I
La blanca fragancia de tus labios besa el alba
en los postreros suspiros de la noche azul,
tus níveos pétalos derraman cándidas lágrimas
y tu cara se llena de inmaculada luz.
Abres tus ojos al resplandor de la mañana
en una sinfonía de albura y color,
el rumoroso céfiro se embriaga con tu aroma
y todo se sumerge en un albino candor.
Tu radiante sonrisa etérea se derrama
por las ingrávidas ondas del viento añil,
frágiles gotas de cristalina agua
que nos regala el generoso cielo de abril.
Tus ojos llueven brillantes racimos de perlas
en los suspiros del primer albor,
lívidos sueños beben en las alas del viento
la blanca fragancia de tu sublime licor.
II
Besa el céfiro las amargas lágrimas
de unos ojos verdes que lloran en el olvido
las dulces palabras de amor que atravesaron
dos corazones sin haberse comprendido.
Las alas del viento se llevan las claras perlas
de los verdes ojos que lloran en el olvido
y en el negro silencio de la noche
quedan gimiendo dos corazones malheridos.
El rumor del aura pasa silente
entre las verdes ramas de los viejos olivos,
despertar no quiere con su susurro
los dos corazones adormecidos.
En el negro silencio de la noche
dos corazones lágrimas de sangre han vertido
y las agitadas alas del viento
al abismo se han llevado dos verdes suspiros.
III
El silencio de la noche le hablaba al río
entre plateadas sonrisas de afligidos sauces
que derramaban sus aterciopeladas lágrimas
al negro fondo del cauce.
Los amargos suspiros que lanzaban al viento
se mezclaban con los verdes aromas del aire,
mientras el silencio atónito se escondía
en el rumor del ramaje.
En la azulada noche cintilaba una estrella
blancos y añiles puñales,
sus lacerantes e hirientes filos cortaban
el silencio oculto entre las hojas de los árboles.
Los suspiros del silencio cayeron al agua
como amarteladas gotas del amor que arde
y la cristalina corriente se los llevó
al inhóspito abismo del fondo de los mares.
IV
Enciende tu arrebol los aromas del aire
en el dulce despertar de la luz del alba
cuando mi afligido corazón tu ausencia llora
entre suspiros de sangre que por ti derrama.
Tus coloradas sonrisas tiñieron el éter
de acariciadoras esencias de oro y grana
cuando huían en las alas del céfiro azul
entre nevados alcores de luz y de plata.
Cuando lloran carmín los labios de la aurora,
tus lágrimas se derriten en el terciopelo
que de sonrojadas sonrisas llenan
la blancura de tus inmaculados sueños.
Cuando mi afligido corazón quiso encontrar
en tus lágrimas carmesíes dulce consuelo,
tu arrebolado aroma se disipó en las nubes
y tú te desvaneciste en las alas del viento.
V
Entre oro y grana suspira el aura
cuando besa los floridos rosales
y su llanto en aroma carmesí
se transforma en las brasas de la tarde.
Una dorada fragancia aletea
en las cristalinas alas del aire
y un delicado gemido escarlata
emana de los floridos rosales.
Dulces cadencias de oro y grana fluyen
por las llamas de la tórrida tarde
y entre gráciles pétalos de seda
se diluye el amor de los amantes.
En púrpuras alas vuelan mis sueños
a las lejanas regiones boreales,
sonríen en aterciopelados pétalos
a las esencias que se lleva el aire.
VI
Con doradas y resplandecientes llamas arden
los álgidos colores de la áurea alameda
en el pausado vagar de la rendida tarde
que en las alas del viento sus suspiros sustenta
y en el plateado hilo de las cristalinas aguas
una albina nube su nívea cara refleja,
por sus blancas mejillas gotas de cristal fluyen
como en las rosas del rocío las claras perlas.
Por los hilos de oro del lánguido atardecer
se deslizan las aterciopeladas cadencias
que lanzan al aire los gárrulos ruiseñores
entre el dorado ramaje de la áurea alameda.
Mis suspiros caen en los brazos de la dulce aura
que a un ignoto y lejano paraíso se los lleva,
mientras la alegre corriente del fogoso río
en un abisal piélago sumerge mis penas.
VII
Dulce volaba la brisa del atardecer
en las doradas alas del parlanchín silencio,
en el lejano horizonte un tul de grana y oro
ardía como urente llama en el azul cielo.
Carmesíes se oían las canoras melodías
que se llevaba raudo el aromático viento
entre incoloras sonrisas de plateadas hojas
mecidas por el lene beso del suave céfiro.
El lento declinar de la mortecina tarde
se llevaba consigo los enigmas del tiempo
a un lugar remoto de las etéreas esferas
perdido en los cárdenos piélagos del universo.
En el dorado atardecer de mis viejos años
de oro y grana se visten mis lejanos recuerdos
y en alas de libélulas esmeraldas y añiles
vuelan hacia mi infancia mis vaporosos sueños.
VIII
Al cielo azul se elevan esbeltos chopos de oro
con finas copas ceñidas de áureas cabelleras,
sus blondas hojas gráciles le hablan al viento
en las arrulladoras noches de luna llena.
Por sus frágiles ramas se desliza el silencio
que llena de un sordo rumor la amena alameda
en los dorados días del apacible otoño
do ya no desgrana su cantar la filomena.
El albino murmullo de las plateadas aguas
apaga el rumor de la sigilosa chopera
y en el terso cristal de su rizada corriente
poco a poco se ahogan mis afligidas penas.
El susurro del aire adormece la áurea fronda
entre los verdes arrullos de la suave pradera
y mi fantasía en las alas del añil éter
teje refulgentes sueños con hilos de seda.
IX
Como inmaculado rayo de luz que atraviesa
el diáfano cristal de mi ventana,
así penetra el fuego de tu amor
en el oscuro océano de mi alma.
Iluminas las negras tinieblas de mis ojos
con los vivos destellos de tu verde mirada
y luego la ocultas en el vasto universo
para que yo no pueda encontrarla.
Edulcoras mis labios con tus purpúreos labios,
tiñes de vivo carmín tus pétalos de grana,
en mi corazón enciendes de tu amor el fuego
y luego te alejas de mí sin decirme nada.
Tu albino esplendor deslumbró las estrellas
como blanco lirio que la luz del sol empaña,
llegaste a mí un dorado amanecer de mayo
como lucero de mis ojos, paloma blanca.
X
Te evaporaste de mi vida
como se diluyen los sueños,
tus rojos labios encendidos
en las lenes alas del viento.
Etérea te fuiste de mí
a las lindes del universo
y con tu amor te llevaste
las llamas de mi amor sincero.
Mis labios quemaron tus lágrimas
cuando te pedí un dulce beso,
luego te desleíste en el aura
y te evaporaste en el céfiro.
Me dejaste solo en el mundo,
sin tu amor y con mi tormento,
para penar toda mi vida
por un amor que fue un sueño.
XI
Entre suspiros de rosas llora tu mirada
verdes lágrimas que presuroso bebe el viento
en las frescas tardes de primavera,
tardes que traen a mi memoria tu recuerdo.
Aquellas doradas tardes de mayo,
tardes de oro y grana que callaron mi silencio
cuando quise beber en la luz de tus ojos
el agua marina de los océanos.
Tardes doradas de mayo florido
que sumergieron mi alma en un áureo embeleso
cuando mis labios libaron en tus corales
el rojo elixir de un apasionado beso.
Tu mirada llora entre clamores de amapolas
las lágrimas amargas que se llevó el tiempo
en las tardes de oro y grana de la primavera
a las verdes profundidades de tus océanos.
XII
La fría noche en cuclillas soñó nuestro amor
que se asomaba a la verde ventana del aire,
las estrellas reverberaban agua de luz
y el silencio hablaba entre las ramas de los árboles.
La noche estrellada se estremecía en sus miedos
como el gato negro cuando huella los hontanares
y voces azules bramaban en el océano
al enfurecido Neptuno, dios de los mares.
Blancos sonidos de pájaros con alas de agua
aleteaban en los gemidos de los cristales,
con sus verdes plumas recamadas de azul viento
traspasaban indemnes las paredes del aire
y sus coloradas voces hirieron mis oídos
cuando entraba en el tétrico reino de la vorágine.
XIII
Una mañana de abril hallé la fuente clara:
en sus aguas de luz bebía la primavera
una dorada copa de plateado licor
que derramara una noche de luna llena.
Sus transparentes aguas sonrojadas cantaban
una canción de amor de una náyade muerta,
por su azogue discurrían las amargas lágrimas
que la ninfa vertió como primorosas perlas.
Llameantes suspiros encendían el frío aire
en la fresca mañana de la azul primavera,
eran como hielo candente que derretía
el dolor en el que ardía la verde yerba.
En las azules aguas de la límpida fuente
contemplé la blanca cara de la luna llena.
XIV
Eres como rocío en la amapola,
como níveo copo en la hierbabuena,
como álgido fuego sobre una ola,
como blanco aroma de una azucena.
