domingo, 30 de mayo de 2021

Aromas de nostalgia

 


I


Como flor que acaricia con su perfume el céfiro

quisiera besar el aroma de tus pechos,

como flor que derrama su carmín en el alba

quisiera inhalar el dolor de tus lágrimas.

Cuando tu aroma arrebola la brisa del mar

y tu sonrisa acaricia las alas del viento,

por el aura se escucha un afligido lamento

que de mis dulces sueños me viene a despertar.

Cual fulgor de una mirada que hiere las estrellas

quisiera beber la blancura de tus senos,

cual sonrisa que se diluye en labios de fresa

quisiera libar la fragancia de tus besos.

Cuando de tus pétalos muera el prístino aroma

y de tus labios se apague la última sonrisa,

el dolor de mi corazón beberá sin prisa

el dulce veneno que en tus pechos asoma.







II


Dulces gorjeos oigo en la madrugada

de un sonrosado amanecer de abril,

sus acordes hieren mi corazón

cual bífido filo de un bisturí.

En el alegre despertar del día

rojos acordes hienden el aura,

¡ah aceradas flechas del amor

que como dardos os claváis en mi alma!

Los colorados murmullos del viento

en sus alas me traen una tonada,

son las últimas palabras de amor

que huyeron de los labios de mi amada.

Amenos sones oigo en la mañana

que reavivan el fuego que sentí,

sus llamas ya sólo son el rescoldo

de aquel arrebato que yo sufrí.





III


En el blanco rumor del agua

tu verde mirada yo veía,

en el fondo de la corriente

una lágrima se diluía.

Dos rojos corales besaban

el plateado espejo del río

y un suspiro de amor quedaba

prendido en los pétalos de un lirio.

El ocaso derramó sangre,

grana y oro bebió el río,

tus pómulos se arrebolaron

con el aroma de un suspiro.

Las sombras ahogaron el agua

en que tu mirada yo veía,

tus lágrimas oscurecieron

la verde luz de mi vida.







IV


De tus pétalos el aroma

en el nacer de la alborada

al fuego de las estrellas eleva

el frenesí de mi alma.

De tus labios el carmesí,

de tus ojos las esmeraldas

a la esfera más remota se llevan

mi pena más amarga.

De tu cara las amapolas,

de tus iris las verdes llamas,

en el color de su arcoíris arden

los suspiros de mi alma.

De tu álgido amor el fuego,

de tu roja pasión las llamas

han carbonizado mi corazón

con sus candentes brasas.





V


Salinos perfumes impregnaron mi alcoba

en el alegre despertar de la luz del alba,

eran suspiros de amor que acunaba el mar

en el undoso lecho de sus inquietas aguas.

Sonrojados susurros ascendían al aire

en la arena de la dorada playa

y hasta mi lecho llegaban amargos sollozos

de una rosa carmesí derretida en lágrimas.

Sobre la flor volaba una mariposa azul

y entre el cielo y el agua, una paloma blanca,

y hacia mi corazón voló una verde flecha

con su acerada punta envenenada.

Rojos efluvios cerraron mis ojos,

un velo púrpura arreboló la luz de mi alma,

en el mar se desvaneció la blanca paloma

y en la dorada arena, la rosa colorada.







VI


Rosa blanca de primavera,

tú me recuerdas la nieve caída en el invierno,

en las elevadas cumbres y en la verde pradera.

Tus inmaculados perfumes

al azul del cielo se elevan

como candorosas palomas

que portan la blancura en alas de inocencia.

Los apasionados labios

de las laboriosas y doradas abejas

besan tus blanquísimos pétalos

y tu albina luz en sus canastas se la llevan.

En las mañanas de san Juan,

cuando canta la filomena,

tus aromas vienen y van

por el camino azul de las estrellas.

Rosa blanca, entre tus inmaculadas sonrisas

quedan aherrojadas mis penas.




VII


Los aromas carmesíes que vierten tus labios

en el oro resplandeciente de la alborada

arrebolan el carmín de las amapolas

que lloran lágrimas de sangre con tu fragancia.

Gotas de rocío perlan esos rojos labios

en la áurea sonrisa de la mañana,

efluvios de elixir que liban las abejas

en los rubores de la rosa más colorada.

Verdes miradas que aureolan la sonriente luz

cuando mueren las sombras de la noche estrellada

se clavan en las doradas flechas del amor:

urentes espinas que me hieren envenenadas.

Aromas carmesíes manan tus rojos labios

en los primeros albores de la luz del alba,

níveas lágrimas de rocío perlan tus pétalos

mientras se clavan en mi alma tus verdes miradas.








VIII


Un temblor me alejó de ti un aciago día

en que mis sueños seguían la luz de una estrella,

me fui en pos de los pasos de una grácil doncella

que tras unos ojos verdes de mí se escondía.

Su luz fue, en la noche oscura, báculo y guía

que alumbró mi camino como blanca centella,

pero en el bosque me perdí tras la imagen bella

de una diosa que mi voluntad enloquecía.

En el tímido despertar de la alborada,

quise ver su rostro en una fuente reflejado

cuyo deslumbrante cristal mis ojos hirió.

Vana ilusión de mi loca mente obnubilada

que de un fugaz sueño se había enamorado

y que sólo en mi rendido corazón vivió.





IX


Blanca paloma, copo de nieve,

estrella de sal, inmaculada luz que llora,

tu seráfica imagen ondea

en los traslúcidos balanceos de las olas.

El agua besa tus albinos pétalos,

el sol acaricia tu inmaculada corola

y las doradas abejas liban el rocío

que la noche dejó en tu nívea corona.

Hacia el azul del cielo suspirando se elevan

los blancos efluvios de tu vaporoso aroma

y a las cristalinas aguas del río

las exhalantes lágrimas de la noche arrojas.

Como impolutos copos de nieve,

tus argentinas alas en el agua se posan

y en el inefable espejo de plata

se extasía tu inocencia, ¡oh blanca paloma!








X


Blanco cantaba el mirlo entre el follaje

de la verde y refrescante alameda,

la blancura de su canto de seda

espejo era de su raro plumaje.

Vestía de gala albino traje

que epataba la esmeralda arboleda,

su voz era blanca como la seda,

pero más níveo aún era su ropaje.

Como lucero en la fronda brillaba

el albino mirlo de blanca voz

que al cielo sus lamentos elevaba.

Era el melancólico portavoz

que de blanco vestía la alameda

con la albura de su canto de seda.






XI


Entre tiernos arrullos de pájaros cantores

libaba la primavera el color de las flores,

aromas multicolores por el éter fluían

que en dorados sueños mi espíritu adormecían,

las dulces auras con sus blancos labios de seda

besaban suavemente la plateada alameda,

los cárdenos ardores de la alegre mañana

verdes se volvían junto a la fresca fontana,

a su lado una cervatilla bebía el viento

mientras sorbía el dulce licor con oído atento.

El ardoroso hálito mis fuerzas consumía

al acercarme lentamente a la fuente fría,

mi súbita presencia a la gacela asustó

y en un suspiro la plácida fuente dejó.

Al acercarme a aplacar mi ávida sed a ella,

en el fondo azul vi la imagen de una doncella.








XII


Con el cándido beso de los lirios

y el dulce color de la primavera,

vuelve a clavar tu verde mirada

en el piélago de la mar serena.

Como aroma carmesí de las rosas

y palpitante néctar de las flores,

derrama en los efímeros vientos

la suave fragancia de tus amores.

En la rosácea aura matutina

mi corazón libará tus efluvios,

como la abeja el polen de las flores

en las frescas mañanas de junio.

Y mi sed de amor quedará saciada

cuando beba el licor de tus corales,

como la delicada mariposa

cuando liba el rocío en los rosales.




XIII


De pavor tembló la noche estrellada,

se apagó el lucero matutino,

se encendió el rubor de la alborada

cuando te cruzaste en mi camino.

De esmeralda era tu verde mirada,

tus sedosos cabellos, de oro fino,

tu boca era como fresa rosada

que destilaba un licor divino.

De tu belleza quedé locamente

enamorado y a tus pies rendido

cual mísero fámulo de tu amor.

De pena lloré cuando de repente

me atravesó la flecha de Cupido

bañando mi corazón de dolor.









XIV


En el bosque, hechizado, perseguí una gacela

que llevó mis pasos al lugar más escondido,

en pos de sí una fragancia incendiaba el aire

con un cárdeno aroma a hierbabuena y tomillo.

