien de tu belleza me portara noticias,
luego penaría por siempre en el inframundo.
Dulce paloma, mi vida sin ti ya no es vida.
Antes que vivir esta infeliz vida prefiero
el tétrico abrazo de la pavorosa muerte.
Para liberarme de tan desdichada suerte,
no me basta con recuperar tu amor sincero,
tu lindeza será mi inmarcesible bebida.
XLVIII
Pasear yo quisiera por la orilla del mar
para contemplar entre las doradas arenas
los verdes destellos de tus miradas serenas
y los glaucos rayos de tus gemas verdemar.
Y en un barco de vela por sus aguas bogar
para arrojar al fondo del mar todas mis penas
y en el profundo piélago hallar las cadenas
con que tu corazón al mío por siempre atar.
Amor mío, quisiera robarte tus encantos,
como Prometeo robó de los dioses el fuego,
aunque penar debiera toda la eternidad.
Te juro que mis pesares no serían tantos,
pues mi atribulada alma alcanzaría el sosiego
que ahora me niegan tu despecho y tu crueldad.
XLIX
En la placentera fontana de nuestros sueños
hoy el céfiro se dejó por mí acariciar,
sus auras iban colmadas de aromas risueños
que besaban mi evaporada piel al pasar.
Sus húmidos labios sutiles se deslizaban
por mis fríos labios cual dulce beso de amor;
en un aura de oro mis sentidos se hallaban
ahítos de ternura, felicidad y candor.
En el argentino azogue de la fontana
tu bella imagen me pareció discernir;
tus guedejas de oro y tus pómulos de grana
mi gélido corazón ansiaron derretir.
Una súbita negrura se adueñó del cielo
que el hechizo de la fontana logró romper;
yo me quedé sumido en un gran desconsuelo,
porque tu bella imagen ya no volví a ver.
L
Hace tiempo que se secaron tus dulces besos
en los rosáceos labios de la esplendente aurora,
deshojaste mi corazón en tan aciaga hora
y a una mazmorra arrojaste mis fríos huesos.
Embaucaste mis sentidos con tus embelesos
y me sedujiste con tu voz cautivadora;
tan sólo fue un hechizo de tu beldad traidora
que mi nefasta vida ha pagado con excesos.
¿Cómo quieres que ahora me conmuevan tus gemidos
y me apiade de tus vanos y ficticios llantos
si tú jamás has tenido de mí compasión?
No enternecerás mi alma con suspiros fingidos:
tú me has hecho padecer tan crueles desencantos,
que has congelado para siempre mi corazón.
LI
Amor, tú que a la última esfera te has elevado
y te has desprendido de este miserable suelo,
conduce a tu indigno mortal al divino cielo
donde tanto júbilo y ventura has hallado.
No lo desampares en este mundo malvado
ni lo despojes de tu confortable consuelo,
haz que en la remota esfera viva sin desvelo
y que ya no se aleje nunca más de tu lado.
¿Por qué a vivir en un frío infierno lo condenas
y no lo liberas de tan despiadada suerte?
Antes preferiría vivir la dulce muerte
que verse encadenado a las suaves cadenas
de un mundo tan inhumano, frívolo y banal.
Traslada al divino cielo a tu indigno mortal.
LII
Tus suaves manos como frágiles mariposas
mis rudas manos con sus alas acariciaban
y tus rojos labios mis mustios labios besaban
como olorosos pétalos de fragantes rosas.
Tus cabellos como doradas hebras sedosas
entre mis dedos vaporosos se deslizaban
y tus verdes rayos mis pupilas perforaban
como glaucos destellos de flechas luminosas.
¿Por qué te desvaneciste como sutil sueño
surgido en la noche de mi febril fantasía
y penaste por siempre a vagar el alma mía
por las ondas volátiles en pos de su dueño?
Sin tus amenos encantos no hallaré consuelo
en este aciago mundo a mi afligido desvelo.
LIII
¡Oh divinidad esplendente de la mañana,
cuya luz transciende los límites de la noche!
¡Oh beldad divina sin mácula ni reproche,
cuya belleza epata la de Artemisa Diana!
De tu célico esplendor la luz del sol dimana
como brillante lucero de la medianoche;
tu exuberante hermosura es todo un derroche
de la infinita dulzura divina y humana.
¡Oh dechado de perfección, angelical sueño!
Deja que tu esclavo pueda gozar tu hermosura
en el efímero reino de la noche oscura.
Amor, sería el hombre más feliz y risueño,
aunque al despertar en la plácida alborada
de tu encanto sólo quede una sombra velada.
LIV
Te sueño sola en esos espacios infinitos
entre silencios ingrávidos, luces y sombras,
tus labios se embriagan de colores que no nombras
al traspasar los mundos etéreos e inauditos.
Despierto evoco nuestros parajes favoritos:
allí tus lenes pies lamían verdes alfombras,
nos solazábamos bajo las frescas solombras
entre armoniosos trinos y ausencia de gritos.