Eres el rubio oro de la mañana
y el subido carmín de la tarde,
eres el blanco lucero del alba
que de mi sueño viene a despertame.
Eres la trémula luz de una estrella,
eres la risueña lluvia de abril,
dulce fragancia de la primavera
que me embriagó con su frenesí.
Eres fuego del delirio que pasa,
eres hielo de la pasión que quema,
eres flecha de Cupido que mata,
la rosa que mi corazón se lleva.
XV
El dorado licor descendía en el aire
y de oro llenaba las copas de la alameda
en el tornasolado nacer de la alborada
un tierno amanecer de mi infancia primera.
Pájaros de cristal y voces de alabastro
colmaban de alegría la esmeralda pradera
entre blancos susurros de etéreas mariposas
y fragantes llantos de frágiles madreselvas.
Los átomos del silencio llenaban el aura
de colores púrpura en la dorada arboleda,
mientras en el efímero cristal se diluían
los cárdenos efluvios de mis amargas penas.
Durante breves instantes acarició el aire
el delicado beso de unos labios de fresa,
fue el susurro de un aterciopelado sueño
que raudo se fue como fugaz entelequia.
XVI
Ha llovido y toda la campiña sonríe
a los cristalinos colores que viste el viento
cuando camina sigiloso y amordazado
por los amoratados senderos del silencio.
En el azul desgranan los pájaros cantores
apacibles trinos y sigilosos gorjeos
que redondos como pompas vuelan por el aire
en busca de las horas que se ha llevado el tiempo.
Verdes y azules suenan las dulces melodías
que en las doradas alas se lleva el suave céfiro
a los tétricos y desconocidos confines
del infinito universo.
Por sus vítreas sendas
fluyen veloces mis aterciopelados sueños
en pos de las apenadas y purpúreas horas
que me robó un ciego amor en las olas del tiempo.
XVII
Como blanca efervescencia te elevas al aire
cuando con ímpetu besas el duro basalto,
en nieve se derriten tus líquidos cristales
como nívea rosa abierta en el azul cobalto.
Sutiles perlas tornasoladas resplandecen
entre los tentáculos del tiempo y del espacio,
pero raudo se desvanece su esplendor
en los rizos de tu aturquesado regazo.
Como alba gaviota contigo se eleva mi alma
hacia la añil inmensidad del eterno espacio
y por todo él quisiera volar eternamente
en nubes de cristal y azulados topacios
hasta encontrar en las inefables esferas
la brillante luz que en esta oscuridad no hallo.
Con cándida efervescencia te elevas al aire
mientras mi alma se sumerge en un dolor violáceo.
XVIII
Verdes son los fulgurantes ojos que me miran
en la gélida noche del sideral silencio,
verde es el aura que por el espacio suspira,
verde es tu mirada cual la esmeralda del tiempo,
verdes son los ingrávidos sueños que en ti anidan,
verdes son los suspiros que exhalas al viento,
verdes son las lágrimas que en la mañana destilas
cuando te acaricia el sol con sus manos de fuego.
Blancas como la nieve son tus fragantes flores
que cautivan mis sentidos con níveos aromas,
belleza clara, fusión de todos los colores
que en la nieve de tus pétalos aprisionas.
¡Oh delicadeza pura entre todas las flores
que mis sentidos confundes y mi alma aprisionas,
déjame libar contigo tus albos olores
rendido para siempre entre tus dulces aromas!
XIX
Tus blancas estrellas brillan con la luz del alba
como un nevado amanecer del álgido enero,
tu fragancia sublima los más puros aromas
a deliciosa ambrosía emanada del cielo.
Esencias que se derriten en la suave aura
y se esfuman en el éter con el lene céfiro,
que apaga la azulada lluvia del mes de abril
y luego renacen con más amor y más fuego.
Tu mirada reluce como verde esmeralda
entre la blanca luz y el fruto de tus desvelos,
oros y nieves se fusionan en el espacio
para deleite de los sentidos en el tiempo.
Tu verde mirada palpita en el aire claro
como una estrella azul en el vasto universo.
XX
Huirás por el lejano mundo de las estrellas
dejando roto mi corazón y ensangrentado,
volarás por el edén de las flores bellas
para licuarte en aroma dulce y delicado.
Tu sonrisa volará entre las verdes olas
como ingrávida pluma que se lleva el viento,
lágrimas amargas llorará mi amor a solas
inmerso en el vasto océano de mi sufrimiento.
Tu verde mirada viajará hacia ignotos cielos
suspendida en los blancos aromas de una rosa,
mi pesar se hundirá en los erráticos vuelos
que de flor en flor esboza una mariposa.
Huirás por el apartado mundo de los sueños
entre aromas carmesíes y esencias de flores
y al edén llevarás en tus labios risueños
la amargura de mis penas y de mis dolores.
XXI
Te alejaste de mí una noche sin estrellas,
huiste por el tenebroso mundo de las sombras
y escondiste tu verde mirada en las tinieblas.
Mi corazón has hundido en mortal zozobra
y mi alma has anegado en un negro mar de penas,
en este mundo inhumano me has dejado a solas
con la letal herida de la muerte en mis venas.
De mí te alejaste del mar en las verdes olas
acariciando mis labios en la noche negra,
en pos de ti exhalabas un colorado aroma
que emanaba de esos tus dulces labios de fresa
como lluvia de estrellas que en el cielo enarbola
la rutilante cola de un errante cometa.
Te alejaste de mí entre las oscuras sombras
del universo, y sus infinitas estrellas,
y en este mundo me dejaste huérfano y a solas.
XXII
Tus aromas carmesíes la luz acaricia
en los dorados labios de la naciente aurora,
el esplendente sol tus pétalos colora
y tu corola besa con su suave caricia.
La dorada abeja tu dulce néctar codicia
entre las esencias que tornasolan la flora
y en tu roja fragancia se oculta y enamora
en el placer absorta de tan alta delicia.
Esencias carmesíes y redondos aromas
perfuman y arrebolan los suspiros del aire
cuando se acunan en las sonrisas del alba.
Por el azul blancas vuelan las raudas palomas
henchidas de nívea candidez, gracia y donaire
hacia el último velo de la noche malva.
XXIII
Tus esencias esplenden el rumor de las olas
en el fulgor supremo del lucero del alba
y el vivo fuego de tus sonrojadas sonrisas
de oro enciende el cielo y de grana.
Tus aromas se dispersan por las blancas nubes
que de subido carmín prenden su toca alba,
arreboladas por las fragancias carmesíes
que tus aterciopelados pétalos derraman.
Aladas flechas de Cupido beben los vientos
en el azul amanecer de la áurea mañana,
mientras una abeja teje albinas aureolas
entre los níveos efluvios de la milenrama.
De carmín son los sueños del rumor de las olas
que coloras con los efluvios de tus fragancias
y de aterciopelado carmesí son los besos
que de tus labios rojos en el albor emanas.
XXIV
La verde sonrisa de tu mirada
palpita en las doradas alas de mis sueños
como las plateadas hojas de los álamos
mecidas en los suaves arrullos del céfiro.
En los rosáceos amaneceres del alba
se viste de topacios azules el cielo,
entre la verde fronda de álamos y alisos
desgrana su cantar el jilguero.
Silente en las húmedas sombras de la alameda
se desliza el vaho mañanero,
entre sus azuladas guedejas veo pasar
una triste mirada de verde terciopelo.
El cárdeno silencio de la blanca mañana
rompe el grito de un pito real desde un cerezo,
mientras mi pena de allí se aleja
para sumergirse en las sombras del silencio.
XXV
Entre silencios de amapolas brilla tu cara
como la luz de un diamante de vivos destellos,
mientras blancas azucenas sueñan en el alba
con los purpúreos besos de tus labios de fuego.
Un sordo rumor sube por el hilo de plata
como azulado vapor que se expande hacia el cielo,
es el eco de tu verde mirada
que a mi corazón causa infinitos desvelos.
En la frondosidad de la sombría enramada
se escucha un canto triste y lastimero,
es la voz de una avecilla desconsolada
que ha perdido a su caro compañero.
La corriente se lleva una apasionada lágrima
hacia las profundidades del lejano océano
y en las límpidas alas de la rosácea aura
se van desvaneciendo mis colorados sueños.
XXVI
Los rubios aromas de la mañana
se desvanecían en los cárdenos alcores
como angustiados suspiros de blanca paloma
diluidos en los álgidos vientos del norte.
Las irisadas nubes de algodón se elevaban
por las azules cumbres de los montes
y entre luminosos destellos de plata y oro
se perdían en la inmensidad del horizonte.
Blanca era la paloma y azules las montañas
que traían a mi memoria recuerdos incólumes
de los dorados años de mi lejana infancia
tejidos entre las verdes ramas de los robles.
Mi espíritu suspira ahora a la orilla del mar
entre lágrimas amargas y aromas salobres;
disueltos en nubes blancas y azules brumas
se esfuman mis penas y mis dolores.