En un ameno soto de plantas aromáticas

manaba una olorosa fuente agua de mirto,

en su espejo una ninfa miraba su cara

inmaculada como los pétalos de un lirio.

Sus rizados cabellos de oro peinaba absorta

entre blancas sonrisas y ardorosos suspiros,

de su boca de fresa amargas quejas volaban

en tules esmeraldas hacia el orbe infinito.

Mi súbita presencia en aquel dulce edén

en efímero vaho esfumó mi sueño idílico.







XV


La risa de tus labios ilumina tu cara

en los blancos días de la alegre primavera,

eres cual bella náyade que en la fuente espera

el purpúreo aroma de la rosa más cara.

Tus verdes ojos son como la esplendente Zara

que brilla cual fulgente sol en la azul esfera,

eres entre las más lindas flores la primera

y entre todas fulges como lucero sin tara.

Tierna y cándida como la blanca azucena,

irradias tu perfume como halo de esplendor

cuyo brillo ciega a todos cuantos te miran.

Afable y primorosa, tu mirada está llena

de amarga dulzura y de pérfido candor

que cautiva el corazón de cuantos te admiran.









XVI


Tu linda cara parece oro y grana

como el trigo entre las amapolas,

tus ojos, esmeraldas en las olas

que el nacer alegran de la mañana.

Tu voz, dulce fluir de la fontana

y salado eco de la caracola,

es la más resplandeciente aureola

que jamás ciñó belleza humana.

El tornasol de tus rosadas alas

se refleja en la dorada alameda

como las blancas notas de un violín.

En la alborada un vaho azul exhalas

que embruja mi alma con suave seda

y la eleva hasta el último confín.







XVII


Besos nacidos de tus encendidos aromas

hacia la noche azul fluyen iluminados,

con sus alas acarician mis sueños dorados

que vuelan por el éter como blancas palomas.

Callados susurros oigo en la noche estrellada

que desvelan con sus voces mis dorados sueños,

cálidos suspiros de tu fragancia anhelada

que brotan en la aureola de tus labios risueños.

Besos y suspiros que arden en la noche azul

con el fuego de tus encendidas esencias

en las lenes alas de la arrebolada brisa.

Caricias que mueren en el estrellado tul

buscando en mis dorados sueños las fluorescencias

que encienden los fríos aromas de tu sonrisa.








XVIII


No fue el canto de la oropéndola

lo que escuché al nacer el alba,

fue la sonrisa de tu voz

que alegre a mi oído cantaba.

En las calmadas horas de la noche,

cuando tiemblan las estrellas lejanas,

el aroma de un amor me sumerge

en un jardín de luz y calma.

Una amena voz me seduce

en las olas de una remota playa

y su canto de sirena me lleva

a un paraíso de nostalgia.

Fue la sonrisa de tu voz,

con su blancura y su elegancia,

la que me despertó con su canto

en el dulce nacer de la alborada.





XIX


Como rayo de luna que se aleja

en la inmensidad del cielo azul,

se aleja la sonrisa

de esos verdes ojos que tienes tú.

El aroma de tus rojos labios

enciende los pétalos de tu cara

como los dorados rayos del sol

que visten el cielo de oro y grana.

El arrebol ruboriza tus pómulos,

como la primavera a la amapola,

y la luz de tus ojos

se licúa entre las verdes olas.

Blancas fragancias arranca el viento

a la nívea azucena

y diluidas en sus blancos aromas

a la mar van mis penas.








XX


Entre blancos suspiros de azucenas

y sedosas fragancias de magnolias,

en el azulado mar de la noche

tu sueño se licúa entre sus olas.

El fulgor esmeralda de tus ojos

se difumina en la noche estrellada

como el brillo del blanco lucero

cuando despierta la alegre mañana.

Los besos carmesíes de tu boca

se derriten en la algidez del hielo

cuando en el océano de la noche

con la dulzura de tus labios sueño.

Cuando mis párpados besa la aurora

y mi tálamo no alumbra tu luz,

una espina hiere mi corazón

y una paloma vuela en el azul.




XXI


El aroma carmesí de tus labios

en el rumor se diluye de una ola,

por él mi corazón va penando

hacia un mar de sombras.

La verde sonrisa de tu mirada

sueños de oro tejió en mi fantasía,

las doradas espinas de su miel

hirieron mi alma de melancolía.

El postrero suspiro de la noche

ecos me trae de tu risa de plata,

una perla de rocío recorre

la herida que abrió tu última lágrima.

El colorado aroma de tus pétalos

se derrite en el susurro de una ola

y el candor de mis nostálgicos sueños,

en el fuego de una amapola.







XXII


Dormido está el paisaje

en el rumor de la noche estrellada,

en sus meandros se esconde

el silencio de la luna de plata.

Un aroma azul al cielo asciende

entre risas carmesíes y granas,

musical sinfonía de efluvios de

rosas, lirios y malvas.

Por cándidos senderos de colores

y por mares de azuladas fragancias

vagan tus sedosas sonrisas hasta

la estrella más lejana.

Por el plateado río de la noche,

que al mar lleva sus aguas,

van fluyendo mis penas

ahítas de sueños y nostalgia.





XXIII


Son tus ojos agua de primavera

y tus besos, suspiros de otoño,

son tus labios fresas bucólicas de

los idílicos bosques nemorosos

que por el relente de la mañana

esparcen aromas de grana y oro.

Son tus lágrimas gotas de rocío

que como perlas brillan en tu rostro

y tus miradas son verdes saetas

que arrebatan el piélago de tus ojos.

Son tus sonrisas blancas mariposas

que revolotean en la flor del loto

como nevadas y azules fragancias

nacidas de la luz del heliotropo.

Tus ojos son agua de primavera

y tus besos, suspiros de otoño.







XXIV


El brumoso silencio de la noche,

con su hechicera calma,

en sus brazos acarició mis sueños

de sonrisas y lágrimas.

Un halo de luz inundó mi mente

con sus fuegos y llamas,

y en el sigilo azul de la noche

al país de las hadas

me llevó entre dulces melodías que

ruborizaron mi alma

con el aroma rojo carmesí

de su voz embrujada.

En el suave despertar de la aurora,

con el fulgor del alba,

el canto de la alondra

disolvió el elixir de su magia.





XXV


Fundidos en el aroma salobre del mar

un día unimos nuestros labios,

inmersos nuestros pechos en las blancas fragancias

que suspiraban unos nardos.

Las acaracoladas esmeraldas del mar

se ondulaban en rizos blancos

y el níveo vuelo de las gaviotas resbalaba

entre racimos de sal y cerúleos topacios.

Tu verde mirada erraba por el horizonte,

do se unen el tiempo y el espacio,

allá donde lentamente se balanceaba

la sombra de un frágil balandro.

Absorto en el fluir de las horas,

derretir quise otra vez mis labios en tus labios,

pero tu volátil figura

como humo se desvaneció entre mis manos.







XXVI


La plateada luz se derritió

en el rosado manto de la aurora

y un etéreo halo azul

bañó la comisura de tu boca.

El azulado fulgor de tus pétalos

hirió la sonrisa de una amapola,

el color carmesí de sus labios

se unió al zafiro de tu corola.

Aturquesadas fragancias suspiran

en las vaporosas alas del céfiro,

en sus añiles plañidos se llevan

el color de mis sueños.

Tus cantarinas sonrisas exhalan

aromas de azulado terciopelo,

en sus acuosos efluvios se ahogan

las llamas de mis versos.





XXVII


El céfiro besaban tus rubíes

en el azulado nacer del alba,

en sus felices horas de ensueño

tus ojos vertían dos verdes lágrimas.

Como perlas de nácar recorrían tus pétalos

en el esplendor de la mañana,

al verlas, los suspiros del aire gemían

entre el romero, el tomillo y la albahaca,

y las alas del viento

por el océano infinito se las llevaban.

El velo aturquesado de la bella aurora

se fundió en oro y grana

con los rojos suspiros

de tu boca escarlata.

Tus labios púrpura besan el amanecer

con la suave brisa de tu fragancia

y en el aroma carmesí de tus suspiros

se diluyen las penas de mi alma.






XXVIII


El aura ululaba entre la brisa de tus pétalos

cuando de oro y grana se sonrojaba la tarde,

el carmesí de tus suspiros

de frío fuego encendía los labios del aire.