Amor, no me arrojes a la voluntad del sino
donde sólo impera el ruido de la tempestad
y mi infeliz alma no alcanza la mar serena.
Déjame ir tras las huellas de tu feliz destino,
como rendido que busca la tranquilidad
en los campos estrellados de la noche plena.
LV
En tus labios busco el olor del azafrán,
el color de la canela, el sabor de la rosa;
en tus labios degusto la magnolia olorosa
y los aromas de la lila y el arrayán.
Los destellos de tus ojos para mí serán
como suave bálsamo para un alma celosa,
como dulce néctar de la Arcadia primorosa
donde tus idilios un día me llevarán.
Como los cálidos carmines de la amapola
que se diluyen en la efímera primavera
con los fríos besos del siroco abrasador,
así se desvanecería de mi amor la ola
para agonizar en los brazos de una quimera
bajo los auspicios de un dios cruel y vengador.
LVI
¿Es fruto nuestro amor de una sonrisa sincera
hilvanada en tus labios de coral escarlata
o es la falsa ilusión de una felonía ingrata
cuando me hirió tu mirada por vez primera?
Mi alma se transmutó aquel día de primavera
cuando en un ínterin de la dura caminata
te vi preciosa en la cima de la escalinata
do el viento jugaba con tu blonda cabellera.
Tu verde mirada perdida en el fiero mar,
tus guedejas de oro jugueteando con el viento,
de tu linda cara las purpúreas amapolas,
toda tu beldad y frescura me hizo soñar.
¿Dime si es una mentira lo que por ti siento
o nos unió el amor como el mar a las olas?
LVII
Hoy mis vagos recuerdos me traen a la memoria
la soledad de la lluvia en la tétrica tarde,
cuando toda tú, sollozante y temblorosa,
viniste a mi atribulado pecho a refugiarte.
Tus lágrimas por tu suave rostro resbalaban
como perlas gigantes,
y con su fuego abrasador horadar quisieran
mi pecho y mi afligido corazón traspasarme.
Tus suspiros henchían
mi alma como hálitos de tu amor irrefrenable
y toda tú entre mis brazos te estremecías
como frágil caña que contra el viento se bate.
Los aterradores truenos atemorizaban
tus miembros delirantes
y toda tú en mi indigno pecho te ocultabas
y en él enterrabas tus gemidos sollozantes.
Mas la lluvia cesó
y de nuevo lució el dorado sol de la tarde
y con su resplandor volvieron a relucir
las gemas que en tu cara fulgen como diamantes.
LVIII
La blanca espuma lamía la dorada arena
mientras las olas besaban sumisas tus pies,
tu soledad se diluía en un lúdico sueño
y todo el ancho mar se desvanecía en él.
Semejabas una diosa del celeste Olimpo
de blanquísimas facciones y tostada piel,
que a este valle de lágrimas y dolor trajera
la dicha del edén.
La apacible brisa tu sedosa piel libaba
como la abeja las flores para hacer la miel,
cegado mi corazón por ti se derretía
y mis ojos se nublaban viendo tu esbeltez.
La quietud de la mar tu espíritu calmaba
mientras mirabas sus olas una y otra vez,
blancas gaviotas el azul del cielo cortaban
y por el agua fluían peces con rapidez,
por el inasible éter
tu cuerpo emanaba efluvios de placidez
que mi pecho inflamaban
cuando rozabas mi cuerpo con tu desnudez.
De repente te sumergiste en la mar profunda
y no te volví a ver.
LIX
Noche de insomnio, blanca noche de luna plata,
noche en que se encienden los labios carmines,
noche que enardece el aroma de los jazmines,
noche que en el desvelo mi corazón maltrata.
Dime, noche de plata, ¿quién mi amor arrebata
y ciego lo arrastra a los inmensos confines,
dulce morada de los hermosos querubines,
es la pasión de mi vida, es mi amada ingrata?
Cuando en mis ojos brilló la rosácea alborada
y la tenue luz borró las últimas tinieblas,
te vi cómo traspasabas del alba el lucero.
Regresa de nuevo a mis brazos, oh mi amada,
y que ya nunca jamás de mis ojos las nieblas
vuelvan a desvanecer nuestro amor sincero.
LX
Quiero brillar contigo en la estrella más lejana,
donde nuestro inmarcesible amor de luz se llene,
allá donde nuestro ingrávido ser sea más lene
y donde no alcance ninguna influencia humana.
Quiero alejarme, amor, de esta vida inhumana
y trasladarme contigo a la dulce Selene,
quiero que nuestro puro amor nunca se envenene
con el contacto de la lubricidad mundana.
Amor mío, no me abandones en este infierno
en donde no hay más que desdicha e iniquidad,
do mi alma no soportaría la soledad.