XXVII
Huérfano estoy de tus esencias y tus aromas
en la inmensa soledad en que ahora me encuentro,
sumergido en la espesura de mi tristeza
en los profundos abismos del feroz océano.
En mi memoria perduran tus lindos encantos
que la primavera me brindara en otros tiempos,
pero ahora ya sólo son las pálidas cenizas
que dejan en mi mente tus fogosos recuerdos.
Las tornasoladas auras del risueño abril
arrebolaban mis aterciopelados sueños,
mientras tus embrujos se esfumaban en el aire
y se inundaba de gratos aromas el universo.
Mis recuerdos de ayer ya no son más que humo
que al vasto espacio se lleva el viento,
su vacío lo ocupa mi inmensa soledad
que vive en la esperanza de un último anhelo.
XXVIII
Libaré el aroma de los mirtos gigantes
en el dulce sueño de la noche estrellada
y seguiré de la luna la senda plateada
para beber la luz de los luceros brillantes.
Me guiarán las huellas de las estrellas errantes
en el océano azul de la noche alada,
mi triste pena será a otro orbe trasladada
en nívea carroza de dos corceles radiantes.
Huiré en la noche oscura al mundo de las estrellas
si ya no puedo beber de las rosas más bellas
el aroma que perfuma todo mi jardín.
Seguiré el curso de la luna y de los luceros,
que me llevarán por las dunas y los senderos
del universo infinito hasta su confín.
XXIX
Entre suaves céfiros y apacibles auras
se licúa el color carmesí de mis sueños,
como volátil espiral de azulado humo
que al espacio infinito raudo se lleva el tiempo.
Una náyade con cabellos de oro y plata
va tejiendo por las fuentes mis áureos deseos
y entre los tornasolados susurros del aire
se oyen los clamores de mis rosados anhelos.
Blancos aromas de aterciopelados rosales
derriten en el éter de las horas los pétalos,
como amargos suspiros que se alejan del alma
rebuscando en el espacio el perdido tiempo.
Mis penas, como enjambre de doradas abejas,
van libando el néctar con su aguijón de veneno
y jamás tomarán una efímera pausa
como el fogoso río hasta el fondo del océano.
XXX
Tus labios sonríen como pétalos de rosa
en el blanco amanecer de la dulce alborada,
tu cara aparece risueña y colorada
rasgando las sombras de la noche tenebrosa.
Al cielo extiendes tus rosáceos brazos de diosa
poniendo fin al reino de la noche estrellada
y, con el tul suave de tu túnica azulada,
del día te eriges en la reina más hermosa.
Las níveas sombras que duermen entre la arboleda
se apagan con el trino que el jilguero desgrana
en el blanco amanecer de la dulce mañana.
Un velo azul se desvanece de la alameda
mientras las verdes copas se orlan de oro y grana
con los dorados hilos que el jilguero hilvana.
XXXI
Dorados murmullos se oyen en la alameda
en el claro despertar de un sonriente día:
gorjeos multicolores de aves canoras
que a la áurea alborada le dan la bienvenida.
Por el azul ascienden ardorosas fragancias
en las frágiles alas de la sedosa brisa,
con sus infrangibles hilos de oro urden el velo
que cierne las negras amarguras de mi vida.
En la lejanía ríen los labios del alba
con una encendida y colorada sonrisa
y por el cielo se desplaza una blanca nube
que el intenso azur engalana y acaricia.
Entre luces y sombras fluye un hilo de plata
que hacia la distante mar lleva mis desdichas,
su argentino cauce surcan los viejos recuerdos
que vistieron mi infancia de blancas alegrías.
XXXII
Entre besos de la brisa y suspiros del aura
van muriendo mis aterciopelados sueños,
como sutiles gotas del matinal rocío
que entre risas y lágrimas se las bebe el tiempo.
En el dorado oreo su aroma la rosa exhala
besada por los delicados labios del céfiro
y con él al espacio sus colores derrama
para engalanar con irisado tul el cielo.
Unos bellos ojos esmeralda descubrí
entre las sedosas alas del viento,
su verde mirada hería las briznas del aire
que se esparcían como fina lluvia de fuego.
Incandescentes pavesas surcaron el éter
henchidas de amor como las flechas del dios Eros,
indolentes atravesaron mi corazón
arrastrándome tras de sí al profundo piélago.
XXXIII
Salíferos son esos suspiros esmeralda
que derramas en las playas de dorada arena
y tu glauca sal entre las rocas se derrite
como el oro de la tarde en la noche negra.
Tus murmullos sonríen a la noche estrellada
como los labios del alba a la blanca azucena,
en mis oídos resuenan tus verdes silencios
como el reflejo azul de una lejana estrella.
En tus olas arrullas el aroma marino
que endulzará las amarguras de mi tristeza
y que trasladará mi corazón malherido
a los floridos vergeles de lejanas tierras.
Salerosos son tus verdes ojos esmeralda
que con sus glaucos dardos atraviesan mis penas
y en la dulce corriente de tu aroma salino
aprisionan mi amor con su verde turquesa.
XXXIV
Tus ojos esmeralda son luz que arde
en la áurea brisa de la mañana
un conmovedor amanecer
de ternura y nostalgia.
En el nacer del fulgente día
por tu rostro resbalan verdes lágrimas,
turquesadas perlas llenan la brisa
que acaricia tu cara.
Con delicadeza besa el céfiro
tus cándidos labios de espuma clara
y tus aromas se los lleva el viento
al piélago de mi alma.
Tu cara es de un verde turquesa,
tus dulces labios son espuma blanca,
las verdes esmeraldas de tus ojos,
luz que arde en tu mirada.
XXXV
Cuando canta la calandria y trina el ruiseñor
en las calurosas mañanas del mes de mayo,
te mostraste ante mí risueña y candorosa
y toda etérea te deshiciste entre mis manos.
El iris de tus vaporosos pétalos
se licuó en el azul del tiempo y del espacio,
como añiles esencias que el viento derrama
por la pulpa carmesí de tus rojos labios.
La verde mirada de tus incitantes ojos
se fundió en el esmeralda de los verdes prados
y toda tú te mostraste volátil y etérea
entre los sueños que sustentan mis desengaños.
Cuando canta la calandria y trina el ruiseñor
sus alegres melodías y sus dulces cantos,
toda tú te deshaces risueña y vaporosa
entre el calor y las caricias de mis abrazos.
XXXVI
Para encontrar el fuego de tus rojos labios
mi dolor se alarga hasta el infinito,
mis sueños me acercan al mundo de las estrellas
para que tu corazón lata junto al mío.
Arreboladas sonrisas vuelan el espacio
que separa de nuestros alientos el destino,
sus ruborizadas llamaradas nos envuelven
en un inmarcesible sueño de amor divino.
Tu verde mirada incógnita de las azules
estrellas fluye por el áureo río,
va en busca de un amor que perdió en el ocaso
de los inmensos precipicios de un mar de lirios.
Para encontrar el fuego de tus rojos corales
mi pena se hundió en los más profundos abismos,
deseosa de hallar en los oscuros piélagos
los dulces pétalos de mis delirios.
XXXVII
Verdes llamas de amor ardían en tus ojos
en los albores de nuestra primera mirada,
eran como reflejos de lejanas estrellas
o los sublimes destellos de dos esmeraldas.
Tu cara de amapola encendía el azul céfiro
con un etéreo tul de oro y grana,
los urentes efluvios que exhalaban tus labios
por el ingrávido manto del cielo añil volaban.
Rojas sonrisas huían en las alas del viento
como ígneas lenguas de una hoguera en llamas,
eran las sombras que acariciaban el aire
con los embrujos de tus coloradas fragancias.
Verdes llamas de amor ardían en tu ojos
al cruzarse conmigo tu primera mirada,
en el fluir eterno del río de nuestras vidas
transparente se esfuma un velo añil y grana.
XXXVIII
En los azules campos de la rosada aurora
te vi ocultar los rojos gemidos de tu llanto,
suspendida en las alígeras alas del viento
eras como un inmaculado cisne blanco.
El céfiro bebían tus ingrávidas alas
cuando ascendías inmarcesible a lo más alto,
te sumergiste en las aterciopeladas nubes
para evaporarte en la inmensidad del espacio.
En tu ausencia bebo el aroma de una rosa
que me embriaga con los efluvios de sus labios,
las perlas que resbalan por sus sedosos pétalos
son las lágrimas que vertía tu dulce llanto.
En las cálidas noches del tropical estío
busco tu luz entre los luceros y los astros,
pero sólo hallo como respuesta a mi anhelo
la sombría soledad del inmenso espacio.
XXXIX
Un silente susurro en la noche se escuchaba
entre verdes tapices que velaban mi sueño,
era la sonrosada voz del aire
que se difuminaba en el rumor del silencio.
Sus aterciopeladas cadencias mis oídos
acariciaban entre dulces besos
y con tiernos arrullos a otro orbe ascendía
llevado en las alas del suave céfiro.