Las sutiles lágrimas del viento

se fundían con el aroma de los rosales

en un frenesí de arrobamiento y delirio

de apasionados amantes.

El rumor de tus aterciopelados suspiros

se perdió entre rojos corales

que encendían el helado fuego de tus labios

como lluvia de amapolas en verdes trigales.

La esperanza de besar el color de tus pétalos,

como lo besara el oro y grana de la tarde,

murió en las sombras de mis sueños

como humo que expira en el aire.




XXIX


El silencio de la noche recuerda

los besos perfumados que nos dimos

en la alfombra de fragancias y esencias

que tapizaba el balsámico tilo.

En los rubíes de tu ígnea boca

ardieron las llamas de mis supiros

y en la calma de la noche estrellada

dos corazones laten al unísono.

Suenan los colores de la alborada

en las remansadas aguas del río

y el aroma carmesí de tus pétalos

palpita en los recuerdos del olvido.

Tus efluvios aromaron la aurora,

cual las flores del mirto,

y tu mirada se la llevó el viento

derretida en lágrimas y suspiros.







XXX


Como verdes luceros relucen

en la noche azul tus esmeraldas

entre rojos suspiros de rosas

y aregentinos rumores del agua.

Tus verdes miradas atraviesan

el velo de la noche estrellada

y sus incisivos dardos hieren

los sueños de mi atormentada alma.

Entre las umbrías frondas huyen

blancas risas y rojas fragancias

robadas en la cárdena sombra

a unos labios que besan el agua.

Esencias carmesíes aletean

del céfiro en las azules alas

y en la argentina risa del río

se ahoga el amargo dolor de mi alma.





XXXI


Olvida, ingenio errante, los halagos del aura

y bebe del Leteo sus aguas milagrosas,

acaricia su luenga barba que hacia el futuro

se desliza entre pálidas nubes y etéreas rosas.

De los zafiros de la laguna Estigia fluyen

irisados colores y pálidos aromas

que envuelven los sonrosados sueños de mi espíritu

en un sutil sudario de grises nebulosas,

son los arrebolados suspiros que exhalan

en la verde ribera las flores olorosas,

que se evaporan en el aturquesado espejo

como licor de aterciopeladas amapolas.

Bebe la azulada leche que mana del Hades

y los efluvios que de sus abismos brotan,

y duerme, ¡oh ingenio!, el dulce sueño de la muerte

en el tétrico reino de las eternas sombras.







XXXII


Luz de estrellas que aromas las mañanas de mayo

con el color de tu frescura,

que enciendes los ardientes arreboles del viento

con el candor de tu blancura.

Luz de sal que iluminas la noche de los tiempos,

copo de nieve que derrites

el aroma de unos aterciopelados pétalos,

que en tu argentino sueño lloran

los azules ojos de la sonrosada aurora.

Luz de luna que tus labios el rocío perla

en el nacer de la alborada,

que el blanco rumor de tus fragancias se licúa

en los castos besos del alba.

Luz de azucena que envidia el candoroso vuelo

de la equivocada paloma,

llévame en la luz de tus inmaculadas alas

al ponto de las verdes olas.



XXXIII


¡Bella entre las bellas, rosa de mi pasión!,

aunque no sepas que te he abrazado en mis sueños,

que he besado mil veces tus corales rojos,

que he bebido la verde luz de tus lindos ojos,

que siempre han sido ellos mis adorables dueños...

¡Bella entre las bellas, rosa de mi pasión!,

aunque no sepas que en sueños besé tus guedejas,

que he libado el aroma carmesí de tus labios,

que he bebido el amargo licor de tus resabios,

que más te he amado cuanto más de mí te alejas...

¡Bella entre las bellas, rosa de mi pasión!,

aunque nunca jamás tengas de mí compasión,

aunque tu odio hacia mí llegue hasta las estrellas,

aunque tu amor no siga el olor de mis huellas,

ante ti siempre se rendirá mi corazón.








XXXIV


Si en una lejana estrella ves algún día

un apasionado suspiro que flébil pasa

por los intersticios de su azulada luz,

sepas que es el dolor de mi inconsolable alma.

Si en el espacio infinito del eterno azul

notas un aliento carmesí que tu alma inflama,

que arroba hasta el último poro de tu piel, sepas

que es el soplo de mi amor que por ti se abrasa.

Si en el perfumado pétalo de una rosa ves

el urente silencio de una suave fragancia

que deposita en los brazos del viento su aroma,

sepas que es mi ardorosa pasión que por ti clama.

Si en la cristalina corriente del río ves

un geniecillo que flota en una gota de agua

y ante tu verde mirada sus labios sonríen,

sepas que es mi último adiós que de ti se escapa.




XXXV


Una noche

en que los perfumes deliraban

por la luz de las estrellas,

que el viento reía en calma,

que las lágrimas de la luna se vestían de

luz de plata,

que el silencio se escondía

entre los rumores del agua,

que la luz de la sombra era

alargada...,

como espíritu sublime

que no deja huella cuando pasa

viniste a mí envuelta en un tul de seda,

inmersa en un mar de fragancia.

Tus pétalos besaron mis labios,

tu luz besó mi alma,

tus suspiros encendieron mi pecho,

tu amor ardió en mis brasas.

Cuando quise besar tus labios,

acariciar tu sonrisa escarlata,

beber la luz de tus ojos,

libar los suspiros de tu fragancia,

tu imagen inmaculada se deshizo

en la sombra del alba.




XXXVI


Cuando llueve el brillo de las estrellas

sobre las colinas azules y malvas,

cuando la luna ha ocultado

el resplandor de su nostalgia

y la noche azul acaricia

los suspiros de mi alma,

una luz verde y sublime se eleva

por los zafiros de la esperanza.

Glaucos efluvios ascienden

en rizadas fragancias

por las oscuras sendas

de la noche azul y estrellada.

En sus álgidos aromas se llevan

el color de tu mirada

que en lo infinito se evapora

como sueños de añoranza.

En sus verdes esencias se derrite

la pasión de mi alma

cuando besar quisiera

el último hálito de tu mirada.

En las veladas nebulosas del infinito

se licúa el color de la esperanza

y en las alas del céfiro se desvanecen

los últimos suspiros de mi nostalgia.











XXXVII


Rojos destellos suspiran

los pétalos de tu linda boca

en el verde amanecer del alba

sobre el azulado vaho de la fronda.

Trinos pardos, azules y amarillos

hieren el éter con sus alegres notas

y adornan el tul irisado

con que cubre sus encantos la aurora.

Un ramillete de aromas se eleva

por las altas cumbres y suaves lomas

para sembrar de doradas fragancias

los gemidos de las sombras.

Y entre los verdes trigales,

áureas promesas de mis esperanzas rotas,

nacen sonrientes

los arrebolados suspiros de las amapolas.








XXXVIII


Tus apasionados perfumes se elevan

en el sonrosado amanecer del alba

a los inmaculados suspiros de las

estrellas que gimen de nostalgia.

Como etérea copa que contiene

las esencias de tu fragancia,

te elevas hacia el infinito

con tu vino de elegancia

y derramas tus efluvios

en dorada cascada

a la pálida luz

de un espejo

de plata,

c o m o

un su-

surro

de

a

g

u

a

c l a r a


XXXIX


Un lejano día viajé en las alas del tiempo

a los campos de azucenas que aroman la Arcadia

y entre sus inmaculados perfumes hallé

la miel de mis sueños y los suspiros de mi alma.

Atrás quedaron las moradas preocupaciones

del mundanal ruido y de sus ruines patrañas,

el afán desmedido por los terrenos humos

de un ridículo mundo inmerso en sus propios miasmas.

Volé en las doradas alas del tiempo

a los áureos albores de mi brumosa infancia

y en los cándidos pétalos de mis blancas horas

hallé el elixir de la más divina fragancia.

Soñé entre los irisados aromas de las rosas,

bebí la luz de sus pétalos y el rubí de su aura,

hablé con el perfume de las flores

y me dormí en los sueños de la divina Arcadia.

Desde entonces las vanidades de este mundo

no son más que sombra de polvo y humo de pajas.


XL


Mi soledad ascendía en la noche azulada

hasta la lívida aureola de las estrellas,

cual vaporosas espirales de celeste humo

su color se esfumaba en las altas esferas.

Tu cálido aroma iluminaba el cielo añil

con las ingrávidas luces de una clara estela,

que guiaba los oscuros sueños de mi nostalgia

por las plateadas rutas de una sombría senda.