Antes prefiero vivir en el eterno invierno
por donde libres gravitan las ondas etéreas
y se difuminan las mil y una formas aéreas.
LXI
¿Por qué de mí te alejas y tan solo me dejas?
¿Acaso te ha herido Cupido con su vil rayo
y ha sembrado en tu corazón la flor de mayo
en la que ávidas de pasión liban las abejas?
En la luna de mi alma tu amor ya no reflejas,
pero yo sigo tus huellas como fiel lacayo
por campos y veredas, sin tregua ni desmayo,
aunque tu primera y casta pasión de mí alejas.
Amada mía, ¡qué dura se me hace tu ausencia
en este aciago valle de ruina y aflicción
por donde las turbias aguas del dolor discurren!
Sólo aliviará mi amargura tu presencia
y de alegría estallará mi corazón
cuando tus labios palabras de amor me susurren.
LXII
Cuando mi mirada se ahoga en tus verdes ojos,
de un piélago me sumerjo en lo más profundo;
del fondo de tu belleza emerjo moribundo
para arrodillarme ante tu beldad de hinojos.
Cuando libo el elixir de tus labios rojos,
vendavales célicos me arrastran a otro mundo;
luego torno por el inmenso mar errabundo
para enterrar en él las llaves de mis despojos.
¡Oh dechado de hermosura, divino portento!,
tus encantos marchitan el primor de las flores
y fulgen a raudales ante la luz del sol.
Escucha impertérrita mi afligido lamento
antes que mis ojos cieguen tus vivos fulgores
y ya no puedan ver de tu cara el arrebol.
LXIII
Me convertiría en un espíritu del viento
si así lograra oír la paloma de tu voz;
en el mundo no hallarías mejor portavoz
para propalar la excelsitud de tu portento.
En el espacio arrojaría mi último aliento;
por la luz de las estrellas fluiría veloz
mi amor herido por el alarido precoz
que pudiera exhalar de tu amor el lamento.
Cuando sepas amar el valor de mi desvelo
por seguir en pos de tu inalcanzable amor
hasta el último confín del vasto universo,
con tus etéreas alas podrás llevarme al cielo
donde hallaré, amor mío, una vida mejor
incapaz de encerrarse en la magnitud de un verso.
LXIV
Tus rojos labios son cual música carmesí
que en la plácida alborada cautivara mi alma,
en el mar de tus ojos se solaza con calma
la loca pasión que me asfixia con frenesí.
Tus suaves cabellos de oro, como viento en calma,
son como un bálsamo y un sedante para mí,
tus manos de nieve, como flores de alhelí,
como candorosas palomas serenan mi alma.
Eres como la fruta prohibida del paraíso,
cuanto más proscrita tanto más incitadora;
eres como una celeste diosa seductora
que ante tus pies postraste a tu esclavo sumiso.
¡Oh dechado de beldad! ¡Oh Venus divina!,
mi amor has atravesado con tu acerba espina.
LXV
Sigue a tu ausencia el desconsuelo
de un triste corazón partido,
que quedó roto y malherido
como ave herida que hiende el cielo.
Como lluvia que cae al suelo
un día triste y aburrido,
así mi amor ha sufrido
de tu lejanía el desvelo.
Hoy ya no alcanzaré el consuelo
de los tiernos besos de amor
que otrora mi pecho henchían.
Tu ausencia elevó el azul vuelo
de la soledad y el dolor
a las penas que me afligían.
LXVI
Hoy te has aparecido una vez más en mis sueños:
tu cuerpo de jazmín fluía entre blancas flores
que exhalaban mil perfumes acariciadores
para un ausente amante en un paraíso de ensueños.
La mirada verdemar de tus ojos risueños
me proporcionó ciertas fragancias y sabores,
que fluyeron en brillos de luces y colores
como talismán de tus encantos halagüeños.
Cuando por mi ventana entró la dulce alborada
y Apolo doraba ya los árboles del río,
una bella ninfa plegó el velo de mis ojos.
Yo me apresuré a apoderarme de los cerrojos
de tu visión que, en el curso de mi desvarío,
creí real y no incorpórea sombra imaginada.
LXVII
Como un lejano hálito de las ígneas esferas
llega hasta mí tu imagen de los rosados años
y ahora mi alma sufre los duros desengaños
de falsas promesas y palabras lisonjeras.
En los suaves días de floridas primaveras
me invitaste a ascender los alegres peldaños,
entre dulces palabras y agoreros engaños,
de la dicha sin fin de las arduas escaleras.
Mas ya no es tiempo de volver a falsos recuerdos
de tu bella imagen, impoluta e inmaculada,
que mis ojos y mi amor obnubiló una vez.
Hiciste mil pedazos nuestros caros acuerdos
una aciaga tarde, furiosa y desesperada,
cuando nuestro amor heriste por una sandez.