Una paloma se posó a mi lado
desviando de la turquesa agua su blanco vuelo,
mi ser quedó inmerso en una canción de amor
que beber me hizo las mieles del tiempo.
Cuando llegó la sonriente alborada
y los hálitos de su luz rozaron mi lecho,
mi corazón se vio desfallecer:
el amor soñado había muerto.
XL
Azul era el silencio en la noche estrellada,
blancos eran los suspiros de las verdes olas
y redondos los sonidos de las caracolas
que simulaban el eco de la mar salada.
Verde era el viento que murmuraba en la ensenada,
verdes eran los ojos que miraban a solas
y carmesíes, como dos lindas amapolas,
eran los pétalos de tu cara colorada.
Salados aromas portaba el aura en sus alas,
como ingrávidas plumas que se lleva el viento
a las regiones del olvido y de la calma.
Monótonas rompían las olas en las calas,
como los sueños que arrobaban mi pensamiento
en los recovecos más nebulosos de mi alma.
XLI
Rosa blanca, exhalas tus aromas en la noche
azul que bebe los suspiros de tu fragancia.
Tu candor vuela en las alas del viento,
tus esencias se licúan en la sutil aura,
la blancura de tus pétalos se desvanece
en los dorados hilos de la noche estrellada.
Rosa blanca que suspiras aromas de miel
cuando hilan mis sueños las urdimbres del alba,
llévame con tu bálsamo al lejano paraíso
de la inocencia y de la esperanza.
Rosa blanca que purificas con tu albura
las turbulentas sombras de la noche del alma,
derrama sobre mis oscuros sueños
las blancas esencias de tu inmaculada cara.
Rosa blanca que exhalas aromas en la noche,
llévame entre tus besos con mi paloma blanca.
XLII
Flor que naces azul en la quietud del bosque,
que ríes cuando te liba la dorada abeja,
que el añil de tus pétalos palpita en el aire
cuando el dulce soplo del céfiro te orea.
Flor que exhalas tus fragancias en la alborada
cuando canta el ruiseñor en la fresca alameda,
que derramas tus suspiros al viento,
que brillas en el esplendor de la primavera.
Flor que cautivas la sonrisa de la mañana
en el melódico canto de la oropéndola,
que la luz bebes con el embrujo de tus labios,
que esparces tu azulado aliento por la floresta.
Flor que te humillas ante todas las demás flores,
flor que escondes tu linda cara entre la verde hierba,
flor que derramas por el campo luz y fragancias,
flor de labios azules..., ¡te llamaron violeta!
XLIII
Tu áurea flecha hirió mi corazón
como fuego de abejas o lluvia de amapolas,
los pétalos de tus encendidas fragancias
irradiaron mis penas por las eternas olas.
Tu blonda cabellera de oro y grana
acaricia las doradas sonrisas de mis sueños
en las coloradas mañanas del mes de abril
cuando la alondra desgrana su cantar eterno.
Tus verdes ojos derraman sonrisas
por los rosáceos labios de la brillante aurora,
mis viejos recuerdos de plata y luz se diluyen
en la etérea aura de los cálidos aromas.
Las ardientes lágrimas que fluyen de tus fuentes
se emulsionan en las aguas de mis ensueños
como aterciopeladas perlas de ígneo rocío
que se derriten en los labios del suave céfiro.
XLIV
Esencias carmesíes brotan de tus miradas
que vuelan por la blanca espuma de tus senos,
son finos aguijones de doradas abejas
que derraman en mis labios su dulce veneno.
La blanca sonrisa de tu lene despertar
es acero que cercena la noche estrellada;
el murmullo de tus aterciopelados labios,
conmovedora armonía en el nacer del alba.
Los efluvios de las flores derraman sus lágrimas
en el lento amanecer de tus níveos sueños,
sus refulgentes aromas acarician mi alma
con los sedosos hilos de mis viejos recuerdos.
El silencio de la noche muere en tus brazos
como suspiro de amor que se ahoga en el agua,
mientras el suave céfiro arrastra cálidas voces
que resbalan por el velo azul de la alborada.
XLV
El silencio de la noche hablaba muy despacio
a los añosos álamos de la orilla del río
con redondas palabras ebrias de vanidad
y con fingidas lágrimas y amargos suspiros:
«Viejos álamos que en vuestras doradas copas
portáis el rancio vino de los años vividos,
escanciad conmigo vuestro dorado licor
y os ayudaré a cruzar las puertas del paraíso».
La verde brisa besaba las ramas
como la amorosa madre a su hijo,
mientras en el oscuro silencio de la noche
se escuchó un lastimero gemido.
De todos los álamos era el más anciano,
su edad podía rebasar ya el siglo,
tenía la piel rugosa y resquebrajada
y parte de su tronco carcomido.
«No quiero escuchar tus aduladoras palabras,
locuaz silencio que hablas como falso amigo,
déjanos llorar aquí a solas nuestras penas
y vivir con honor el sueño de los siglos.
Cada mañana esperamos el suave abrazo
del aura que acaricia nuestras hojas con mimo
y luego escuchamos con mucha emoción
de las canoras aves sus melodiosos trinos.
Pasamos innumerables horas contemplando
los áureos tornasoles del lecho cristalino;
su apariencia nuestros ojos engaña,
siempre los mismos y siempre distintos,
en el incesante pasar del tiempo ni uno
solo una sola vez se ha repetido.
Déjanos vivir nuestras alegrías y penas
aquí con nuestro orgullo bien erguido,
contemplando la vida pasar a nuestro lado
y esperando la muerte siempre en el mismo sitio».
El silencio de la noche cerró sus labios
y sin palabras se fue con inmenso sigilo.
XLVI
Densa es la luz que en la mañana alumbra mis pasos
por la oscura vereda que serpea los prados,
verde es el aura que ilumina la alba pradera
en los azulados días de la primavera,
púrpuras son los aromas que hienden el aire
cuando las abejas liban los rojos rosales,
blancos son los suspiros del silencio
que en sus aceradas alas se lleva el viento,
azul es el vuelo de la cándida libélula,
amarillo el canto de la esquiva oropéndola,
hacia el oro y púrpura en que arde el cielo
volando van mis cárdenos sueños
y en la densa luz de la brillante mañana
mis penas al fondo del mar se las lleva el agua.
XLVII
Verde mirada en el inmenso espacio perdida
como brillante gema que acrisola el tiempo,
tu filo esmeralda hiende las ondas etéreas
como el más sibilante de los fríos aceros.
Tus pupilas son dos gotas de ámbar en el agua,
son dos carbones incandescentes de ígneo fuego,
son dos inflamadas flechas que encienden
la dulce llama de amor que abrasa mi pecho.
Tus pupilas son rojos dardos que hieren el aire
en la eterna noche del universo,
son dos templadas espadas de acero colado
que cercenan los gritos del gárrulo silencio.
Verde mirada perdida en el inmenso espacio
como irisado destello del vasto universo,
tu luz rutila en la noche estrellada
para guiar mis pasos por la senda de los sueños.
XLVIII
Rojas amapolas de la noche estrellada
que vais volando en las alas del tiempo,
derramad en los verdes espacios infinitos
el dulce carmesí de vuestros alados pétalos.
Arrebolados aromas de la noche azul
que embriagáis la rosa de mis sueños,
dejad que fluyan vuestras esencias coloradas
hasta la esfera más alta del último cielo.
Verde esperanza de la noche amada
que traes a mi memoria mis dorados recuerdos,
desvanécete en las olas etéreas
de las inextricables sendas del universo.
En mis velas veo pasar tus rojas amapolas
y las azules rosas de mis sueños,
y la verde esperanza de mi áurea memoria,
en las blancas noches de rumorosos silencios.
XLIX
Te alejaste de mí en las sombras de la noche
por el camino del lucero que busca el alba,
te diluiste en la luz de una estrella azul
como lágrima de rocío que cae al agua.
Seguí en pos del aroma carmesí de tus labios
a lomos de un vespertino corcel de oro y grana,
la verde brisa de tus ojos era la senda
que a mi alado corcel a su destino guiaba.
Bebí la luz, bebí la sombra, bebí el viento,
bebí la noche azul y estrellada,
viajé por el túnel del espacio y del tiempo,
y de tu esplendor y tu fragancia no hallé nada.
En el dulce despertar de la bella aurora
un gárrulo ruiseñor se posó en mi ventana,
su canción de amor hirió mi corazón
en la luz dorada de la sonriente mañana.
L
Viento azul, emanas en las sombras de la noche
del fulgor quebrado de las lejanas estrellas,
tus frágiles alas llevan el rojo carmín
que exhalaron los labios de la flor más bella.
Viento azul, tus álgidos suspiros me traen redondos
aromas robados a la eterna primavera,
como rojos besos arrancados a los pétalos
de una rosa en un oasis de blancas azucenas.
Viento azul, tus suaves susurros me enloquecen en
la noche con sus cantos de sirena,
cantas a mis oídos palabras de amor y luego
te vas, y mi corazón suspira de pena.