Un eco carmesí hería mis mudos oídos

en tus aterciopelados labios rubí y fresa,

su cálida voz encendía el níveo céfiro

que ululaba por las fauces de la primavera.

¡Oh bálsamo de ausencia que hieres mis sentidos

en el flébil devenir de la noche tétrica!,

sumerge en mi soledad tu verde mirada

y aleja de mí esta amargura y esta pena.








XLI


Tu ternura se estrella contra mi corazón

como la ola del mar contra la dura roca

y tus labios carmesíes lloran de pasión

cuando un beso quieren depositar en mi boca.

Como verde aguijón me hiere tu mirada

cuando contemplo tus ojos al verte pasar,

bebo blancos suspiros y perfumes de azahar

cuando ante mí brillas como rosa inmaculada.

Incandescente rosa de aroma y frenesí,

tus lágrimas de azahar y tus pétalos carmesí

fundirán mi corazón en cálido llanto.

¡Oh rosa de abril, fresca rosa perfumada,

tú que eres la más bella y la más apasionada,

exhala para mí de amor tu dulce canto!






XLII


Cálmate, no te impacientes, espera la noche

que por el oriente camina cubriendo el cielo

con sus dedos de sombra. El oro de la tarde

se derramó por las nubes en dorado velo

tiñéndolas de roja sangre. Con breves pasos

avanza entre el aura el azulado silencio:

sus suspiros traen el inmaculado aroma

de la dama de noche que exhala luz y anhelo,

como repentina lluvia de blancas fragancias

que vuela en el éter con alas de nieve y fuego.

Bálsamo de óleo y almizcle es para mis sentidos

la lluvia de efluvios que viertes en mis desvelos,

cuando en las noches de insomnio buscándote voy

por fragantes jardines con apasionamiento.

Calma, amor mío, la noche ya está aquí

con los blancos aromas de sus luces y ensueños.









XLIII


¿Hasta cuándo dormirás, oh mi bien amada?

¿Hasta cuándo, oh luz mía, en la noche tenebrosa?

¿Serás el recuerdo del aroma de una rosa

en el viento azul de una noche estrellada?

¿O serás acaso la sonrisa coloroda

que en el perfume de los pétalos se posa

con la suave aura, cual vaporosa mariposa

que besa el efluvio de la flor más delicada?

Como las fragancias que encienden la noche oscura

cuando sus mejillas de plata la luna esconde

en los azulados velos de la lejanía,

así despertarás tú, oh vaho de blancura.

Tu sonrisa de aroma llenará el lago donde

se ahogará el álgido sueño de mi fantasía.





XLIV


Querubín te vuelve esa colorada sonrisa

que con su aterciopelado aroma se posa

en los castos labios de una delicada rosa

como áurea abeja que bebe su color sin prisa.

Tu mirada pura de verde esencia se irisa

cuando perlas resbalan por tu cara llorosa,

son como lágrimas que derramara una diosa

ante el arrebolado encanto de una sonrisa.

¿Hasta cuándo dormirás, mi dulce agonía,

tú que has sido para mí mi luz y mi guía

en el piélago de la sombra desesperada?

Como los efluvios que encienden la noche oscura,

así brotarás tú, oh dechado de hermosura,

en el rojo sueño de una rosa perfumada.






XLV


Cuando se apagan los suspiros de la noche

en el risueño despertar de la alborada,

de un aroma verdeamarillento se llena

el hálito de tu vaporosa mirada.

Como brumas que en el aire se derriten

al besar los sonrosados labios del alba,

así se desvanecen tus sombrías penas

y se tiñe de luz tu cara de grana.

El velo malva de la noche se licúa

cuando se encienden tus fulgurantes fragancias

que brillan en los lenes brazos de la aurora

con alegres lágrimas y soplos de nostalgia.

Eres cual céfiro que en la madrugada besa

el dulce murmullo de la corriente clara,

o cual oreo que en las áureas tardes de otoño

mece los encendidos sueños de mi infancia.





XLVI


Desde los profundos pilares de la espesura,

donde se esconde la melodía más callada,

hacia el azul se elevan esencias de blancura

que se ahogan en el mar de tu verde mirada.

En el lejano fragor de la noche oscura,

en la sonrisa de las flores acurrucada

tu fragancia enciende la frondosa negrura

que la luz de tus pupilas tenía apagada.

Tus efluvios lloran en la sonrojada aurora

perfumadas lágrimas que a lo lejos se diluyen

con mis dorados sueños y mis amargas penas.

Perlas de rocío que la lene aura evapora,

suspiros que de tus fragantes labios huyen,

encendida pasión que late por mis venas.








XLVII


La aurora encendía sus sonrojados colores

en el lento despertar del cielo esmeralda,

en el éter volaba el aroma de las flores

derretido en un susurro carmesí y gualda.

El ruiseñor irradiaba su rosáceo trino

en el fresco verdor de la alegre mañana

y el céfiro diluía el rumor matutino

exhalado por el redoble de una campana.

Un colorado enjambre de radiantes fragancias

revoloteaba en la suve luz de la alborada

como sutiles e iridiscentes mariposas

que se diluían en el piélago de la nada.

Arrebolados aromas de marchitas rosas

que murieron al nacer sus breves infancias.







XLVIII


Flor que naciste en el jardín puro de la infancia,

que tus cándidos labios libaban la inocencia,

que con tu aroma encendías el azur del éter,

que tus albinas lágrimas lavaban la pureza.

Flor que violaste la nieve de tu castidad,

que te ruborizaste al besar la adolescencia,

que arrebolaste el cielo azul en tu juventud,

que heriste los ojos del pudor con tu belleza.

Flor que fundiste en el mar tus fragantes lágrimas,

que exhalaste tus colores en la primavera,

que del céfiro besaste las alas doradas,

que en el resplandor brillaron tus risas y esencias.

Flor que naciste cándida como la luz del alba,

que en tu juventud perdiste tu blanca inocencia,

mira qué presto se pasa la vida,

mira cuán breve es tu belleza.







XLIX


En el sonrosado cristal del alba

besan dos aterciopeladas rosas

los tímidos rayos del sol naciente

que visten de grana a la bella aurora.

En las blandas alas de sus perfumes

vuelan, libres, nuestras dos almas solas,

suavemente mecidas en sus plumas,

hacia mis sueños de luces y sombras.

En los sonrientes labios del alba

se cristaliza un colorado aroma

que fluye de los pétalos del tiempo

por el lene susurro de las horas.

En el sonrosado cristal del alba

liban el dulce néctar de dos rosas

tus aromáticos besos perdidos

en el velo azulado de la aurora.






L


En las frías noches de invierno,

al calor de las ascuas crepitantes,

oigo los suspiros del viento

que gime sobre los cristales.

Redondas lágrimas derrama,

entre quejidos lacerantes,

que hieren la quietud del silencio

en las gélidas noches invernales.

Como el ulular de viejas campanas

que lloran lutos familiares,

resuenan grises en mis oídos

del viento sus flébiles ayes.

En las frías noches de invierno,

a la luz de las ascuas crepitantes,

veo los cálidos aromas del tiempo

que huyen de mí con mis pesares.







LI


Como el blanco aroma de la azucena

que bebe el éter en la luz del alba,

libo yo los efluvios de tus pétalos

en el dulce sueño de la esperanza.

A los cielos infinitos se elevan

los colores de las flores más cándidas,

como el blanco vuelo de la paloma

que surca el azur en la madrugada,

y mi espíritu se eleva con ellos

a la cima de la esfera más alta

para volar libre como el viento

en la luz de la estrella más lejana.

Como sueños que en la noche recorren

regiones de fantasía y nostalgia,

así huye mi espíritu de este mundo

lleno de heces y mefíticos miasmas.






LII

En alguna sonrosada mañana de abril

los dedos de mi flébil fantasía han tejido

con finísimos hilos de oro y éter añil

el dorado velo de los sueños del olvido.

Inmaculados efluvios de sangre emanaban

de las heridas de mis recuerdos más queridos,

eran fragantes aromas que al aura arrojaban

los pétalos rojos de mis hirientes gemidos.

Blancas nubes de esencias volaron a los cielos

como enjambre de abejas que busca un nuevo nido,

de mis ojos la luz cegaron con sus vuelos

después de abandonar mi corazón herido.

Una mañana de abril, dulce y sonrosada,

mi flébil fantasía tejió un dorado velo

que cubrió la memoria de mi vida pasada

en el azul soñar por los caminos del cielo.