LXVIII
De oro y de nieve, como una bella margarita
así tú eres, y la suave cara de amapola,
los glaucos ojos y el semblante como aureola
de una apolínea imagen de Venus Afrodita.
Eres llena de gracia, como un alma bendita,
eres de las esplendentes flores la corola,
eres de la mar el eco en la caracola,
eres entre todas las rosas la más bonita.
Tu belleza obnubila a la de los querubines,
en este flébil valle no tienes otra igual,
tu beldad es el símbolo de la perfección.
Eres la reina de los célicos serafines
que cantan tu hermosura en la esfera celestial,
eres de todos ellos su suma admiración.
LXIX
¿Volverás algún día, amor, por donde te has ido?
¿Volverás algún día, amor, otra vez a mi lado
y cerrarás la herida que abriste en mi costado
y que en tu ausencia tanto y tanto me ha dolido?
Con tu huida mi corazón en dos has partido,
la semilla de la aversión en mi alma has sembrado
y a un mundo de odio e infelicidad me has mudado,
en el que por tu crueldad tanto yo he sufrido.
Regresa con tu esclavo otra vez, mi bien amada,
olvida mis yerros si alguna vez te he herido
y amémonos una vez más con sincero amor.
No permitamos que un insignificante error
sea la causa de nuestra separación y olvido,
y que nuestra alma sea para siempre desdichada.
LXX
Amor mío, ¿por qué has abandonado este mundo
y en su iniquidad tan solo y triste me has dejado,
que sólo vivo con solicitud y cuidado
para no convertirme en un eterno vagabundo?
¿Por qué me has olvidado en este lugar inmundo,
donde todo está tan corrompido y degradado,
donde todo es tétrico, horrible y desdichado,
y donde tan sólo soy un infeliz moribundo?
Llévame contigo a la última estrella del orbe,
a la lejana luz donde habite el olvido,
a la última sombra de la eterna inmensidad.
Aléjame de este mundo para que no estorbe
los tiempos felices que juntos hemos vivido
y que juntos viviremos en toda la eternidad.
LXXI
Anoche soñaba contigo a la vera del mar:
veía de una en una las olas hablar conmigo
mientras la luna se elevaba como testigo
de palabras de amor que morían al azar.
Desde el abismo de mis penas nació el soñar:
una verde ola tu imagen me trajo consigo,
pero al instante tu visión se esfumó contigo
y otra vez quedé a solas con la luna y el mar.
Por los infinitos océanos del universo
vagan trémulas y errantes mis flébiles penas
en pos de la estela de tus doradas huellas.
Mi dolor no hallará camino más perverso
para recobrar de tu imagen las azucenas
que seguir el itinerario de las estrellas.
LXXII
En este mundo me dejaste solo y afligido
mientras tú huías por las esferas del desengaño,
viví descuidado mucho tiempo en un engaño
sin haberme nunca jamás de ello apercibido.
Hoy en esta soledad creo haber renacido
como el ave fénix de sus cenizas antaño;
tú te has ido, y tu huida me ha causado gran daño,
tanto daño que por tu ausencia he enloquecido.
Hui del mundo y me sepulté en un desierto extraño,
en su calma hallé la dicha y la felicidad
que en tu huida dejaron huérfano a mi corazón.
Ahora vivo la sobria vida de un ermitaño
sumido en tanto silencio y tranquilidad
que mi alma ya no siente ninguna pasión.
LXXIII
Desearía volver a pasar por tu morada
y en ella renovar nuestros sueños de inocencia,
que nuestro dulce amor reviviera su presencia,
que renaciera nuestra pasión enamorada.
Me gustaría no ver tu casa abandonada,
que en mi corazón no habitara el dolor de ausencia,
que nuestros labios se acariciaran sin violencia,
que a nuestras almas tornara la dicha pasada.
Mas ya no es el tiempo de volver la vista atrás,
de tornar juntos al origen de nuestro amor,
de recobrar nuestra anhelada dicha sin fin.
Nuestro amor se ha ido para no volver jamás,
para arrastrar tras él nuestro infinito dolor,
para expiar por el evo nuestra pena sinfín.
LXXIV
Ha llegado la hora de levantar nuestro vuelo
como aves que vuelan hacia el eterno paraíso,
olvidemos en el mundo nuestro compromiso,
levitemos, como lenes plumas, en el cielo.
Nuestras leves almas no encontrarán consuelo,
como en el cristal del agua no lo halló Narciso,
si de la estrella célica hacemos caso omiso
y nuestro orgullo sigue atado al mundanal suelo.
La dicha en el suave imperio de la levedad
hallaremos y por todo el universo iremos
sembrando copos de alegría y felicidad.
Cual dos cometas entre las estrellas seremos
que van sembrando estelas de amor y libertad
y en la eternidad al cosmos nos sumaremos.
LXXV
Te has alejado de mí como áureo lucero
que se esfuma del cielo en la risueña alborada
y, diluido en los tonos de la aurora rosada,
se evade ante nuestra vista con aire señero.