Viento azul, exhalas en las sombras de la noche
fuego helado de las níveas estrellas,
en tus lenes alas me traes palabras de amor
de una ilusión que murió antes de que naciera.
LI
Los níveos dedos de seda de la noche oscura
acarician el ardiente carmín de tus pétalos,
entre los efluvios de sus vaporosas manos
se derrite la fragancia de tus rojos besos.
El apasionado aroma de la noche en calma
nuestros labios une en un fulgurante destello
y tu voz se pierde en la lóbrega oscuridad
ahogada por los suspiros que exhala el silencio.
La negra noche refulge como sol en llamas
con el brillo de tus labios rojo terciopelo,
tu fulgente luz diluye en el etéreo espacio
las arreboladas sonrisas del suave céfiro.
Creí ver tus verdes ojos en campos esmeralda
engarzados en los topacios del azul cielo,
dulce fantasma y vaga ilusión de mi mente,
ilusorio fruto de mis azorados sueños.
LII
Ciega era la luz que alumbró tu súbita huida
en el verde mar del tiempo,
mientras mis palabras permanecían mudas
en el rumor del silencio.
Cuando tus rojos labios encendían el aire
y en el éter ardían tus glaciales besos,
el cándido canto de la calandria
arrancó de mi pecho suspiros lastimeros.
A las álgidas nubes se elevaron mis ayes,
en pos de ti corrieron mis dorados sueños
y en las azules alturas del amplio espacio
escuché los cálidos aromas de tus pétalos.
Negra era la luz que iluminó tu súbita huida
en el verde mar del tiempo
y morados los gemidos de mi alma
que seguían tus pasos en las alas del viento.
LIII
Tu lejano recuerdo hálitos de alegría
trae a mi mente en las claras tardes primaverales,
como indelebles gotas de ámbar y rocío
que subliman el aroma de viejos rosales.
El risueño timbre de tu voz suena en mis oídos
a argentino canto de coros angelicales,
dulce melodía que hiere las ondas etéreas
y de gozo y dicha mi alma colma a raudales.
La dulce fragancia de tus adorados pétalos
de carmín entinta las esferas celestiales,
como un ancho mar de carmesíes amapolas
en un florido campo de dorados trigales.
Una mañana de la sonriente primavera,
cuando las flores exhalan brillos siderales,
la verde brisa de tus ojos besó mis labios
entre azuladas luces de irisados cristales.
LIV
La aurora derritió una gota de rocío
que rasgaba el carmín nevado de tus pétalos
cuando sonreía con sus labios de amapola
a las blancas fragancias que se llevaba el viento.
Tus ojos derramaron verdes lágrimas
que encendieron la pasión de mis sentimientos,
mientras los corales de tu boca se diluían
en las etéreas alas que agitaba el céfiro.
Una oropéndola desgranó su canto de oro
y una calandria arrojó su cantar al viento,
diamantinas perlas exhalaban las flores que
los claros cristales hundían en el océano.
La sonrisa azul de la brisa del alba
batió su suaves alas en silencio,
mientras tu sonrojada cara de amapola
se escondía tras el níveo carmín de tus pétalos.
LV
Gotas de rocío perlan tus labios
cuando la rosada luz acaricia el alba,
coloradas perlas que de amor arden
en el suave amanecer de la dulce alborada.
Tus efluvios mis sentidos despiertan
del azorado sueño de una noche estrellada,
aromáticas caricias que mi alma sumergen
en un océano inmenso de luz y fragancia.
Los irisados destellos de tus rojos pétalos
visten de fino tul el aire de oro y grana
y tus labios besan la verde brisa
que a tus bellos ojos les roba el aura.
El zumbido de las abejas rompe el silencio
que en las sosegadas tinieblas respirabas
y ahora un halo de dorados murmullos resuena
en el profundo eco de tus miradas.
LVI
Tus labios me sonríen con su risa de luz
que cae como copos de nieve en la madrugada,
níveas mariposas que en el azul revolotean
como pétalos de flores y pompas de agua.
Tu blanca sonrisa surca el etéreo espacio
bañada en luz de plata,
tus redondos aromas se apagan en el aire
en halos de oro y grana
y las ardientes exhalaciones de tus ojos
atraviesan mi pecho con su verde mirada.
Blanco es el reír de tu cara de azucena
en el rosáceo amanecer de la mañana
y blanco es el vuelo de la cándida paloma
que rompe el azul en las níveas horas del alba.
LVII
El silencio de la noche escucha mis suspiros
en el titilar de las rutilantes estrellas,
mientras en el profundo abismo de tus ojos
se van ahogando mis penas.
En el oscuro azul de la noche estrellada
tus lágrimas resplandecen como verdes gemas
y sus flechas de amor se clavan en mi pecho
como dulces espinas que mi alma atraviesan.
Una alondra parda su gárrulo canto detiene
al oír los gemidos del silencio en el alba,
era mi corazón malherido
que en el negro desierto de la noche penaba.
En el rosáceo firmamento llora el lucero
de oro y ámbar lastimeras lágrimas,
son los últimos sollozos del locuaz silencio
que suspira a la noche que se apaga.
LVIII
Tu flamígera mirada es verde fuego que
atraviesa el piélago de las negras tinieblas,
flecha de Cupido que el corazón de la noche
eclipsa con velo de blanca seda,
luz de plata que besa el llanto del rocío,
aura que acaricia los labios de una azucena.
Tu flamígera mirada es verde fuego que
quema los vagidos de la noche atormentada,
nívea luz de blanco lirio que orea
los dorados destellos del lucero del alba,
esplendente fulgor en las oscuras sombras
que brilla en el cielo como fuente de plata.
Tus ojos refulgen como radiantes estrellas
en el tímido amanecer de la mañana.
LIX
Sonríe a los hálitos de la noche tu encanto
con inmaculados labios de blanca azucena
y tu risa en las azules bóvedas resuena
cual de grácil ruiseñor el melodioso canto.
El vacío de tu risa aviva mi llanto
en el claro sopor de la noche serena,
en mi soñar me arrulla tu voz de filomena,
su ausencia me causa doloroso desencanto.
La verde aura de tus ojos aterciopelados
besa los rosados labios de la nívea aurora
cuando tu rutilante fulgor llega a su fin.
En el cielo mueren los parpadeos irisados
de las estrellas cuando tu faz se decolora
y ya no brilla una sola rosa en tu jardín.
LX
Manan las fuentes de tus ojos agua esmeralda
cuando tu corazón llora suspiros de pena
que se llevan las coloradas alas del viento
hasta la luz inmensa de lejanas estrellas.
Quisiera beber con mis propios labios esos
arrebolados suspiros que el viento se lleva
y libar las verdes lágrimas de tus fuentes
para ahogar en el abismo de mi alma tus penas,
pero vuelves tus ojos hacia otro lado para
no ver la encendida pasión que arde en mis venas
y así poder derramar tus amargas lágrimas
en el inmaculado aroma de una azucena.
Tus ojos son verdes esmeraldas que derriten
el fuego azulado que emana de las estrellas,
son dos arcos que hieren mi corazón
con el veneno letal que impregna sus flechas.
LXI
Como finas dagas que el beso del aura hienden
son tus rojas miradas de amapola,
como gotas de almizcle en el rocío del alba
son las lágrimas de tu encendida corola.
Tus efluvios carmesíes corren como ríos
de lava que fluyen entre cúspides remotas
por los etéreos piélagos del azul cobalto
hasta arrebolar mi corazón que a solas llora.
Los rojos besos de tus apasionados labios
derriten las cadenas que mi amor aprisionan
y sus tenues fragancias se las lleva el viento
como ambrosías que se licúan en las olas.
Tu azulada voz en mis labios enmudece
en el silencioso despertar de la aurora,
cuando el delicado trino de los pajarillos
diluye mis penas en el color de una rosa.
LXII
Cantaban las abejas sus doradas canciones
sumidas en las esencias de viejos rosales
cuando vi pasar ante mis atónitos ojos
los ardientes efluvios de tus rojos corales.
Yo me asomé a las alas del viento
para ver los rosados pétalos de tu cara,
de tus ojos se desprendían lenguas de fuego
que no eran carmesíes sino verdes llamas.
En los azulados topacios del océano
vi flamear la verde brisa de tu mirada
y en tu encendido rostro pude ver
los esplendentes fulgores de dos esmeraldas.
Cantaban las abejas sus doradas canciones
mientras bebían el aroma de los rosales
y yo cantaba mi dolida canción al viento
mientras te ocultabas en el fondo de los mares.
LXIII
En un jardín de luz y color me hirió
el ardoroso fuego de tu verde mirada,
absorto iba por la senda de las estrellas
cuando mi corazón ardió de amor en llamas.
Tu cálida sonrisa heló mis sueños
que de éste a otro mundo me llevaban
y de tus labios ardientes efluvios fluían
que me embriagaron con su fragancia arrebolada.