LIII


Exhalas un aroma dulce como la miel

en el perfumado jardín de la alborada,

tu sonrisa vuela como la tierna mirada

en el aura sonrosada de un áureo vergel.

Esencias carmesíes acarician tu piel

cual suaves labios de una rosa aterciopelada,

tu fulgor vuela como paloma equivocada

que sigue la blanca estela de un falso bajel.

Lejos del hondo piélago de la noche suspiras

hálitos carmesíes de fragancia y dulzor

cuando tus labios besan el color de la brisa.

Feliz en tu hermosura la leve aura respiras,

mientras rezumas esencias en tu derredor

en el jardín del alba que perfuma tu risa.




LIV


Libaremos el aroma de las flores bajo

el velo rosa y azul de una noche estrellada

y nuestros dos corazones fundirán sus labios

en un beso de amor hasta la luz del alba.

Perfumadas esencias velarán nuestro sueño

en el calmado fluir de las horas más plácidas

y nuestras dos mielgas almas llorarán a solas

rosáceos sentimientos de amor y dulces lágrimas.

Volarán nuestras almas a la séptima esfera

esa noche rosa y azul, noche dorada,

y beberemos del blanco cáliz de las flores

licores de amor y aromáticas fragancias.

Sublimarán al cielo encendidos efluvios

las flores azules de la noche estrellada

y un beso de amor fundirá nuestro corazón

en un rayo de luz y un aroma de nostalgia.








LV


Beberé en las azuladas horas de la noche

los ruborizados efluvios de tus aromas

y el dulce néctar de tus lujuriosos labios,

en la suave ternura de las amapolas.

El fuego de tus colores enciende el aura

que fluye de los rojos pétalos de una rosa,

mientras una abeja recoge bajo sus alas

el áureo elixir de las flores más hermosas.

Lágrimas encendidas de ámbar y milflores

en el lejano oriente una estrella llora,

que visten los pálidos topacios de la alborada

con el velo oro y grana de la bella aurora.

De rojas esencias colma el aire un murmullo

de suspiros que de tus lúbricos labios brota,

como átomos vaporosos de luz y color

que brillan fugaces entre las azules sombras.


LVI


Una noche sombría y borrascosa,

entre el ruido hiriente de los cristales,

el ulular del viento me decía

con agrias lágrimas y flébiles ayes:

«Oh ven, ven a viajar en el tiempo

a ignotas regiones inmemoriales,

a exóticas y brillantes estrellas

que jamás han hollado pies mortales.

Deja las vanidades de este mundo

y el apego a los bienes terrenales,

vuela por el océano de las nubes

a través de las auroras boreales.

Olvida los placeres de esta vida

y el engaño de sus suntuosidades,

y elévate a las regiones etéreas

donde viven los seres celestiales.

Aléjate de las ciénagas inmundas,

de los miasmas tóxicos e irrespirables,

y por la luz de los espacios vuela

a la búsqueda de eternos rosales.

Recorre el universo infinito

en las alas de un corcel indomable,

que te traslade a las mieles del cielo

muy lejos de este mundo miserable».

Al alba cesó el ulular del viento,

se apagó el chirrido de los cristales

y en los brazos de la rosada aurora

regresé al planeta de los mortales.







LVII


Cuando en las cálidas noches de estío

destilas tus exquisitas fragancias,

tu perfume, como dulce aguijón

de áurea abeja, hiere mi pituitaria.

El argentino aroma de tus flores

besa los labios sedosos del aura

en las álgidas horas de la noche

en que mi pecho por ti se abrasa.

Tus esencias se funden en el aire

como los suspiros que exhala el alma

y lloran a la luz de las estrellas

fragantes lamentos y dulces lágrimas.

Suaves bálsamos embriagan la noche

con el elixir de tus fragancias,

cual gotas de rocío que sublima

tu mirada de verde esperanza.

En las claras noches de estío, cuando

la luna llora lágrimas de plata,

tu perfume evoca en mi corazón

lejanos aromas de dicha y calma.










LVIII


Rojos perfumes al aura exhalas

en el rosado manto de la aurora,

son hálitos que a las estrellas vuelan

de tus labios que palpitan y lloran.

Las cálidas fragancias carmesíes

que suspiran en tu encendida boca

encienden la suave luz que alumbra

en mi corazón las negras sombras.

Tus suspiros acarician el canto

amarillo que despierta la fronda

en el primoroso nacer del alba

entre rosados campos de amapolas.

En el azulado velo del cielo

se licúa la esencia de una rosa

que vuela en el silencio del aire

suspendida en un enjambre de aromas.








LIX


En la inmensa negrura te alejaste de mí

una noche de mayo encendida de aromas,

como rojos rubíes relucían tus pétalos

en el verde batir de las porfiadas olas.

Tus inflamados efluvios prendían el aura

como los flameantes labios de la bella aurora

y el latir de tu verde mirada se diluía

en el inmaculado hálito de las negras sombras.

Quise acariciar el soplo de tu áurea estela

en el dolor que roía mi corazón a solas,

pero las encendidas fragancias de tus pétalos

te alejaron de mí en el silencio de las sombras.

Una noche de mayo bebí tus encendidos

perfumes en los rojos labios de una amapola

y en el azulado silencio de las estrellas

te diluiste como las lágrimas de una rosa.







LX


El silencio susurraba tu cálido aroma

en las cristalinas alas del céfiro

y tus ojos lloraban verdes lágrimas

que derretían el álgido ardor de mi tedio.

Era la noche de la ansiada calma

que buscaba en el profundo abismo de tus besos,

tú con una sonrisa carmesí

me arrojaste a las llamas del averno.

Tus cálidas fragancias encendían mi amor

en las negras noches del frío invierno

y la miel de tus labios fluía por mis venas

para endulzar la pena que oprimía mi pecho.

Rojos aromas y verdes fragancias

les susurraban a los oídos del silencio

palabras de amor y agradables melodías

que en la tétrica noche morían en el viento.





LXI


La azulada luz de las lánguidas estrellas

se difuminaba entre los labios de la aurora,

los áureos rayos del sol naciente acariciaban

los aterciopelados rubíes de una rosa.

Una dorada abeja liba el elixir mientras

en el oro de los pétalos nadan los aromas

que en los nostálgicos años de mi tierna infancia

colorearon mis alegrías y mis congojas.

Por el azur vagan mis melancólicos sueños

sobre las níveas alas de una blanca paloma,

vuelan en busca de las doradas fragancias

que en otro tiempo exhaló la flor más hermosa.

Un bálsamo cálido y amarillo rocía el aura

en los primeros besos que le da la aurora,

lágrimas cristalinas de oro y grana acarician

los aterciopelados rubíes de una rosa.







LXII


En un despertar risueño y silencioso se

licuaba en el éter la dorada luz del alba

y las lágrimas de tus pétalos se diluían

en besos románticos de la corriente del agua.

Tus rojos perfumes quemaban mis sentimientos

en el cálido helor de la alegre mañana,

por el azur volaban mis blancas ilusiones

arrulladas en las tiernas caricias del aura.

En un espejo encendido por aromas de oro

ardía la angustia de mi nostalgia

cuando en mis brumosos sueños no lograba ver

el álgido resplandor de tus esmeraldas.

En el despertar risueño de la bella aurora,

cuando la luna lloraba lágrimas de plata,

tu imagen se esfumó de mis sueños nostálgicos

como dulce aroma en la madrugada.





LXIII


Cuando en la blanca brisa de una noche de estío

aspiro el cálido aroma de tus rojos labios,

hasta mis pupilas llega la fragancia azul

de los heliotropos que beben la luz del lago.

El suave susurro de las flores que suspiran

aromas y esencias en la placidez del campo

adormece los violáceos gemidos del céfiro

en el verde silencio de los álamos.

La azulada noche respira aromas de rosas

en la quietud del silencio a la orilla del lago,

mientras dos luceros enjugan sus glaucas lágrimas

en la etérea bruma de un desengaño.

Cuando una blanca noche de estío se diluye

en el éter la dulce caricia de tus manos,

un níveo susurro se expande hacia las estrellas

entre llanto de flores y azules topacios.







LXIV


Llegaste a mí en un blanco sueño de primavera

como aroma que sonríe en las alas del viento,

venías toda alegre y jubilosa

con tu verde mirada que abrasaba el fuego.