De mí te has alejado como canto de jilguero,
que gárrulo y melodioso trina en la enramada,
que deleitaba mi alma con su dulce tonada
y que una mano ladina espantó del romero.
Lucero y jilguero eras tú para mí, mi amada,
que irradiaba y alegraba mi anodina vida
en este miserable mundo, vil y traidor.
Sin ti en este avieso mundo yo ya no soy nada.
Con mis pobres versos te envío la despedida
del que siempre será tu eterno y dócil cantor.
LXXVI
Jamás olvidaré tus verdes ojos, mi amor.
Olvidar podré las felices horas pasadas
contigo y las azules noches estrelladas
que velaban nuestro dulce idilio hasta el albor.
Olvidaré de tus rojos labios el dulzor,
de tu boca las níveas perlas anacaradas
y de tu blondo pelo las guedejas doradas,
pero no de tus lindos ojos su glauco color.
Jamás olvidaré tus verdes ojos, mi amor.
Ellos fueron los que de ti me enamoraron,
los que mis sueños a lo más alto te elevaron
y los que para mí han rielado eterno fulgor.
Tus ojos serán para mí dos verdes estrellas
como en el universo no hallaré otras más bellas.
LXXVII
Lo dejaré todo para tus pasos seguir:
dejaré los bienes y placeres de esta vida,
dejaré la dulce miel del amor no bebida,
lo dejaré todo, hasta mis ganas de vivir.
Dejaré el almíbar que tanto me ha hecho sufrir,
dejaré el dulce dolor que me produjo tu huida,
dejaré la flecha de amor que causó mi herida,
lo dejaré todo, hasta mis ganas de morir.
Por ti lo dejaré todo en este aciago mundo,
seguiré tus pasos por las sublimes esferas
y me iré a vivir contigo en un orbe mejor.
Por ti me trocaré en un eterno vagabundo
y traspasaré las más infranqueables barreras
que puedan aprisionar mi inmarcesible amor.
LXXVIII
Desde que te fuiste a las etéreas regiones
hasta lo interminable llega ya mi dolor;
tu ausencia ha llenado mi alma de tanto amargor,
que por el espacio se ha quebrado en mil jirones.
No puedo esperar que por mi amor me perdones.
Mi corazón se llenaba de tanto dulzor
con tu presencia, que no hallaba dicha mayor
y ahora para arrobarlo ya no tengo razones.
¿Amor, por qué tan cruel te has portado conmigo,
que a tan deplorable situación me has llevado
y en el nefasto mundo tan solo me has dejado?
No te demores en llevarme feliz contigo
a esos espacios eternos de luz y color
donde podamos gozar por siempre nuestro amor.
LXXIX
Si en la noche percibes una sutil esencia,
sepas que se ha volatilizado mi amada;
ella es la más sublime rosa aromatizada
que jamás has podido tener en tu presencia.
Si en la noche percatas una sutil presencia,
es mi amor que pasa de este mundo a la nada;
mi afligida alma quedará tan desconsolada,
que ya no podré vivir por el mal de ausencia.
De mi anodina vida, rosa perfumada,
no te diluyas en las tenebrosas tinieblas
de los espacios interminables de la aurora.
Queda a mi lado como fragancia delicada,
no te esfumes con el céfiro como las nieblas
y libera al cautivo que por ti tanto llora.
LXXX
Tú me abandonarás junto a la mar serena
en una playa de arena fina y dorada,
mientras llega la alegre y plácida alborada
tras una apasionada noche de luna llena.
Tú me abandonarás tras una canción que suena
triste y canora en los acordes de una tonada;
arrancarás, cual blanca paloma, mi alma alada
y flébil me quedaré yo llorando de pena.
No me abandones, amor mío, en la noche eterna
donde reinan el infortunio y la oscuridad
y do mis amargas penas jamás tendrán fin.
Llévame contigo al reino donde el hado iverna
en las lóbregas esferas de la inmensidad,
aunque tenga que volar al último confín.
LXXXI
El mal de ausencia que en mi corazón padezco
no puede superar al amor que por ti siento;
tu separación me produce tal sufrimiento,
que si persisto en este mundo sin ti enloquezco.
Hasta el confín del orbe tu vacío aborrezco;
sin ti mi corazón no puede vivir contento
y aunque tu idolatrado amor recobrar intento,
si he de seguir palpitando sin ti desfallezco.
Dulce amada, no le des a mi alma más tormento;
dame de tus rojos labios la miel un momento
para que yo consiga mi amargura endulzar.
Que de tus verdes esmeraldas en el abismo
pueda yo tus encantos ensalzar sin cinismo
y así pueda mis amargas penas olvidar.
LXXXII
En una oscura y apacible noche estrellada
sentía el suave beso de la dorada arena,
era una dulce noche, sosegada y serena,
en la que mi alma al edén se sentía llevada.