Mis sentidos perdí ante tu sublime presencia,
mi razón quedó ante tu beldad obnubilada;
el céfiro, los sueños, los aromas, la vida...
todo se diluyó ante esa verde mirada.
Volé con tu mirada, volé con el viento
hacia el reino de la noche y de la nada,
volé por las nubes del espacio y del tiempo
donde mi vida se inundó de luz y esperanza.
LXIV
Vuela la frágil libélula por el hilo de plata
en cadenciosos y azulados vuelos,
su ingrávido cuerpo suspende en las verdes ramas
o en la acerada aguja de un junco verdinegro.
En las remansadas aguas del hilo de plata
su vals azul baila en pausados revoloteos,
ora suspendida en el frágil velo del aire,
ora posada en la luz del níveo venero.
Sus aéreas acrobacias semejan los compases
de grácil bailarina ante horizontal espejo
que ensaya los rítmicos pasos de una danza
con delicado donaire y alígero esmero.
Por el hilo de plata fluyen mis esperanzas
entre rítmicas acrobacias y azules vuelos,
mientras las lívidas penas de mi corazón
bogan en el tenebroso mar de mis recuerdos.
LXV
Trajo la noche el aroma rojo de tus labios
mientras la luna tu rosada boca besaba,
el tintineo de las constelaciones azules
reverberó con tu verde mirada.
El rumor del silencio de rubor se encendió
al acariciar tus pétalos la voz del aura,
tus ojos de lágrimas se llenaron
cuando el rocío hirió el cutis de tu cara.
Oro y grana de la naciente aurora
de cálidos aromas llenó la luz del alba
y los gorjeos de los gárrulos ruiseñores
en el cristal rompieron el silencio del agua.
Tu risa de color y fragancia voló al aire
entre gráciles sonidos y voces de plata
y el perfume de tus rosados sueños
se quedó prendido en las verdes ramas.
LXVI
Tu dulce voz se apagó en la noche estrellada
como el pábilo que a su fin llega de una vela,
el verde fulgor de tus ojos el éter riela
en los negros abismos de mi alma apasionada.
Murió tu rojo canto en la orilla de la nada
como suspiro de amante que tu amor anhela
y ahora el tétrico silencio de la noche vuela
con una hiriente espina en mi corazón clavada.
El color de tu voz renace en la alborada
con luces carmesíes y verdes melodías
para arrancar de mi corazón la aguda espina.
En el leve dormir oigo tu voz divina:
entre rosas me inocula dulces alegrías
que arrancan de mi corazón la espina clavada.
LXVII
En el negro silencio de la noche
busqué en tus divinos ojos la luz del mar
para que mis confusos pasos guiara
por la peligrosa senda de la libertad.
Anduve por los caminos del viento,
por las azules esferas de la inmensidad,
por las montañas, los valles, el río, la nieve,
pero tu verde luz no la pude encontrar.
En el negro silencio de la noche
buscaré otra vez la luz del esquivo mar
para que sus verdes reflejos me lleven
a donde sople la brisa de la libertad.
LXVIII
La luz de tus pétalos eclipsó la blanca nieve
en el fulgor de la noche estrellada
y las verdes fragancias de tus ojos
como saetas en mi corazón fueron clavadas.
Los suspiros de las rosas conocen mis penas
que a las alas del aire están encadenadas,
con sus colores atraen las doradas abejas
que con sus susurros cortan los hilos de plata.
Por el níveo cristal de la clara corriente
fluyen gimiendo las penas de mi alma,
en el oscuro manto de la noche azul
la blanca luz de tus pétalos quedó eclipsada.
Tus pétalos ya no lloran argentina nieve,
tus ojos ya no exhalan sus verdes fragancias,
mis penas se las lleva la corriente del río
y ya no brotan de mi corazón rojas lágrimas.
LXIX
Ayer te vi pasar por los rizos del viento
en la verde brisa que brotaba de los mares,
ibas toda vestida con tu cendal blanco
en carro de plata por los ríos siderales.
Escuché el rumor de tu silencio
escondido en la verde sombra de los árboles,
allí te vi pasar en los brazos del aura
suspendida en las etéreas alas del aire.
Tus labios eran pétalos de rosa
que suspiraban rojas fragancias a raudales
y los embrujos de tus negros ojos
mis sentidos ofuscaron con dardos mortales.
Ayer te vi pasar enamorada del viento
por irisados ríos de auroras boreales,
ibas encendida en plateado halo de luz
entre las verdes ondas de tenebrosos mares.
LXX
Tu verde mirada corta el viento
donde a fuego acuñaste tus huellas sagradas,
por el cristalino río de las blancas sombras
fluyen en silencio tus verdes lágrimas.
Suaves gotas de rocío en la aurora florecen
como pétalos de nieve en flamígeras rosas,
de tus labios se desprenden cálidos efluvios
que de rojo tiñen el blanco aroma.
Por las fragantes sendas del apacible céfiro
fluyen las esencias de tu cándida corola,
entre albas caricias de azucenas y jazmines
que liban los corales de tu divina boca.
Mi corazón avanza temeroso
por el diáfano río que sembraron tus lágrimas,
va en busca de las exhalaciones carmesíes
que se diluyeron como el lucero del alba.
LXXI
Hoy recuerdo el lejano ayer
en que nuestras miradas juntas se acariciaron,
los verdes embelesos de tus ojos
que una acerada espina en mi corazón clavaron,
las lágrimas que el álgido fuego
de tus tersos pétalos apagaron,
los rojos besos que en los aromas de la noche
con su dulce néctar embriagaron nuestros labios,
los suaves suspiros que en el rumor del silencio
el espejo de la luna empañaron...
Hoy ya no es aquel lejano ayer.
Hoy las llamas de nuestro amor se han apagado,
ya no hay besos ni caricias entre tú y yo;
entre tú y yo sólo hay un silencio agrio
que los inhóspitos vientos del norte
trajeron de aquellos enamorados años.
LXXII
El aroma carmesí que suspira el céfiro
de color inunda el terciopelo de tus labios,
entre los dorados reflejos de tu mirada
se esconde el dulce veneno de tus verdes dardos.
Mi mirada acaricia el perfume de tus pétalos
en el tierno nacer de la tenue alborada,
cuando se esconde el blanco rumor del silencio
en los rosados destellos de la luz del alba.
La sonrisa de una abeja besa tu corola
entre débiles zumbidos y suaves halagos,
mientras se oye el canto amarillo de la oropéndola
en el verde silencio de los erguidos álamos.
Tu ausencia el dolor de mi corazón habita
en el silencio de tu ingrávida morada,
sólo el dulce carmesí de tus rojos pétalos
aliviará la pena de mis amargas lágrimas.
LXXIII
En tus dulces besos bebo la roja fragancia
de esos tus labios aterciopelados
y el aroma salobre del agua marina
que inunda el iris de tus ojos con verdes dardos.
Tu hermosura resplandece tras la vítrea lluvia
como anacarada brisa en las rosas de mayo,
tus colores se esparcen en los labios del viento
por las nítidas sendas del tiempo y del espacio.
La brisa del mar envuelve tus rojos efluvios
en gotas de sal y amargo llanto,
que luego deposita, alegre y jubilosa,
en mis tristes y apasionados labios.
En los besos de tu enardecida fragancia
bebo las dulzuras de tus encantos
y las salobres alas de la brisa del mar
al verde océano se llevan mis desengaños.
LXXIV
La noche se desvanece con su negro canto
en el blanco cendal de la alegre alborada
y tus ojos ya no beben el color del viento
que se derrite en perlas de oro y grana.
En los ardientes labios de la rosada aurora
se posan los suspiros de tu verde mirada,
mientras las aceradas lágrimas de tus ojos
se van diluyendo en los suaves besos del aura.
Entre las sombras de los álamos se esconden
los níveos rumores de la noche que se apaga
y un fragoroso silencio sus alas extiende
por la llanura sin fin de la luz del alba.
La noche se ha ido con suspiros de pena,
sus rumores ha ocultado en la laguna de plata,
el silencio besa tus labios con tul de seda,
mientras el néctar liban las abejas doradas.
LXXV
El rojo de la rosa se diluye en el aire
como fuego que arde en río de plata,
su perfume el cielo azul oscurece como
enjambre de abejas que liban la luz del alba.
El carmesí de sus pétalos vibra en mis ojos
con vivos resplandores de incandescentes brasas,
el carmín de su luz enciende el universo
en ardorosos colores y dulces fragancias.
El rojo aroma de sus delicados efluvios
néctar de dioses es para mi acongojada alma,
sus esencias se diluyen en el cielo azul
como suaves melodías que el ruiseñor canta.
Sinfónico acorde de colores y perfumes
que mis blancos sueños muda en nubes escarlata,
tus rojas cadencias surcan las sendas del éter
en las alas del viento y los suspiros del aura.
LXXVI
El silente susurro de la noche sonríe
a los ardientes efluvios que emanan tus pétalos
bajo la sombra de la luna que se esconde
tras las blancas lágrimas de un lejano lucero.