Tus labios me sonrieron como rojas fragancias

que quisieran endulzar las penas de mi pecho

y un halo de aromas carmesíes envolvió

el éter de nuestro primer encuentro.

Las rosas gemían arreboladas fragancias,

los pájaros cantaban sonorosos silencios,

y el aire lloraba entre las ramas de los árboles

y tu mirada reía a las olas del océano.

Pero te evaporaste como alada paloma

que huye despavorida en las alas del céfiro:

me dejaste con mi dolor y mi pena a solas,

mi corazón roto..., y malherido mi pecho.




LXV


Cuando de oro y grana su velo extiende la aurora

en el suave despertar de la dulce mañana

y el susurro de una ávida abeja libadora

en el cristalino espejo de una fontana

bebe perlas de amor que una náyade llora,

el encendido aroma de tus labios colora

los tristes dolores que mi corazón emana.

Mientras el áureo suspiro de un ave canora,

oculta en el hálito azul de una genciana,

por la niebla gris de los verdes prados llora,

a mi corazón flébil conmueve y enamora

en la nemorosa espesura una dulce nana:

es el cálido aroma de tu voz soñadora

que en los vagos recuerdos de mi infancia lejana

evoca en mi mente una imagen enternecedora.








LXVI


La luna puso en tus labios dos rubíes rojos

que de vivo carmín encendieron el céfiro,

las rosas del jardín de envidia lloraron

derramando amargas lágrimas de terciopelo.

En las blancas horas de la desvelada noche

se escucharon rojos suspiros en el silencio,

eran los gemidos carmesíes que exhalaban

las rosas en las cristalinas alas del viento.

En el manto azul de la noche

una estrella roja titilaba en el cielo,

era el apasionado aroma de tus labios

que se difuminaba en el vasto universo.

La luna besó los rubíes de tu boca,

las rosas ya no vertieron lágrimas al suelo

y los rojos suspiros de tus labios

con sus lenguas de fuego mi corazón hirieron.





LXVII


Aromas rubios lloran en la noche

dorados suspiros y dulces lágrimas

que hieren el silencio de las estrellas

entre lívidas luces de oro y grana.

Perlas de rocío besan tu esencia

en el blanco brillo de la alborada,

como el dulce canto de la oropéndola

cuando acaricia el susurro del agua.

Áureos suspiros suben al azur

suspendidos en los besos del alba,

van sembrando por los campos celestes

ramilletes de amarillas fragancias.

La noche llora dorados suspiros

que mueren en los labios del alba,

pálidas estrellas desvanecidas

entre sonrisas y lágrimas.







LXVIII


El silencio de la noche pintó

bajo el velo plateado de la luna

en un jardín de claveles y rosas

de tus vivos rubíes la lujuria.

Del céfiro las azuladas lenguas

acarician de tus guedejas rubias

el delicado aroma a miel y pétalos

que suspira por la verde espesura.

Las suaves alas de una mariposa

besan el espejo de la laguna

y en su bruñido manto aparece

reverberada tu imagen desnuda.

La albura de tus senos se deshace

entre fragancias que el agua perfuman

y tu bella imagen desaparece

entre suspiros que el espejo ondulan.





LXIX


Dulces fragancias fluyeron de tus labios cuando

la noche dormía en el regazo de la aurora,

encendidos rayos de amor disparaste por

el camino que se oculta entre las verdes sombras.

Tus pétalos derramaron cristalinas lágrimas

entre el rumor que acariciaba las quietas hojas;

los suspiros del céfiro mecían la alameda

que el alba cubría con dorados aromas

y el canto amarillo de la oropéndola

huía de mis miradas entre la espesa fronda.

El silencio atronador de la noche muda

raudo se escondió en las altas copas

de los álamos para ocultar entre sus brazos

el susurro estrepitoso de las negras sombras.

Voluptuosas fragancias derramaron tus labios

que la alameda llenaron de rubios aromas.







LXX


Dorados recuerdos renacen hoy en mi mente

de los hermosos años de mi lejana infancia

cuando el día de acción de gracias me regalaste

pájaros de luz y rosas de agua.

Llevabas coloradas esencias en tus manos

y néctares azules en tus lágrimas,

tus pétalos de púrpura sonreían a las flores

entre cálidos suspiros y aromas de grana,

mientras las gemas de tus ojos resplandecían

en el verde océano de tu inquieta mirada.

Una alondra mañanera derramó su canto

hilvanado al oro de una retama,

su rojiza melodía se la llevó el viento

cuando se escondía en el silencio de una rama.

Por mi mente revolotean hoy vagos recuerdos:

pájaros de luz y rosas de agua.




LXXI


Bebí en la fuente olvidada un sorbo del silencio

que brotaba de lo más profundo de la tierra,

eran las amargas lágrimas que un día vertiste

en el blando lecho de aquella playa desierta.

Los dorados suspiros que herían el aire

en aquella apacible tarde de primavera

como urentes flechas en mi árido corazón

se clavaron helando la sangre de mis venas.

El gélido adiós que salió de nuestros labios

antes de que el oro de la tarde se muriera

se fue llorando en los brazos del céfiro

para ocultar en la quietud su amarga pena.

Hoy he vuelto a beber en la fuente del olvido

un sorbo de aquel silencio que a mi alma aqueja

y unos dorados suspiros me han hecho olvidar

el gélido adiós de una tarde de primavera.







LXXII


Desde que te fuiste mi alma sangra sin palabras,

mi corazón llora los suspiros que se fueron

y mi dolor se enrosca como letal serpiente

entre los inasibles anillos del silencio.

Voces escarlatas besan mis lánguidos labios,

verdes rayos de luz iluminan mis sueños,

arrebolados aromas encienden las nubes

y mil gemidos de amor lloran en el viento.

En el profundo océano de la noche estrellada

se muere la luz de un solitario lucero

que en las cenizas de un dorado atardecer

de amor una herida abrió en mi rendido pecho.

Desde que te fuiste por la senda del olvido

hasta los últimos confines del universo,

mi alma desesperada sangra sin palabras

y mi corazón llora lágrimas de silencio.





LXXIII


Te fuiste silenciosa nadando en los suspiros

de la noche y entre sus negras olas,

y en el vacío que dejaste quedó llorando

lágrimas de plata tu ruborizado aroma.

Te fuiste aérea en las alas del viento

volando como sutil y grácil mariposa

y fuiste sembrando por los espacios etéreos

estrellas azules y púrpuras amapolas.

Te fuiste derramando esencias y perfumes

por océanos llenos de luces y de sombras

y con tu verde mirada bebiste

el aguamarina de sus olas.

Te fuiste sonriendo a las áureas nubes

que tiñen el ocaso de oro y rosa

y a mí me dejaste llorando

entre cárdenos suspiros mi dolor a solas.






LXXIV


El aroma de tus labios ardía en la noche

como antorcha que la pasión enciende en mi alma

cuando atraviesa el vasto piélago del amor

en el frágil junco que surca la mar agitada.

Tus verdes saetas herían las alas del viento

que entre los sauces del río lloraba

para no mancillar con lágrimas de amor

la inmaculada corriente del agua.

Una perla de tu perfume cayó a la arena

entre cálidos suspiros y plateadas lágrimas

que horadaban el silencio del aire

en el corazón de la noche estrellada.

La luna ocultó su blanco rostro

entre suaves algodones de azúcar y nata

para no ver marchitos tus encendidos pétalos

que suspiran de amor dulces lágrimas.





LXXV


Busqué tus ojos entre la luz de las estrellas,

busqué tu mirada en la inmensidad del océano,

busqué tus labios por entre las rojas fragancias

que llenaban de colores el azul del cielo.

Busqué tus perlas en la profundidad del mar,

busqué tus guedejas entre los rizos del viento,

busqué tu sonrisa en las moradas azules de

los aromas que exhalan las rosas de mis sueños.

¡Ay, te busqué por todas partes y no te hallé!

¡Ay, no hallé las verdes miradas de mis recuerdos,

ni el mar de tus ojos con el que me enamorabas,

ni las rojas fragancias que encendían tus pétalos!

Sólo hallé mi sola soledad en este mundo,

sólo hallé mi agonía y mi último destierro

en esta estepa fría y desolada

inmersa en un eterno mar de negros silencios.









LXXVI


¡Ay, vives en mí como un soñado recuerdo

de los colorados aromas que llenaban

nuestros amorosos e idílicos encuentros

bajo el silencio azul de la noche estrellada!