Con temerosos pasos se asomó la alborada
y su luz hirió mis ojos como alba azucena;
a su claror creí ver en las ondas una sirena
que del azul abismo había sido arrojada.
El resplandor verde esmeralda de su mirada
mis extasiados ojos ofuscó de tal suerte,
que a olvidarla mil veces prefiero la muerte.
De mi corazón su hermosura quedó prendada
y en él su cegadora visión causó tal huella,
que desde entonces ya no puedo vivir sin ella.
LXXXIII
Regresa, amor mío, de las esferas celestes
a este flébil mundo donde tu amado te espera,
vuelve a inundar su fantasía con tu quimera
y a herir sus ojos con tus argentinas vestes.
Pero no quiero que por mi pasión te molestes
en descender a esta abyecta lama traicionera,
que luego te pueda herir una flecha certera
y que ya nunca a mi apasionado amor contestes.
No olvides que en esta vida estoy por ti penando
desde el momento en que tu bella imagen vi.
Desde entonces vivo en un continuo sufrimiento,
que a mi amarga vida arrastra por el mundo expiando.
Mas no quiero que abandones tu esfera por mí
si tu amor se lo va a llevar consigo el viento.
LXXXIV
Volé por el plateado destello de la luna
al evo infinito para ver tu imagen bella,
mas el refulgente resplandor de una estrella
hirió mis ojos para no ver beldad alguna.
En mi etéreo recorrido no tuve fortuna.
El malhadado hado no me dejó seguir la huella
de la que me epató como fulgurante centella
que del cielo cae a lo más hondo de una laguna.
Mi corazón sigue manando eterno dolor
por la amarga ausencia de mi bello querubín.
Su dulce angustia jamás encontrará consuelo
en este miserable mundo, falso y traidor.
A su sangrante aflicción deberá poner fin
si no quiere vivir sufriendo en este desvelo.
LXXXV
Tu cabello ondeaba en el aura de la mañana
como seda extendida al hálito del viento.
Tus ojos reían jubilosos al firmamento
que en el horizonte se vestía de oro y grana.
Tu voz, como canto de jilguero, se desgrana
por el céfiro y me produce un dulce lamento,
que mis sentidos hiere como suave aliento
de espíritu que viene de una esfera lejana.
Mujer etérea que mi corazón arrebatas,
no me desampares en esta afligida hora
y condúceme a tu reino que no tiene fin.
Si me niegas tu amor eterno, mi amor matas.
Tu beldad ya no será mi fiel auxiliadora,
y vagará mi pena hasta el último confín.
LXXXVI
Eres un sueño feliz de una tarde de mayo,
eres alba azucena que nace en primavera,
eres de mis cansados ojos la luz certera
que a mi rendido corazón hiere como rayo.
Por tu dulce amor mi amor sufre sin desmayo
los agrios embrujos de una pasión verdadera,
por tu amor subiría hasta la más alta esfera
para a tus pies postrarme cual rendido lacayo.
Eres la flor más hermosa entre todas las flores,
etéreo bálsamo que sofoca mis ardores
como suave fragancia de ternura y bondad.
Eres cegador lucero que brilla en el alba,
eres la flor púrpura y rosa de la malva
que a mi corazón enloquece por su beldad.
LXXXVII
Te he querido tanto, a pesar de ser un sueño,
que ya a ninguna otra podré amar jamás
como a ti te he amado, porque tú serás
para siempre de mi aciago corazón su dueño.
En amarte sobre todo puse mi empeño
para que tú no me olvidaras nunca más,
pero fue el oscuro hado, o el azar quizás,
quien de mí te separó como dulce ensueño.
Tú ceñiste mi corazón con lazos de amor
que ya nunca lograré sus nudos desatar,
aunque seguirte quisiera por cielo y mar.
Tendré que sobrellevar de tu ausencia el dolor
hasta que tu sueño en el alba se desvanezca
o hasta que mi eterno amor por ti desfallezca.
LXXXVIII
Como blanca paloma te elevaste tú al cielo
y me dejaste solo en este valle sombrío,
donde en la oscura noche lloro y desvarío
con la esperanza de encontrar en ella consuelo.
Como negra ave al infinito sube el desvelo
que en la tétrica noche me traslada al vacío,
donde todo tu amor trocaría por el mío
hasta que tu alma regresara conmigo al suelo.
Durante las plateadas noches de luna llena
mi corazón se traslada hasta el infinito;
en las difusas e invisibles ondas etéreas
por hallar tu figura angelical mi alma pena,
como penan las almas en el hades maldito,
mientras tú sigues volando por las ondas aéreas.
LXXXIX
Como un azulado fulgor en la noche oscura
del orbe arrancado en las lejanas esferas,
así me han epatado tus formas hechiceras
y me han inmerso en el vórtice de la locura.