Mis ojos exhalan profusamente esta noche
agrios suspiros que se lleva el viento
en las aladas carrozas del agua marina
a las verdes profundidades del vasto océano.
Voy sembrando por el aire albas margaritas
y a las olas voy arrojando sus blancos pétalos,
sus lágrimas se convierten en soplos de sal
que se alejan en las azules alas del céfiro.
Tus rojos corales besan las saladas plumas
que la suave aura ha llevado hasta tu lecho,
mis labios de tus labios liban el elixir
en el dulce susurro del nocturno silencio.
LXXVII
El matutino llanto perla tus suaves pétalos
con el diáfano néctar de la noche estrellada,
tus lágrimas irisadas de amor
de esos verdes ojos se las lleva la alborada.
En el claro amanecer tus labios sonríen
a las últimas luces del lucero del alba,
que entre níveos hilos y azul cobalto
sus cálidos fulgores lentamente se apagan.
Suspiros fragantes exhalas al viento verde
entre dorados susurros y tiernas lágrimas,
sus redondos aromas acarician el aire
con aterciopelados besos de oro y grana.
Entre tenues murmullos de las trémulas hojas
y el plateado arrullo de la corriente del agua
se evaporan las perlas de tu llanto
y se disuelve el rojo aroma de tu fragancia.
LXXVIII
La ausencia de tu verde mirada
suscita en mi ser un morado sentimiento,
como los destellos cárdenos de la violeta
cuando suspiran en el flébil soplo del viento.
Te alejaste de mí presurosa
como la fulminante luz de un rayo en el cielo,
ibas toda vestida de blanco,
envuelta en un níveo traje de terciopelo.
Tus cálidos carmines y tus dulces fragancias
se evaporaron en los labios del céfiro
y los ojos verdes que tanto me fascinaban
se confundieron con las olas del océano.
Los rojos corales de tus labios
se desvanecieron entre los rizos del tiempo
y la ausencia de tu verde mirada
me hirió de muerte con su violáceo veneno.
LXXIX
Vuelas en la infinitud del azul espacio
con el vuelo equivocado de blanca paloma,
en tus níveas alas te llevas mi fiel amor
y la flecha que hirió mi corazón, en tu boca.
Vuelas presurosa hacia la eterna inmensidad
por un etéreo camino de luces y sombras
sin volver tu vista un instante atrás
y ver que mi alma queda por ti llorando a solas.
Los efluvios de tu piel impregnan el aire
y en la brisa de la mañana bebo su aroma;
tú te alejas de mí por el espacio y el tiempo,
mas tu cara de azucena nada entre las ondas.
Volaste hacia la infinitud del espacio azul
entre suspiros de lirios y besos de amapolas
y me dejaste aquí llorando en el tiempo
con mi dolor y me pena a solas.
LXXX
Cuando la luz del universo voló al abismo
y obnubiladas quedaron todas las estrellas,
sólo tu beldad resplandeció entre todas ellas
como el níveo destello de un lejano espejismo.
Cuando en las blancas noches me digo a mí mismo
que entre todas las rosas tu encanto destellas
y que eres la más bella de entre todas las bellas,
te conviertes en puro verso de mi lirismo.
Tu inmaculada flor se deshizo en mis manos
una mañana indeleble del mes de abril
cuando en nuestros labios se posó un beso de amor.
Mas todos mis anhelos fueron empeños vanos,
cuando quise ver tu cara en el cielo añil
al abismo cayeron tus labios y tu flor.
LXXXI
Late el mar de tus ojos en tu afable mirada
como verdes efluvios que se lleva el viento
en las serenas olas de la noche estrellada
hacia los profundos océanos de mis sueños.
Los dorados dardos mi corazón atraviesan
en el más callado de los silencios,
sus rojas espinas no necesitan palabras
para horadar lo más hondo de mis sentimientos.
En el tenue fulgor de la blanca alborada
su verde luz se diluye en el cielo
como suspiros que se lleva el aire
a los incógnitos piélagos del universo.
Late en tus ojos un mar de afable mirada
que tras de sí se lleva mis hondos sentimientos
como amorcillos que sonrientes saltan
en el abismo del océano de mis sueños.
LXXXII
Con la verde pasión de tus ojos enciendes
la luz que ilumina la sombra de mis penas,
que llorando van por el río de la nostalgia
a verter en la mar del recuerdo su tristeza.
Mis lágrimas de dolor y silencio colman
los caudalosos ríos de tu larga ausencia
por donde fluye el amor de aquellos dorados
años que hirió nuestros corazones de inocencia.
En las noches desveladas del cálido estío
aspiro el rojo aroma que por mi ventana entra,
fragancia que enardece en mis rendidos sentidos
el apasionado fuego que enciende mis venas.
Una verde brisa se desliza por mi lecho
y con su álgida lengua mi arrebato congela,
frente a mi ventana se desvanece una luz
que rauda se oculta en una lejana estrella.
LXXXIII
Entre destellos de amapolas duerme tu casa
y en esencias de jazmines guarda tu recuerdo
bajo las sombras de los olorosos tilos que
fueron fieles testigos de nuestro amor eterno.
Su alma mecen el suave arrullo de las olas
y las constantes caricias del cálido céfiro;
entre suspiros de amor y dulces fragancias
espera anhelante el regreso de su dueño
que un día se alejó envuelto en rojos perfumes
suspendido en las alas del viento.
Sus verdes ojos derraman lágrimas amargas
con sordos alaridos y gárrulos silencios,
esperando que un día vuelvan a brillar
los colores de tus aterciopelados pétalos.
Entre destellos de amapolas duerme tu casa
y en esencias de jazmines guarda tu silencio.
LXXXIV
El aroma de tus aterciopelados pétalos
tejió en mi corazón rojos hilos de seda,
con tu verde mirada fuiste hiriendo mi alma
e hilando mi amor con tus cálidas esencias.
Delicadas fragancias besaban nuestro amor
entre los frágiles dedos de la madreselva
aquellas apacibles noches en que los dos
libábamos los efluvios de la primavera.
Caminamos por verdes sendas perfumadas
de heliotropos, jazmines y blancas azucenas,
enlazadas nuestras almas radiantes
con perfumados anillos de fragantes cadenas.
Anoche la sonrisa azul del aura alada
te arrastró hasta la última estrella
y mi sangrante corazón quedó llorando
por el aterciopelado aroma de tu ausencia.
LXXXV
De tu aromática ausencia yo regresé
como la abeja de polen de la flor cargada,
volando en las infrangibles alas del viento
entre efluvios carmesíes y verdes fragancias.
En los interminables espacios yo dejé la
rosa que perfumaba los suspiros de mi alma,
quedó suspendida en las amarillas tachuelas
que siembran de margaritas la noche estrellada.
Una cálida sonrisa entre sus rojos labios
dibujó cuando iniciaba mi marcha,
prendido a ella quedó mi roto corazón
que por sus heridas púrpura sangre manaba.
En las azuladas noches de sombras sin luna,
noches perfumadas de silencio y nostalgia,
mis ojos buscan en el vasto cielo una estrella
que en sus labios lleva una sonrisa dibujada.
LXXXVI
Dorados silencios se oyen en la radiante mañana
que vuelan entre los aromas de tu roja sonrisa,
van tejiendo sutiles velos de finísima seda
para ocultar en sus hilos los ojos con que me miras.
Susurros silentes fluyen por tus delicados pómulos
entre los colores del viento y las suaves caricias
que van urdiendo las abejas en los tules del aire
mientras el dorado néctar de tus labios liban.
En el cándido despertar de la alegre alborada
hieren el silencio azul coloradas melodías,
en sus dulces notas prendidas van tus rojas fragancias,
cálidos destellos de amor que sólo duran un día.
Dorados silencios se oyen en la radiante mañana
que arrullan mis sentidos entre fragantes lilas,
son los colores del viento y los delicados aromas
que exhalan tus labios carmesí entre llantos y risas.
LXXXVII
Suenan los violines del viento en la luz de alba
mientras alzo mi canto a las últimas estrellas.
En el silencio azul de la noche
fluyeron lágrimas de amor y dulces esencias
por las claras fuentes de tus ojos que manaron
agua de rosas y luz de azucenas.
Los pulsos de tu ahogo sonaron en mis oídos
como sordos zumbidos de doradas abejas
que libaban el elixir de tu corazón
para arrojar en la noche azul tus hondas penas.
Suena el azul silencio de la noche
por cárdenos alcores y esmeraldas veredas,
mientras tus ojos lloran lágrimas de amor
y derraman por la noche azul dulces esencias.
Suenan los violines del viento en la luz del alba
cuando elevo mi canción a la última estrella.
LXXXVIII
Hoy las alas del viento me trajeron
dos ojos verdes como esmeraldas,
que en mi corazón clavaron sus flechas
de elixir de amor envenenadas.