Tus ardientes labios en mis labios libaban

la dulce miel de nuestros dorados sueños

y entre albas caricias y arrebolados besos

a un paraíso de luz y dicha me llevabas.

Los ruborizados aromas de tus pétalos

alumbraban con sus encendidas fragancias

la azulada noche de mis dorados sueños.

Te fuiste y me dejaste en medio de la nada

soñando la dulce miel de aquellos besos

bajo el silencio azul de la noche estrellada.





LXXVII


Eres llanto en la noche cuando de mí te alejas

por las blancas lágrimas de las lejanas estrellas,

eres aroma de nostalgia cuando te escondes

en la luz dorada y en el color de las flores,

eres brisa en el alba cuando tus rojos pétalos

esparcen el rubor de su aroma en el viento,

eres flor de primavera cuando tus miradas

hieren mi pecho como saetas envenenadas.

Derramas tu llanto en las lágrimas de la luna

para que en el cielo brillen verdes esmeraldas

y para que mis pupilas puedan contemplar

en el jardín de la noche la rosa más cálida.

Eres roja fragancia cuando de mi te alejas

en las alas del viento hacia ignoradas tierras,

eres música celestial que en el azul suena

cuando mi herido corazón contigo sueña.








LXXVIII


La noche de roja fragancia se iluminó.

La luz de tus pétalos en el azul se diluía

y tu esencia carmesí al éter ascendía

como arrobada flecha que del arco partió.

El rubor de tu mirada la noche incendió.

El iris de tus ojos con el mar se fundía

y el oro de tus cabellos la luz derretía

como ígneo puñal que mi corazón hirió.

Un pájaro de fuego se elevó hasta los cielos

y con alas en llama a la estrella más lejana

voló como la clara risa de una campana.

Era el grito de mi amor que huía de los celos

de un querubín armado con arco y flechas de oro

que robarme quería el aroma que yo adoro.





LXXIX


En las ardientes tardes de verano

pasearé por la frondosa alameda

evocando en mi frágil memoria

los colores de tus dulces esencias.

Los labios del céfiro besarán

los blancos rizos de mi cabellera

y, mientras la luz se diluye entre

la sombra de los álamos, tus guedejas

de oro acariciarán mis recuerdos

de una tenue y dorada primavera.

Bajo la umbrosa sombra de los álamos

orearé el dolor de mi conciencia

para volar en el efluvio de tus

labios por el océano de mis penas.

¡Dorados aromas de mi nostalgia,

arrulladme en la fronda de la alameda!







LXXX


Entre vapor de luces y suspiros de estrellas

tus pétalos liban el espejo del agua,

el blanco perfume de tus excitantes labios

rompe la noche con su aria inmaculada.

Un cálido centelleo de irisadas luces

viste el cielo añil de oro y grana

y los rosados labios de la naciente aurora

besan los níveos pómulos de tu cara.

Blanco lirio que tu etérea candidez reflejas

en la inmarcesible luna de plata,

por esos inmaculados pétalos de nieve

fluyen perlas de alabastro y nácar,

dulces lágrimas que alumbró la noche

entre suspiros de estrellas y llantos del alba

que acarician tus argentinos labios

antes de romperse en el espejo del agua.




LXXXI


Muere el aroma de la tarde

en las alas del azul céfiro

y tu mirada se licúa

en el frenesí del océano.

Dos encendidos corales el

iris quieren besar del fuego

y su delirio se derrite

entre los suspiros del viento.

Tus arreboladas fragancias

encienden el azul del cielo

y alancean mi corazón

con las heridas del dios Eros.

Muere el aroma de tus labios

en el hálito de tus pétalos,

como el anhelo de mi amor

en el piélago de mis sueños.







LXXXII


El delirio del mar se agitaba en tus ojos,

el viento verde se estremecía entre las ramas,

el ocaso se vestía de fuego y púrpura

y mi corazón lágrimas de amor por ti sangraba.

Lívido surcaba los océanos infinitos

sobre una gran ola de espuma blanca

para contemplar en los espacios etéreos

el fuego verde de tu mirada.

La luz de tus ojos hirió el viento

en el destello azul de una estrella lejana

cuando la llama de mi amor por ti se encendía

en una verde ola de espuma blanca.

Un mar de delirio se estremecía en tus ojos,

fuego y púrpura encendían tu cara,

y en lo más hondo de mi corazón

dos lágrimas de amor por ti lloraban.





LXXXIII


En el océano donde nadan las estrellas

suspira de ternura el color de tus besos

y en el piélago de tu verde mirada lloran

lágrimas de amor los aromas de tus pétalos.

Fragancias arreboladas en la blanca espuma

se quejan de pasión en los brazos del viento,

mientras una ola se lleva tus vivos rubores

hasta los lejanos confines del universo.

Delicados susurros acarician tus labios

cuando entre las olas se mece el suave céfiro,

un lamento de amor lanza mi corazón

que al abismo de la mar se lo lleva el viento.

En la espesura de la noche arden tus amores

como hoguera encendida en el ara de un templo,

en el océano donde nadan las estrellas

se ve llorar a un rútilo lucero.







LXXXIV


El embriagador aroma de tus pupilas

hirió mi corazón como verde esmeralda

en el raudo caudal del río del amor

una clara noche vestida de nívea plata.

En la inmensidad del cárdeno firmamento

se diluía tu túnica de seda blanca

como etéreos jirones de azulados efluvios

que se desvanecen en las sombras de la nada.

Tu verde mirada sonroja a la amapola

cuando la miras sin rubor a su roja cara

y mi corazón sangre púrpura rezuma

cuando lo hiendes con el acero de tu daga.

El embriagador aroma de tus pupilas

llenó la oscura noche de blancas fragancias

y el parpadeo de las lejanas estrellas

con su luz volatilizó las penas de mi alma.





LXXXV


El aroma carmesí de tus rojos labios

el silencio encendió de la noche estrellada

cuando nuestros mudos corazones al unísono

una canción de amor sin palabras cantaban.

El tintineante zumbido de las estrellas

fuego prendía en los pétalos de tu fragancia,

mientras el color de tu mirada se diluía

en el verde rumor de una ola esmeralda.

Mis labios quise fundir en tus rojos labios

en la quietud idílica de la noche estrellada,

pero tú te esfumaste entre las alas del viento

en el reino de las sombras y de la nada.

Aroma de nostalgia y color del olvido,

jamás volveré a tener tu roja fragancia

entre mis manos, como la tuve aquella noche

de idílica quietud y de verde esperanza.







LXXXVI


El color de tu mirada hirió la luz del viento

una noche de primavera, de nívea plata,

cuando corceles de sal sobre verdes olas

el inmenso océano de tu amor cabalgaban.

Un ramillete de aromas encendía el éter

en el velo de la noche que nos rodeaba

y bajo el halo de incandescencia carmesí

descubrí el color de tu mirada.

Tu ardiente luz hirió la niña de mis ojos

con lágrimas de amor y de dulce esperanza

que llenó de fuego mi corazón

en aquella noche de dulzura y añoranza.

El color de tu mirada brilló en las estrellas

una noche de primavera, noche de plata,

cuando el arrebolado fuego de tus aromas

se desvanecía en el piélago de mi nostalgia.




LXXXVII


En aroma púrpura se licúan tus pétalos

cuando la brisa besa el color de tu cara

en las rumorosas noches de junio

bajo un níveo velo de pálida luz de plata.

Las llamas de tu arrebol encienden el aire

en las noches azules de sueños y nostalgias

cuando de tus labios emanan rojos suspiros

y mi corazón lágrimas de sangre derrama.

Dos relucientes luciérnagas brillan

en el rubor cálido de tus pétalos de grana

que atravesar quieren la pupila de mis ojos

con el ardiente tintineo de sus verdes llamas.

Las ardorosas emanaciones de tus labios

suspiran en el velo azul del alba,

mientras el vagar dulce de mis ignotos sueños

vibra en la sonrisa púrpura de tu fragancia.







LXXXVIII


En el oscuro silencio de la noche

escuché el suave rumor de tus aromas,

mientras en la comisura de tus labios

se esbozaba la sonrisa de una rosa.

En el oscuro silencio de la noche,

mientras el rumor se diluía en las olas,

quise besar la sonrisa de tus labios

y tus labios se esfumaron en las sombras.