Como del aroma de unas rosas la frescura
que de casto amor colma las almas sinceras,
así tus lenes y doradas flechas arteras
han herido mi corazón de dulce amargura.
El fulgor y el aroma de tus tiernos encantos
mi vida han enloquecido con tal frenesí,
que desde tu visión ya no soy dueño de mí.
Viviré mi vida entre lágrimas y llantos
si tú no quieres ser mi amada seductora
y de mi corazón su divina protectora.
XC
Amor, te he visto pasar en la noche estrellada
como azul exhalación que rauda se aleja
y que en el espacio infinito una estela deja
como áurea melena de una sirena dorada.
Por el espacio infinito de la aurora rosada
vi de oro y grana teñida una gualda guedeja;
de rubio querubín la cabellera bermeja
semejaba que por el céfiro iba arrastrada.
Amor, vuelve junto a tu amado en la noche eterna,
aunque tenga que besar los labios de la muerte.
Antes prefiero su tétrico abrazo a perderte
en la triste soledad de tan negra caverna.
Mi corazón no podrá ser jamás consolado
si ya vivir no puedo eternamente a tu lado.
XCI
Blanca paloma que en el evo vuelas, ¿dó estás?
¿Dó está tu verde mirada que hería mis ojos?
¿Dónde están tus libadores corales rojos
que ya no volveré a paladear nunca jamás?
Blanca paloma que en el evo vuelas, ¿dó estás?
¿Dó está la seda de tus cabellos pelirrojos?
¿Dó está tu beldad que me hincaba ante ti de hinojos
y que ya no volveré a admirar nunca más?
Amor mío, ¿qué se hicieron esas blancas vestes
que vaporosas besaban tus níveos senos
y que en las noches de clara plata yo adoraba?
Amor, ¿qué se hicieron esos encantos celestes
que mi corazón henchían de dulzura llenos
y que por su divina beldad tanto te amaba?
XCII
¡Oh cándida paloma que el vuelo equivocaba!
Oye los rojos gemidos de mi eterno amor,
oye la dulce plegaria de mi verde dolor
que el jilguero en el vergel para ti cantaba.
¡Oh flecha de cupido que el céfiro cortaba!
Oye el rasgado grito de tu cautivador,
oye este verso que del alba en el dulzor
para ti en el inmenso océano declamaba.
Vuelve al lado de tu cautivo, mi fiel amada,
no yerres más por ese universo tenebroso,
besa mi mano como cervatilla sumisa.
No me dejes solo en esta tierra desdichada.
Abandona para siempre el cielo vagaroso
y regresa a mí con tu encantadora sonrisa.
XCIII
¡Qué solo me has dejado en este vacío mundo!
¡Qué huérfano de amor ha quedado mi corazón!
Me faltas tú y ya no encuentro ninguna razón
para continuar penando aquí sólo un segundo.
Por renacer tu sueño vivo cual vagabundo
que en la noche infinita siente gran desazón;
por no hallar en ella alivio a mi viva pasión,
arrojarme querría al océano más profundo.
Amor, ¿por qué de mi vida has desaparecido
y a una esfera ignota y lejana te has mudado?
Tan solo me has dejado, que más muero que vivo.
Si de mi perenne amor nunca hubieras huido,
siempre habría sido tu eterno enamorado
para quedarme a tu lado como fiel cautivo.
XCIV
Embrujado amor que en mi vida te has cruzado
y que mi candorosa inocencia has seducido,
¿por qué por otra oscura senda no te has ido
y mi alma en su estado prístino no la has dejado?
¿Por qué radiante apareciste un día a mi lado
y heriste mi corazón con flechas de Cupido?
¿Acaso por mar y tierra te hubiera seguido
si mis ojos tu belleza no hubiera epatado?
Dime, ¿por qué entonces tú ahora me has abandonado
sin yo nunca jamás haberte a ti ofendido?
Mejor hubieras mi corazón no haber herido
para que nunca por ti se hubiera desangrado.
Así yo por mi lado dichoso me hubiera ido
y tú por tu vereda te habrías alejado.
XCV
Ahora que veo el final de mi camino cercano,
viene a mi memoria la quebrada que subimos;
con esfuerzo y tesón a su cúspide ascendimos
los dos amorosamente asidos de la mano.
Hoy rememoro aquel tiempo pasado y lejano
que se llevó los melosos besos que nos dimos.
Aquel luminoso halo de amor en que vivimos
hizo que me sintiera más divino que humano.
Hoy no puedo ya volar por las ondas celestes
que a un mundo etéreo me trasladaban junto a ti
y en el que los dos vivíamos enamorados.
Ahora sólo puedo andar por las sendas agrestes
que me llevan a la amarga fuente en que bebí
los dulces efluvios de tu amor por ti exhalados.
XCVI
Hoy de tus rojos labios he olvidado el sabor
que de exquisitas fragancias colmaba mi boca
y mi alma conmocionada se volvía loca
con las dulces esencias de tu elixir de amor.