Subí a las frágiles alas del viento
en busca de la que me robó el alma,
recorrí todo el espacio infinito,
mas en todo él no pude hallarla.
Desperté de mi sueño vagabundo
en los brazos de la dulce alborada
y me encontré con una tierna rosa
que se deshacía en amargas lágrimas.
Besé el rojo néctar de sus labios,
succioné el dulzor de su fragancia,
bebí las agrias lágrimas que vertía
y se evaporó en la luz del alba.
LXXXIX
Muere el último hilo de la luna
y se difunde el oscuro velo de la noche,
en su agonía se lleva la luz de mi vida
y los fragantes anhelos de dos corazones.
Efluvios carmesíes de sutiles fragancias
derraman con delicados suspiros las flores
y en el silencio de la noche azul
se oyen los gélidos ecos del viento del norte.
La luz cerúlea de una lejana estrella baila
en el oscuro velo de la noche
una macabra danza de la muerte
por dos almas gemelas que no se corresponden.
Muere el último rayo de la luna
antes de que el viejo reloj dé la medianoche
y en el tenebroso silencio que me rodea se
oyen los rojos latidos de dos corazones.
XC
La trémula aura mecía las plateadas hojas
entre los hilos de oro y grana de la tarde
y los rojos suspiros de una rosa
prendidos quedaban en las ramas de los árboles.
La alameda movía sus párpados de plata
con la ligera brisa de los labios del aire,
sus verdes ojos poco a poco se ocultaban
del fragante carmín de los rojos rosales.
El oro del ocaso tiñe las blancas nubes
y el silencio se desliza por el verde valle,
las cálidas voces de los pájaros cantores
se apagan como suspiros que se lleva el aire.
La rumorosa corriente del cantarín río,
diluidas en sus plateados cristales,
se lleva las penas que invaden mi corazón
a lo más escondido del fondo de los mares.
XCI
Libaban las abejas el néctar de las flores
bajo los acordes amarillos de sus alas,
y en el aura revoloteaban los carmesíes
de tus sensuales labios de terciopelo y grana.
Tu arrebolada sonrisa a la brisa se abría
como un abanico de colores y fragancias
que volara a las lejanas estrellas entre
azuladas melodías y silencios malvas.
Las abejas susurraban su eterna canción
entre flores de azahar y níveas milenramas
que derramaban sus inmaculados aromas
al plateado espejo de la corriente del agua.
El río se lleva los efluvios aromáticos,
el céfiro se lleva el color de tus lágrimas,
las abejas se llevan el néctar de las flores
y tu sonrisa se lleva el dolor de mi alma.
XCII
Vuelan las blancas gaviotas sobre el mar azul
como vuelan tus verdes miradas por mis sueños
y entre esos vuelos de miradas y gaviotas
vuelan las acerbas espinas de mis tormentos.
Vuelan rojos aromas en las alas del aura
tan dulces como los efluvios de tus pétalos,
sus frágiles esencias hieren mi corazón
con las viperinas lenguas de su vil veneno.
Vuelan ilusiones azules por los anillos
de las inmortales esferas del universo,
en sus tenues e infrangibles alas se llevan
las flamígeras sombras de mis áureos recuerdos.
Vuela la blanca sal sobre las verdes olas,
vuelan las blancas gaviotas sobre el océano,
vuela la medida del tiempo sobre el espacio
y vuelan tus verdes miradas sobre mis sueños.
XCIII
Lloraba en el profundo espacio una estrella verde
caudalosos ríos de amargas lágrimas,
sus efluvios ribeteaban el velo celeste
de azules topacios y verdes esmeraldas.
Mi mirada se hundía en el recóndito azul
en las flébiles horas de la noche estrellada
en busca de los verdes ojos de aquella estrella
que sembraba en el cielo topacios y esmeraldas.
La negra noche era hermosa y serena,
en sus profundos océanos de etéreas aguas
pude ver innumerables destellos celestes,
pero no la estrella que derramaba las lágrimas.
Mis rojos ojos manaron abundantes ríos
antes de que el cielo cubriera el manto del alba,
en aquella honda y fría inmensidad
no pude encontrar la verde estrella que lloraba.
XCIV
En el suave despertar de la bella aurora
bebo las rojas fragancias que manan tus labios,
ascienden risueñas en los efluvios del alba
para derretirse entre los dedos de mis manos.
La verde luz que irradian tus ojos hechiceros
prende la llama de mi corazón arrobado,
que palpita con el dorado fuego
de unos aguijones envenenados.
Tus pétalos acarician las dulces abejas
mientras liban el rubio néctar de tus encantos
y un ligero soplo del apacible céfiro
al cielo se lleva los gemidos más amargos.
En el bello despertar de la suave aurora
mis sueños se licúan entre sutiles bálsamos
y las llamas de mi flébil corazón se encienden
con los rojos suspiros de tus labios.
XCV
El aterciopelado aroma de tus pétalos
enciende de carmín los labios de la aurora
en los sonrojados amaneceres de mayo
cuando desgrana su blanco cantar la alondra.
Sus argentinos acordes ascienden al cielo
entre arrebolados murmullos de amapolas,
entre las límpidas risas del céfiro,
entre los azulados suspiros de las ondas
y entre tus verdes miradas que se diluyen
por el espacio infinito de luces y sombras.
Hoy he besado el rojo bálsamo de tus labios
cuando nuestras dos almas se encontraron a solas
mecidas en las ingrávidas alas del viento
entre blancos arrullos y cálidos aromas.
Hoy he libado la roja esencia de tus pétalos
sumergido en los acordes de un ave canora.
XCVI
En tus labios se posaron cálidas esencias
que derritieron la miel de tu dulce boca
y tus ojos derramaron dos ardientes perlas
que bebieron de la mar en las verdes olas.
Una arrebolada sonrisa se elevó al cielo
entre los suspiros carmesíes de una rosa,
mientas tú, triste y sola, te quedabas llorando
lágrimas de sangre en un campo de amapolas.
Tu mirada se encendió de ardoroso fuego,
las alas del viento se agitaron en la fronda,
tus pétalos se licuaron en el aura azul
y tus lágrimas derramaron verdes aromas.
De tus cálidos labios fluyeron las fragancias
que encendieron el arrojo de mi pasión loca,
pero te desvaneciste en las alas del viento y
me dejaste con mi dolor y mi pena a solas.
XCVII
Tus rojos labios perfuman el aura
en las luminosas mañanas del mes de mayo,
sus esencias navegan en las alas del tiempo
hasta las profundidades del eterno espacio.
Por tus colorados aromas fluyen mis días
como el agua cristalina río abajo,
siempre la misma y siempre distinta,
pero nunca retorna atrás la que ya ha pasado.
Tus redondos colores encienden el viento
con los rojos aromas que exhalan tus labios
y tu hiriente mirada se aleja al infinito
entre verdes esmeraldas y azules topacios.
El agua de la clepsidra no cesa su caída
mientras mis amores van muriendo muy despacio,
tus rojos labios perfuman el aura
en las efímeras mañanas del mes de mayo.
XCVIII
En el suave despertar del alba
unos labios redondos besaban el rocío,
las rojas fragancias que exhalaban sus corales
como acerada espina herían mis sentidos.
Fueron desvaneciéndose las lágrimas
y al aire se elevaron mil suspiros,
eran las fragancias de aquellos rojos labios
que se diluían por el azul infinito.
El silencio veló con su sombra los labios
de las rojas fragancias que me habían herido,
en el grácil sopor de la alborada
los redondos besos cayeron en el olvido.
Dorados susurros hendieron la mañana
entre esencias carmesíes y blancos gemidos,
una voz de plata apuñaló mi corazón
y mis sueños se deslieron en el infinito.
XCIX
Amor, volaste al espacio infinito
como el carmín de la amapola
y en tu alígero baúl te llevaste
los suspiros de la naciente aurora.
Te marchaste ligera de equipaje
en los brazos de una ingrávida ola
y volaste por el vasto universo
sembrando por él estrellas y rosas.
Tu blanca luz alumbra los espacios
donde habitan las luces y las sombras
para guiar los indecisos pasos de mi
alma cuando le llegue su última hora.
Amor, volaste al espacio infinito
como el carmín de la amapola
y en tus ingrávidas alas te llevaste
los suspiros de mi doliente boca.
C
Como blanca paloma volaste al infinito
donde todo es y todo se reduce a la nada
y yo quedé atrapado en los garfios del tiempo
contemplando solamente tu verde mirada.
Las pompas y boatos del mundo se esfumaron
como humo que desprenden las flameantes llamas,
sólo los rojos besos de tus ardientes labios
llenaron el vacío en el que quedó mi alma.
De noche oigo sigilosas voces que se esconden
en lo más velado de la bóveda estrellada,
es el eco que recorre el espacio eterno
de nuestras palabras enamoradas.
Como blanca paloma volaste al infinito
con tu ingrávida luz y tus cándidas alas,
contigo te llevaste lo que yo más quería
y me dejaste a solas con tu verde mirada.
© Julio Noel
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