La brisa del mar se llevó tus fragancias

y junto a ellas, mis esperanzas rotas,

y cuando quise estrecharte entre mis brazos,

encontré mudo silencio y negras sombras.

En el oscuro silencio de la noche

quise besar la sonrisa de una rosa

y besé sólo las lágrimas del mar

y el rumor disuelto de las verdes ondas.





LXXXIX


En una mañana de álgido azul,

mañana de luz y Mediterráneo,

el aroma de unos cálidos pétalos

besó la fría nieve de mis labios.

El verde rumoroso de las olas

en mí evocaba recuerdos lejanos

de una sonrisa llena de esperanza,

rota ya en mil pedazos.

Una cándida paloma volaba

entre la blanca sal y el azul álgido,

llevándose en sus argentinas alas

mis suspiros más amargos.

La brisa del mar en su boca traía

verdes sueños y aromas salados

que rememorar en mi alma querían

el amor de unos ojos ya olvidados.






XC


Tus aromas carmesíes arden en la noche

como la pasión de un volcán en llamas

que abrasar quisiera el llanto de mi corazón

en el cálido fuego de una nívea nostalgia.

El color de tus aromas corre por mis penas

como el rojo río de lava por la montaña

y su ígneo hálito va inmolando mi dolor

como incruenta ofrenda de tu sublime fragancia.

El efluvio de mi dolor besa el infinito

en la búsqueda de una pasión arrebolada

que una noche idílica voló en las alas del sueño

a las ignotas regiones donde habita el alba.

El color de tus aromas fulge en las estrellas

como reluciente fuego de un río de lava,

mientras mi corazón se consume de pena

por tu amor que se fue en una noche estrellada.





XCI


Más allá de tu aroma se derretía el cielo

en rutilantes cascadas de luz de oro y grana

y tus besos caían en la nieve de mis labios

como cálidos colores de rojas fragancias.

Dos verdes rayos traspasaron mi corazón

cuando mis ojos acariciaban tu mirada,

mientras un lívido suspiro de amor se ahogó

entre los encendidos ardores de mi cara.

En el carmesí aterciopelado de tus pétalos

escuché el zumbido de una abeja dorada

que libar quería entre tus cálidos aromas

el dulce frenesí de tu boca arrebolada.

Metamorfosearme en alado insecto querría

para libar la miel carmesí de tu fragancia

en el delirio de tu aterciopelada boca

una tarde de abril teñida de oro y grana.







XCII


Cuando en la noche azul y tranquila

vuela tu voz como blanca paloma,

el color de tus pétalos destila

rojo frenesí en cálido aroma.

Cuando la noche hiere un rayo de luna

con su cristalino puñal de plata,

no hay entre las bellas flores ninguna

más hermosa que tú ni más ingrata.

Cuando el silencio de la noche ulula

entre los glaciales labios del viento,

el colorido de tu llanto azula

las pálidas quejas de mi lamento.

Cuando en clara noche de luna llena

me entregas tu amor con tu mirada,

al fondo del mar se va mi pena

entre luces y aromas cautivada.





XCIII


En la profundidad de tus ojos vibra el mar

cuando se zambulle en ellos mi pobre mirada,

en tus labios se esconde el suspiro de una rosa

cuando acariciar quiero el color de tu fragancia.

Mis sueños galopan en las ancas de la noche

como yegua que en el viento corre desbocada

en busca de los aromas de tus rojos pétalos

que caen a la mar de tus ojos alborotada.

¡Ay, mi pasión arde en los suspiros de tus labios

cuando acariciar quiero el color de tu fragancia!

Tu cálido aroma se derrite en mis delirios

en el silencio de la noche azul y estrellada.

En el abismo del mar destellan tus ojos

cuando ahogas en los míos tu verde mirada

y el color de tus aromas enciende la noche

cuando el fuego de mi pasión mi pecho inflama.







XCIV


En los pálidos rayos de la luna

huyeron tus carmesíes esencias,

mientras en el rojo eco de tu voz

expiraban mis penas.

Tus miradas se las llevó el viento

como suspiros que al aire se elevan

y ahora la niña de tus verdes ojos

me mira desde una lejana estrella.

Tus sonrisas veo en las blancas noches

cuando tus labios mi corazón sueña,

¡coloradas sonrisas

que el fuego de mi pasión despiertan!

En las azulinas alas del céfiro

volaron tus esencias,

mientras en mi corazón se iba ahogando

el llanto de mis penas.





XCV


Te alejaste de mí una noche silenciosa

en el carro del delirio y de la locura,

lágrimas ibas sembrando de luz y de amor

por los mares de Marte y de la Luna.

El relámpago de tu mirada hería el viento

cuando cruzabas los zafiros de las alturas,

mientras el aroma colorado de tus pétalos

de alegre carmesí encendía la penumbra.

En los difusos brazos de las tétricas sombras

se evaporaron los destellos de tu hermosura

y el alarido del silencio se estremeció

en los trémulos labios de la noche sin luna.

Te alejaste de mí en los suspiros del viento

una noche llena de delirio y de locura

y te olvidaste de la pasión que bebimos

en los mares de Marte y de la Luna.







XCVI


¡Oh, lluvia de aromas, remolino de colores,

en tus labios llevas la risa de tu fragancia,

en tus sueños llevas la alegría de las flores,

mi pena escondes en el mar de tu mirada!

Tus labios sonríen a la rosa colorada

en el carmín de aromas que suspira la noche

y tus ojos beben el verde viento del norte

que enciende mis pasiones en la mar agitada.

Eres aguamarina, eres una amapola,

eres agua de azahar, eres mar, eres ola,

lluvia de amores, remolino de frenesí.

Eres embrujo, eres alegría, eres encanto,

eres la pasión de mi vida, eres mi llanto,

eres la razón del amor que un día perdí.





XCVII


En las radiantes mañanas de abril

el carmín aspiras de tus aromas,

mientras tu suave fragancia sonríe

en los rojos rubíes de la aurora.

Tu mirada suspira en el azul

nostalgias que el corazón rememora

de otra mañana radiante de abril

en que el amor murió entre las olas.

Lágrimas ardientes caen de tus ojos,

cual rocío en los labios de una rosa,

que quisieran besar en tus pétalos

el dulce carmín de tus aromas.

¡Radiantes mañanas del mes de abril

que me traéis remembranzas de otrora,

dejad que la azul brisa se lleve

las fragancias a un verde mar sin olas!







XCVIII


Caen mis besos como gotas de lluvia

en el fuego carmesí de tu boca

y tus lágrimas caen como rocío

en los labios marchitos de una rosa.

Un bálsamo púrpura besa la suave

brisa que exhala tu boca en mi boca,

mientras nuestros apasionados besos

se encienden como el carmín de una rosa.

Arde en el mar la llama de tu amor

y en mi pecho, el fuego de tu aroma,

nuestras miradas siguen impasibles

el vuelo fugaz de una gaviota.

En el crepúsculo grana de la tarde

algo muere entre tu boca y mi boca,

el fuego de nuestra pasión se apaga

y tus lágrimas lloran en las olas.





XCIX


Te alejaste de mí en el fuego de una flor

una clara noche de nívea plata,

galopaste en los colores del viento

y en el tul te ocultaste de una nube escarlata.

Tus efluvios sonrojaron el silencio azul

de aquella noche cruel, noche en llamas,

mientras mis ojos lloraban lágrimas de sangre

que se diluían en el carmín de tu fragancia.

Tú bebiste en la luz del universo

el ardor del viento y el frenesí de las llamas,

y yo quedé libando el silencio de mis sueños

y el dolor violeta de mi nostalgia.

Te alejaste de mí en los colores del viento

una noche en que el mar dormía en calma,

me dejaste solo con mi dolor y mis sueños

envuelto en el carmín de tu fragancia.







C


Solo y dormido estoy en mis sueños

desde que huiste de mí una noche estrellada

cuando el aroma de tus apasionados besos

encendió de mi corazón las llamas.

Te alejaste en los suspiros del viento,

huiste entre colores y fragancias,

te desvaneciste en los ensueños de la noche

y tu hechizo se deshizo en la nada.

Las avecillas canoras han enmudecido

y los árboles lloran verdes lágrimas

y lloran los aromas de las flores,

¡ay, y lloran los susurros del agua!

Solo y dormido estoy en mis sueños

desde que huiste de mi corazón y de mi alma,

solo y abandonado en mis delirios me quedo

bebiendo mis aromas de nostalgia.


© Julio Noel 


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