¡Ah los lirios que crecen en la dulzura de unos ojos!
¡Ah las caricias que se escapan de unas manos cándidas
hasta hundirse en la misericordia!
Pero el llanto herido de mi corazón está solo en el olvido,
roto en la ausencia de una mirada,
pálido ante unos ojos que queman de ira.
Sobre mis labios enmudecidos cae el escozor de una llama
que arde en la albura de la inocencia hasta extinguirse
en un odio infinito.
Una espesa sombra ciega la luz de mis ojos
que tan sólo quiere recordar la dulzura de los lirios
y las caricias de unas manos
perdidas en el olvido.
Sobre el silencio de mis labios
se derrama el acíbar de un odio infinito.
De Cárcel de amargura
© Julio Noel