Hoy de tus verdes ojos he olvidado el color.
Hoy mi corazón tu suave mirada evoca.
Hoy en mi espíritu tu recuerdo me provoca
una agradable inquietud y un dulce dolor.
Desde el día que tu imagen voló a las estrellas
y que las rosas para mí ya no eran tan bellas,
mi pensamiento no se ha apartado de ti.
Sigues siendo la flor más bella y adorada,
nunca jamás por mí en este mundo imaginada.
Por ti me muero desde el día en que te vi.
XCVII
Al alba recorría el bosque nemoroso
por donde mi espíritu fluía entre la enramada,
iba soñando en pos de mi bella enamorada
cuando sentí el gemir de un manantial rumoroso.
A él con gran cautela me aproximé presuroso
para escuchar mejor su melodiosa tonada.
Ante mí se apareció la tez suave y rosada
de un rubio querubín, del cielo el más hermoso.
Al verlo me quedé confundido y ruboroso:
la voz que cantaba era sedosa y colorada
como la de un serafín áureo y meloso.
Mas sus blondas guedejas y su verde mirada
dejaron absorto a mi corazón doloroso:
eran los ojos y los cabellos de mi amada.
XCVIII
Amor, tu amor se fue para nunca más volver.
Hoy, amor, es el día más amargo de mi vida,
hoy he degustado agrio acíbar como bebida,
hoy, amor, he enloquecido para no enloquecer.
Hoy es el aciago día en que perdí mi querer,
hoy el dolor se embriaga con la sangre de mi herida,
hoy mi dolor ruge como la fiera abatida
que acosada acomete y no se deja prender.
Mi dolor es tan alto que hiende las estrellas,
mi dolor es infinito como el universo,
mi dolor tiene inicio pero no tiene fin.
Hoy perdí la más bella de entre las rosas bellas
y en un inacabable dolor me encuentro inmerso
hasta que mi alma no alcance el último confín.
XCIX
Verteré lágrimas muy amargas esta noche,
me hundiré en tu profundo piélago verdemar,
lloraré hasta mi última lágrima derramar
y hasta mis penas acumular a troche y moche.
Mi atracción hacia ti ha sido de amor un derroche;
tú has sido para mí mi eterna Rosa del Mar,
tú me has hecho dulces mieles de amor deleitar
y para mí tú has sido un verso en la medianoche.
Lloraré tu partida en el confín de una estrella,
me inmolaré por ti en el fuego del amor
y trocaré este mundo por un mundo mejor.
No hallaré en este siglo otra mujer más bella,
tu ausencia será la fuente de mi cruel dolor,
sin ti adoleceré de la más hermosa flor.
C
Yo la quise, y a veces ella también me quiso
Pablo Neruda
¡Oscura noche poblada de estrellas!
¡Noche de mi alma!
¡Noche, a quien tantas veces he invocado,
escucha ahora mis penas más amargas!
¡Oye, por favor, mis humildes ruegos,
mis súplicas más agrias!
Quisiera volver atrás el tiempo,
retornar a los años de mi infancia,
a los dulces momentos en que vi
la bella imagen de mi bienamada.
Quisiera comenzar todo de nuevo,
vivir aquellos años esmeraldas,
volver a enamorarme otra vez
de los encantos de mi bella amada.
Revivir nuestros días más felices,
soñar en las noches de luna plata,
evocar nuestros recuerdos idílicos,
rememorar nuestras horas más plácidas.
Quisiera vagar por los sentimientos
de la mujer que yo idolatraba,
libar el dulce néctar de sus labios
y sumergirme en su verde mirada.
Robar un sutil hálito,
acariciar su melena dorada,
que se derramaba hasta su cintura
como alegre cascada.
Quisiera vivir los gratos instantes
en que por mí fue amada,
en que yo gocé de ella
las mieles de su alma.
Quisiera vivir los gratos instantes
en que ella de mí quedó enamorada,
que junto con su cuerpo
me entregó también su alma.
Yo la quise y (…) ella también me quiso.
Yo no dejé de amarla.
Yo la amaba sobre todas las cosas
y ella también me amaba.
Pero un aciago día,
un día funesto y sin esperanza,
ella se desvaneció de mis sueños
y ya no volví a hallarla.
Era toda mi vida
y llenaba mis horas más aciagas.
Sin su presencia vivir ya no quiero
una vida tan vana y desdichada,
antes prefiero la muerte mil veces
que vivir sin mi amada.
Prefiero vagar por el infinito,
en donde se diluyen las distancias,
do no cuenta la levedad del tiempo
ni la altivez humana,
donde tan sólo viven
espíritus en calma.
Y ahora, oh noche, como adiós te ofrezco
este cáliz de mis amargas lágrimas.
© Julio Noel
No hay comentarios:
Publicar un comentario